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Lección 3 – “PARA QUE SEAN UNO” – Para el 20 de octubre de 2018

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Lección 03: Para el 20 de octubre de 2018

“PARA QUE SEAN UNO”

Sábado 13 de octubre______________________________________________________________

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Juan 17:1-26; 1 Juan 5:19; Juan 13:18-30; Juan 5:20-23; Marcos 9:38-41; Apocalipsis 18:4; 1 Juan 2:3-6.

PARA MEMORIZAR:

“Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20, 21).

El Evangelio de Juan brinda una ventana a las preocupaciones de Jesús mientras su traición y su muerte se cernían. En cinco capítulos cruciales (Juan 13-17) recibimos las últimas instrucciones de Jesús, que culminan con lo que algunos han denominado su “oración sumosacerdotal” (Juan 17).

“Es una designación apropiada, ya que nuestro Señor, en esta oración, se consagra para el sacrificio en el que simultáneamente es sacerdote y víctima. Al mismo tiempo, es una oración de consagración en nombre de aquellos por quienes se ofrece el sacrificio: los discípulos que estaban presentes en el aposento alto y los que posteriormente aceptarían la fe a través del testimonio de ellos” (F. F. Bruce, The Gospel of John, p. 328).

En el núcleo de esta oración está la preocupación de Jesús por la unidad entre sus discípulos y por los que más adelante creerían en él: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos” (Juan 17:9, 10).

Ningún debate significativo sobre la unidad de la iglesia puede ser cabal sin prestar cuidadosa atención a esta oración. ¿Por qué y por quién oraba Jesús? ¿Qué significa su oración para nosotros hoy?

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Cuando Jesús estaba por dejar a sus discípulos, oró por ellos en una manera sumamente conmovedora y solemne para que todos pudieran ser uno “como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”. Juan 17:21-23. El apóstol Pablo en su primera epístola a los Corintios los exhorta a la unidad: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”. 1 Corintios 1:10 (Testimonios para la iglesia, tomo 3, p. 490).

Para que sean uno, así como nosotros somos uno. Juan 17:22. En estas palabras tenemos una declaración convincente que comprueba el hecho de que la unidad, la benevolencia y el amor existirán entre los que sean cristianos verdaderos. El Redentor del mundo es exaltado, glorificado en el carácter de todos aquellos que creen… Cuán tremendas las consecuencias para el mundo que penden de los que se dicen cristianos, que dicen creer que la Biblia es la Palabra de Dios…

Os ruego en el nombre de Jesús de Nazaret que desterréis todo lo que se asemeje al orgullo espiritual y el amor a la supremacía. Convertíos en niñitos, ya que cuando termine la lucha, llegaréis a ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Leed Juan 17 una y otra vez. Esa oración que nuestro Salvador elevó a su Padre en favor de sus discípulos es digna de repetirse a menudo, y de ser practicada en la vida diaria. Alzará al hombre caído, porque el Señor ha prometido que si conservamos esta unidad. Dios nos amará como amó a su Hijo: el pecador se salvará, y Dios será glorificado eternamente (Sons and Daughters of God, p. 295; parcialmente en Hijos e hijas de Dios, p. 297).

Quien expresó esta oración está intercediendo hoy delante del Padre en favor de los seres humanos a quienes redimió. Los presenta delante de Jehová diciendo: “Los tengo esculpidos en las palmas de mis manos” compare con. Isaías 49:16.

Santificación es llegar a la unidad con Cristo mediante la obediencia a la verdad; éste es el propósito de Dios para nosotros. Por la santificación y la unidad los cristianos deben dar evidencia al mundo de que, mediante Cristo, se hizo una obra perfecta en favor de ellos. De esta manera deben dar testimonio de que Dios envió a su Hijo para salvar a los pecadores.

¿Permitirán Uds. que Cristo realice esta obra de santificación en sus corazones? Hoy pueden ser perfectos en El. Tienen la seguridad de que por medio de la santificación de la verdad pueden ser perfeccionados en la unidad (Alza tus ojos, p. 29).

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Lección 03 | Domingo 14 de octubre______________________________________________

JESÚS ORA POR SÍ MISMO

La oración sumosacerdotal se divide en tres partes. En primer lugar, Jesús ora por sí mismo (Juan 17:1-5), luego por sus discípulos (Juan 17:6-19) y finalmente por quienes más adelante creerían en él (Juan 17:20-26).

Lee Juan 17:1 al 5. ¿Cuál es la esencia de su oración y qué significa para nosotros?

Juan 17:1-5

Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.

Jesús intercede primero por sí mismo. En acontecimientos anteriores del Evangelio de Juan, Jesús indicó que aún no había llegado su hora (Juan 2:4; 7:30; 8:20). Pero ahora sabe que llegó la hora de su sacrificio. Ha llegado el momento de la conclusión dramática de su vida terrenal, y él necesita fuerzas para culminar su misión. Es tiempo de orar.

Jesús glorificará a su Padre haciendo su voluntad, incluso si eso significa que deba soportar la Cruz. Su aceptación de la Cruz no es una especie de fatalismo; de hecho, es más bien la manera en que ejerce la autoridad que el Padre le ha dado. Él no murió como mártir, sino que glorificó voluntariamente a su Padre al cumplir la razón de su encarnación: su muerte sacrificial en la Cruz por los pecados del mundo.

¿Qué es la vida eterna según Juan 17:3? ¿Qué significa conocer a Dios?

Juan 17:3

Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.

Ante todo, Jesús nos dice que la vida eterna consiste en conocer personalmente a Dios. Esto no es salvación por obras ni por conocimiento, sino que es la experiencia de conocer al Señor por lo que Jesús ha hecho por nosotros en la Cruz. Este conocimiento se canaliza a través de una relación personal con el Padre. Nuestra tendencia humana es limitar el conocimiento a hechos y detalles, pero aquí Jesús apunta a algo más profundo y satisfactorio: una relación personal con Dios. El primer advenimiento de Jesús también tuvo el propósito de guiar a la humanidad en su búsqueda de un conocimiento más significativo y salvífico de Dios, y de la unidad mutua a la que conducirá ese conocimiento.

¿Cuál es la diferencia entre conocer a Dios y conocer a Dios personalmente? ¿Qué experiencias has tenido que te hayan ayudado a conocer a Dios?

 

 

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El siguiente trimestre (primero de 2019) estudiaremos el libro de Apocalipsis; esto requerirá mucho tiempo y dedicación para presentar un buen comentario, como aquí solemos hacerlo. Es mi sueño darle lo mejor posible hasta que venga Jesús, y es mi sueño también que usted colabore con este ministerio.

Un abrazo en Cristo 

Tony García

 

 

COMENTARIO DE LA LECCIÓN

Día Domingo y Lunes, juntos:

Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, 10 y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. 11 Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. 12 Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. 13 Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. 14 Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. 16 No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17 Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. 18 Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. 19 Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. 20 Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, 21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. (Juan 17)

¡Qué extraña condescendencia! Jesucristo, quien tiene las llaves del cielo, está tocando a la puerta de la habitación del Padre, para tener una íntima conversación con él.

En esa conversación de Cristo con el Padre, Jesucristo pidió por él mismo; también pidió por sus discípulos y pidió por todos nosotros: nosotros los que algún día íbamos a creer en él, comenzando desde su ascensión, hasta los días finales de la Tierra.

El lugar de esta oración fue posiblemente en el valle de Cedrón. Sin importar dónde haya sido, toda alma devota, hace de cualquier lugar un centro de oración: Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda.” (1Timoteo 2)

La hora de esa oración fue por la noche, durante la última noche de su vida, antes de su muerte en la cruz. Los impíos suelen orar antes de su muerte y casi siempre lo hacen siendo víctimas de  una convulsionada aflicción; los hombres santos suelen orar antes de su muerte y casi siempre lo hacen con una santa devoción.

Su audiencia estaba compuesta por los discípulos; muchas veces Jesucristo oró solo, pero en esta ocasión oró en presencia de sus discípulos. La oración privada es para beneficio del que ora, mientras que la oración pública es para el beneficio del que escucha.

Dos oraciones hizo Jesucristo en esa misma noche y las dos oraciones son totalmente diferentes la una de la otra. Esta oración que Jesucristo hizo frente a sus discípulos rebozaba de calma y triunfo, mientras que la oración del Getsemaní era una oración cargada de agonía y abatimiento.

Estas dos oraciones diferentes, ha dado la oportunidad para que el incrédulo critique a Cristo. Lo critican  por ser inconsistente en su manera de actuar, ya que en una de ellas, Cristo  demuestra calma, quietud y triunfo, mientras que en la otra da la impresión de que demuestra terror, abatimiento, y el deseo de desertar de su misión.

