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Lección 7: Para el 12 de noviembre de 2022
LA VICTORIA DE CRISTO SOBRE LA MUERTE
Sábado 5 de noviembre__________________________________________________
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Mateo 27:62–66; Juan 10:17, 18; Mateo 27:51–53; Juan 20:11–29; 1 Corintios 15:5–8.
PARA MEMORIZAR:
“Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apoc. 1:17, 18).
La resurrección de Jesús es fundamental para la fe cristiana. Pablo declaró: “Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron” (1 Cor. 15:16-18).
Por lo tanto, por más que Pablo destaque la relevancia de la muerte de Cristo (ver 1 Cor. 2:2), esta realmente no nos sirve de nada sin la resurrección. Así de trascendente es la resurrección de Jesús para toda la fe cristiana y el plan de salvación.
Sin embargo, es difícil entender por qué razón la resurrección de Cristo, y con ella nuestra resurrección, son tan importantes si, como muchos creen, los muertos en Cristo ya disfrutan de la dicha celestial ya que se han “ido a casa para estar con el Señor”.
Al margen de todo eso, esta semana consideraremos la resurrección de Cristo y todas las contundentes evidencias que él nos dio para creer en ella.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Pensad cuánto le costó a Cristo dejar los atrios celestiales y ocupar su puesto a la cabeza de la humanidad. ¿Por qué hizo eso? Porque era el único que podía redimir la raza caída. No había un ser humano en el mundo que estuviera sin pecado. El Hijo de Dios descendió de su trono celestial, depuso su manto real y corona regia y revistió su divinidad con humanidad. Vino a morir por nosotros, a yacer en la tumba como deben hacerlo los seres humanos y a ser resucitado para nuestra justificación.
Vino a familiarizarse con todas las tentaciones con las que es acosado el hombre. Se levantó de la tumba y proclamó sobre el rasgado sepulcro de José: «Yo soy la resurrección y la vida». Uno igual a Dios pasó por la muerte en nuestro favor. Probó la muerte por cada hombre para que por medio de él cada hombre pudiera ser participante de vida eterna (En los lugares celestiales, p. 15).
Mediante la cruz podemos saber que el Padre celestial nos ama con un amor infinito. ¿Debemos maravillarnos de que Pablo exclamara: «Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo»? Gálatas 6:14. Es también nuestro privilegio gloriarnos en la cruz, entregarnos completamente a Aquel que se entregó por nosotros, Entonces, con la luz que irradia del Calvario brillando en nuestros rostros, podemos salir para revelar esta luz a los que están en tinieblas (Los hechos de los apóstoles, p. 171).
Jesús puso la cruz al alcance de la luz que procedía del cielo, porque esa era la manera de atraer la atención del hombre. La cruz está directamente en línea con el brillo de los rostros divinos, para que, al contemplar la cruz, los hombres pudieran ver y conocer a Dios y a Jesucristo, a quien él había enviado. Al contemplar a Dios, contemplamos a Aquel que derramó su alma hasta la muerte. Al contemplar la cruz, la vista se extiende hacia Dios, y se discierne su odio por el pecado. Pero mientras contemplamos en la cruz el odio de Dios por el pecado, también contemplamos su amor por los pecadores, que es más fuerte que la muerte. La cruz es para el mundo el argumento incontrovertible de que Dios es verdad, y luz, y amor (Nuestra elevada vocación, p. 47).
Domingo 6 de noviembre_________________________________________________
UNA TUMBA SELLADA
La misión de Cristo parecía haber terminado (y hasta sonaba a fracaso) con su muerte en la Cruz. Satanás logró instigar a Judas a que traicionara al Salvador (Luc. 22:3, 4; Juan 13:26, 27); y a los principales sacerdotes y ancianos, para que exigieran su muerte (Mat. 26:59; 27:20). Después de que arrestaron a Jesús, “todos los discípulos, dejándole, huyeron” (Mat. 26:56); y Pedro lo negó tres veces (Mat. 26:69–75). Ahora Jesús yacía en una tumba cavada en una roca, cerrada con una piedra grande y sellada, protegida por guardias romanos (Mat. 27:57–66) y vigilada por poderes demoníacos invisibles. “Si hubiera podido, [Satanás] habría mantenido a Cristo encerrado en la tumba” (MR 12:12).
