Lección 9: Para el 29 de noviembre de 2025
HEREDEROS DE LAS PROMESAS, CAUTIVOS DE LA ESPERANZA
Sábado 22 de noviembre
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Génesis 3:17–24; Deuteronomio 6:3; Josué 13:1–7; Hebreos 12:28; Levítico 25:1–5, 8–13; Ezequiel 37:14, 25.
PARA MEMORIZAR:
“Vuelvan a la fortaleza, ustedes, presos de esperanza. Hoy les anuncio que les restauraré todo al doble” (Zac. 9:12).
Josué 13 al 21 contiene largas listas de referencias geográficas que delimitan las porciones de tierra asignadas a las tribus de Israel. Esas listas pueden parecer irrelevantes para el lector moderno, pero se basan en una comprensión teológica de la Tierra Prometida que es significativa para nosotros hoy. Mediante estas listas de lugares concretos, Dios quería enseñar a los israelitas que la tierra no era un sueño. Les había prometido esa tierra de forma tangible y mensurable. Pero tenían que hacer realidad esa promesa actuando en consecuencia.
Dios iba a darles la tierra como un regalo, cumpliendo así la promesa que había hecho a sus padres: “Miren, yo les entrego el país. Entren y posean la tierra que el Señor juró dar a sus padres Abraham, Isaac y Jacob, y a sus descendientes después de ellos” (Deut. 1:8). Sin embargo, ellos debían hacer algo al respecto.
Esta semana examinaremos algunos conceptos teológicos relacionados con la Tierra Prometida y sus implicaciones espirituales para quienes reclaman las promesas contenidas en Jesús.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Después de la muerte de Moisés el gobierno pasó a manos de Josué. Como siervo de Dios, debía realizar una tarea especial. Desempeñó su oficio con gran honor y responsabilidad y las instrucciones impartidas a Moisés le fueron transferidas de un modo singular. «Ahora pues», dijo el Señor, «levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel. Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie…”
Cuando Josué contempló la ciudad de Jericó y consideró sus fortificaciones, elevó en su intimidad una oración a Dios, pues todo aquello parecía ir en su contra. Entonces, «alzó sus ojos y vio a un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desenvainada en su mano». En esta ocasión, no era una visión. Era Cristo en persona con su gloria oculta tras el vestido de la humanidad…
Si los ojos de Josué hubieran sido abiertos habría contemplado la presencia de las huestes celestiales dispuestas a derribar los muros de Jericó y poner a la ciudad en las manos del pueblo de Dios. Ahora, con toda confianza, Josué podía seguir las instrucciones y dejar su carga, grande y compleja, en las manos del Eterno…
El Señor favoreció al pueblo escogido con prosperidad… Dios declaró que este sería un pueblo santo, apartado para él, y prometió que si ellos guardaban el pacto establecido con el Cielo, él proveería lo que necesitaran para su felicidad.
Muy claras y definidas habían sido las instrucciones que Cristo había dado a Moisés al establecer los términos de la prosperidad que habrían de gozar y de la protección contra toda enfermedad. «Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto…»
Esta misma seguridad se extiende hoy al pueblo de Dios en su peregrinar hacia la Canaán celestial, donde una abundante heredad ha sido dispuesta para todos los que aman a Dios y guardan sus mandamientos (El Cristo triunfante, 6 de mayo, p. 135).
Domingo 23 de noviembre
EDÉN Y CANAÁN
Lee Génesis 2:15; 3:17-24. ¿Cuáles fueron las consecuencias de la Caída en relación con el espacio vital de la primera pareja humana?
Génesis 2:15
15 Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase.
Génesis 3:17-24
17 Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. 18 Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. 19 Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. 20 Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes. 21 Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió. 22 Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. 23 Y lo sacó Jehová del huerto de Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. 24 Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.
En ocasión de la Creación, Dios colocó a Adán y a Eva en un entorno perfecto, caracterizado por la abundancia y la belleza. La primera pareja humana se encontraba con su Creador en el marco de un espacio vital encantador que podía satisfacer todas sus necesidades físicas. Además de la palabra divina hablada, el Jardín del Edén sirvió como centro de aprendizaje. Allí Adán y Eva adquirieron una visión significativa del carácter de Dios y de la existencia que él quería para ellos. Por lo tanto, cuando rompieron la relación de confianza con su Creador, su relación con el Jardín del Edén también cambió y, como señal de esa relación rota, tuvieron que abandonar ese ámbito perfecto. Perdieron el territorio que Dios les había dado. En consecuencia, el Jardín del Edén se convirtió en el símbolo de la vida abundante, como observaremos al tratar el tema de la Tierra Prometida.
¿Cómo percibieron los patriarcas la promesa de la tierra? (Ver Gén. 13:14, 15; 26:3, 24; 28:13). ¿Qué significa para nosotros, como adventistas, vivir como herederos de las promesas (Heb. 6:11-15)?
Génesis 13:14-15
14 Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. 15 Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre.
Génesis 26:3, 24
3 Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre.
24 Y se le apareció Jehová aquella noche, y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham tu padre; no temas, porque yo estoy contigo, y te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi siervo.
Génesis 28:13
13 Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella, el cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia.
Hebreos 6:11-15
11 Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, 12 a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas. 13 Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, 14 diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente. 15 Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa.
Cuando Abraham entró en la tierra que Dios le había mostrado, esta se convirtió, por la fe, en la Tierra Prometida para él y sus descendientes; y así continuó siendo durante 400 años. Los patriarcas no eran realmente dueños de la tierra, ya que no podían legarla a sus hijos como herencia. En realidad, ella pertenecía a Dios, así como le había pertenecido el Jardín del Edén. De la misma manera en que Adán y Eva no hicieron nada que les diera derecho al Jardín del Edén, Israel tampoco había aportado nada para merecer la tierra. La Tierra Prometida fue un regalo de Dios basado en su propia iniciativa. Israel no tenía ningún derecho inherente a poseerla (Deut. 9:4-6); solo podía poseerla por la gracia de Dios.
Los patriarcas fueron herederos de las promesas hasta que estas se cumplieron. Nosotros, como seguidores de Cristo, hemos heredado promesas aún mejores (Heb. 8:6), que se cumplirán si llegamos a ser “imitadores de los que por la fe y la paciencia heredan las promesas” (Heb. 6:12).
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Si ellos guardaban sus mandamientos, Dios prometía darles el mejor trigo, y sacarles miel de la roca. Habría de satisfacerlos con una larga vida, y mostrarles su salvación.
Por su desobediencia a Dios, Adán y Eva habían perdido el Edén, y debido a su pecado toda la tierra quedó maldita. Pero si el pueblo de Dios seguía su instrucción, su tierra había de ser restaurada a la fertilidad y la belleza. Dios mismo les dio instrucciones en cuanto a la forma de cultivar el suelo, y ellos habían de cooperar con él en su restauración. De modo que toda la tierra, bajo el dominio de Dios, llegaría a ser una lección objetiva de verdad espiritual. Así como en obediencia a las leyes naturales de Dios, la tierra había de producir sus tesoros, así en obediencia a sus leyes morales el corazón de la gente había de reflejar los atributos del carácter de Dios. Aun los paganos reconocerían la superioridad de los que servían y adoraban al Dios viviente.
«Mirad —dijo Moisés—, yo os he enseñado estatutos y derechos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para poseerla. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra: porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia en ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, gente grande es esta. Porque ¿qué gente grande hay que tenga los dioses cercanos a sí, como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué gente grande hay que tenga estatutos y derechos justos, como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?» Deuteronomio 4:5-8.
Los hijos de Israel habían de ocupar todo el territorio que Dios les había señalado. Habían de ser desposeídas las naciones que rechazaran el culto y el servicio al verdadero Dios. Pero el propósito de Dios era que por la revelación de su carácter mediante Israel, los hombres fueran atraídos a él. A todo el mundo se le dio la invitación del evangelio. Por medio de la enseñanza del sistema de sacrificios, Cristo había de ser levantado delante de las naciones, y habían de vivir todos los que lo miraran. Todos los que, como Rahab la cananea, y Rut la moabita, se volvieran de la idolatría al culto del verdadero Dios, habían de unirse con el pueblo escogido. A medida que aumentara el número de los israelitas, estos habían de ensanchar sus fronteras, hasta que su reino abarcara el mundo.
Dios deseaba colocar todas las naciones bajo su gobierno misericordioso. Deseaba que la tierra se llenara de gozo y paz. Creó al hombre para la felicidad, y anhela llenar el corazón humano con la paz del cielo. Desea que las familias terrenales sean un símbolo de la gran familia celestial (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 231-233).
Lunes 24 de noviembre
LA TIERRA COMO UN DON
Lee Éxodo 3:8; Levítico 20:22; 25:23; Números 13:27; Deuteronomio 4:1, 25, 26; 6:3; Salmo 24:1. ¿Qué relación especial existía entre Dios, Israel y la Tierra Prometida?
Éxodo 3:8
8 y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.
Levítico 20:22
22 Guardad, pues, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas, y ponedlos por obra, no sea que os vomite la tierra en la cual yo os introduzco para que habitéis en ella.