Dos puntos necesitamos comprender ante esta crítica:

-Primero: Jesucristo era plenamente divino, pero también era plenamente humano. No hay enfermedad que los humanos tengamos que Cristo no experimentó, no hay sufrimiento, dolor o aflicción que nosotros suframos, que Jesucristo no haya experimentado, esto demuestra que en esta tierra, Cristo sufrio exactamente lo que todos los humano sufrimos durante nuestras vidas. Jesucristo, en su momento de crisis, sin duda alguna fue un superhombre: Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. (Isaías 53)

-Segundo: Jesucristo, sin importar su estado anímico, siempre fue verdadero y auténtico: su propósito nunca fue alterado. Como todo humano que tenemos altos y bajos en nuestra vida, Jesucristo también sufrió lo mismo. Se le vio triste y se le vio con gozo; se le vio llorar y se le vio reír; se le vio bendecir y se le vio maldecir, se le vio con angustias y se le vio con calma, se le vio con hambre y se le vio comer, se le vio nacer y se le vio morir, se le vio en la tumba y se le vio resucitar; en todas estas situaciones extremas y opuestas, fue encontrado verdadero, auténtico,  justo y sin pecado.

 

“…Padre, la hora ha llegado…”

Siempre hay una hora en nuestra vida, que es mucho más trascendental que el resto de las horas. La hora del nacimiento, la hora de abandonar el hogar en nuestras mocedades, la hora de la graduación, la hora de la boda, la hora del nacimiento de nuestros hijos, la hora de la despedida y, al final, la hora de nuestra muerte.

 

“…Padre, la hora ha llegado…”

El imponente reloj divino se puso en marcha desde la caída del hombre, contando los milenios, los siglos, los lustros (5 años), los años, los meses, los días, las horas, los minutos y los segundos para esta hora. Por eso, faltando solamente unas cuantas horas para su muerte, Jesucristo declara con solemnidad “Padre, la hora ha llegado.”

Para esta hora, el traicionero ya estaba muy adelantado en su infame negocio de traición; la pérfida maquinaria que daría la muerte a Cristo ya se había puesto en marcha, y la Víctima ya había declarado al mundo y al universo que su hora había llegado; aquella Víctima estaba lista para sangrar y morir en el altar.

Tardó mucho tiempo para que el reloj divino marcara la hora, pero al fin la hora llegó. Patriarcas, sacerdotes, profetas, reyes, siervos y mensajeros, esperaron con ansias ver la hora indicada por el Cielo, pero sus ojos lentamente se fueron debilitando, y sólo murieron con la esperanza de presenciar el tan esperado momento.

Esta hora marcaba el matrimonio de los extremos de la vida:

-En esta hora se marcaba la más grande humillación para el Creador del mundo, al mismo tiempo que se marcaba el momento más glorioso del Salvador del mundo

-En esta hora se marcaba el crimen más grande cometido en la historia de la Tierra, al mismo tiempo esta hora marcaba la exhibición más grande de la misericordia divina para la raza caída

-En esta hora se marcaba la más perversa maldad del hombre, al mismo tiempo que se marcaba la gran santidad de Dios

-En esta hora se marcaba el gran triunfo de Satanás sobre Cristo, al mismo tiempo que el Cielo declaraba un triunfo diferente de Cristo sobre Satanás: era el verdadero triunfo y un triunfo duradero, perdurable, para siempre.

-En esta hora se cumplía la primera promesa registrada en el Sagrado Libro: «y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar» (Génesis 3:15). El Hijo de Dios sucumbía por unas pocas horas, mientras que su acérrimo enemigo era condenado para siempre, sentenciado a morir al final de los tiempos  «12 Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo.» (Apocalipsis 12:12).

No ha habido otra hora como ésta: la eternidad entera se detuvo un momento, y de allí en adelante se declaró un antes y un después.

Antes de esta hora el hombre que había vivido en pecado sólo tenía la esperanza de un Salvador; después de esta hora, el pecador pudo cantar «…un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; 10 y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Apocalipsis 5)

DIGNO ERES, OH JESÚS

(Himnario adventista, 148 versión anterior)

1

¡Digno eres, oh Jesús!
digno eres, oh Jesús, 
digno eres, oh Jesús 
que moriste en la cruz.

Coro:

¡Gloria, aleluya! 
¡Dadle alabanza! 
¡Gloria, aleluya! 
¡Digno Jesús!

2

Venga en gloria celestial

tu gran reino eternal

con el gozo angelical, 
¡digno, Jesús!

3

Que te honremos, oh Señor,

con servicio y con valor;

guárdanos por tu amor, 
¡digno, Jesús.!

 

Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.

Cristo había glorificado a su Padre al terminar en la Tierra la misión que su propio Padre le había encomendado.

El diablo siempre ha tenido acusaciones en contra del cielo: Cuando el hombre pecó; dijo que la ley era algo imposible de guardar y también dijo que para Dios era imposible perdonar. Jesucristo con su vida en esta tierra demostró que la ley si se puede guardar, y con su muerte demostró que Dios puede perdonar,

La dignidad de la ley que el hombre había quebrantado fue vindicada por la vida de Cristo, y la condena del pecado sería pagada por la muerte de Cristo; los pecados del mundo habían sido limpiados para siempre y de una sola vez.

Cristo había terminado toda esta obra, a pesar de la fiera oposición de Satanás y sus demonios, a pesar de la incomprensión de su propia familia respecto a su misión, a pesar de la apatía y la indiferencia de los judíos hacia él, a pesar de la ignorancia religiosa de los dirigentes de la iglesia, a pesar del antagonismo y la violencia de los poderes políticos reinantes del mundo en esa época.

 

“…he acabado la obra que me diste que hiciese…”

Las palabras de Cristo en este texto, nosotros los humanos las entendemos perfectamente. Suele suceder que cuando estamos al borde de la muerte, comenzamos una revisión minuciosa de todos nuestros éxitos y fracasos en la vida, de la misma manera que lo hizo Pablo y también lo hizo Cristo. Em mundo de habla inglesa, suele llamarle a la hora de la muerte: «la hora de la sinceridad»

 

Pablo, cuando enfrentó la muerte, dijo: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.” (2 Timoteo 4: 7-8)

Lo mismo sucedió con Cristo: cuando él se enfrentó cara a cara con la muerte, hizo una revisión de sus logros en esta tierra y es el único en la historia de este mundo que puede decir con plena seguridad: “…he acabado la obra que me diste que hiciese.”

No hay ningún otro hombre en la tierra que pueda o que se atreva a repetir las palabras de Cristo con esa misma autoridad y seguridad. El mejor hombre que haya vivido en la tierra, al momento de enfrentar la muerte, tiene otras palabras en sus labios:

-Mi trabajo en este mundo apenas estaba comenzando

-Tanto esfuerzo para nada

-Fueron pocas cosas buenas las que logré hacer en mi vida

-Hubiera podido hacer más

-No hice nada

-Desperdicié mi vida

Todas estas son las expresiones de remordimiento e incapacidad, que brotan de los temblorosos y pálidos labios de un moribundo cualquiera. Mas no fueron la expresión de Cristo.

Las palabras de Cristo son diferentes, son palabras de satisfacción, son palabras que brotan de un alma que tiene una conciencia limpia y un espíritu satisfecho. Por eso él es el único en la historia de esta Tierra, que con plena autoridad pudo decir: “he acabado la obra que me diste que hiciese.”

Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, 10 y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. 11 Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. 12 Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. 13 Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. 14 Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. 16 No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17 Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. 18 Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. 19 Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.

 

Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son

La segunda parte de la oración comienza en este versículo. Esta es la parte intercesora de la oración, donde Cristo pide por sus discípulos que vivirían en todas las edades del cristianismo, comenzando por sus doce, hasta nosotros que pertenecemos a los linderos del final de la historia del mundo.

Cristo es específico al decir que no está pidiendo por el mundo, sino por sus discípulos que están en el mundo.

Es que para cuando se pide para el mundo la oración tiene que ser diferente; para el mundo se necesita orar pidiendo su conversión, se necesita orar pidiendo por el perdón de su culpabilidad y pidiendo para que la misericordia divina no extermine al pecador. Una vez el mundo se haya convertido, entonces sí se puede pedir por santidad y por el poder de la perseverancia en la santidad.

En el versículo 21 encontramos el pedido de Cristo por el mundo: 21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.”