Durante su ministerio terrenal, Cristo había predicho no solo su muerte en la Cruz, sino también su resurrección. Usando el lenguaje inclusivo oriental, en el que una fracción de un día representa un día completo, Jesús mencionó que “como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mat. 12:39, 40). En otras ocasiones, Jesús subrayó que lo matarían, pero que al tercer día resucitaría (Mat. 16:21; 17:22, 23; 20:17-19). Los principales sacerdotes y los fariseos estaban al tanto de esas declaraciones, y tomaron medidas con las que pretendían evitar su resurrección.
Lee Mateo 27:62 al 66. Este accionar ¿cómo ayudó más adelante a ofrecer al mundo más evidencias de la resurrección de Jesús?
Mateo 27:62-66
62 Al día siguiente, que es después de la preparación, se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato, 63 diciendo: Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. 64 Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Y será el postrer error peor que el primero. 65 Y Pilato les dijo: Ahí tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis. 66 Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia.
Todas las medidas de seguridad que se tomaron para mantener a Jesús encerrado en la tumba y asegurarse de que nunca saliera solo hicieron que su victoria sobre la muerte y las huestes del mal fuera aún más notoria.
Además, estos hombres seguramente habían oído hablar de los milagros de Jesús; también habían presenciado algunos de ellos. Y, sin embargo, ¿creían que una guardia frente a la tumba podría evitar que él, aquel que pudo hacer tantos milagros asombrosos, resucitara?
Además, poner una guardia alrededor de la tumba ¿en caso de qué? Los discípulos ¿podrían robar el cuerpo y luego alegar que Jesús había resucitado de entre los muertos? Cuando el pueblo preguntara: ¿Dónde está el Jesús resucitado?, aquellos podrían decir: Solo confíen en nuestra palabra.
Cuanto menos, sus acciones revelaban el miedo que tenían los principales sacerdotes de Jesús, incluso después de su muerte. Quizás, en el fondo, temían que pudiera resucitar, después de todo.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Los sacerdotes dieron instrucciones para asegurar el sepulcro. Una gran piedra había sido colocada delante de la abertura. A través de esta piedra pusieron sogas, sujetando los extremos a la roca sólida y sellándolos con el sello romano. La piedra no podía ser movida sin romper el sello. Una guardia de cien soldados fue entonces colocada en derredor del sepulcro a fin de evitar que se le tocase. Los sacerdotes hicieron todo lo que podían para conservar el cuerpo de Cristo donde había sido puesto. Fue sellado tan seguramente en su tumba como si hubiese de permanecer allí para siempre.
Así realizaron los débiles hombres sus consejos y sus planes. Poco comprendían estos homicidas la inutilidad de sus esfuerzos. Pero por su acción Dios fue glorificado. Los mismos esfuerzos hechos para impedir la resurrección de Cristo resultan los argumentos más convincentes para probarla. Cuanto mayor fuese el número de soldados colocados en derredor de la tumba, tanto más categórico sería el testimonio de que había resucitado… Las armas y los guardias romanos fueron impotentes para retener al Señor de la vida en la tumba. Se acercaba la hora de su liberación (El Deseado de todas las gentes, p. 724).
Aunque los dirigentes judíos habían llevado a cabo su malvado propósito de dar muerte al Hijo de Dios, su aprensión no disminuyó ni murió su envidia. Mezclado con el gozo de la venganza satisfecha, se hallaba siempre presente el temor de que su cadáver, que yacía en la tumba de José, surgiera de nuevo a la vida. Por lo tanto «los principales sacerdotes y los fariseos [comparecieron] ante Pilato, diciendo: Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Y será el postrer error peor que el primero». Mateo 27:62-64. Pilato, tal como los judíos, tenía muy pocos deseos de que Jesús se levantara con poder para castigar a los que le habían dado muerte, de modo que puso un grupo de soldados romanos a las órdenes de los sacerdotes. Les dijo: «Ahí tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis. Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia». Mateo 27:65, 66.
Los judíos comprendieron la ventaja de tener esa guardia junto a la tumba de Jesús. Pusieron un sello en la piedra que cerraba el sepulcro, de manera que nadie pudiera moverla sin que se supiera, y tomaron todas las precauciones necesarias para que los discípulos no pudieran llevar a cabo ningún engaño con respecto a su cuerpo. Pero todos sus planes y precauciones sirvieron solo para que el triunfo de la resurrección fuera más completo, y para que la verdad quedara más plenamente establecida (La historia de la redención, p. 237).