Levítico 25:23
23 La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo.
Números 13:27
27 Y les contaron, diciendo: Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella.
Deuteronomio 4:1, 25-26
1 Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres os da.
25 Cuando hayáis engendrado hijos y nietos, y hayáis envejecido en la tierra, si os corrompiereis e hiciereis escultura o imagen de cualquier cosa, e hiciereis lo malo ante los ojos de Jehová vuestro Dios, para enojarlo; 26 yo pongo hoy por testigos al cielo y a la tierra, que pronto pereceréis totalmente de la tierra hacia la cual pasáis el Jordán para tomar posesión de ella; no estaréis en ella largos días sin que seáis destruidos.
Deuteronomio 6:3
3 Oye, pues, oh Israel, y cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien en la tierra que fluye leche y miel, y os multipliquéis, como te ha dicho Jehová el Dios de tus padres.
Salmo 24:1
1 De Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan.
En un nivel muy básico, la tierra ofrece identidad física a una nación. Al ubicar la nación, también determina su ocupación y estilo de vida. Los esclavos estaban desarraigados y no pertenecían a un lugar en particular. Eran otros los que disfrutaban de los resultados de su trabajo. Tener tierra significaba libertad. La identidad del pueblo elegido estaba fuertemente vinculada a su morada en la tierra.
Había una relación especial entre Dios, Israel y la tierra. Israel recibió de Dios la tierra como un don, no como un derecho inalienable. El pueblo elegido podía poseer la tierra siempre que mantuviera una relación de pacto con el Señor y respetara los preceptos de ese acuerdo. En otras palabras, no podían tener la tierra y sus bendiciones sin la bendición de Dios.
Al mismo tiempo, la tierra proporcionaba una lente a través de la cual Israel podía entender mejor a Dios. Vivir en la tierra les recordaría siempre a un Dios fiel que cumple sus promesas y es digno de confianza. Ni la tierra ni Israel habrían existido sin la iniciativa de Dios como fuente y fundamento de su existencia. Mientras los israelitas estuvieron en Egipto, el Nilo y el sistema de irrigación, unidos al intenso trabajo, les proporcionaron las cosechas que necesitaban para subsistir. Canaán era diferente. Dependían de la lluvia para la abundancia de sus cosechas, y solo Dios podía controlar el clima. En consecuencia, la tierra recordaba a Israel su constante dependencia de Dios.
Aunque Israel recibiera la tierra como un regalo de Dios, él seguía siendo el propietario de ella en última instancia. Como verdadero dueño de toda la tierra (Sal. 24:1), él tenía el derecho de asignarla a Israel o de quitársela. Si el Señor es el dueño de la tierra, los israelitas y, por extensión, todos los seres humanos, son extranjeros o huéspedes de Dios en la tierra que le pertenece.
A la luz de 1 Pedro 2:11 y Hebreos 11:9-13, ¿qué significa para ti vivir como extranjero y peregrino a la espera de la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios?
1 Pedro 2:11
11 Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma,
Hebreos 11:9-13
9 Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; 10 porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. 11 Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. 12 Por lo cual también, de uno, y ese ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar. 13 Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Nuestro Señor está informado del conflicto de los suyos, en estos últimos días, con los instrumentos satánicos combinados con hombres inicuos que descuidan y rehúsan esta gran salvación. Con la mayor sencillez y franqueza, nuestro Salvador, el poderoso General de los ejércitos del cielo, no oculta el severo conflicto que ellos experimentarán. Señala los peligros, nos muestra el plan de la batalla y la difícil y peligrosa obra que debe hacerse; entonces levanta la voz antes de entrar en el conflicto para contar el costo, al mismo tiempo que anima a todos a tomar las armas de su contienda y a esperar que la hueste celestial integre los ejércitos para guerrear en defensa de la verdad y la rectitud.
La debilidad de los hombres encontrará fuerza sobrenatural y ayuda en cada conflicto severo para realizar las obras de la Omnipotencia, y la perseverancia en la fe y la perfecta confianza en Dios asegurarán el éxito. Aunque la antigua confederación del mal está en orden de batalla contra ellos, él les ordena que sean valientes y fuertes y luchen valerosamente, pues tienen un cielo que ganar y más que un ángel en sus filas: el poderoso General de los ejércitos que conduce las huestes del cielo. En la conquista de Jericó ninguno de los ejércitos de Israel pudo jactarse de haber empleado su limitada fuerza para derribar las murallas de la ciudad, ya que el Capitán de las huestes del Señor hizo los planes de esa batalla con la mayor sencillez, de modo que solo el Señor recibiera la gloria y no se exaltara al hombre. Dios nos ha prometido todo poder…
No son grandes talentos lo que queremos ahora, sino corazones humildes y consagrados, esfuerzo personal y una actitud vigilante, oración y trabajo con toda perseverancia… Cristo ha enviado a su representante, el Espíritu Santo, para asistir a sus agentes vivientes que han sido empleados para destruir la ignorancia con los potentes rayos del Sol de Justicia. Su voz nos trasmite absoluta certeza, «He aquí yo estoy con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo». La realidad que siempre debemos tener en cuenta es que llevamos adelante una lucha ante la presencia de un mundo invisible.
Al considerar los obstáculos y la terca incredulidad y al considerar los riesgos que deben ser sorteados, con toda serenidad y dependencia en Dios, abramos nuestros oídos a la voz de Jesús, quien nos aseguró: «Confiad, yo he vencido al mundo». Sí, Cristo es el vencedor. Es nuestro dirigente, nuestro capitán, con quien podemos avanzar a la victoria. Porque él vive, también nosotros viviremos. Quiera el Señor darnos valor, fe, esperanza y gracia para seguir adelante (El Cristo triunfante, 9 de mayo, p. 138).
Martes 25 de noviembre
EL DESAFÍO DE LA TIERRA
Lee Josué 13:1-7. Aunque la tierra de Canaán fue un regalo de Dios, ¿cuáles fueron algunos de los desafíos que supuso poseerla?
Josué 13:1-7
1 Siendo Josué ya viejo, entrado en años, Jehová le dijo: Tú eres ya viejo, de edad avanzada, y queda aún mucha tierra por poseer. 2 Esta es la tierra que queda: todos los territorios de los filisteos, y todos los de los gesureos; 3 desde Sihor, que está al oriente de Egipto, hasta el límite de Ecrón al norte, que se considera de los cananeos; de los cinco príncipes de los filisteos, el gazeo, el asdodeo, el ascaloneo, el geteo y el ecroneo; también los aveos; 4 al sur toda la tierra de los cananeos, y Mehara, que es de los sidonios, hasta Afec, hasta los límites del amorreo; 5 la tierra de los giblitas, y todo el Líbano hacia donde sale el sol, desde Baal-gad al pie del monte Hermón, hasta la entrada de Hamat; 6 todos los que habitan en las montañas desde el Líbano hasta Misrefotmaim, todos los sidonios; yo los exterminaré delante de los hijos de Israel; solamente repartirás tú por suerte el país a los israelitas por heredad, como te he mandado. 7 Reparte, pues, ahora esta tierra en heredad a las nueve tribus, y a la media tribu de Manasés.
Dado que durante siglos los israelitas habían vivido como esclavos, carecían de habilidades militares para conquistar la tierra. Ni siquiera sus amos, los egipcios, con sus ejércitos hábiles y bien equipados, fueron capaces de ocuparla permanentemente. Los egipcios nunca conquistaron Canaán por completo debido a lo inexpugnable de sus ciudades amuralladas. Ahora se le decía a una nación de antiguos esclavos que conquistara una tierra que sus antiguos amos habían sido incapaces de someter. Eso solo sería posible por la gracia de Dios, no por su propio esfuerzo.
Los capítulos 13 a 21 de Josué se refieren a la distribución de la tierra entre las distintas tribus de Israel. Tal distribución incluye no solo lo que había sido asignado a Israel, sino también lo que este debía aún ocupar dentro de ese territorio. Los israelitas podían vivir con seguridad en la tierra que Dios les había concedido como herencia. Eran, por así decirlo, los legítimos inquilinos de la tierra que pertenece a Dios. Sin embargo, la iniciativa de Dios debía estar acompañada de una respuesta humana. La primera mitad del libro muestra cómo Dios otorgó la tierra a su pueblo, desposeyendo a los cananeos. La segunda mitad relata cómo Israel tomó la tierra y se asentó en ella. Esta complejidad de la conquista ilustra la dinámica de nuestra salvación. Al igual que Israel, no podemos hacer nada para obtener la salvación (Efe. 2:8, 9), ya que esta es un regalo, así como la tierra fue un regalo de Dios a Israel basado en la relación de pacto entre ambos. Ciertamente, no se basó en los méritos del pueblo (ver Deut. 9:5).
Sin embargo, para que los israelitas pudieran disfrutar del regalo de Dios, tuvieron que asumir todas las responsabilidades que conllevaba vivir en la tierra. De manera semejante, nosotros debemos pasar por el proceso de la santificación, la obediencia amorosa a los requerimientos divinos, para ser ciudadanos del Reino de Dios. A pesar de las diferencias entre esas dos realidades, el paralelismo entre la recepción de la tierra por gracia y el acceso a la salvación por gracia se asemejan considerablemente. Hemos recibido un don maravilloso, pero podemos perderlo si no somos cuidadosos.