Cristo comienza intercediendo por sus 12 discípulos originales. Este es un grupo de 12 hombres con pensamientos, con gustos y con deseos diferentes, como siempre lo ha sido en la historia de esta Tierra. Estos hombres fueron escogidos por el Padre, de entre miles o millones de judíos, que para ese tiempo habitaban en la nación hebrea.

Este grupo de hombres eran del mundo, porque el mundo era su habitación, y porque eran esclavos de Satanás. El mundo siempre está opuesto a las enseñanzas y a la vida ejemplar de Cristo. Del imperio mundanal fueron extraídos estos hombres, para llegar a ser parte del reino celestial.

De esto aprendemos que podemos estar llenos de imperfecciones y enfermedades, rodeados de tentaciones y pruebas, cargados con tristezas y aflicciones, y a pesar de todo esto, es posible vivir en el mundo, pero no ser parte del mundo.

Estos hombres eran del Padre, por creación, por preservación, por bendición y por sustentación; podemos decir que éstos eran del Padre, por creación, por soberanía y por paternidad.

Estos hombres fueron entregados a Cristo como ovejas para ser cuidadas por su Pastor, como pacientes para ser sanados por el gran Médico, como alumnos para ser entrenados por el gran Maestro, como hermanos menores para ser llevados de regreso al Padre, por el Hermano Mayor.

Fueron entregados por el Padre al Hijo, para ser restaurados y conservados para vida eterna. Siguen siendo propiedad del Padre por creación y sustentación y ahora se convierten en propiedad del Hijo, por restauración y redención.

Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son,

Dios entregó a la escuela de Cristo, tanto lo bueno, como también lo malo. Desde el ingreso del pecado en el mundo, siempre han crecido juntos el trigo y la cizaña, siempre han vivido juntos ovejas y cabros; en toda comunidad cristiana se encuentran buenos hombres y malos hombres, nunca ha faltado un Judas en cada comunidad cristiana que haya existido en la tierra.

Judas no llegó por casualidad al redil de Cristo. Llegó para que la Escritura se cumpliera, “el hijo de la perdición” al final fue al lugar que le correspondía. Es mucho mejor que un hombre se caiga caminando en la playa, y no que se caiga caminando en un elevado acantilado, caer en las ruinas desde un mundo corrupto, no es tan grave como caer de las alturas del privilegio cristiano.

10 y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos.

Perfecta unidad entre Cristo y el Padre, no hay nada que los diferencie en propiedad ni en atributos; lo que le pertenece a uno le pertenece al otro, son uno en propósito, en pensamiento, en carácter y en santidad.

“y he sido glorificado en ellos.”

¡Profundas palabras de Cristo! Nuestra mente se queda corta en comprenderlas. Muchas veces solemos presenciar la condecoración que una nación le entrega a un líder militar por una victoria obtenida; algunos de estos hombres suelen decir que ellos han logrado ese triunfo gracias a la bravura, dedicación y empeño de los soldados bajo su mando, y esas palabras de modestia y de humildad, son muy apreciadas por los hombres.

Pero aquí Jesucristo está diciendo lo contrario; él está diciendo que en estos pocos, débiles e insignificantes hombres, él fue glorificado. Estas palabras no sólo nos causan admiración, sino que también despiertan nuestro amor, ya que la grandeza divina, está tomando la insignificancia humana, y la incluye en el gran plan de salvación. ¡Qué Dios majestuoso el nuestro!

Estas son algunas maneras en las que Cristo fue glorificado en sus once discípulos:

-Por ser librados de condenación por los méritos de su sangre

-Por el excelente aprendizaje que recibieron

-Por el cambio que se realizó en el carácter de ellos

-Por la fe y la confianza que éstos consiguieron

-Porque fueron trofeos de su poder

-Porque estuvieron dispuestos a abandonar las cosas que el mundo les ofrecía

-Por la resignación y contentamiento a su destino

-Por su obediencia a la ley de Dios

-Por confesar públicamente su fe

-Por su celo para anunciar el evangelio por todo el mundo

11 … Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre…

Posiblemente no haya otra expresión más sublime de parte de Cristo que ésta, ya que esta expresión refleja la intensidad y la pureza del amor divino.

La expresión “Padre santo”  es la crema y la nata de toda literatura religiosa: Cristo reconoce la santidad de su Padre. Este es un título que sólo pertenece a Uno en el universo, sólo se le puede dedicar a nuestro Padre Celestial. Ya sea Padre santo, o santo Padre –que da lo mismo– es título exclusivo, únicamente dedicable a Dios. ¡Que nadie intente siquiera usarlo para ser humano alguno!

Muchas familias son divididas por la parcialidad o las injusticias de sus padres. Los pecados, debilidades y vicios de un padre, atraen calamidades, desgracias y terribles consecuencias sobre sus hijos, pero aquí Jesucristo presenta una escena totalmente contraria a la que muchos presenciamos con nuestros padres terrenales.

Es una escena que une a todos los hijos bajo el nombre de un Padre, une el corazón de los hijos al hogar perfecto, del perfecto Padre celestial.

Bendecidos somos los hijos que tenemos y reconocemos en nuestro padre terrenal, la máxima representación de la justicia, la rectitud, la unión y el amor.

Para aquellos que no hemos experimentado esa experiencia, nuestro Hermano mayor, hizo una plegaria a nuestro verdadero Padre, a que nos guardara en su nombre.

Estas son algunas de las maneras en las que somos guardados en el nombre de nuestro “Padre santo”

Torre fuerte es el nombre de Jehová; A él correrá el justo, y será levantado. (Proverbios 18: 10)

Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. (Salmos 18:2)

Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. (2 Timoteo 1: 12)

Oh Pastor de Israel, escucha; Tú que pastoreas como a ovejas a José, Que estás entre querubines, resplandece. (Salmos 80:1)

Porque sol y escudo es Jehová Dios; Gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad. (Salmos 84: 11)

» 11-Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.»

Cuenta la historia de un hombre cristiano que viajaba a caballo por la campiña de Irlanda. Durante este viaje alguien le apuntó y le disparó con un revólver a quema ropa.

El reporte del disparo llegó a sus oídos, pero su cerebro no recibió ninguna noticia de daño a su cuerpo. El hombre ante tal sorpresa, presuró su caballo lo más que pudo para desaparecer del negro escenario y logró llegar a casa, sano y salvo. Este cristiano solía siempre llevar en el bolsillo de su saco una pequeña Biblia; cuando sacó la Biblia del bolsillo, se dio cuenta de que la bala se había anidado en las páginas de su pequeña Biblia.

Abrió su Biblia para remover la bala y la punta de ésta, había viajado por todo el Antiguo testamento comenzando desde el libro de Génesis, y se había detenido precisamente en el versículo de Juan 17: 11 en la parte que dice: 11… Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.”

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Cristo había concluido la obra que se le había confiado. Había glorificado a Dios en la tierra. Había manifestado el nombre del Padre. Había reunido a aquellos que habían de continuar su obra entre los hombres. Y dijo: “Yo soy glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo, mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. ¡Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que ellos sean uno, así como nosotros lo somos!”…

Así, con el lenguaje de quien tenía autoridad divina, Cristo entregó a su electa iglesia en los brazos del Padre. Como consagrado sumo sacerdote, intercedió por los suyos. Como fiel pastor, reunió a su rebaño bajo la sombra del Todopoderoso, en el fuerte y seguro refugio. A él le aguardaba la última batalla con Satanás, y salió para hacerle frente (El Deseado de todas las gentes, p. 635).

[El] conocimiento de Dios… es el fundamento de toda verdadera educación y de todo verdadero servicio. Es la única real salvaguardia contra la tentación; y solamente eso puede hacerle a uno semejante a Dios en carácter. Por medio del conocimiento de Dios y de su Hijo Jesucristo, se imparten a los creyentes “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad”. Ningún buen don se niega al que sinceramente desea obtener la justicia de Dios.

“Esta empero es la vida eterna —dijo Cristo—, que te conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, al cual has enviado” (Juan 17:3). Y el profeta Jeremías declaró: “No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar; en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio, y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová” (Jeremías 9:23, 24). Difícilmente puede la mente humana entender la anchura, profundidad y altura de las realizaciones espirituales del que obtiene este conocimiento (Los hechos de los apóstoles, p. 423).