Lunes 7 de noviembre___________________________________________________
“HA RESUCITADO”
La victoria de Cristo sobre Satanás y sus poderes malignos se logró en la Cruz y se confirmó con la tumba vacía. “Cuando Jesús estuvo en el sepulcro, Satanás triunfó. Se atrevió a esperar que el Salvador no tomase su vida de nuevo. Exigió el cuerpo del Señor, y estableció su guardia alrededor de la tumba procurando retener preso a Cristo. Se airó acerbamente cuando sus ángeles huyeron al acercarse el mensajero celestial. Cuando vio a Cristo salir triunfante, supo que su reino tendría fin y que él finalmente moriría” (DTG 742). Y, aunque la humanidad de Cristo murió, su divinidad no falleció. En su divinidad, Cristo poseía el poder de romper las ataduras de la muerte.
Lee Mateo 28:1 al 6; Juan 10:17 y 18; y Romanos 8:11. ¿Quién se involucró directamente en la resurrección de Jesús?
Mateo 28:1-6
1 Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. 2 Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. 3 Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. 4 Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos. 5 Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. 6 No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor.
Juan 10:17-18
17 Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. 18 Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.
Romanos 8:11
11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.
Durante su ministerio en Samaria-Perea, Jesús declaró que él mismo tenía poder para deponer su vida y volverla a tomar (Juan 10:17, 18). A Marta, le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25). Otros pasajes hablan de su resurrección como un acto de Dios (Hech. 2:24; Rom. 8:11; Gál. 1:1; Heb. 13:20). Incluso un poderoso ángel del Señor participó de ese glorioso acontecimiento (Mat. 28:1, 2).
Mientras tanto, Mateo 28:11 al 15 revela los esfuerzos inútiles y necios de las autoridades para seguir luchando contra Jesús. La guardia romana atestiguó a los dirigentes sobre “todas las cosas que habían acontecido” (Mat. 28:11). En este relato está implícita la idea de que los guardias vieron la resurrección. Si no fuese así, ¿qué sentido tendrían sus palabras? ¿Un ángel descendió del cielo, movió la piedra, se sentó sobre ella y los guardias perdieron el sentido? ¿Lo siguiente que recuerdan es que la tumba está vacía? ¿Quizá, mientras los romanos estaban inconscientes, el ángel se llevó el cuerpo de Jesús? ¿Tal vez fueron los discípulos? ¿O algún otro lo robó? Sea como fuere, el cuerpo de Jesús, obviamente, no estaba.
El ángel que descendió del cielo, los hombres desfallecidos del susto y la tumba vacía habrán sido bastante desconcertantes para los dirigentes religiosos. Pero el hecho de que les hayan dado “mucho dinero a los soldados” (Mat. 28:12) para mantenerlos callados implicaba que todo lo que los soldados les contaron los perturbó profundamente. Y lo que narraron, por supuesto, era la resurrección de Jesús.
Algunos se burlan de la idea de que los primeros que vieron al Cristo resucitado hayan sido los romanos. ¿Por qué? ¿En qué medida esta verdad es un símbolo de lo que vendría: que el evangelio también llegaría a los gentiles?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Al resucitar a Cristo de los muertos, el Padre glorificó a su Hijo delante de la guardia romana, delante de las huestes satánicas, y delante del universo celestial. Un ángel poderoso descendió, vestido con la panoplia del cielo, ahuyentando las tinieblas a su paso, y después de romper el sello romano hizo rodar la piedra del sepulcro como si hubiera sido un pedrusco, deshaciendo en un instante el trabajo que había realizado el enemigo. Se oyó la voz de Dios que llamaba a Cristo de su prisión. La guardia romana vio a los ángeles celestiales postrarse reverentemente delante de Aquel a quien ellos habían crucificado, en tanto que el Señor proclamaba sobre el sepulcro abierto de José: «Yo soy la resurrección y la vida». ¿Podemos sorprendernos ante el hecho de que los soldados cayeran en tierra como muertos? (Exaltad a Jesús, p. 96).
Cristo fue el medio por el cual el Padre pudo derramar su amor infinito sobre un mundo caído. «Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo».2 Corintios 5:19. Dios sufrió con su Hijo. En la agonía del Getsemaní, en la muerte del Calvario, el corazón del Amor infinito pagó el precio de nuestra redención.