¿Cómo se enfrentan hoy los cristianos a desafíos similares a los relacionados con la ocupación de la Tierra Prometida? Ver Filipenses 2:12 y Hebreos 12:28.
Filipenses 2:12
12 Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor,
Hebreos 12:28
28 Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;
ESPÍRITU DE PROFECÍA
A través de toda la vida tendremos conflictos con los poderes de las tinieblas y obtendremos preciosas victorias. Hemos de fijar nuestra vista en el galardón. Cuando Josué subió del Jordán a tomar Jericó, se encontró ante un ser majestuoso y, de inmediato, le dijo con tono desafiante: «¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?» La respuesta fue, «No; mas como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora… Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo». No fue Josué, sino el dirigente de Israel, Cristo, quien estuvo a cargo de la toma de Jericó.
Estas eran las lecciones que se daban continuamente a los hijos de Israel. Al dirigir su atención al Dios del cielo, Cristo les enseñó que no debían adjudicarse la gloria ellos mismos. No hemos de abrigar un espíritu de exaltación propia. En el momento en que comencemos a pensar que somos importantes, recordemos que no poseemos nada que nos haga diferentes o mejores que los demás mortales, excepto lo que Dios nos ha dado.
Cuando estéis en necesidad, recordad nuestra relación con los hijos de Israel. La pluma de la inspiración traza claramente su historia. No debemos imitar su ejemplo de murmuración y descontento. Dios no puso en los labios de Moisés palabras de condenación. Eran un pueblo apartado y diferente de otras naciones.
Al aceptar la religión de Jesucristo, muchos parecieran pensar que están iniciando un camino descendente. Estas personas debieran bajarse de los peldaños de su elevada estima propia y de su justicia propia y humillarse delante de Dios. Sin embargo, los que se pongan en relación con el Dios viviente, como hijos e hijas de Dios, han de tomar una senda ascendente…
Hablemos del cielo y de las cosas celestiales, manteniéndonos en una actitud de súplica delante de Dios. No es seguro que ninguno de nosotros se sienta en una posición en la que su pie no puede resbalar, antes bien debiéramos percibir que el terreno donde estamos es santo. Limpiad el templo de vuestro espíritu de toda contaminación, para que Cristo entre y reine con poder supremo. Contemplando a Jesús, hemos de crecer a su semejanza. Cuanto más nos relacionemos con él, tanto más percibiremos nuestras imperfecciones… Dondequiera que estemos, nuestras oraciones debieran ascender al Señor reclamando más luz. Acudamos a él pare recibir las órdenes… A fin de conocer el poder y la fortaleza de la verdadera vida de devoción, hemos de escondernos en Jesús, dedicándonos a él sin reservas… Consagrad por completo a Dios vuestras fuerzas, vuestra mente y vuestras habilidades. Dondequiera que el Señor os ponga, por humilde que sea dicha responsabilidad, cumplidla fielmente (El Cristo triunfante, 8 de mayo, p. 137).
Miércoles 26 de noviembre
EL JUBILEO
La tierra era tan fundamental para la existencia de Israel como pueblo de Dios que debía distribuirse entre las tribus y las familias (Núm. 34:13-18) para evitar que se convirtiera en posesión de unas pocas élites dirigentes.
Lee Levítico 25:1-5, 8-13. ¿Cuál era la finalidad del año sabático y del jubileo?
Levítico 25:1-5, 8-13
1 Jehová habló a Moisés en el monte de Sinaí, diciendo: 2 Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo os doy, la tierra guardará reposo para Jehová. 3 Seis años sembrarás tu tierra, y seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos. 4 Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo para Jehová; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña. 5 Lo que de suyo naciere en tu tierra segada, no lo segarás, y las uvas de tu viñedo no vendimiarás; año de reposo será para la tierra.
8 Y contarás siete semanas de años, siete veces siete años, de modo que los días de las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años. 9 Entonces harás tocar fuertemente la trompeta en el mes séptimo a los diez días del mes; el día de la expiación haréis tocar la trompeta por toda vuestra tierra. 10 Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia. 11 El año cincuenta os será jubileo; no sembraréis, ni segaréis lo que naciere de suyo en la tierra, ni vendimiaréis sus viñedos, 12 porque es jubileo; santo será a vosotros; el producto de la tierra comeréis. 13 En este año de jubileo volveréis cada uno a vuestra posesión.
En contraste con Egipto, donde los ciudadanos perdían regularmente sus tierras y se convertían en siervos del faraón, el propósito de Dios para los israelitas era que nunca quedaran indefinidamente privados de su propiedad y sus derechos. Nadie fuera de las familias a las que la tierra había sido asignada originalmente podría poseerla. De hecho, según el plan de Dios, la tierra nunca podría ser vendida, sino solo arrendada según su valor establecido, y solo durante el número de años que restaban hasta el siguiente Jubileo. Por lo tanto, los parientes de una persona que se había visto obligada por las circunstancias a “vender” su tierra ancestral tenían el deber de rescatarla incluso antes de que llegara el Jubileo (Lev. 25:25).
La adjudicación de la tierra se convirtió, por así decirlo, en una ventana que permitía contemplar el corazón de Dios. Como nuestro Padre Celestial, él quería que sus hijos fueran generosos con los menos afortunados y permitieran que sus tierras los alimentaran cada séptimo año. El año sabático aplicaba el principio del mandamiento del sábado a mayor escala. Además de valorar y fomentar el trabajo, la propiedad de la tierra también exigía respeto y amabilidad hacia quienes enfrentaban a dificultades económicas.
La legislación acerca de la propiedad de la tierra proporcionaba a cada israelita la oportunidad de liberarse de circunstancias opresivas heredadas o propias y de tener un nuevo comienzo en la vida.
En esencia, este es el principal propósito del Evangelio: borrar la distinción entre ricos y pobres, empresarios y empleados, privilegiados y desfavorecidos, poniéndonos a todos en pie de igualdad al reconocer nuestra total necesidad de la gracia de Dios.
Desgraciadamente, Israel no cumplió la norma establecida por Dios y, al cabo de los siglos, se hicieron realidad las advertencias de desposesión (2 Crón. 36:20, 21).
¿Cómo pueden los principios de la asignación de tierras a Israel y el sábado recordarnos que, a los ojos de Dios, todos somos iguales? ¿Cómo puede el sábado ayudarnos a decir “no” a la explotación y el consumismo que arruinan a muchas sociedades?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Después de «siete semanas de años, siete veces siete años», venía el gran año de la remisión, el año del jubileo. «Entonces harás pasar la trompeta de jubilación… por toda vuestra tierra. Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; este os será jubileo; y volveréis cada uno a su posesión, y cada cual volverá a su familia». Levítico 25:8-10.
«En el mes séptimo a los diez del mes; el día de la expiación», sonaba la trompeta del jubileo. Por todos los ámbitos de la tierra, doquiera habitaran los judíos, se oía el toque que invitaba a todos los hijos de Jacob a que saludaran el año de la remisión. En el gran día de la expiación, se expiaban los pecados de Israel, y con corazones llenos de regocijo el pueblo daba la bienvenida al jubileo.
Como en el año sabático, no se debía sembrar ni segar, y todo lo que produjera la tierra había de considerarse como propiedad legítima de los pobres. Quedaban entonces libres ciertas clases de esclavos hebreos: todos los que no recibían su libertad en el año sabático. Pero lo que distinguía especialmente el año del jubileo era la restitución de toda propiedad inmueble a la familia del poseedor original. Por indicación especial de Dios, las tierras habían sido repartidas por suertes. Después de la repartición, nadie tuvo derecho a cambiar su hacienda por otra. Tampoco debía vender su tierra, a no ser que la pobreza le obligara a hacerlo, y aun en tal caso, en cualquier momento que él o alguno de sus parientes quisiera rescatarla, el comprador no debía negarse a venderla; y si no se redimía la tierra, debía volver a su primer poseedor o a sus herederos en el año de jubileo.
El Señor declaró a Israel: «La tierra pues no podrá venderse en perpetuidad; porque mía es la tierra; pues que vosotros sois extranjeros y transeúntes para conmigo». Levítico 25:23 (VM). Debía inculcársele al pueblo el hecho de que la tierra que se le permitía poseer por un tiempo pertenecía a Dios, que él era su dueño legítimo, su poseedor original, y que él quería que se le diera al pobre y al menesteroso una consideración especial. Debía hacerse comprender a todos que los pobres tienen tanto derecho como los más ricos a un sitio en el mundo de Dios.
Tales fueron las medidas que nuestro Creador misericordioso tomó para aminorar el sufrimiento e impartir algún rayo de esperanza y alegría en la vida de los indigentes y angustiados (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 573-575).