Jesús, resplandor de la gloria de su Padre, “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo” (Filipenses 2:6, 7). Consintió en pasar por todas las experiencias humildes de la vida y en andar entre los hijos de los hombres, no como un rey que exigiera homenaje, sino como quien tenía por misión servir a los demás…

Jesús se vació a sí mismo, y en todo lo que hizo jamás se manifestó el yo. Todo lo sometió a la voluntad de su Padre. Al acercarse el final de su misión en la tierra, pudo decir: «Yo te he glorificado en la tierra: he acabado la obra que me diste que hiciese”. Y nos ordena: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo” (Juan 17:4); renuncie a todo sentimiento de egoísmo para que éste no tenga más dominio sobre el alma (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 17, 18).

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Lunes 15 de octubre | Lección 03_________________________________________________

JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS

Lee Juan 17:9 al 19. ¿Por qué motivos ora específicamente Jesús en relación con sus discípulos?

Juan 17:9-19

Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, 10 y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. 11 Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. 12 Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. 13 Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. 14 Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. 16 No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17 Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. 18 Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. 19 Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.

A continuación, Jesús ora por sus discípulos, quienes corren el grave peligro de perder su fe en los días venideros, cuando él ya no esté con ellos en carne y hueso. Por lo tanto, los consagra al cuidado de su Padre.

Jesús pide que Dios los proteja en el mundo. En este sentido, Jesús no ora por el mundo, porque sabe que es intrínsecamente opuesto a la voluntad del Padre (1 Juan 5:19). Pero, debido a que el mundo es el lugar donde servirán los discípulos, Jesús ora para que puedan ser preservados del mal en el mundo. Jesús está preocupado por el mundo; de hecho, él es su Salvador. Pero la difusión del evangelio está ligada al testimonio de aquellos que irán a predicar las buenas nuevas. Por eso, Jesús necesita interceder por ellos para que el maligno no los derrote (Mat. 6:13).

No obstante, un discípulo ha sido derrotado. Previamente esa noche, Jesús había mencionado que uno de ellos había decidido traicionarlo (Juan 13:18-30). Aunque Jesús se refiere al hecho de que las Escrituras habían predicho la traición de Judas (Sal. 41:9), este no era víctima del destino. Durante la Santa Cena, Jesús lo interpeló con un gesto de amor y amistad (Juan 13:26‑30). “En ocasión de la cena de Pascua, Jesús demostró su divinidad revelando el propósito del traidor. Incluyó tiernamente a Judas en el servicio hecho a los discípulos. Pero no fue oída su última súplica de amor” (DTG 667).

Al saber que la envidia y los celos podían dividir a los discípulos, como había sucedido en ocasiones anteriores, Jesús ora por su unidad. “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Juan 17:11). Esa unidad está más allá de cualquier logro humano. Solo puede ser el resultado y el regalo de la gracia divina. La unidad de ellos se fundamenta en la unidad del Padre y del Hijo, y esta unidad es un prerrequisito indispensable para un servicio eficaz en el futuro.

La santificación o consagración de los discípulos en la verdad también es indispensable para el servicio. La obra de la gracia de Dios en el corazón de los discípulos los transformará. Pero, si han de dar testimonio de la verdad de Dios, ellos mismos deben ser transformados por esa verdad.

¿Qué significa no “esta[r] en el mundo”? ¿Qué hay en nosotros, en nuestra vida y en nuestra forma de vivir que hace que no seamos de este mundo?

COMENTARIO DE LA LECCIÓN

El comentario de este día, está junto con el de ayer

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Jesús no vivió para agradarse a sí mismo. Se entregó como un sacrificio vivo y consumidor en favor de los demás. Vino a elevar, a ennoblecer, a hacer felices a todas las personas con las que se relacionaba. Los que reciben a Cristo abandonarán todo rasgo descortés y áspero, y manifestarán la amabilidad y la bondad que hay en Jesús, porque Cristo mora en el corazón por la fe. Cristo era la Luz que brillaba en la oscuridad, y sus seguidores también deben ser la luz del mundo. Deben encender su lámpara en el altar divino. El carácter que es santificado por la verdad adquiere un lustre perfecto.

Cristo es nuestro modelo, pero a menos que lo contemplemos, que nos espaciemos en su carácter, no lo reflejaremos en nuestra vida práctica. Fue manso y humilde de corazón. Nunca cometió una acción ruda, nunca pronunció una palabra descortés. El Señor no se complace con nuestra conducta ruda y carente de simpatía manifestada hacia los demás. Debemos sacar de nuestro carácter todo egoísmo, y debemos llevar el yugo de Cristo. Entonces… Estaremos listos para vivir en compañía de los ángeles. Debemos estar en el mundo, pero no debemos ser del mundo (A fin de conocerle, p. 305).

La iglesia de Cristo debe estar en el mundo, pero no ser del mundo. Cuando Dios llama a su pueblo a juntarse en capacidad de iglesia, su designio es que formen una sola familia cristiana y que diariamente sean hechos más aptos para su lugar en la familia del cielo.

De esta manera Dios forma a los creyentes en su Palabra en un solo cuerpo, a fin de que su influencia sea una bendición unos a otros y para el mundo. Cada miembro convertido revela una transformación del carácter, y es fortalecido y sustentado por el valor y la fe del conjunto…

La iglesia es el objeto del más tierno amor y cuidado de Dios. Si los miembros se lo permiten, revelará su carácter por medio de ellos… Los que caminan y conversan con Dios practican la mansedumbre de Cristo. En sus vidas, la paciencia, la mansedumbre y el dominio propio están unidos al santo fervor y a la diligencia. A medida que avanzan hacia el cielo, se borran los rasgos duros de su carácter y se deja ver la santidad (In Heavenly Places, p. 283; parcialmente en En los lugares celestiales, p. 285).

Solamente en la medida en que estuvieran unidos con Cristo, podían esperar los discípulos que los acompañara el poder del Espíritu Santo y la cooperación de los ángeles del cielo. Con la ayuda de estos agentes divinos, podrían presentar ante el mundo un frente unido, y obtener la victoria en la lucha que estaban obligados a sostener incesantemente contra las potestades de las tinieblas. Mientras continuaran trabajando unidos, los mensajeros celestiales irían delante de ellos abriendo el camino; los corazones serían preparados para la recepción de la verdad y muchos serían ganados para Cristo. Mientras permanecieran unidos, la iglesia avanzaría “hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden”. Cantares 6:10 (Los hechos de los apóstoles, p. 74).

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Lección 03 | Martes 16 de octubre_________________________________________________

“POR LOS QUE HAN DE CREER EN MÍ”

Después de haber orado por sus discípulos, Jesús amplió su oración e incluyó a “los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Juan 17:20).

Lee Juan 17:20 al 26. ¿Cuál era el mayor deseo de Jesús para quienes más adelante creerían en el mensaje del evangelio? ¿Por qué es tan importante que esta oración se cumpla?

Juan 17:20-26

20 Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, 21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. 22 La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. 24 Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. 25 Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. 26 Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.

Como el Padre y el Hijo son uno, Jesús oró para que los futuros creyentes también fuesen uno. En algunos lugares del Evangelio de Juan, Jesús se refirió a la unidad del Padre y del Hijo. Nunca actúan independientemente el uno del otro, sino que están siempre unidos en todo lo que hacen (Juan 5:20-23). Comparten un amor común por la humanidad caída hasta tal punto que el Padre estuvo dispuesto a dar a su Hijo por el mundo, y el Hijo estuvo dispuesto a dar su vida por ello también (Juan 3:16; 10:15).

La unidad a la que Jesús se refiere en esta oración es una unidad de amor y propósito, como la que existe entre el Padre y el Hijo. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Manifestar esta unidad en amor confirmará públicamente su relación con Jesús y con el Padre. “La exhibición de su unidad auténtica debe proporcionar un testimonio convincente de la verdad del evangelio” (A. J. Köstenberger, John, Baker Exegetical Commentary on the New Testament, p. 498).

Así es como el mundo sabrá que Jesús es el Salvador. En otras palabras, esta unidad por la que Jesús oró no puede ser invisible. ¿Cómo puede convencerse el mundo de la veracidad del evangelio si no puede ver el amor y la unidad entre el pueblo de Dios?

“Dios está conduciendo a un pueblo para que se coloque en perfecta unidad sobre la plataforma de la verdad eterna. […] Dios quiere que sus hijos lleguen todos a la unidad de la fe. La oración de Cristo, precisamente antes de su crucifixión, pedía que sus discípulos fuesen uno, como él era uno con el Padre, para que el mundo creyese que el Padre lo había enviado. En esta, la más conmovedora y admirable oración, extendida a través de los siglos hasta nuestros días, sus palabras son: ‘Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos’ (Juan 17:20).

“¡Cuán fervorosamente deben tratar de contestar esta oración en su vida los que profesan seguir a Cristo!” (TI 4:21).