Jesús declaró: «Por esto el Padre me ama, por cuanto yo pongo mi vida para volverla a tomar». Juan 10:17. Es decir: «De tal manera os amaba mi Padre, que me ama tanto más porque di mi vida por redimiros. Porque me hice vuestro Substituto y Fianza, y porque entregué mi vida y asumí vuestras responsabilidades y transgresiones, resulto más caro a mi Padre; mediante mi sacrificio, Dios, sin dejar de ser justo, es quien justifica al que cree en mí».
Nadie sino el Hijo de Dios podía efectuar nuestra redención; porque solo él, que estaba en el seno del Padre, podía darle a conocer. Solo él, que conocía la altura y la profundidad del amor de Dios, podía manifestarlo. Nada que fuese inferior al infinito sacrificio hecho por Cristo en favor del hombre podía expresar el amor del Padre hacia la perdida humanidad (El camino a Cristo, pp. 13, 14).
[Los guardias romanos] se asombraron al ver que la gran losa había sido corrida de la entrada y que el cuerpo de Jesús había desaparecido. Se apresuraron a ir a la ciudad para comunicar a los príncipes y ancianos lo que habían visto. Al escuchar aquellos verdugos el maravilloso relato, palideció su rostro y se horrorizaron al pensar en lo que habían hecho. Si el relato era verídico, estaban perdidos. Durante un rato, permanecieron silenciosos mirándose unos a otros, sin saber qué hacer ni qué decir, pues aceptar el informe equivaldría a condenarse ellos mismos. Se reunieron aparte para decidir lo que habían de hacer. Argumentaron que si el relato de los guardias se divulgaba entre el pueblo, se mataría como a asesinos a los que dieron muerte a Jesús. Resolvieron sobornar a los soldados para que no dijesen nada a nadie… Por amor al dinero, los guardias romanos vendieron su honor y cumplieron el consejo de los príncipes y ancianos (Primeros escritos, p. 182).
Martes 8 de noviembre__________________________________________________
MUCHOS SE LEVANTARON CON ÉL
“Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (Mat. 27:51–53). ¿Qué nos enseña este increíble relato sobre la resurrección de Jesús y lo que logró?
Un terremoto marcó la muerte de Jesús (Mat. 27:50, 51), y otro marcó su resurrección (Mat. 28:2). En el momento en que Jesús murió, “la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (Mat. 27:51–53). Estos santos resucitaron glorificados como testimonio de la resurrección del propio Cristo y como prototipos de quienes resucitarán en la resurrección final. Por lo tanto, inmediatamente después de la resurrección de Jesús, muchos judíos recibieron evidencias poderosas para creer en su resurrección y, por lo tanto, aceptarlo como su Salvador; y eso hicieron muchos, incluso muchos sacerdotes (ver Hech. 6:7).
“Durante su ministerio, Jesús había dado la vida a algunos muertos. Había resucitado al hijo de la viuda de Naín, a la hija del príncipe y a Lázaro. Pero estos no fueron revestidos de inmortalidad. Después de haber sido resucitados, todavía estaban sujetos a la muerte. Pero, los que salieron de la tumba en ocasión de la resurrección de Cristo fueron resucitados para vida eterna. Ascendieron con él como trofeo de su victoria sobre la muerte y el sepulcro. […] Estos entraron en la ciudad y aparecieron a muchos declarando: ‘Cristo ha resucitado de los muertos, y nosotros hemos resucitado con él’. Así fue inmortalizada la sagrada verdad de la resurrección” (DTG 744).
Humanamente hablando, los principales sacerdotes y los ancianos tenían grandes ventajas. Tenían el poder religioso de la nación, e incluso pudieron convencer a las autoridades romanas y a las multitudes para que los ayudaran con sus planes. Pero se olvidaron de que “el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere” (Dan. 4:32). La existencia de esos santos resucitados contradecía e invalidaba sus mentiras.
Por más difíciles que puedan ponerse las cosas ahora, ¿por qué podemos confiar en la victoria final de Dios en nuestro favor mientras todavía luchamos en este mundo caído?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Cuando Jesús, pendiente de la cruz, exclamó: «Consumado es,» las peñas se hendieron, tembló la tierra y se abrieron algunas tumbas. Al resurgir él triunfante de la muerte y del sepulcro, mientras la tierra se tambaleaba y los fulgores del cielo brillaban sobre el sagrado lugar, algunos de los justos muertos, obedientes a su llamamiento, salieron de los sepulcros como testigos de que Cristo había resucitado. Aquellos favorecidos santos salieron glorificados. Eran santos escogidos de todas las épocas, desde la creación hasta los días de Cristo. De modo que mientras los príncipes judíos procuraban ocultar la resurrección de Cristo, hizo Dios levantar de sus tumbas cierto número de santos para atestiguar que Jesús había resucitado y pro clamar su gloria…
Los que salieron de los sepulcros cuando resucitó Jesús, se aparecieron a muchos, diciéndoles que ya estaba cumplido el sacrificio por el hombre; que Jesús, a quien los judíos crucificaran, había resucitado de entre los muertos, y en comprobación de sus palabras, declaraban: «Nosotros fuimos resucitados con él». Atestiguaban que por el formidable poder de Jesús habían salido de sus sepulcros (Primeros escritos, pp. 183, 184).
