Lección 13: Para el 27 de diciembre de 2025
¡ELIJAN HOY!
Sábado 20 de diciembre
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Josué 24; Génesis 12:7; Deuteronomio 17:19; 5:6; 1 Reyes 11:2, 4, 9; 2 Timoteo 4:7, 8.
PARA MEMORIZAR:
“Y si les parece mal servir al Señor, entonces elijan hoy a quien servir […] que yo y mi casa serviremos al Señor” (Jos. 24:15).
El último capítulo de Josué se sitúa en el contexto de una ceremonia de renovación del pacto, pero esta vez dirigida por el anciano líder de Israel.
Aunque no es un pacto propiamente dicho, sino más bien el informe de una ceremonia de renovación de un pacto, el capítulo contiene los elementos característicos de los antiguos tratados del Cercano Oriente entre un soberano y un vasallo: (1) Un preámbulo en el que se identifica al soberano, el iniciador del tratado; (2) el prólogo histórico, que describe la relación entre el señor y el vasallo; (3) las estipulaciones del pacto en las que se pide al vasallo que manifieste total lealtad al soberano como respuesta de gratitud y motivada por ella; (4) privilegios o bendiciones en respuesta a la fidelidad, y perjuicios o maldiciones en caso de deslealtad; (5) testigos del compromiso del vasallo; (6) depósito del documento para su futura lectura; y (7) ratificación del pacto.
Josué estaba cerca del final de su vida y no había un sustituto para él en el horizonte. La renovación del pacto era un recordatorio para Israel de que su rey era Dios mismo y que, si permanecían leales a él, gozarían de su protección. La nación no necesitaba un rey humano, sino que debía tener siempre presente que su único rey era el Señor.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Al percatarse Josué de que los achaques de la vejez le invadían sigilosamente y que pronto su obra terminaría, se llenó de ansiedad por el futuro de su pueblo. Con interés más que paternal se dirigió a ellos cuando estuvieron reunidos una vez más alrededor de su anciano jefe…
Por indicación de Josué se había traído el arca de Silo. Era una ocasión muy solemne, y este símbolo de la presencia de Dios iba a profundizar la impresión que él deseaba hacer sobre el pueblo. Después de exponer la bondad de Dios hacia Israel, los invitó en el nombre de Jehová a que decidieran a quién querían servir. El culto de los ídolos seguía practicándose hasta cierto punto, en secreto, y Josué trató ahora de inducirlos a hacer una decisión que desterrara este pecado de Israel… Josué deseaba lograr que sirvieran a Dios, no a la fuerza, sino voluntariamente…
«Que yo y mi casa —dijo Josué— serviremos a Jehová». El mismo santo celo que inspiraba el corazón del jefe se comunicó al pueblo. Sus exhortaciones le arrancaron esta respuesta espontánea: «Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová por servir a otros dioses»… Josué trató de hacer que sus oyentes pesaran muy bien sus palabras, y que desistieran de hacer votos para cuyo cumplimiento no estaban preparados. Con profundo fervor repitieron esta declaración: «No, antes a Jehová serviremos». Consintiendo solemnemente en atestiguar contra sí mismos que habían escogido a Jehová, una vez más reiteraron su promesa de lealtad: «A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos»
La obra de Josué en favor de Israel había terminado. Había cumplido «siguiendo a Jehová», y en el libro de Dios se Io llamó «el siervo de Jehová». El testimonio más noble que se da acerca de su carácter como caudillo del pueblo es la historia de la generación que disfrutó de sus labores. «Y sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que vinieron después de Josué» (Conflicto y valor, 29 de abril, p. 125).
Se librará un conflicto agudo entre los que son leales a Dios y los que han desdeñado su ley. La veneración por la ley de Dios se ha trastornado. Por doctrina, los dirigentes religiosos enseñan mandamientos de hombres. Como fue en los días del antiguo Israel, así es en esta era del mundo. Pero aunque ahora prevalezcan la deslealtad y la transgresión, ¿tendrán menos respeto por la ley de Dios aquellos que la han venerado? ¿Se unirán con los poderes de la tierra para anularla? Los que son leales no se dejarán arrastrar por la corriente del mal. No despreciarán lo que Dios ha apartado como santo. No seguirán el ejemplo de olvido de Israel. Recordarán las intervenciones de Dios en favor de su pueblo en todas las edades, y andarán en sus mandamientos.
La prueba les llega a todos. Hay solo dos partidos. ¿De qué lado estáis vosotros? (Testimonios para la Iglesia, t. 8, pp. 130, 131).
Domingo 21 de diciembre
¡ESTUVISTE ALLÍ!