¿Qué estamos haciendo en nuestra vida y en nuestra iglesia para ayudar a alcanzar el tipo de unidad que se presenta aquí? ¿Por qué es primordial que cada uno de nosotros tenga cierto grado de muerte al “yo” si queremos que nuestra iglesia esté unida como debería?

COMENTARIO DE LA LECCIÓN

Juan 17:20-26

20 Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, 21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. 22 La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. 24 Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. 25 Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. 26 Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.

 

20 Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,

Los beneficios de la mediación de Cristo, están exclusivamente limitados y tienen derechos reservados solamente para aquellos que escogen, aceptan o deciden creer en él.

 Jesucristo, por más que quiera y lo desee, sencillamente no puede interceder por alguien que no cree en él. Su misericordia y su gracia abarca la vida del incrédulo, pero llega hasta allí, no más.

 Si la misericordia y la gracia logran hacer el trabajo de conversión en el corazón del incrédulo, es allí precisamente donde comienza el trabajo de la mediación de Cristo por el nuevo converso.

 

21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.

En el mundo podemos encontrar por lo menos dos falsas uniones.

 Una de esas falsas uniones es la que está basada en una completa ignorancia; es decir, que los que están unidos viven en completa oscuridad. Cierto día  todos los colores decidieron tener un concilio, pero el lugar que escogieron para dicha reunión estaba totalmente oscuro.  En ese lugar sin luz -fácil y prontamente- todos llegaron a la conclusión de que no había diferencia entre ellos: coincidieron en que todos eran negros.

 La otra unidad es aquella que une a los individuos, aun éstos estando conscientes y admitiendo que tienen diferentes puntos de vista y creencias. Esta falsa unidad es como el barro y el hierro de los pies de la estatua de Nabucodonosor, pueden adherirse o ajuntarse, pero no incorporarse, ni mezclarse.

 Hay una tendencia a confundir la unidad con la uniformidad. Estas son dos cosas totalmente diferentes. Puede haber unidad sin haber uniformidad, y también puede haber uniformidad, sin lograr la unidad. Lo contrario de la unión es la división, y lo contrario de la uniformidad es la variedad.

 La uniformidad se puede conseguir en casi todos los aspectos de la vida; los edificios muchas veces son construidos uniformemente, pero eso no quiere decir que hay unidad entre ellos. Los autos son idénticos uno al otro, y en esta uniformidad tampoco hay unidad. Hay cementerios que usan la misma lápida para todas las tumbas, pero en esa uniformidad, tampoco hay unidad. Cada residente tiene su propio lugar de descanso y no hay unión entre ellos.

 El uniforme idéntico que usan dos militares no tiene el poder para unirlos; ese poder de unión es la decisión individual de cada persona.

 Dos hermanos gemelos pueden ser idénticos en sus peinados y hasta en sus ropas, pero esto no es unión; ellos siguen siendo individuos separados, con pensamientos, caracteres y deseos diferentes.

 Llegamos a la conclusión de que en los objetos podemos encontrar la uniformidad, y solamente en los seres “humanos” vivientes, podemos encontrar la unidad.

 El primer ejemplo clásico de unidad que nos presenta la Biblia, lo encontramos en una de las frases más célebres y conocidas de la Biblia: “Hagamos al hombre conforme a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1: 26).

 Una de las uniones más poderosas que puede ocurrir en el hombre, es la unión religiosa.

 Pero esta unión religiosa muchas veces es mal interpretada y esta mala interpretación ha dado lugar a abusos, a persecuciones, a castigos, a crímenes y también hasta asesinatos.

 Muchos han llegado a la conclusión de que el pedido de Jesucristo: 21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” significa la creación de una sola religión, con una sola doctrina, con una sola manera de adoración o liturgia, con un sola organización y con un solo líder mundial para todos. 

 A esta falsa idea de unión eclesiástica, le han agregado la participación y la imposición de la ley del estado, y se ha convertido en una de las uniones más pervertidas  y peligrosas que pueden haber en la raza humana.

 La unidad de la cual habla Cristo, ha sido maliciosamente pervertida por un grupo de personas.   Eclesiásticos han soñado con una gran confederación, presidida por muchos ministros, gobernada por oficiales superiores, y éstos gobernados por otros de mayor rango, hasta llegar a la suprema cabeza visible de la organización, siendo ésta un consejo o una persona. Este sueño lo llevaron a la realidad, y el vaticano fue el centro de una Europa medieval «unida» por una sola religión, durante muchos siglos.

 

¿Cuál fue el resultado de esta unión? «21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.« ¿Creyó el mundo que Dios en verdad había mandado a Cristo? No, todo lo contrario. El mundo creyó  que Cristo  y el cristianismo, no venía de parte de Dios.

El mundo llegó a creer que Dios no tenía nada que ver con semejante maquinaria destructiva, con una iglesia supersticiosa, y con dirigentes criminales. Lo único que el mundo llegó a creer es que el cristianismo no era otra cosa sino el pueblo infiel que estaba en contra de Dios.

Lo más triste de todo es que el humano no aprendió la lección; después de despertar de la pesadilla medieval, aun se sigue soñando con una iglesia que instaure un nuevo orden mundial, y estamos muy cerca de que se repita la historia nuevamente.

 Toda unión en la que se usa la amenaza, el castigo, la fuerza o la muerte no es unión, sino tiranía.

 

21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.

Hay dos cosas mas que necesitamos comprender de este texto.

La primera es que la palabra “ellos” se refiere a individuos, en este caso, a todos los discípulos en todas las eras cristianas.

 La palabra “ellos” no se refiere a congregaciones, a religiones, a gobiernos, a uniones laborales o políticas, a confederaciones, ni a las grandes masas; la palabra “ellos” se está refiriendo a individuos que tienen una característica importante, todos ellos han decidido constituir un regalo que el Padre ha concedido al Hijo. El versículo 24 habla más específicamente de  “ellos”, son individuos que están unidos entre sí, por el amor del Padre y del Hijo: «24 Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.»

 Todos estos individuos forman la unión de una iglesia, pero no en la forma de monarquía tal como los romanistas lo enseñan, sino que la unión de la iglesia se representa a través del cuerpo de Cristo, siendo Cristo la cabeza del cuerpo, y no hombre alguno. 

 El segundo punto que necesitamos comprender en este texto, es que todos estos individuos han aprendido muy bien la lección, y están unidos porque tienen algo en común: son guardadores de la Palabra. He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.”

 Por lo tanto  nos queda claro, que Cristo no está pidiendo al Padre que las religiones estén unidas.  Cristo está pidiendo al Padre que todos aquellos individuos que han guardado la Palabra, sea unidos de la misma manera en que el Padre y Cristo, están perfectamente unidos y ligados, el uno al otro por amor.

 El amor  es la única fuerza que tiene la capacidad de unir a los individuos desde lo interno hacia lo externo, desde el interior hacia el exterior; toda otra fuerza que se use para unir a individuos, siempre trabaja al revés: desde el exterior, hacia el interior de la persona.

 La unión de la cual habla Cristo no está basada en la imposición, sino que está basada en la libre decisión de la persona, He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” (Apocalipsis 3: 20)

En esta postal que nos ofrece el amor divino, descubrimos al Rey del universo, tocando a la puerta del miserable humano, para compartir con éste, un delicioso y suculento banquete que pertenece solamente a la realeza. Dicho en otras palabras, la postal es del Rey de reyes y Señor de señores, extendiendo al pobre mortal una invitación para el banquete mesiánico.

 Pero la postal está al revés: pareciera ser que es un pordiosero el que está llamando a la puerta de un rey, para implorar un bocado de pan para saciar su hambre.   De esta es la unión habla Cristo: el pecador se une voluntariamente, sin presión y sin fuerza, a la oferta que el Cielo le ofrece.

Marcos 9:38-41

38 Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. 39 Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagros en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. 40 Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. 41 Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.

El poder para hacer el bien, no puede ser el monopolio o exclusividad solo de un grupo determinados de creyentes.

En la narrativa de este texto, descubrimos que los discípulos se encontraron con un hombre que hacía milagros y solamente porque no era miembro del colegio apostólico, los discípulos le prohibieron que hiciera milagros.

Posiblemente el hombre que los discípulos encontraron pertenecía al colegio de Juan el Bautista, quizás no tenía la luz completa que estaban adquiriendo los discípulos de Jesús, pero a pesar de eso, expulsaba demonios con la aprobación del Cielo y también de Cristo.