No nos lamentemos, pues, porque en esta vida no estemos libres de desilusiones y aflicción. Si en la providencia de Dios somos llamados a soportar pruebas, aceptemos la cruz, y bebamos la copa amarga, recordando que es la mano de un Padre la que la ofrece a nuestros labios. Confiemos en él, en las tinieblas como en la luz del día. ¿No podemos creer que nos dará todo lo que fuere para nuestro bien? «El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» Romanos 8:32…
¡Qué tema de meditación nos resulta el sacrificio que hizo Jesús por los pecadores perdidos! «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz fue sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados». Isaías 53:5. ¿Cuánto debemos estimar las bendiciones así puestas a nuestro alcance? ¿Podría Jesús haber sufrido más? ¿Podría haber comprado para nosotros más ricas bendiciones?… En nuestro estado actual, favorecidos y bendecidos como nos vemos, no podemos darnos cuenta de qué profundidades hemos sido rescatados. No podemos medir cuánto más profundas habrían sido nuestras aflicciones, cuánto mayores nuestras desgracias, si Jesús no nos hubiese rodeado con su brazo humano de simpatía y amor, para levantarnos.
Podemos regocijarnos en la esperanza… Murió para poder lavar nuestros pecados, revestirnos de su justicia, y hacemos idóneos para la sociedad del cielo, donde podremos morar para siempre en la luz (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 295, 296).
Miércoles 9 de noviembre________________________________________________
TESTIGOS DEL CRISTO RESUCITADO
Lee Juan 20:11 al 29 y 1 Corintios 15:5 al 8. ¿Cómo reaccionaron los discípulos cuando por primera vez se encontraron con el Cristo resucitado?
Juan 20:11-29
11 Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; 12 y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. 13 Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. 14 Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. 15 Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. 16 Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). 17 Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. 18 Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas. 19 Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. 20 Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. 21 Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. 22 Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos. 24 Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. 25 Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. 26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. 27 Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. 28 Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! 29 Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.
1 Corintios 15:5-8
5 y que apareció a Cefas, y después a los doce. 6 Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. 7 Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; 8 y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí.
Los dos ángeles de la tumba vacía anunciaron a María Magdalena y a algunas otras mujeres que Jesús había resucitado (Mat. 28:1, 5-7; Mar. 16:1-7; Luc. 23:55; 24:1-11). Pero pronto Jesús mismo se les apareció, y lo adoraron (Mat. 28:1, 9, 10; Juan 20:14-18). También se le apareció a Pedro (Luc. 24:34; 1 Cor. 15:5) y a los dos discípulos que iban camino a Emaús, cuyo corazón ardía mientras les hablaba (Mar. 16:12; Luc. 24:13–35). Cuando Jesús entró en el aposento alto, al comienzo los discípulos estaban aterrorizados y asustados, pero luego se llenaron de gozo y se maravillaron de lo sucedido (Luc. 24:33–49; Juan 20:19–23). Una semana después, Jesús volvió a entrar en la misma habitación sin abrir las puertas, y en ese momento hasta Tomás creyó en su resurrección (Juan 20:24-29).
Durante los cuarenta días transcurridos entre la resurrección y la ascensión, Jesús se “apareció a más de quinientos hermanos a la vez” (1 Cor. 15:6), y a Jacobo (1 Cor. 15:7). Jesús se reunió con algunos discípulos a la orilla del mar de Galilea y desayunó con ellos, y posteriormente tuvo una charla con Pedro (Juan 21:1–23). Quizás haya habido otras apariciones de Jesús (Hech. 1:3) antes de su última aparición en su ascensión (Luc. 24:50– 53; Hech. 1:1–11). Pablo también se consideraba un testigo ocular del Cristo resucitado, porque se le apareció camino a Damasco (1 Cor. 15:8; comparar con Hech. 9:1-9).