“Josué reunió en Siquem a todas las tribus de Israel. Llamó a los ancianos de Israel, a sus príncipes, jueces y oficiales; y se presentaron ante Dios” (Jos. 24:1).
Siquem era el lugar donde Abraham había construido un altar cuando llegó a la Tierra Prometida y donde Dios le prometió por primera vez que ella le pertenecería (Gén. 12:6-7). Ahora, una vez cumplida la promesa hecha a Abrahán, Israel renovó el pacto con Dios en el mismo lugar donde se había hecho al principio. El llamamiento de Josué recuerda las palabras de Jacob: “Quiten ahora los otros dioses que están entre ustedes” (Jos. 24:23; comparar con Gén. 35:2-4). El sitio donde ocurrió el evento era en sí mismo un llamado a demostrar una lealtad indivisa al Señor y a rechazar a todos los demás “dioses”.
Lee Josué 24:2-13. ¿Cuál es la idea central del mensaje de Dios a Israel?
Josué 24:2-13
2 Y dijo Josué a todo el pueblo: Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños. 3 Y yo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del río, y lo traje por toda la tierra de Canaán, y aumenté su descendencia, y le di a Isaac. 4 A Isaac le di a Jacob y a Esaú. Y a Esaú le di el monte de Seir, para que lo poseyese; pero Jacob y sus hijos descendieron a Egipto. 5 Y yo envié a Moisés y a Aarón, y herí a Egipto, conforme a lo que hice en medio de él, y después os saqué. 6 Saqué a vuestros padres de Egipto; y cuando llegaron al mar, los egipcios siguieron a vuestros padres hasta el Mar Rojo con carros y caballería. 7 Y cuando ellos clamaron a Jehová, él puso oscuridad entre vosotros y los egipcios, e hizo venir sobre ellos el mar, el cual los cubrió; y vuestros ojos vieron lo que hice en Egipto. Después estuvisteis muchos días en el desierto. 8 Yo os introduje en la tierra de los amorreos, que habitaban al otro lado del Jordán, los cuales pelearon contra vosotros; mas yo los entregué en vuestras manos, y poseísteis su tierra, y los destruí de delante de vosotros. 9 Después se levantó Balac hijo de Zipor, rey de los moabitas, y peleó contra Israel; y envió a llamar a Balaam hijo de Beor, para que os maldijese. 10 Mas yo no quise escuchar a Balaam, por lo cual os bendijo repetidamente, y os libré de sus manos. 11 Pasasteis el Jordán, y vinisteis a Jericó, y los moradores de Jericó pelearon contra vosotros: los amorreos, ferezeos, cananeos, heteos, gergeseos, heveos y jebuseos, y yo los entregué en vuestras manos. 12 Y envié delante de vosotros tábanos, los cuales los arrojaron de delante de vosotros, esto es, a los dos reyes de los amorreos; no con tu espada, ni con tu arco. 13 Y os di la tierra por la cual nada trabajasteis, y las ciudades que no edificasteis, en las cuales moráis; y de las viñas y olivares que no plantasteis, coméis.
Dios es el sujeto principal del pasado rememorado: “Yo tomé”, “Yo di”, “Yo envié”, “Yo herí”, “Yo hice”, “Yo te saqué”, “Yo te libré”, etc. Israel no es el protagonista de la narración, sino su objeto. Dios es quien creó a Israel. Si él no hubiera intervenido en la vida de Abraham, ellos habrían servido a los mismos ídolos. La existencia de Israel como nación no era mérito de ninguno de sus antepasados, sino obra exclusiva de la gracia de Dios. El hecho de que los israelitas estuvieran establecidos en la tierra no era motivo de jactancia, sino la razón misma por la que debían servir a Dios.
El discurso del Señor alterna cinco veces los pronombres “ustedes” y “ellos” (los “padres”, o antepasados). Los padres y esta generación de Siquem son tratados como uno solo. Josué intenta demostrar lo que Moisés ya había afirmado en Deuteronomio 5:3: que el Señor no instituyó el pacto solo con los padres, sino con todos los presentes en el momento del discurso de Josué. La inmensa mayoría de los allí presentes no había vivido el Éxodo. No “todos” habían estado en Horeb. Sin embargo, Josué dice que todos ellos estuvieron allí. En resumen, cada nueva generación debía apropiarse de las lecciones del pasado. El Dios que obró en favor de sus ancestros en el pasado estaba dispuesto a actuar en favor de la generación presente.