A este hombre no lo encontraron predicando, lo encontraron expulsando demonios. El único que tiene poder sobre el demonio es Cristo, y si este hombre estaba haciendo este tipo de milagro, era porque tenía el poder de Cristo, y si tenía el poder de Cristo, entonces también tenía la comisión de Cristo.

¿Quién puede prohibirle a un hombre llevar a cabo su trabajo, si el mismo Cielo le ha otorgado el permiso para hacer milagros y predicar a Cristo? Nadie.

Este hombre no era discípulo de Cristo; él había tomado el evangelio a su manera y hacía los milagros a su manera, pero aun sin ser un discípulo de Cristo, en su corazón estaba la sensación de ser una pertenencia completa de Cristo.

Físicamente estaba lejos de Cristo, pero su comprensión lo había llevado a la conclusión de que el nombre de Cristo tenía poder y ya lo había experimentado muchas veces y de una manera muy avanzada y seria.

No era un hijo de Dios directamente, pero sí era un siervo de Cristo. De esto aprendemos que el poderoso nombre de Cristo ejerce una autoridad suprema, aun en aquellos que están lejos de él; y ese poder no se limita sólo a personas, sino que actúa sobre la vida natural del humano, sobre las leyes, la ciencia, el arte y la naturaleza entera.

Suele suceder que hay muchas personas que no son de nuestra religión, que no se reúnen en ninguna de nuestras congregaciones, y tampoco tienen la luz completa que nosotros decimos que tenemos; pero hacen grandes cosas, grandes maravillas y grandes milagros en favor del evangelio de Cristo.

A muchos de ellos podemos verlos expulsando demonios, haciendo milagros de sanación divina, combatiendo malos hábitos y combatiendo los vicios que afectan a la humanidad, los encontramos luchando en contra de las viles pasiones de las gentes, combatiendo la ignorancia religiosa y también combatiendo la pobreza del mundo. 

Muchos de ellos se han enfrentado valientemente a problemas o dificultades que nosotros como iglesia no hemos querido o no hemos podido enfrentar; y muchos de ellos han resuelto problemas que para nosotros nos parecían imposibles de resolver. En todas partes del mundo nos encontramos con personas que sin ser parte de nuestra iglesia, son fundamentales en la obra de Dios.

Los discípulos pertenecían a un clan espiritual con muy poca tolerancia religiosa. Al prohibir a este hombre hacer milagros, el mensaje de los discípulos era muy fácil de entender: “Si no es de nuestro grupo, lo que hace no es bueno y tiene que estar equivocado.”

Esa es nuestra naturaleza. Los discípulos fácilmente olvidaron la intolerancia que los judíos tenían hacia ellos y, si estaba en su poder, practicaban el mismo espíritu en contra de otro, que posiblemente hacia las cosas mejor que ellos; su único delito era no pertenecer al grupo religioso apostólico.

Ante la intolerancia religiosa de los apóstoles, podemos ver la gran tolerancia de Cristo para todos aquellos que son siervos del Cielo, sin importar su origen o afiliación religiosa.

39 Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis.

Jesucristo nos entrega una advertencia en contra de la intolerancia religiosa. La intolerancia religiosa limita y excluye de la gracia de Cristo a las personas que no trabajan directamente bajo el nombre de Cristo.

En los versículos 39 y 40 encontramos que Cristo dio la orden de no prohibir al hombre hacer milagros, por dos razones fundamentales:

La primera razón es que todo aquel que hace milagros en el nombre de Cristo, no habla en contra de ese precioso nombre. Puede estar equivocado en su creencia o en la interpretación de las Escrituras, pero nunca va a hablar en contra del nombre de Cristo; al contrario, este tipo de gente son los más grandes defensores de ese bendito y dulce nombre. «39 Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí.»

 La segunda razón por la que todo aquel que no obra en contra de Cristo, que no obra en contra de su evangelio y que no obra en contra de los seguidores de Cristo, es parte de la obra de Cristo. Dicho en otras palabras la ausencia de oposición en estos siervos, es la más grande señal de su cooperación con Cristo y su evangelio.  «40 Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es»

 

Antes estos siervos de Dios, que no pertenecen a nuestro clan religioso, nosotros podemos tomar diferentes posturas, por ejemplo:

-Uno puede decir: ese no es de nuestro grupo, y lo que hace es muy dudoso

-Un segundo puede decir: no se metan con él, déjenlo tranquilo

-Un tercero puede decir: no necesitamos meternos en otro problema, ya tenemos suficientes con los nuestros

-Y un cuarto puede decir: ¿Soy acaso guarda de mi hermano?

Nuestra actitud con estas personas cambiará de acuerdo con nuestra profesión, nuestra conducta, nuestros sentimientos y con nuestro carácter.

41 Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.

No podemos confundir humanidad con cristiandad.

Hay muchas personas que ayudan a la humanidad, se compadecen de los pobres, socorren al enfermo, alimentan a pueblos enteros en medio de las hambrunas, pero eso no es precisamente cristianismo. 

La filantropía ayuda en nombre de la humanidad, y el cristianismo ayuda en el nombre de Cristo. La leyenda de Robin Hood nos relata de su gran ayuda a los pobres, por el robo que perpetraba en contra de los ricos; ¿Hay humanidad en este acto? Por supuesto que sí, pero allí no encontramos nada de cristiandad.

La virtud de la filantropía humana se basa en la cantidad de dinero que se dona; la virtud de la ayuda cristiana se basa en la cantidad de dinero que le queda después de haber ayudado.

La filantropía humana se goza en las grandes sumas de sus donaciones, mientras que el cristianismo llora porque ya no tiene más que dar, para seguir ayudando en medio de la gran necesidad.

El fariseo que entregó una fuerte cantidad de ofrenda, fue opacado por la pobre viuda que solo entregó unas pocas monedas, pero esas monedas representaban todo lo que ella poseía.

Ayudar por medio de la filantropía es algo muy bueno, pero ayudar por medio del cristianismo es mejor, ya que el cristianismo no entrega de lo que le sobra, sino que casi siempre entrega todo lo que tiene.

La filantropía es humanidad, pero el cristianismo es más que humanidad, eso se llama caridad. La humanidad es pasajera, mientras que la caridad es eterna.

La filantropía entrega grandes cantidades al mundo; en el cristianismo son pequeñas cantidades, pero es algo así como un río, que va recogiendo gota tras gota, riachuelo tras riachuelo, y de poquito en poquito se forma un inmenso océano cuyas aguas bañan los diferentes continentes del mundo.

Juan 10:16

16 También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.

Al final aprendemos que Dios tiene un solo redil, pero tiene muchas ovejas que están repartidas en muchos rediles.

 No es responsabilidad del hombre reunir todas esas ovejas en un solo redil; nadie le ha encomendado esa tarea al hombre, ya que esa tarea le pertenece únicamente a Cristo. Por ser él el gran Pastor conoce perfectamente cuáles son sus ovejas, sin importar dónde éstas estén.

 Solamente Cristo es el Dueño de su verdadero rebaño; solamente Cristo tiene el poder de traer y de llamar a sus propias ovejas; solamente Cristo tiene la capacidad de unir todas estas ovejas es un mismo redil y  solamente Cristo tiene la potestad para ser el único Pastor de su verdadero rebaño.

Por eso Cristo es el verdadero Señor de la unidad. La unión auténtica de los cristianos debe ser alrededor de Cristo. Y de nadie más.

 

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Un poder extraordinario de parte de Dios debe apoderarse de las iglesias adventistas del séptimo día. Entre los miembros se debe producir una reconversión, para que sean testigos de Dios y demuestren la autoridad del poder de la verdad que santifica el alma. La iglesia debe ser renovada, purificada y santificada, de lo contrario caerá sobre ella la ira de Dios con una fuerza muy superior que sobre los que nunca han profesado ser santos.

Los que sean santificados por la verdad demostrarán que ésta ha producido una reforma en sus vidas, y que los está preparando para ser trasladados al mundo celestial. Pero mientras en la vida predominen el orgullo, la envidia y las malas conjeturas, Cristo no podrá reinar en el corazón. Su amor no estará presente en el alma. En la vida de los que han llegado a ser participantes de la naturaleza divina, hay evidencia de que se ha crucificado el espíritu altivo y autosuficiente que conduce a la exaltación del yo. En su lugar mora el espíritu de Cristo, y los frutos del Espíritu aparecen en la vida. Cuando poseen la mente de Cristo, sus seguidores revelan las gracias de su carácter (Exaltad a Jesús, p. 295).