La primera vez que los demás discípulos le dijeron al ausente Tomás que habían visto al Señor resucitado, él reaccionó: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25). Una semana después, cuando Jesús volvió a aparecer ante los discípulos, ahora con Tomás entre ellos, Jesús le dijo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27). Entonces Tomás confesó: “¡Señor mío, y Dios mío!” Y Jesús agregó: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:28, 29).
“Bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. Aunque no hayas visto personalmente al Cristo resucitado, ¿qué otras razones tienes para ejercer fe en Jesús?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Los viajeros [de Emaús] encontraron a todos sorprendidos y excitados. Las voces de los que estaban en la pieza estallaron en agradecimiento y alabanza diciendo: «Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón». Entonces los dos viajeros, jadeantes aún por la prisa con que habían realizado su viaje, contaron la historia maravillosa de cómo Jesús se les apareció. Apenas acabado su relato, y mientras algunos decían que no lo podían creer porque era demasiado bueno para ser la verdad, he aquí que vieron otra persona delante de sí. Todos los ojos se fijaron en el extraño. Nadie había llamado para pedir entrada. Ninguna pisada se había dejado oír. Los discípulos, sorprendidos, se preguntaron lo que esto significaba. Oyeron entonces una voz que no era otra que la de su Maestro. Claras fueron las palabras de sus labios: «Paz a vosotros».
«Entonces ellos espantados y asombrados, pensaban que veían espíritu. Mas él les dice: ¿Por qué estáis turbados y suben pensamientos a vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy: palpad, y ved; que el espíritu ni tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y en diciendo esto, les mostró las manos y los pies».
Contemplaron ellos las manos y los pies heridos por los crueles clavos. Reconocieron su voz, que era como ninguna otra que hubiesen oído. «Y no creyéndolo aún ellos de gozo, y maravillados, díjoles: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces ellos le presentaron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él tomó, y comió delante de ellos». «Y los discípulos se gozaron viendo al Señor». La fe y el gozo reemplazaron a la incredulidad, y con sentimientos que no podían expresarse en palabras, reconocieron a su resucitado Salvador (El Deseado de todas las gentes, pp. 743, 744).
En el trato que concedió a Tomás, Jesús dio una lección para sus seguidores. Su ejemplo demuestra cómo debemos tratar a aquellos cuya fe es débil y que dan realce a sus dudas. Jesús no abrumó a Tomás con reproches ni entró en controversia con él. Se reveló al que dudaba. Tomás había sido irrazonable al dictar las condiciones de su fe, pero Jesús, por su amor y consideración generosa, quebrantó todas las barreras. La incredulidad queda rara vez vencida por la controversia. Se pone más bien en guardia y halla nuevo apoyo y excusa. Pero revélese a Jesús en su amor y misericordia como el Salvador crucificado, y de muchos labios antes indiferentes se oirá el reconocimiento de Tomás: «¡Señor mío, y Dios mío!» (El Deseado de todas las gentes, p. 748).
Jueves 10 de noviembre_________________________________________________
PRIMICIAS DE LOS QUE DURMIERON
Lee 1 Corintios 15:20 a la luz de Deuteronomio 26:1 al 11. ¿En qué sentido se refirió Pablo al Cristo resucitado como “primicias de los que durmieron”?
1 Corintios 15:20
20 Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho.
Deuteronomio 26:1-11
1 Cuando hayas entrado en la tierra que Jehová tu Dios te da por herencia, y tomes posesión de ella y la habites, 2 entonces tomarás de las primicias de todos los frutos que sacares de la tierra que Jehová tu Dios te da, y las pondrás en una canasta, e irás al lugar que Jehová tu Dios escogiere para hacer habitar allí su nombre. 3 Y te presentarás al sacerdote que hubiere en aquellos días, y le dirás: Declaro hoy a Jehová tu Dios, que he entrado en la tierra que juró Jehová a nuestros padres que nos daría. 4 Y el sacerdote tomará la canasta de tu mano, y la pondrá delante del altar de Jehová tu Dios. 5 Entonces hablarás y dirás delante de Jehová tu Dios: Un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa; 6 y los egipcios nos maltrataron y nos afligieron, y pusieron sobre nosotros dura servidumbre. 7 Y clamamos a Jehová el Dios de nuestros padres; y Jehová oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión; 8 y Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, y con señales y con milagros; 9 y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel. 10 Y ahora, he aquí he traído las primicias del fruto de la tierra que me diste, oh Jehová. Y lo dejarás delante de Jehová tu Dios, y adorarás delante de Jehová tu Dios. 11 Y te alegrarás en todo el bien que Jehová tu Dios te haya dado a ti y a tu casa, así tú como el levita y el extranjero que está en medio de ti.