Jueves 27 de noviembre
LA TIERRA RESTAURADA
Lee Jeremías 24:6; 31:16; Ezequiel 11:17; 28:25; 37:14, 25. ¿Cuál fue la promesa de Dios acerca del regreso de Israel a la Tierra Prometida y cómo se cumplió?
Jeremías 24:6
6 Porque pondré mis ojos sobre ellos para bien, y los volveré a esta tierra, y los edificaré, y no los destruiré; los plantaré y no los arrancaré.
Jeremías 31:16
16 Así ha dicho Jehová: Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová, y volverán de la tierra del enemigo.
Ezequiel 11:17
17 Di, por tanto: Así ha dicho Jehová el Señor: Yo os recogeré de los pueblos, y os congregaré de las tierras en las cuales estáis esparcidos, y os daré la tierra de Israel.
Ezequiel 28:25
25 Así ha dicho Jehová el Señor: Cuando recoja a la casa de Israel de los pueblos entre los cuales está esparcida, entonces me santificaré en ellos ante los ojos de las naciones, y habitarán en su tierra, la cual di a mi siervo Jacob.
Ezequiel 37:14, 25
14 Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová.
25 Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres; en ella habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre; y mi siervo David será príncipe de ellos para siempre.
Durante el exilio babilónico, los israelitas experimentaron la triste realidad del desarraigo, pero también la promesa de que su relación con Dios no estaba condicionada ni limitada a la posesión de la tierra. Cuando los israelitas confesaron sus pecados, se arrepintieron y buscaron al Señor de todo corazón, Dios cumplió de nuevo su promesa y los llevó nuevamente a su tierra como señal de su restauración. Eso significaba que él era su Dios aun cuando no estuvieran en la tierra.
Sin embargo, así como la promesa de que Israel poseería la tierra para siempre era condicional (Deut. 28:63, 64; Jos. 23:13, 15; 1 Rey. 9:7; 2 Rey. 17:23; Jer. 12:10-12), también lo era la promesa de reasentar y hacer prosperar a Israel en la tierra después del exilio. Al mismo tiempo, los profetas del Antiguo Testamento apuntaban a una restauración que sería obra de un futuro rey davídico (Isa. 9:6, 7; Zac. 9:9, 16). Esta promesa se cumplió en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, en quien se harían realidad todas las promesas hechas al antiguo Israel.
En el Nuevo Testamento no se menciona directamente la Tierra Prometida, pero se nos dice que las promesas de Dios se han cumplido en Jesucristo y por medio de él (Rom. 15:8; 2 Cor. 1:20). En consecuencia, la tierra es reinterpretada a la luz de Cristo y se convierte en el símbolo de las bendiciones espirituales que Dios planea dar a su pueblo fiel aquí y ahora (Efe. 2:6), y en el futuro.
El cumplimiento definitivo de la promesa divina del reposo, la abundancia y el bienestar en la tierra tendrá lugar en la Tierra Nueva, liberada del pecado y sus consecuencias. En ese sentido, nuestra esperanza como cristianos se basa en la promesa del regreso de Cristo, quien establecerá su Reino eterno en la Tierra hecha nueva tras un período de mil años en el Cielo. Este será el cumplimiento final de todas las promesas acerca de la Tierra.
Lee Juan 14:1-3; Tito 2:13 y Apocalipsis 21:1-3. ¿Qué esperanza final encontramos en estos versículos y por qué la muerte de Jesús nos garantiza su cumplimiento?
Juan 14:1-3
1 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. 2 En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. 3 Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
Tito 2:13
13 aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo,
Apocalipsis 21:1-3
1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. 2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. 3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Si quienes están en plena actividad, después de haber tenido alguna experiencia en las intervenciones divinas en el surgimiento y progreso de la obra, permanecieran como lo hizo Josué, dispuestos a fortalecer la fe del pueblo de Dios repasando las bendiciones y misericordias del pasado, serían bendecidos y ellos mismos serían una bendición para quienes no han tenido esa experiencia. Si pudiesen recapitular los sacrificios realizados por quienes condujeron la obra, y pudieran conservar delante del pueblo la sencillez de los pioneros y el poder de Dios que manifestaron al mantener a la obra libre de todo error, engaño y extravagancia, serían una influencia modeladora para los obreros de este tiempo.
Cuando perdemos de vista lo que el Señor ha hecho en el pasado por su pueblo, perdemos también de vista lo que el Señor hace en favor de su obra en el presente. Aquellos que ingresan en la obra en este tiempo, comparativamente hablando no saben nada del sacrificio y la abnegación de aquellos sobre quienes recayó la responsabilidad de iniciar la obra en un principio. Estos hechos debieran contarse una Y otra vez…
Un duro conflicto está en desarrollo entre el Príncipe de la vida y el príncipe de las tinieblas, y esta batalla requiere constante vigilancia por parte de los obreros dedicados… Si los hombres y mujeres se niegan a aceptar los caminos del Señor, si resisten por alguna causa la luz que han recibido del cielo, serán contados entre los obreros de iniquidad. . . Cuando estos ven el error que han cometido y comprenden que no han desarrollado el espíritu debido, pues han intentado matar aque110 a lo que Dios ha dado vida, reconozcan honesta y francamente su error. Una recapitulación del pasado será altamente beneficiosa para tales obreros… Cuando humillen sus corazones delante de Dios como lo hizo David, confesando que han errado, pueden tener la certeza de que serán perdonados…
Satanás se ha empeñado en realizar su obra especial para este tiempo. Los que han errado en el pasado y no se han humillado, ni confesado, ni enmendado sus errores, continuarán movidos por su propio espíritu. Llamarán a la verdad error, y al error, verdad. En el gran conflicto, finalmente, estos obreros serán hallados del lado de Satanás. Nuestro Dios es un Dios celoso; no actuará con ligereza…
Así como Dios es fiel en sus promesas, también lo es en sus advertencias. Hermanos y hermanas, es posible que ya me encuentre silenciosa en la tumba antes que estas advertencias del Señor alcancen el efecto deseado en sus mentes y corazones, por lo que en las palabras del apóstol Pablo, les digo: «Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres» dondequiera que estén a que se arrepientan (El Cristo triunfante, 13 de mayo, p. 142).
Viernes 28 de noviembre
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee las páginas 730-737 del capítulo “El fin del conflicto” en el libro El conflicto de los siglos, de Elena de White.
“Estaremos eternamente salvados cuando entremos por las puertas en la ciudad. Entonces podremos alegrarnos de que estamos salvados, eternamente salvados. Hasta entonces, debemos prestar atención al mandato del apóstol: ‘Siendo que la promesa de entrar en su reposo permanece aún, cuiden que ninguno de ustedes parezca rezagado’ [Heb. 4:1]. El conocimiento acerca de Canaán, la entonación de sus cánticos y el regocijo ante la perspectiva de entrar en ella no llevaron a los hijos de Israel a los viñedos y olivares de la Tierra Prometida. Solo podían hacerla suya ocupándola, cumpliendo las condiciones para ello, ejerciendo una fe viva en Dios y apropiándose de sus promesas” (Elena de White, “Christ like religion”, The Youth’s Instructor, 17 de febrero de 1898).
“En la Biblia se llama a la herencia de los bienaventurados ‘una patria’ (Heb. 11:14-16). Allí el Pastor divino conduce a su rebaño a los manantiales de aguas vivas. El árbol de vida da su fruto cada mes, y las hojas del árbol son para la utilidad de las naciones. Allí hay corrientes que manan eternamente, claras como el cristal, al lado de las cuales se mecen árboles que echan su sombra sobre los senderos preparados para los redimidos del Señor. Allí las vastas planicies alternan con bellísimas colinas y las montañas de Dios elevan sus majestuosas cumbres. En esas pacíficas llanuras, al borde de esas corrientes vivas, el pueblo de Dios que por tanto tiempo anduvo peregrino y errante, encontrará un hogar” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 733).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
- Piensa en la Tierra Prometida como un símbolo de la vida abundante que Cristo ofrece a sus seguidores en Juan 10:10. ¿De qué manera los beneficios de vivir en una tierra de abundancia ilustran las bendiciones de la salvación?
- ¿Qué relación existe entre ser ciudadanos de una tierra en particular y tener un determinado estilo de vida? ¿Cómo afecta una cosa a la otra? ¿Qué implica ser un ciudadano del Reino de Dios?
- Como seres humanos nos vemos constantemente decepcionados por las promesas que otros nos hacen y, a veces, por las que nos hacemos a nosotros mismos. ¿Por qué puedes confiar en las promesas de Dios?
- ¿Cómo podemos hacer que la promesa de la tierra nueva forme parte de nuestro futuro de manera real y concreta, incluso ahora?