¿De qué manera podemos tener como iglesia una percepción más clara de nuestra responsabilidad corporativa; es decir, captar la idea de que lo que hacemos repercute en todos los miembros de la iglesia?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
El pueblo en general tardaba mucho en completar la obra de expulsar a los paganos. Las tribus se habían dispersado para ocupar sus posesiones, el ejército había sido disuelto, y se miraba como empresa difícil y dudosa el reanudar la guerra. Pero Josué declaró: «Jehová vuestro Dios las echará de delante de vosotros, y las lanzará de vuestra presencia: y vosotros poseeréis sus tierras, como Jehová vuestro Dios os ha dicho. Esforzaos pues mucho a guardar y hacer todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés, sin apartaros de ello ni a la diestra ni a la siniestra».
Josué puso al mismo pueblo como testigo de que, siempre que ellos habían cumplido con las condiciones, Dios había cumplido fielmente las promesas que les hiciera. «Reconoced, pues, con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma, que no se ha perdido una sola palabra de las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había dicho de vosotros», les dijo. Les declaró, además, que así como el Señor había cumplido sus promesas, así cumpliría sus amenazas. «Mas será, que como ha venido sobre vosotros toda palabra buena que Jehová vuestro Dios os había dicho, así también traerá Jehová sobre vosotros toda palabra mala… Cuando traspasareis el pacto de Jehová,… el furor de Jehová se inflamará contra vosotros, y luego pereceréis de aquesta buena tierra que él os ha dado» (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 559, 560).
Abraham no tuvo posesión en la tierra, «ni aun para asentar un pie». Hechos 7:5. Poseía grandes riquezas y las empleaba en honor de Dios y para el bien de sus prójimos; pero no consideraba este mundo como su hogar. El Señor le había ordenado que abandonara a sus compatriotas idólatras, con la promesa de darle la tierra de Canaán como posesión eterna; y sin embargo, ni él, ni su hijo, ni su nieto la recibieron. Cuando Abraham deseó un lugar donde sepultar sus muertos, tuvo que comprarlo a los cananeos. Su única posesión en la tierra prometida fue aquella tumba cavada en la peña en la cueva de Macpela.
Pero Dios no faltó a su palabra; ni tuvo esta su cumplimiento final en la ocupación de la tierra de Canaán por el pueblo judío… Abraham mismo debía participar de la herencia… Y la Sagrada Escritura enseña expresamente que las promesas hechas a Abraham han de ser cumplidas mediante Cristo… Dios dio a Abraham una vislumbre de esta herencia inmortal, y con esta esperanza, él se conformó. «Por fe habitó en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en cabañas con Isaac y Jacob, herederos juntamente de la misma promesa: porque esperaba ciudad con fundamentos, el artífice y hacedor de la cual es Dios». Hebreos 11:9, 10.
De la descendencia de Abraham dice la Escritura: «Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido las promesas, sino mirándolas de lejos, y creyéndolas, y saludándolas, y confesando que eran peregrinos y advenedizos sobre la tierra». Tenemos que vivir aquí como «peregrinos y advenedizos», si deseamos la patria «mejor, es a saber, la celestial» (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 166, 167).
Lunes 22 de diciembre
CON INTEGRIDAD Y EN VERDAD
¿Qué llamado hizo Josué a los israelitas? (Jos. 24:14, 15). ¿Qué significa servir al Señor con sinceridad y en verdad?
Josue 24:14-15
14 Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. 15 Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.
El llamamiento hecho por Josué expresaba claramente el hecho de que Israel debía decidir si conservaría su singularidad y habitaría en la tierra en virtud de su lealtad a su Creador, o si volvería a ser uno de tantos pueblos idólatras, sin una identidad, un propósito o una misión claros. La decisión era suya.
El llamamiento de Josué era doble: Israel debía reverenciar al Señor y servirlo “con sinceridad y en verdad”. Reverenciar al Señor significa manifestar un respeto profundo que surge del reconocimiento de la insondable grandeza, santidad e infinitud de Dios, por un lado, y de nuestra pequeñez, pecaminosidad y finitud, por otro. Reverenciar a Dios significa ser constantemente consciente de la magnitud de sus exigencias y reconocer que él no es solo nuestro Padre celestial, sino también nuestro Rey divino. Una percepción tal nos conducirá a una vida de obediencia a Dios (Lev. 19:14; 25:17; Deut. 17:19; 2 Rey. 17:34). Mientras que la reverencia o respeto describe la actitud interior que debía caracterizar a un israelita, el resultado práctico de la reverencia para con Dios era el servicio dedicado a él.
El servicio que se exigía a Israel es caracterizado por dos términos hebreos traducidos como “en sinceridad” y “en verdad”. El primero de ellos (tamim) se utiliza sobre todo como adjetivo para describir la perfección de un animal destinado al sacrificio. El segundo describe el servicio que se esperaba de Israel como “verdadero” o “fiel” (heb. ‘emet). El término generalmente connota constancia y estabilidad. Suele referirse a Dios, quien se caracteriza por su fidelidad, con Israel en el pasado.