La ofrenda de “las primicias” era una antigua práctica agrícola israelita con un profundo significado religioso. Era un reconocimiento sagrado de Dios como el Proveedor misericordioso, que les había confiado a sus mayordomos la tierra donde crecían los cultivos que estaban a punto de ser cosechados (ver Éxo. 23:19; 34:26; Lev. 2:11–16; Deut. 26:1-11). Las primicias no solo indicaban que comenzaba la cosecha, sino también revelaban la calidad de los productos.
Según Wayne Grudem, “al llamar a Cristo ‘las primicias’ (griego, aparjē), Pablo utiliza una metáfora de la agricultura para indicar que seremos como Cristo. Así como las ‘primicias’, o la primera degustación de la cosecha madura, muestran cómo será el resto de la cosecha para ese cultivo, así Cristo como las ‘primicias’ muestra cómo será nuestro cuerpo resucitado cuando, en la ‘cosecha’ final de Dios, nos resucite de entre los muertos y nos lleve ante su presencia” (W. Grudem, Systematic Theology, p. 615).
Vale la pena recordar que Jesús salió de la tumba con un cuerpo humano glorificado, pero todavía llevaba las marcas de la crucifixión (Juan 20:20, 27). ¿Significa esto que los hijos de Dios resucitados también llevarán las marcas físicas de sus propios sufrimientos? En el caso del apóstol Pablo, ¿todavía llevará en su cuerpo glorificado el “aguijón en [la] carne” (2 Cor. 12:7) y “las marcas del Señor Jesús” (Gál. 6:17)?
Hasta su muerte, Pablo “había de llevar en su cuerpo las señales de la gloria de Cristo en sus ojos, que fueron enceguecidos por la luz celestial [ver Hech. 9:1–9]” (HR 236). Pero esto no significa que él o cualquier otro de los redimidos glorificados resucitarán con las marcas de sus propios sufrimientos (comparar con 1 Cor. 15:50–54). En el caso de Cristo, “siempre llevará las señales de esa crueldad. Cada grabado de los clavos contará la historia de la maravillosa redención del hombre y del costoso precio por medio del cual fue adquirida [dicha redención]” (PE 209). Sus trazas son las que nos garantizan que todas nuestras marcas desaparecerán para siempre.
Cristo llevará por siempre las cicatrices de su crucifixión. ¿Qué revela eso sobre el amor de Dios por nosotros y cuánto costó salvarnos? ¿Cómo muestra, también, cuánto ha invertido la Deidad para salvarnos?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de aquellos que dormían. Estaba representado por la gavilla agitada, y su resurrección se realizó en el mismo día en que esa gavilla era presentada delante del Señor. Durante más de mil años, se había realizado esa ceremonia simbólica. Se juntaban las primeras espigas de grano maduro de los campos de la mies, y cuando la gente subía a Jerusalén para la Pascua, se agitaba la gavilla de primicias como ofrenda de agradecimiento delante de Jehová. No podía ponerse la hoz a la mies para juntarla en gavillas antes que esa ofrenda fuese presentada. La gavilla dedicada a Dios representaba la mies. Así también Cristo, las primicias, representaba la gran mies espiritual que ha de ser juntada para el reino de Dios. Su resurrección es símbolo y garantía de la resurrección de todos los justos muertos (El Deseado de todas las gentes, pp. 729, 730).
El valor que Dios atribuye a la obra de sus manos, el amor que tiene por sus hijos, se revelan en el don que dio para redimir a los hombres. Adán cayó bajo el dominio de Satanás. Trajo el pecado al mundo, y por el pecado, la muerte. Dios dio a su Hijo unigénito para salvar al hombre. Lo hizo para poder ser justo y, con todo, el justificador de todos los que aceptan a Cristo. El hombre se vendió a Satanás, pero Jesús volvió a comprar a la especie humana…
Vosotros no os pertenecéis. Jesús os ha comprado con su sangre. No sepultéis vuestros talentos en la tierra. Usadlos para él. Sea cual fuere la ocupación en que estéis empeñados, llevad con vosotros a Cristo. Si encontráis que estáis perdiendo vuestro amor por vuestro Salvador, abandonad vuestra ocupación y decid: «Aquí estoy, mi Salvador; ¿qué quieres que haga?» Él os recibirá con bondad y os amará sin reservas. Perdonará abundantemente, pues es misericordioso y paciente, y no quiere que ninguno perezca…
Nosotros, y todo lo que tenemos, pertenece a Dios. No deberíamos considerar un sacrificio el darle el afecto de nuestro corazón. El mismo corazón debería serle entregado como ofrenda voluntaria (Mensajes para los jóvenes, pp. 67, 68).