Lección 9 – HEREDEROS DE LAS PROMESAS, CAUTIVOS DE LA ESPERANZA – Para el 29 de noviembre de 2025
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Lecciones Futuras de Escuela Sabática
| 1er Trimestre | El Amor de Dios y su Justicia |
| 2do Trimestre | Alusiones, Imágenes y Símbolos |
| 3er Trimestre | El Éxodo |
| 4to Trimestre | Josué |
| 1er Trimestre | Colosenses – Filipenses |
| 2do Trimestre | Relación con Dios |
| 3er Trimestre | 1 y 2 Corintios |
| 4to Trimestre | El Don de Profecía |
| 1er Trimestre | Mayordomía |
| 2do Trimestre | Vida de Jesús |
| 3er Trimestre | Profecías Apocalípticas |
| 4to Trimestre | Hermenéutica |
Lecciones Futuras de Escuela Sabática
| Año | 1er Trimestre | 2do Trimestre | 3er Trimestre | 4to Trimestre |
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Lección 9: Para el 29 de noviembre de 2025
HEREDEROS DE LAS PROMESAS, CAUTIVOS DE LA ESPERANZA
Sábado 22 de noviembre
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Génesis 3:17–24; Deuteronomio 6:3; Josué 13:1–7; Hebreos 12:28; Levítico 25:1–5, 8–13; Ezequiel 37:14, 25.
PARA MEMORIZAR:
“Vuelvan a la fortaleza, ustedes, presos de esperanza. Hoy les anuncio que les restauraré todo al doble” (Zac. 9:12).
Josué 13 al 21 contiene largas listas de referencias geográficas que delimitan las porciones de tierra asignadas a las tribus de Israel. Esas listas pueden parecer irrelevantes para el lector moderno, pero se basan en una comprensión teológica de la Tierra Prometida que es significativa para nosotros hoy. Mediante estas listas de lugares concretos, Dios quería enseñar a los israelitas que la tierra no era un sueño. Les había prometido esa tierra de forma tangible y mensurable. Pero tenían que hacer realidad esa promesa actuando en consecuencia.
Dios iba a darles la tierra como un regalo, cumpliendo así la promesa que había hecho a sus padres: “Miren, yo les entrego el país. Entren y posean la tierra que el Señor juró dar a sus padres Abraham, Isaac y Jacob, y a sus descendientes después de ellos” (Deut. 1:8). Sin embargo, ellos debían hacer algo al respecto.
Esta semana examinaremos algunos conceptos teológicos relacionados con la Tierra Prometida y sus implicaciones espirituales para quienes reclaman las promesas contenidas en Jesús.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Después de la muerte de Moisés el gobierno pasó a manos de Josué. Como siervo de Dios, debía realizar una tarea especial. Desempeñó su oficio con gran honor y responsabilidad y las instrucciones impartidas a Moisés le fueron transferidas de un modo singular. «Ahora pues», dijo el Señor, «levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel. Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie…”
Cuando Josué contempló la ciudad de Jericó y consideró sus fortificaciones, elevó en su intimidad una oración a Dios, pues todo aquello parecía ir en su contra. Entonces, «alzó sus ojos y vio a un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desenvainada en su mano». En esta ocasión, no era una visión. Era Cristo en persona con su gloria oculta tras el vestido de la humanidad…
Si los ojos de Josué hubieran sido abiertos habría contemplado la presencia de las huestes celestiales dispuestas a derribar los muros de Jericó y poner a la ciudad en las manos del pueblo de Dios. Ahora, con toda confianza, Josué podía seguir las instrucciones y dejar su carga, grande y compleja, en las manos del Eterno…
El Señor favoreció al pueblo escogido con prosperidad… Dios declaró que este sería un pueblo santo, apartado para él, y prometió que si ellos guardaban el pacto establecido con el Cielo, él proveería lo que necesitaran para su felicidad.
Muy claras y definidas habían sido las instrucciones que Cristo había dado a Moisés al establecer los términos de la prosperidad que habrían de gozar y de la protección contra toda enfermedad. «Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto…»
Esta misma seguridad se extiende hoy al pueblo de Dios en su peregrinar hacia la Canaán celestial, donde una abundante heredad ha sido dispuesta para todos los que aman a Dios y guardan sus mandamientos (El Cristo triunfante, 6 de mayo, p. 135).
Domingo 23 de noviembre
EDÉN Y CANAÁN
Lee Génesis 2:15; 3:17-24. ¿Cuáles fueron las consecuencias de la Caída en relación con el espacio vital de la primera pareja humana?
Génesis 2:15
15 Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase.
Génesis 3:17-24
17 Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. 18 Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. 19 Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. 20 Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes. 21 Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió. 22 Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. 23 Y lo sacó Jehová del huerto de Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. 24 Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.
En ocasión de la Creación, Dios colocó a Adán y a Eva en un entorno perfecto, caracterizado por la abundancia y la belleza. La primera pareja humana se encontraba con su Creador en el marco de un espacio vital encantador que podía satisfacer todas sus necesidades físicas. Además de la palabra divina hablada, el Jardín del Edén sirvió como centro de aprendizaje. Allí Adán y Eva adquirieron una visión significativa del carácter de Dios y de la existencia que él quería para ellos. Por lo tanto, cuando rompieron la relación de confianza con su Creador, su relación con el Jardín del Edén también cambió y, como señal de esa relación rota, tuvieron que abandonar ese ámbito perfecto. Perdieron el territorio que Dios les había dado. En consecuencia, el Jardín del Edén se convirtió en el símbolo de la vida abundante, como observaremos al tratar el tema de la Tierra Prometida.
¿Cómo percibieron los patriarcas la promesa de la tierra? (Ver Gén. 13:14, 15; 26:3, 24; 28:13). ¿Qué significa para nosotros, como adventistas, vivir como herederos de las promesas (Heb. 6:11-15)?
Génesis 13:14-15
14 Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. 15 Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre.
Génesis 26:3, 24
3 Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre.
24 Y se le apareció Jehová aquella noche, y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham tu padre; no temas, porque yo estoy contigo, y te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi siervo.
Génesis 28:13
13 Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella, el cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia.
Hebreos 6:11-15
11 Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, 12 a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas. 13 Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, 14 diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente. 15 Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa.
Cuando Abraham entró en la tierra que Dios le había mostrado, esta se convirtió, por la fe, en la Tierra Prometida para él y sus descendientes; y así continuó siendo durante 400 años. Los patriarcas no eran realmente dueños de la tierra, ya que no podían legarla a sus hijos como herencia. En realidad, ella pertenecía a Dios, así como le había pertenecido el Jardín del Edén. De la misma manera en que Adán y Eva no hicieron nada que les diera derecho al Jardín del Edén, Israel tampoco había aportado nada para merecer la tierra. La Tierra Prometida fue un regalo de Dios basado en su propia iniciativa. Israel no tenía ningún derecho inherente a poseerla (Deut. 9:4-6); solo podía poseerla por la gracia de Dios.
Los patriarcas fueron herederos de las promesas hasta que estas se cumplieron. Nosotros, como seguidores de Cristo, hemos heredado promesas aún mejores (Heb. 8:6), que se cumplirán si llegamos a ser “imitadores de los que por la fe y la paciencia heredan las promesas” (Heb. 6:12).
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Si ellos guardaban sus mandamientos, Dios prometía darles el mejor trigo, y sacarles miel de la roca. Habría de satisfacerlos con una larga vida, y mostrarles su salvación.
Por su desobediencia a Dios, Adán y Eva habían perdido el Edén, y debido a su pecado toda la tierra quedó maldita. Pero si el pueblo de Dios seguía su instrucción, su tierra había de ser restaurada a la fertilidad y la belleza. Dios mismo les dio instrucciones en cuanto a la forma de cultivar el suelo, y ellos habían de cooperar con él en su restauración. De modo que toda la tierra, bajo el dominio de Dios, llegaría a ser una lección objetiva de verdad espiritual. Así como en obediencia a las leyes naturales de Dios, la tierra había de producir sus tesoros, así en obediencia a sus leyes morales el corazón de la gente había de reflejar los atributos del carácter de Dios. Aun los paganos reconocerían la superioridad de los que servían y adoraban al Dios viviente.
«Mirad —dijo Moisés—, yo os he enseñado estatutos y derechos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para poseerla. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra: porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia en ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, gente grande es esta. Porque ¿qué gente grande hay que tenga los dioses cercanos a sí, como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué gente grande hay que tenga estatutos y derechos justos, como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?» Deuteronomio 4:5-8.
Los hijos de Israel habían de ocupar todo el territorio que Dios les había señalado. Habían de ser desposeídas las naciones que rechazaran el culto y el servicio al verdadero Dios. Pero el propósito de Dios era que por la revelación de su carácter mediante Israel, los hombres fueran atraídos a él. A todo el mundo se le dio la invitación del evangelio. Por medio de la enseñanza del sistema de sacrificios, Cristo había de ser levantado delante de las naciones, y habían de vivir todos los que lo miraran. Todos los que, como Rahab la cananea, y Rut la moabita, se volvieran de la idolatría al culto del verdadero Dios, habían de unirse con el pueblo escogido. A medida que aumentara el número de los israelitas, estos habían de ensanchar sus fronteras, hasta que su reino abarcara el mundo.
Dios deseaba colocar todas las naciones bajo su gobierno misericordioso. Deseaba que la tierra se llenara de gozo y paz. Creó al hombre para la felicidad, y anhela llenar el corazón humano con la paz del cielo. Desea que las familias terrenales sean un símbolo de la gran familia celestial (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 231-233).