El Señor llama a hombres que tengan una fe sincera y un pensamiento sano, hombres que reconozcan la diferencia entre lo falso y lo verdadero. Cada uno debe mantenerse en guardia, estudiar y practicar las lecciones dadas en el capítulo 17 del Evangelio de Juan, y conservar una fe viva en la verdad presente. Necesitamos el dominio propio que nos permitirá conformar nuestras costumbres a la oración de Cristo.

La instrucción que me ha sido dada por Uno que tiene autoridad, es que debemos aprender a contestar la oración contenida en el capítulo 17 de Juan. Debemos hacer de esta oración nuestro primer estudio…

El propósito de Dios es que sus hijos se fusionen en la unidad. ¿No es vuestra esperanza vivir juntos en el mismo cielo? ¿Está Cristo dividido contra sí mismo? ¿Dará el éxito a sus hijos antes que hayan apartado de su medio toda discordia y toda crítica, antes que los obreros, en una perfecta unidad de intención, hayan consagrado sus corazones, sus pensamientos y sus fuerzas a una obra tan santa a la vista de Dios? (Testimonios para la iglesia, tomo 8, pp. 250, 251).

Nada puede perfeccionar la perfecta unidad en la iglesia, sino el espíritu de una paciencia semejante a la de Cristo. Satanás puede sembrar discordia; solo Cristo puede armonizar los elementos discordantes… Cuando como obreros individuales de la iglesia amarnos a Dios por sobre todo y al prójimo como a uno mismo, entonces no habrá trabajosos esfuerzos para unirnos; habrá una unidad en Cristo, los oídos estarán cerrados a los informes, y nadie hará reproches contra su vecino. Los miembros de la iglesia apreciarán el amor y la unidad, y serán como una gran familia. Entonces portaremos ante el mundo las credenciales que darán testimonio de que Dios ha enviado a su Hijo al mundo. Cristo dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Reflejando a Jesús, p. 102).

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Miércoles 17 de octubre | Lección 03______________________________________________

LA UNIDAD ENTRE CRISTIANOS

Lee Marcos 9:38 al 41; y Juan 10:16. ¿Qué nos enseña la respuesta de Jesús al apóstol Juan acerca del exclusivismo y los prejuicios sobre quién es un verdadero seguidor de Jesús?

Marcos 9:38-41

38 Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. 39 Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. 40 Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. 41 Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.

Juan 10:16

16 También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.

Los adventistas del séptimo día suelen interpretar que la oración de Jesús, de Juan 17, se aplica a la unidad de su confesión eclesiástica. Debemos estar unidos como iglesia para cumplir con nuestra misión de compartir el mensaje de los tres ángeles. En este aspecto, casi no hay discusiones.

Pero ¿qué sucede acerca de la unidad con los demás cristianos? ¿Cómo debemos relacionarnos con ellos a la luz de lo que Jesús pidió en oración?

Sin lugar a dudas, creemos que Dios tiene personas fieles en otras iglesias además de la nuestra. La Biblia también aclara que Dios tiene a sus fieles incluso en Babilonia: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Apoc. 18:4).

Al mismo tiempo, según el libro de Apocalipsis, existe mucha apostasía entre los que profesan el nombre de Cristo y, en los últimos días, muchos cristianos falsos se unirán entre sí y con el Estado para provocar la persecución representada gráficamente en Apocalipsis 13:1 al 17. Por lo tanto, los adventistas siempre han sido muy cuidadosos al participar en llamados a la unidad con otras iglesias, como se observa en el Movimiento Ecuménico.

Entonces, ¿cómo deberíamos relacionarnos con otras confesiones religiosas? Elena de White escribió lo siguiente: “Cuando el agente humano somete su voluntad a la voluntad de Dios, el Espíritu Santo impresionará los corazones de aquellos a quienes ministra. Me ha sido mostrado que no debemos rehuir a las obreras de la Unión Pro Temperancia de Mujeres Cristianas. Uniéndonos con ellas en defensa de una total abstinencia no cambiamos nuestra posición en cuanto a la observancia del séptimo día, y podemos demostrar nuestro aprecio por su posición en cuanto al tema de la temperancia. Al abrir la puerta e invitarlas a unirse con nosotros en el asunto de la temperancia, nos aseguraremos su ayuda en lo que atañe a la temperancia; y ellas, al unirse con nosotros, oirán nuevas verdades, las cuales el Espíritu Santo está esperando impresionar en sus corazones” (MB 170).

Aunque esta cita estaba abordando un problema específico en un momento específico, proporciona principios que podemos seguir con respecto a cómo nos relacionamos con los demás cristianos.

En primer lugar, podemos trabajar con ellos sobre la base de intereses sociales comunes. En segundo lugar, si nos unimos a ellos, debemos hacerlo de una manera que no comprometa nuestras creencias o prácticas. En tercer lugar, podemos y debemos usar esta “unidad” para compartir con los demás las preciosas verdades con las que hemos sido bendecidos.

COMENTARIO DE LA LECCIÓN

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Las palabras que el Señor envía serán rechazadas por muchos; pero las palabras que pueda hablar el hombre serán recibidas como luz y verdad. La sabiduría humana apartará de la abnegación, de la consagración, e ideará muchas cosas que tienden a invalidar el efecto de los mensajes de Dios. No podemos tener ninguna seguridad si dependemos de hombres que no están en estrecha relación con Dios. Ellos aceptan las opiniones de los hombres; pero no pueden discernir la voz del verdadero Pastor, y su influencia descarriará a muchos aunque ante sus ojos se acumule prueba sobre prueba que testifiquen de la verdad que el pueblo de Dios debe tener para este tiempo (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 4. p. 1160).

También tengo otras ovejas que no son de este redil: aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor (Juan 10:16).

La verdad se debe presentar con tacto divino, amabilidad y delicadeza. Debe provenir de un corazón que ha sido hecho impresionable y compasivo… Que nuestras palabras sean amables cuando tratamos de ganar almas. Dios será la sabiduría para la persona que la busca en la fuente divina. En todas partes hemos de buscar oportunidades, debemos perseverar en oración y estar siempre listos a dar una razón de la esperanza que hay en nosotros, con humildad y temor… El Espíritu Santo aplicará a las almas las palabras habladas en amor. La verdad ejercerá poder de convicción cuando se la hable bajo la influencia de la gracia de Cristo (Exaltad a Jesús, p. 205).

Sed cautos en vuestro trabajo, hermanos, para no atacar los prejuicios de la gente en forma muy violenta. No debe haber desviaciones del camino para atacar a otras denominaciones; porque eso crea tan solo un espíritu combativo y cierra los oídos y los corazones para la entrada de la verdad. Tenemos nuestra obra que hacer, la cual no ha de derribar, sino edificar. Hemos de reparar la brecha que ha sido hecha en la ley de Dios. La obra más noble es la de edificar, la de presentar la verdad con su fuerza y con su poder, y permitir que ella corte y se abra camino a través del prejuicio, y revele el error en contraste con la verdad…

Nuestra obra consiste en decir la verdad con amor, y no mezclar en la verdad los elementos no santificados del corazón natural, expresar cosas que participen del mismo espíritu que poseen nuestros enemigos. Todos los ataques incisivos volverán contra nosotros con doble fuerza cuando el poder esté en las manos de los que puedan ejercerlo para nuestro perjuicio. Me fue presentado repetidamente el mensaje de que no hemos de decir ni una sola palabra, no hemos de publicar una sola frase, especialmente referente a personalidades, que incite a nuestros enemigos contra nosotros y despierte sus pasiones hasta el grado máximo, a menos que sea positivamente esencial para vindicar la verdad (El evangelismo, p. 418).

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Lección 03 | Jueves 18 de octubre________________________________________________

UNA FE QUE SE COMPARTE CON AMOR

En Juan 17:3, Jesús dijo que la vida eterna es conocer a Dios. Lee 1 Juan 2:3 al 6. ¿Qué significa conocer a Dios? ¿Cómo demostramos que conocemos a Dios en nuestra vida diaria?

Juan 17:3

Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.

1 Juan 2:3-6

Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.

En general, si bien la sociedad actual se dice respetuosa de la ley, estas mismas personas a menudo minimizarán la obligación bíblica de guardar los mandamientos de Dios. Algunos incluso argumentan que la gracia de Dios elimina los mandamientos de Dios. Pero esa no es la enseñanza bíblica: “Guardar los mandamientos no es una condición para conocer a Dios sino una señal de que conocemos a Dios/Jesús y que lo amamos. Por lo tanto, el conocimiento de Dios no es solo un conocimiento teórico, sino también conduce a la acción” (E. Mueller, The Letters of John, p. 39). Jesús mismo enfatizó: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:15, 21). “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:2, 3).