Jesucristo se ha dado a sí mismo como una ofrenda completa a favor de cada hijo e hija caído de Adán. ¡Oh, qué humillación soportó! ¡Cómo descendió, paso tras paso, más y más bajo en el camino de la humillación, sin embargo, no degradó nunca su alma con una sola mancha inmunda de pecado! Todo esto lo sufrió para poder exaltarte, limpiarte, refinarte y ennoblecerte, y colocarte como coheredero con él en su trono. ¿Cómo afirmarás tu vocación y elección? ¿Cuál es el camino de la salvación? Cristo dice: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida». Por más pecador que seas, por más culpable, tú eres llamado, eres escogido. «Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros»… La sangre de Jesús es un pasaporte infalible, por el cual todas tus peticiones pueden acceder al trono de Dios (Fundamentals of Christian Education, p. 251).
Viernes 11 de noviembre_____________________________________________________
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee Elena de White, El Deseado de todas las gentes, “En la tumba de José”, pp. 727-738; “El Señor ha resucitado”, pp. 739-746 “¿Por qué lloras?”, pp. 747-752; “El viaje a Emaús”, pp. 7753-758; “Paz a ustedes”, pp. 7759-764.
El juicio moderno no cree en algo como la resurrección de Jesús. Sin embargo, las evidencias históricas son tan fuertes que incluso aquellos que no pueden aceptar la realidad de la resurrección se ven obligados a admitir que muchos creían que habían visto al Jesús resucitado. Por lo tanto, gran parte de la apologética en contra de la resurrección consiste en intentar explicar qué pudo haber causado que todas estas personas diferentes creyeran que habían visto al Cristo resucitado.
Algunos argumentan que todos los discípulos alucinaron con el Jesús resucitado; otros, que Jesús en realidad no había muerto, sino que solo se desmayó y luego volvió a la realidad después de que lo bajaron de la cruz, y cuando reapareció, sus seguidores pensaron que había resucitado de entre los muertos. Y (créase o no) algunos han argumentado que Jesús tenía un hermano gemelo a quien los discípulos confundieron con el Cristo resucitado. En otras palabras, las evidencias históricas son tan fuertes a favor de la resurrección de Cristo que esta es la clase de argumentos que la gente inventa para tratar de desestimarla. Como la resurrección en sí es tan importante, no deberían sorprendernos todas las buenas razones con las que contamos para creer en ella.
“La voz que clamó desde la Cruz: ‘Consumado es’ fue oída entre los muertos. Atravesó las paredes de los sepulcros y ordenó a quienes dormían que se levantasen. Así sucederá cuando la voz de Cristo sea oída desde el cielo. Esa voz penetrará en las tumbas y abrirá los sepulcros, y los muertos en Cristo resucitarán. En ocasión de la resurrección de Cristo, unas pocas tumbas fueron abiertas; pero en su segunda venida todos los preciosos muertos oirán su voz, y surgirán a una vida gloriosa e inmortal. El mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos resucitará a su iglesia y la glorificará con él, por encima de todos los principados y potestades, por encima de todo nombre que se nombra, no solamente en este mundo sino también en el mundo venidero” (DTG 745).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
- “Consumado es” (Juan 19:30) y “ha resucitado” (Mat. 28:6) son dos de las declaraciones más significativas que se hayan proferido alguna vez. ¿Cómo se complementan entre sí dentro de la historia de la salvación? ¿Qué gran esperanza se encuentra en estas palabras para nosotros?
- Al principio, los dirigentes religiosos querían guardias en la tumba para evitar que los discípulos robaran el cuerpo de Jesús. Después les pagaron a los guardias para que dijeran que los discípulos se robaron el cuerpo. Este relato ¿cómo ayuda a revelar la realidad de la tumba vacía de Cristo, y por qué esa tumba vacía es tan importante para nosotros como cristianos?