Lunes 24 de noviembre
LA TIERRA COMO UN DON
Lee Éxodo 3:8; Levítico 20:22; 25:23; Números 13:27; Deuteronomio 4:1, 25, 26; 6:3; Salmo 24:1. ¿Qué relación especial existía entre Dios, Israel y la Tierra Prometida?
Éxodo 3:8
8 y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.
Levítico 20:22
22 Guardad, pues, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas, y ponedlos por obra, no sea que os vomite la tierra en la cual yo os introduzco para que habitéis en ella.
Levítico 25:23
23 La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo.
Números 13:27
27 Y les contaron, diciendo: Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella.
Deuteronomio 4:1, 25-26
1 Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres os da.
25 Cuando hayáis engendrado hijos y nietos, y hayáis envejecido en la tierra, si os corrompiereis e hiciereis escultura o imagen de cualquier cosa, e hiciereis lo malo ante los ojos de Jehová vuestro Dios, para enojarlo; 26 yo pongo hoy por testigos al cielo y a la tierra, que pronto pereceréis totalmente de la tierra hacia la cual pasáis el Jordán para tomar posesión de ella; no estaréis en ella largos días sin que seáis destruidos.
Deuteronomio 6:3
3 Oye, pues, oh Israel, y cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien en la tierra que fluye leche y miel, y os multipliquéis, como te ha dicho Jehová el Dios de tus padres.
Salmo 24:1
1 De Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan.
En un nivel muy básico, la tierra ofrece identidad física a una nación. Al ubicar la nación, también determina su ocupación y estilo de vida. Los esclavos estaban desarraigados y no pertenecían a un lugar en particular. Eran otros los que disfrutaban de los resultados de su trabajo. Tener tierra significaba libertad. La identidad del pueblo elegido estaba fuertemente vinculada a su morada en la tierra.
Había una relación especial entre Dios, Israel y la tierra. Israel recibió de Dios la tierra como un don, no como un derecho inalienable. El pueblo elegido podía poseer la tierra siempre que mantuviera una relación de pacto con el Señor y respetara los preceptos de ese acuerdo. En otras palabras, no podían tener la tierra y sus bendiciones sin la bendición de Dios.
Al mismo tiempo, la tierra proporcionaba una lente a través de la cual Israel podía entender mejor a Dios. Vivir en la tierra les recordaría siempre a un Dios fiel que cumple sus promesas y es digno de confianza. Ni la tierra ni Israel habrían existido sin la iniciativa de Dios como fuente y fundamento de su existencia. Mientras los israelitas estuvieron en Egipto, el Nilo y el sistema de irrigación, unidos al intenso trabajo, les proporcionaron las cosechas que necesitaban para subsistir. Canaán era diferente. Dependían de la lluvia para la abundancia de sus cosechas, y solo Dios podía controlar el clima. En consecuencia, la tierra recordaba a Israel su constante dependencia de Dios.
Aunque Israel recibiera la tierra como un regalo de Dios, él seguía siendo el propietario de ella en última instancia. Como verdadero dueño de toda la tierra (Sal. 24:1), él tenía el derecho de asignarla a Israel o de quitársela. Si el Señor es el dueño de la tierra, los israelitas y, por extensión, todos los seres humanos, son extranjeros o huéspedes de Dios en la tierra que le pertenece.
A la luz de 1 Pedro 2:11 y Hebreos 11:9-13, ¿qué significa para ti vivir como extranjero y peregrino a la espera de la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios?
1 Pedro 2:11
11 Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma,
Hebreos 11:9-13
9 Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; 10 porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. 11 Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. 12 Por lo cual también, de uno, y ese ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar. 13 Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Nuestro Señor está informado del conflicto de los suyos, en estos últimos días, con los instrumentos satánicos combinados con hombres inicuos que descuidan y rehúsan esta gran salvación. Con la mayor sencillez y franqueza, nuestro Salvador, el poderoso General de los ejércitos del cielo, no oculta el severo conflicto que ellos experimentarán. Señala los peligros, nos muestra el plan de la batalla y la difícil y peligrosa obra que debe hacerse; entonces levanta la voz antes de entrar en el conflicto para contar el costo, al mismo tiempo que anima a todos a tomar las armas de su contienda y a esperar que la hueste celestial integre los ejércitos para guerrear en defensa de la verdad y la rectitud.
La debilidad de los hombres encontrará fuerza sobrenatural y ayuda en cada conflicto severo para realizar las obras de la Omnipotencia, y la perseverancia en la fe y la perfecta confianza en Dios asegurarán el éxito. Aunque la antigua confederación del mal está en orden de batalla contra ellos, él les ordena que sean valientes y fuertes y luchen valerosamente, pues tienen un cielo que ganar y más que un ángel en sus filas: el poderoso General de los ejércitos que conduce las huestes del cielo. En la conquista de Jericó ninguno de los ejércitos de Israel pudo jactarse de haber empleado su limitada fuerza para derribar las murallas de la ciudad, ya que el Capitán de las huestes del Señor hizo los planes de esa batalla con la mayor sencillez, de modo que solo el Señor recibiera la gloria y no se exaltara al hombre. Dios nos ha prometido todo poder…
No son grandes talentos lo que queremos ahora, sino corazones humildes y consagrados, esfuerzo personal y una actitud vigilante, oración y trabajo con toda perseverancia… Cristo ha enviado a su representante, el Espíritu Santo, para asistir a sus agentes vivientes que han sido empleados para destruir la ignorancia con los potentes rayos del Sol de Justicia. Su voz nos trasmite absoluta certeza, «He aquí yo estoy con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo». La realidad que siempre debemos tener en cuenta es que llevamos adelante una lucha ante la presencia de un mundo invisible.
Al considerar los obstáculos y la terca incredulidad y al considerar los riesgos que deben ser sorteados, con toda serenidad y dependencia en Dios, abramos nuestros oídos a la voz de Jesús, quien nos aseguró: «Confiad, yo he vencido al mundo». Sí, Cristo es el vencedor. Es nuestro dirigente, nuestro capitán, con quien podemos avanzar a la victoria. Porque él vive, también nosotros viviremos. Quiera el Señor darnos valor, fe, esperanza y gracia para seguir adelante (El Cristo triunfante, 9 de mayo, p. 138).
Martes 25 de noviembre
EL DESAFÍO DE LA TIERRA
Lee Josué 13:1-7. Aunque la tierra de Canaán fue un regalo de Dios, ¿cuáles fueron algunos de los desafíos que supuso poseerla?
Josué 13:1-7
1 Siendo Josué ya viejo, entrado en años, Jehová le dijo: Tú eres ya viejo, de edad avanzada, y queda aún mucha tierra por poseer. 2 Esta es la tierra que queda: todos los territorios de los filisteos, y todos los de los gesureos; 3 desde Sihor, que está al oriente de Egipto, hasta el límite de Ecrón al norte, que se considera de los cananeos; de los cinco príncipes de los filisteos, el gazeo, el asdodeo, el ascaloneo, el geteo y el ecroneo; también los aveos; 4 al sur toda la tierra de los cananeos, y Mehara, que es de los sidonios, hasta Afec, hasta los límites del amorreo; 5 la tierra de los giblitas, y todo el Líbano hacia donde sale el sol, desde Baal-gad al pie del monte Hermón, hasta la entrada de Hamat; 6 todos los que habitan en las montañas desde el Líbano hasta Misrefotmaim, todos los sidonios; yo los exterminaré delante de los hijos de Israel; solamente repartirás tú por suerte el país a los israelitas por heredad, como te he mandado. 7 Reparte, pues, ahora esta tierra en heredad a las nueve tribus, y a la media tribu de Manasés.
Dado que durante siglos los israelitas habían vivido como esclavos, carecían de habilidades militares para conquistar la tierra. Ni siquiera sus amos, los egipcios, con sus ejércitos hábiles y bien equipados, fueron capaces de ocuparla permanentemente. Los egipcios nunca conquistaron Canaán por completo debido a lo inexpugnable de sus ciudades amuralladas. Ahora se le decía a una nación de antiguos esclavos que conquistara una tierra que sus antiguos amos habían sido incapaces de someter. Eso solo sería posible por la gracia de Dios, no por su propio esfuerzo.
Los capítulos 13 a 21 de Josué se refieren a la distribución de la tierra entre las distintas tribus de Israel. Tal distribución incluye no solo lo que había sido asignado a Israel, sino también lo que este debía aún ocupar dentro de ese territorio. Los israelitas podían vivir con seguridad en la tierra que Dios les había concedido como herencia. Eran, por así decirlo, los legítimos inquilinos de la tierra que pertenece a Dios. Sin embargo, la iniciativa de Dios debía estar acompañada de una respuesta humana. La primera mitad del libro muestra cómo Dios otorgó la tierra a su pueblo, desposeyendo a los cananeos. La segunda mitad relata cómo Israel tomó la tierra y se asentó en ella. Esta complejidad de la conquista ilustra la dinámica de nuestra salvación. Al igual que Israel, no podemos hacer nada para obtener la salvación (Efe. 2:8, 9), ya que esta es un regalo, así como la tierra fue un regalo de Dios a Israel basado en la relación de pacto entre ambos. Ciertamente, no se basó en los méritos del pueblo (ver Deut. 9:5).