Lee Juan 13:34, 35. ¿Qué mandamiento nuevo les dio Jesús a sus discípulos y cómo se relaciona con la idea de unidad entre los seguidores de Jesús?

Juan 13:34-35

34 Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.

El mandamiento de amar al prójimo no era nuevo en sí; se lo puede encontrar en las instrucciones que Dios le dio a Moisés (Lev. 19:18). Lo nuevo es el mandato de Jesús para que sus discípulos se amaran unos a otros como él los amaba. El ejemplo de Jesús de amor abnegado es la nueva ética para la comunidad cristiana.

¡Qué maravillosa norma se nos ha presentado! La vida de Jesús había sido una demostración práctica del amor en acción. La obra de la gracia es un servicio continuo de amor y de esfuerzo abnegado. Podemos imaginar que la vida de Cristo fue una manifestación incesante de amor y abnegación por el bien de los demás. El principio que impulsaba a Cristo debe impulsar a su pueblo en todas sus relaciones. Qué testimonio más poderoso sería ese amor para el mundo. Y qué fuerza poderosa para nuestra unidad podría brindar ese amor también.

¿Cómo podemos aprender a reflejar la clase de amor abnegado por los demás que reflejó Jesús?

COMENTARIO DE LA LECCIÓN

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Uno de los últimos mandamientos que Cristo diera a sus discípulos fue: “Que os améis los unos a los otros: como os he amado” (Juan 13:34). ¿Estamos obedeciendo este mandato, o estamos condescendiendo con rasgos de carácter hirientes y no cristianos? Si de alguna forma hemos agraviado o herido a otros, es nuestro deber confesar nuestra falta y buscar la reconciliación. Esta es una condición esencial para que podamos presentamos a Dios con fe y pedir su bendición (Palabras de vida del gran Maestro, p. 110).

Muchos piensan que es imposible amar al prójimo como a sí mismos; pero ese amor es solo el fruto genuino del cristianismo. Amar a otros es vestirse del Señor Jesucristo; es caminar y obrar como viendo el mundo invisible. Debemos por ello mirar continuamente a Jesús, el autor y consumador de la fe…

El Señor dio lección tras lección para apartar a todos del egoísmo y establecer estrechos lazos de compañerismo y hermandad entre los hombres. El deseaba que los corazones de los creyentes estuvieran estrechamente entretejidos con fuertes lazos de simpatía para que pudiera haber unidad en El. Juntos han de regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios, esperando la vida eterna por la virtud de Jesucristo. Si Cristo mora en el corazón, su amor se difundirá a otros y unirá corazón con corazón.

Donde se ha perfeccionado el amor, se guarda la ley y el yo no encuentra lugar. Los que aman a Dios en forma suprema trabajan, sufren y viven para quien dio su vida por ellos. Podemos guardar la ley solo apropiándonos de la justicia de Cristo. Cristo dice: «Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Cuando recibimos el don celestial, la justicia de Cristo, encontraremos que se ha provisto para nosotros la gracia de Cristo, y que los recursos humanos son impotentes (Reflejemos a Jesús, p. 95).

El amor hacia el hombre es la manifestación terrenal del amor hacia Dios. El Rey de gloria vino a ser uno con nosotros, a fin de implantar este amor y hacemos hijos de una misma familia. Y cuando se cumplan las palabras que pronunció al partir: «Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado,” (Juan 15:12). Cuando amemos al mundo como él lo amó, entonces se habrá cumplido su misión para con nosotros. Estaremos listos para el cielo, porque lo tendremos en nuestro corazón (El Deseado de todas las gentes, p. 596).

La vida de aquel en cuyo corazón habita Cristo revelará una piedad práctica. El carácter será purificado, elevado, ennoblecido y glorificado. Una doctrina pura acompañará a las obras de justicia: y los preceptos celestiales a las costumbres santas.

Los que quieren alcanzar la bendición de la santidad deben aprender primero el significado de la abnegación… “Si alguno quiere venir en pos de mí —dijo Cristo—, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (2 Corintios 4:17; Mateo 16:24). Es la fragancia del amor para con nuestros semejantes lo que revela nuestro amor para con Dios. Es la paciencia en el servicio lo que otorga descanso al alma. Es mediante el trabajo humilde, diligente y fiel cómo se promueve el bienestar de Israel. Dios sostiene y fortalece al que desea seguir en la senda de Cristo (Los hechos de los apóstoles, p. 447).

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Viernes 19 de octubre | Lección 03________________________________________________

PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:

Lee “Estados Unidos en la profecía”, en El conflicto de los siglos, pp. 437-440.

“Aunque la Iglesia Adventista del Séptimo Día es una iglesia mundial con muchas iglesias locales, los adventistas no pretenden ser la iglesia universal de Cristo. La iglesia universal es más amplia que cualquier confesión religiosa. Es visible e invisible dado que está compuesta por quienes creen en Jesús y lo siguen. Esta cuestión teológica en particular se intensifica si tomamos en consideración la apostasía entre los cristianos, que el libro del Apocalipsis aborda en forma conmovedora. La iglesia pura de Apocalipsis 12 contrasta con la ‘ramera’ de Apocalipsis 17, Babilonia, la gran ciudad, que a su vez contrasta con la esposa del Cordero, la Ciudad Santa, o la Nueva Jerusalén de Apocalipsis 21 y 22. En el siglo I, la iglesia universal quizás haya sido bastante visible. Es mucho más difícil y complejo de verla, por ejemplo, durante la Edad Media.

“Por lo tanto, los adventistas no limitan el concepto de la verdadera iglesia de Dios a su confesión religiosa, ni lo extienden automáticamente a otras iglesias cristianas. La verdadera iglesia de Dios está integrada por quienes realmente creen en él. Dios los conoce. Por otro lado, los adventistas sostienen que son el remanente visible y especial de Dios del tiempo del fin, de Apocalipsis 12:17 y los capítulos 12 al 14. Este remanente tiene un carácter tanto local como universal (Apoc. 2:24; 12:17)” (E. Mueller, “The Universality of the Church in the New Testament”, p. 37).

PREGUNTAS PARA DIALOGAR:

  1. ¿Por qué el cumplimiento de Juan 17 es tan importante para nosotros? La oración de Jesús ¿qué revela sobre su deseo para nuestra iglesia actual?
  2. Tu iglesia local ¿ha trabajado con otros cristianos sobre ciertos temas? ¿Qué tan bien les fue? ¿Cómo podemos trabajar con ellos, en el momento apropiado, sin comprometer ninguna de las verdades que hemos recibido?
  3. ¿Qué implicaciones hay en la siguiente declaración y cómo podemos hacerla realidad entre nosotros? “Si el profeso pueblo de Dios recibiese la luz tal cual brilla sobre ellos de su Palabra, alcanzarían esa unidad por la cual oró Cristo, […] ‘la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz’. Dice: Hay ‘un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo’ (Efe. 4:3-5)” (CS 377).

Resumen: La oración sumosacerdotal de Jesús en Juan 17 es un recordatorio de que él todavía se preocupa por la unidad de la iglesia en la actualidad. Su oración debería ser nuestra, y debemos buscar formas de consolidar nuestra fe en la Palabra de Dios. El amor por los demás también debe caracterizar nuestras relaciones con todos, incluidos otros cristianos, más allá de nuestras diferencias teológicas.

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3 pensamientos en “Lección 3 – “PARA QUE SEAN UNO” – Para el 20 de octubre de 2018

  1. Hermano mis cordiales saludos , quisiera por favor decirme como puedo aportar, no cuento con tarjeta digame. espero su respuesta DIOS MEDIANTE BENDICIONES MASIVAS DESDE EL CIELO

  2. Feliz día que DIOS los proteja de este mundo para que nos puedan alimentar diaria mente del pan ESPIRITUAL

  3. FELIZ SÁBADO
    Bendición del Creador para los que decidieron organizar la web de la Escuela Sabática para Maestros. Bendición también para los que diariamente se alimentan de este precioso e invalorable material de estudio. Hnos. en Cristo de todo el mundo, me tomo la licencia de exhortarlos para que pongan su generosa ayuda para el sostenimiento de esta extraordinaria obra. Si cada uno de nosotros pondríamos un «granito de arena» tendríamos un inmenso arenal y nuestro querido Hno Tony y su equipo no tendrian que pasar apuros.
    Leo la peticion de ayuda y solo eso tendría que conmovernos. Me pregunto, donde esta el amor de Cristo?
    Saludos y abrazos en Cristo.

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