Sin embargo, para que los israelitas pudieran disfrutar del regalo de Dios, tuvieron que asumir todas las responsabilidades que conllevaba vivir en la tierra. De manera semejante, nosotros debemos pasar por el proceso de la santificación, la obediencia amorosa a los requerimientos divinos, para ser ciudadanos del Reino de Dios. A pesar de las diferencias entre esas dos realidades, el paralelismo entre la recepción de la tierra por gracia y el acceso a la salvación por gracia se asemejan considerablemente. Hemos recibido un don maravilloso, pero podemos perderlo si no somos cuidadosos.
¿Cómo se enfrentan hoy los cristianos a desafíos similares a los relacionados con la ocupación de la Tierra Prometida? Ver Filipenses 2:12 y Hebreos 12:28.
Filipenses 2:12
12 Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor,
Hebreos 12:28
28 Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;
ESPÍRITU DE PROFECÍA
A través de toda la vida tendremos conflictos con los poderes de las tinieblas y obtendremos preciosas victorias. Hemos de fijar nuestra vista en el galardón. Cuando Josué subió del Jordán a tomar Jericó, se encontró ante un ser majestuoso y, de inmediato, le dijo con tono desafiante: «¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?» La respuesta fue, «No; mas como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora… Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo». No fue Josué, sino el dirigente de Israel, Cristo, quien estuvo a cargo de la toma de Jericó.
Estas eran las lecciones que se daban continuamente a los hijos de Israel. Al dirigir su atención al Dios del cielo, Cristo les enseñó que no debían adjudicarse la gloria ellos mismos. No hemos de abrigar un espíritu de exaltación propia. En el momento en que comencemos a pensar que somos importantes, recordemos que no poseemos nada que nos haga diferentes o mejores que los demás mortales, excepto lo que Dios nos ha dado.
Cuando estéis en necesidad, recordad nuestra relación con los hijos de Israel. La pluma de la inspiración traza claramente su historia. No debemos imitar su ejemplo de murmuración y descontento. Dios no puso en los labios de Moisés palabras de condenación. Eran un pueblo apartado y diferente de otras naciones.
Al aceptar la religión de Jesucristo, muchos parecieran pensar que están iniciando un camino descendente. Estas personas debieran bajarse de los peldaños de su elevada estima propia y de su justicia propia y humillarse delante de Dios. Sin embargo, los que se pongan en relación con el Dios viviente, como hijos e hijas de Dios, han de tomar una senda ascendente…
Hablemos del cielo y de las cosas celestiales, manteniéndonos en una actitud de súplica delante de Dios. No es seguro que ninguno de nosotros se sienta en una posición en la que su pie no puede resbalar, antes bien debiéramos percibir que el terreno donde estamos es santo. Limpiad el templo de vuestro espíritu de toda contaminación, para que Cristo entre y reine con poder supremo. Contemplando a Jesús, hemos de crecer a su semejanza. Cuanto más nos relacionemos con él, tanto más percibiremos nuestras imperfecciones… Dondequiera que estemos, nuestras oraciones debieran ascender al Señor reclamando más luz. Acudamos a él pare recibir las órdenes… A fin de conocer el poder y la fortaleza de la verdadera vida de devoción, hemos de escondernos en Jesús, dedicándonos a él sin reservas… Consagrad por completo a Dios vuestras fuerzas, vuestra mente y vuestras habilidades. Dondequiera que el Señor os ponga, por humilde que sea dicha responsabilidad, cumplidla fielmente (El Cristo triunfante, 8 de mayo, p. 137).
Miércoles 26 de noviembre
EL JUBILEO
La tierra era tan fundamental para la existencia de Israel como pueblo de Dios que debía distribuirse entre las tribus y las familias (Núm. 34:13-18) para evitar que se convirtiera en posesión de unas pocas élites dirigentes.
Lee Levítico 25:1-5, 8-13. ¿Cuál era la finalidad del año sabático y del jubileo?
Levítico 25:1-5, 8-13
1 Jehová habló a Moisés en el monte de Sinaí, diciendo: 2 Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo os doy, la tierra guardará reposo para Jehová. 3 Seis años sembrarás tu tierra, y seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos. 4 Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo para Jehová; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña. 5 Lo que de suyo naciere en tu tierra segada, no lo segarás, y las uvas de tu viñedo no vendimiarás; año de reposo será para la tierra.
8 Y contarás siete semanas de años, siete veces siete años, de modo que los días de las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años. 9 Entonces harás tocar fuertemente la trompeta en el mes séptimo a los diez días del mes; el día de la expiación haréis tocar la trompeta por toda vuestra tierra. 10 Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia. 11 El año cincuenta os será jubileo; no sembraréis, ni segaréis lo que naciere de suyo en la tierra, ni vendimiaréis sus viñedos, 12 porque es jubileo; santo será a vosotros; el producto de la tierra comeréis. 13 En este año de jubileo volveréis cada uno a vuestra posesión.
En contraste con Egipto, donde los ciudadanos perdían regularmente sus tierras y se convertían en siervos del faraón, el propósito de Dios para los israelitas era que nunca quedaran indefinidamente privados de su propiedad y sus derechos. Nadie fuera de las familias a las que la tierra había sido asignada originalmente podría poseerla. De hecho, según el plan de Dios, la tierra nunca podría ser vendida, sino solo arrendada según su valor establecido, y solo durante el número de años que restaban hasta el siguiente Jubileo. Por lo tanto, los parientes de una persona que se había visto obligada por las circunstancias a “vender” su tierra ancestral tenían el deber de rescatarla incluso antes de que llegara el Jubileo (Lev. 25:25).
La adjudicación de la tierra se convirtió, por así decirlo, en una ventana que permitía contemplar el corazón de Dios. Como nuestro Padre Celestial, él quería que sus hijos fueran generosos con los menos afortunados y permitieran que sus tierras los alimentaran cada séptimo año. El año sabático aplicaba el principio del mandamiento del sábado a mayor escala. Además de valorar y fomentar el trabajo, la propiedad de la tierra también exigía respeto y amabilidad hacia quienes enfrentaban a dificultades económicas.
La legislación acerca de la propiedad de la tierra proporcionaba a cada israelita la oportunidad de liberarse de circunstancias opresivas heredadas o propias y de tener un nuevo comienzo en la vida.
En esencia, este es el principal propósito del Evangelio: borrar la distinción entre ricos y pobres, empresarios y empleados, privilegiados y desfavorecidos, poniéndonos a todos en pie de igualdad al reconocer nuestra total necesidad de la gracia de Dios.
Desgraciadamente, Israel no cumplió la norma establecida por Dios y, al cabo de los siglos, se hicieron realidad las advertencias de desposesión (2 Crón. 36:20, 21).
¿Cómo pueden los principios de la asignación de tierras a Israel y el sábado recordarnos que, a los ojos de Dios, todos somos iguales? ¿Cómo puede el sábado ayudarnos a decir “no” a la explotación y el consumismo que arruinan a muchas sociedades?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Después de «siete semanas de años, siete veces siete años», venía el gran año de la remisión, el año del jubileo. «Entonces harás pasar la trompeta de jubilación… por toda vuestra tierra. Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; este os será jubileo; y volveréis cada uno a su posesión, y cada cual volverá a su familia». Levítico 25:8-10.
«En el mes séptimo a los diez del mes; el día de la expiación», sonaba la trompeta del jubileo. Por todos los ámbitos de la tierra, doquiera habitaran los judíos, se oía el toque que invitaba a todos los hijos de Jacob a que saludaran el año de la remisión. En el gran día de la expiación, se expiaban los pecados de Israel, y con corazones llenos de regocijo el pueblo daba la bienvenida al jubileo.
Como en el año sabático, no se debía sembrar ni segar, y todo lo que produjera la tierra había de considerarse como propiedad legítima de los pobres. Quedaban entonces libres ciertas clases de esclavos hebreos: todos los que no recibían su libertad en el año sabático. Pero lo que distinguía especialmente el año del jubileo era la restitución de toda propiedad inmueble a la familia del poseedor original. Por indicación especial de Dios, las tierras habían sido repartidas por suertes. Después de la repartición, nadie tuvo derecho a cambiar su hacienda por otra. Tampoco debía vender su tierra, a no ser que la pobreza le obligara a hacerlo, y aun en tal caso, en cualquier momento que él o alguno de sus parientes quisiera rescatarla, el comprador no debía negarse a venderla; y si no se redimía la tierra, debía volver a su primer poseedor o a sus herederos en el año de jubileo.
El Señor declaró a Israel: «La tierra pues no podrá venderse en perpetuidad; porque mía es la tierra; pues que vosotros sois extranjeros y transeúntes para conmigo». Levítico 25:23 (VM). Debía inculcársele al pueblo el hecho de que la tierra que se le permitía poseer por un tiempo pertenecía a Dios, que él era su dueño legítimo, su poseedor original, y que él quería que se le diera al pobre y al menesteroso una consideración especial. Debía hacerse comprender a todos que los pobres tienen tanto derecho como los más ricos a un sitio en el mundo de Dios.
Tales fueron las medidas que nuestro Creador misericordioso tomó para aminorar el sufrimiento e impartir algún rayo de esperanza y alegría en la vida de los indigentes y angustiados (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 573-575).
Jueves 27 de noviembre
LA TIERRA RESTAURADA
Lee Jeremías 24:6; 31:16; Ezequiel 11:17; 28:25; 37:14, 25. ¿Cuál fue la promesa de Dios acerca del regreso de Israel a la Tierra Prometida y cómo se cumplió?
Jeremías 24:6
6 Porque pondré mis ojos sobre ellos para bien, y los volveré a esta tierra, y los edificaré, y no los destruiré; los plantaré y no los arrancaré.
Jeremías 31:16
16 Así ha dicho Jehová: Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová, y volverán de la tierra del enemigo.
Ezequiel 11:17
17 Di, por tanto: Así ha dicho Jehová el Señor: Yo os recogeré de los pueblos, y os congregaré de las tierras en las cuales estáis esparcidos, y os daré la tierra de Israel.
Ezequiel 28:25
25 Así ha dicho Jehová el Señor: Cuando recoja a la casa de Israel de los pueblos entre los cuales está esparcida, entonces me santificaré en ellos ante los ojos de las naciones, y habitarán en su tierra, la cual di a mi siervo Jacob.
Ezequiel 37:14, 25
14 Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová.
25 Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres; en ella habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre; y mi siervo David será príncipe de ellos para siempre.
Durante el exilio babilónico, los israelitas experimentaron la triste realidad del desarraigo, pero también la promesa de que su relación con Dios no estaba condicionada ni limitada a la posesión de la tierra. Cuando los israelitas confesaron sus pecados, se arrepintieron y buscaron al Señor de todo corazón, Dios cumplió de nuevo su promesa y los llevó nuevamente a su tierra como señal de su restauración. Eso significaba que él era su Dios aun cuando no estuvieran en la tierra.
Sin embargo, así como la promesa de que Israel poseería la tierra para siempre era condicional (Deut. 28:63, 64; Jos. 23:13, 15; 1 Rey. 9:7; 2 Rey. 17:23; Jer. 12:10-12), también lo era la promesa de reasentar y hacer prosperar a Israel en la tierra después del exilio. Al mismo tiempo, los profetas del Antiguo Testamento apuntaban a una restauración que sería obra de un futuro rey davídico (Isa. 9:6, 7; Zac. 9:9, 16). Esta promesa se cumplió en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, en quien se harían realidad todas las promesas hechas al antiguo Israel.
En el Nuevo Testamento no se menciona directamente la Tierra Prometida, pero se nos dice que las promesas de Dios se han cumplido en Jesucristo y por medio de él (Rom. 15:8; 2 Cor. 1:20). En consecuencia, la tierra es reinterpretada a la luz de Cristo y se convierte en el símbolo de las bendiciones espirituales que Dios planea dar a su pueblo fiel aquí y ahora (Efe. 2:6), y en el futuro.
El cumplimiento definitivo de la promesa divina del reposo, la abundancia y el bienestar en la tierra tendrá lugar en la Tierra Nueva, liberada del pecado y sus consecuencias. En ese sentido, nuestra esperanza como cristianos se basa en la promesa del regreso de Cristo, quien establecerá su Reino eterno en la Tierra hecha nueva tras un período de mil años en el Cielo. Este será el cumplimiento final de todas las promesas acerca de la Tierra.
Lee Juan 14:1-3; Tito 2:13 y Apocalipsis 21:1-3. ¿Qué esperanza final encontramos en estos versículos y por qué la muerte de Jesús nos garantiza su cumplimiento?
Juan 14:1-3
1 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. 2 En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. 3 Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
Tito 2:13
13 aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo,
Apocalipsis 21:1-3
1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. 2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. 3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Si quienes están en plena actividad, después de haber tenido alguna experiencia en las intervenciones divinas en el surgimiento y progreso de la obra, permanecieran como lo hizo Josué, dispuestos a fortalecer la fe del pueblo de Dios repasando las bendiciones y misericordias del pasado, serían bendecidos y ellos mismos serían una bendición para quienes no han tenido esa experiencia. Si pudiesen recapitular los sacrificios realizados por quienes condujeron la obra, y pudieran conservar delante del pueblo la sencillez de los pioneros y el poder de Dios que manifestaron al mantener a la obra libre de todo error, engaño y extravagancia, serían una influencia modeladora para los obreros de este tiempo.
Cuando perdemos de vista lo que el Señor ha hecho en el pasado por su pueblo, perdemos también de vista lo que el Señor hace en favor de su obra en el presente. Aquellos que ingresan en la obra en este tiempo, comparativamente hablando no saben nada del sacrificio y la abnegación de aquellos sobre quienes recayó la responsabilidad de iniciar la obra en un principio. Estos hechos debieran contarse una Y otra vez…
Un duro conflicto está en desarrollo entre el Príncipe de la vida y el príncipe de las tinieblas, y esta batalla requiere constante vigilancia por parte de los obreros dedicados… Si los hombres y mujeres se niegan a aceptar los caminos del Señor, si resisten por alguna causa la luz que han recibido del cielo, serán contados entre los obreros de iniquidad. . . Cuando estos ven el error que han cometido y comprenden que no han desarrollado el espíritu debido, pues han intentado matar aque110 a lo que Dios ha dado vida, reconozcan honesta y francamente su error. Una recapitulación del pasado será altamente beneficiosa para tales obreros… Cuando humillen sus corazones delante de Dios como lo hizo David, confesando que han errado, pueden tener la certeza de que serán perdonados…
Satanás se ha empeñado en realizar su obra especial para este tiempo. Los que han errado en el pasado y no se han humillado, ni confesado, ni enmendado sus errores, continuarán movidos por su propio espíritu. Llamarán a la verdad error, y al error, verdad. En el gran conflicto, finalmente, estos obreros serán hallados del lado de Satanás. Nuestro Dios es un Dios celoso; no actuará con ligereza…
Así como Dios es fiel en sus promesas, también lo es en sus advertencias. Hermanos y hermanas, es posible que ya me encuentre silenciosa en la tumba antes que estas advertencias del Señor alcancen el efecto deseado en sus mentes y corazones, por lo que en las palabras del apóstol Pablo, les digo: «Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres» dondequiera que estén a que se arrepientan (El Cristo triunfante, 13 de mayo, p. 142).
Viernes 28 de noviembre
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee las páginas 730-737 del capítulo “El fin del conflicto” en el libro El conflicto de los siglos, de Elena de White.
“Estaremos eternamente salvados cuando entremos por las puertas en la ciudad. Entonces podremos alegrarnos de que estamos salvados, eternamente salvados. Hasta entonces, debemos prestar atención al mandato del apóstol: ‘Siendo que la promesa de entrar en su reposo permanece aún, cuiden que ninguno de ustedes parezca rezagado’ [Heb. 4:1]. El conocimiento acerca de Canaán, la entonación de sus cánticos y el regocijo ante la perspectiva de entrar en ella no llevaron a los hijos de Israel a los viñedos y olivares de la Tierra Prometida. Solo podían hacerla suya ocupándola, cumpliendo las condiciones para ello, ejerciendo una fe viva en Dios y apropiándose de sus promesas” (Elena de White, “Christ like religion”, The Youth’s Instructor, 17 de febrero de 1898).
“En la Biblia se llama a la herencia de los bienaventurados ‘una patria’ (Heb. 11:14-16). Allí el Pastor divino conduce a su rebaño a los manantiales de aguas vivas. El árbol de vida da su fruto cada mes, y las hojas del árbol son para la utilidad de las naciones. Allí hay corrientes que manan eternamente, claras como el cristal, al lado de las cuales se mecen árboles que echan su sombra sobre los senderos preparados para los redimidos del Señor. Allí las vastas planicies alternan con bellísimas colinas y las montañas de Dios elevan sus majestuosas cumbres. En esas pacíficas llanuras, al borde de esas corrientes vivas, el pueblo de Dios que por tanto tiempo anduvo peregrino y errante, encontrará un hogar” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 733).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
- Piensa en la Tierra Prometida como un símbolo de la vida abundante que Cristo ofrece a sus seguidores en Juan 10:10. ¿De qué manera los beneficios de vivir en una tierra de abundancia ilustran las bendiciones de la salvación?
- ¿Qué relación existe entre ser ciudadanos de una tierra en particular y tener un determinado estilo de vida? ¿Cómo afecta una cosa a la otra? ¿Qué implica ser un ciudadano del Reino de Dios?
- Como seres humanos nos vemos constantemente decepcionados por las promesas que otros nos hacen y, a veces, por las que nos hacemos a nosotros mismos. ¿Por qué puedes confiar en las promesas de Dios?
- ¿Cómo podemos hacer que la promesa de la tierra nueva forme parte de nuestro futuro de manera real y concreta, incluso ahora?
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