Una persona fiel es alguien de quien se puede depender y en quien se puede confiar. Básicamente, Josué estaba pidiendo a Israel que demostrara la misma lealtad a Dios que Dios había mostrado hacia su pueblo a lo largo de su historia. No se trataba de un mero cumplimiento externo de las exigencias divinas, sino de algo que debía brotar de un interior indiviso y coherente. Sus vidas debían reflejar gratitud a Dios por lo que había hecho por ellos. Básicamente, así es como debemos relacionarnos también hoy con Jesús.
¿Qué significa para ti servir al Señor “con sinceridad” y “en verdad”? ¿Qué te está impidiendo tener una devoción plena hacia Dios?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Jesús es la escalera hacia el cielo y Dios nos invita a subir por ella. Pero no podemos hacerlo mientras estemos cargados de los tesoros terrenales. Nos engañamos a nosotros mismos cuando anteponemos las conveniencias y ventajas personales a las cosas de Dios. No hay salvación en las posesiones o comodidades terrenales. Un hombre no es exaltado a la vista de Dios ni considerado bueno por él, porque posee riquezas terrenales. Si nos hacemos expertos en el arte de subir. debemos abandonar todo estorbo. Los que suben deben afirmar bien los pies en cada peldaño de la escalera.
Somos salvos mientras escalamos peldaño tras peldaño de la escalera, mirando a Cristo, asiéndonos de Cristo, subiendo paso a paso hasta las alturas de Cristo, de modo que él nos sea sabiduría y justificación y santificación y redención. La fe, la virtud, el conocimiento, la temperancia, la paciencia, la piedad, el amor hermanable y la caridad son los peldaños de esa escalera.
Se necesitan la fortaleza de ánimo, el valor, la fe y una confianza implícita en el poder de Dios para salvar. Estas gracias celestiales no se adquieren en un momento; se obtienen a través de la experiencia de los años. Pero cada sincero y ferviente servidor de Cristo llegará a ser participante de la naturaleza divina. Su alma rebosará de un intenso anhelo de conocer la plenitud de aquel amor que sobrepuja todo conocimiento. A medida que avance en la vida divina estará más capacitado para apropiarse de las elevadas y ennoblecedoras verdades de la Palabra de Dios hasta que, por medio de la contemplación, sea transformado y pueda reflejar la semejanza de su Redentor.
Hijo, hija de Dios, los ángeles observan el carácter que desarrolla, sopesan sus palabras y acciones; por tanto, preste atención a sus caminos… compruebe si está en el amor de Dios.
Amar a Dios por encima de todo y al prójimo como a uno mismo es la auténtica santificación (The Faith Live By, p. 120; parcialmente en La fe por la cual vivo, 24 de abril, p. 122).
Día tras día y hora tras hora debe haber en el interior un vigoroso proceso de renunciamiento propio y de santificación; y entonces las obras exteriores testificarán que Jesús mora en el corazón por la fe. La santificación no le cierra al conocimiento las avenidas del alma, sino que expande la mente y la inspira en la búsqueda de la verdad como si fuera un tesoro escondido; y el conocimiento de la voluntad de Dios promueve la obra de santificación. Hay un cielo y ¡cuán fervientemente debiéramos luchar por llegar a él! Creed que él está dispuesto a ayudaros con su gracia cuando acudís a él con sinceridad. Debéis pelear la buena batalla de la fe. Debéis ser atletas esforzados por obtener la corona de la vida. Luchad, porque las garras de Satanás están sobre vosotros; y si no os esquiváis quedaréis paralizados y perdidos. El enemigo está a la mano derecha, y a la izquierda y delante de vosotros y detrás; y debéis hollarlo debajo de vuestros pies. Luchad porque hay una corona que ganar.
Pronto presenciaremos la coronación de nuestro Rey. Los creyentes cuya vida quedó escondida con Cristo, los que en esta tierra pelearon la buena batalla de la fe, resplandecerán con la gloria del Redentor en el reino de Dios (The Faith I Live By, p. 124; parcialmente en La fe por la cual vivo, 28 de abril, p. 126).
Martes 23 de diciembre
LIBRES PARA SERVIR
Como líder genuino y fiel, Josué respetaba el libre albedrío de su pueblo y deseaba que Israel decidiera libremente servir al Señor. En otros pasajes, la palabra bajar, traducida como “elegir”, describe la elección de Israel por parte de Dios (Deut. 7:6, 7; 10:15; 14:2). Israel era libre de decir “no” al Señor tras haber sido elegido divinamente, pero eso no tendría sentido y sería absurdo. Israel podía decir “sí” a Dios y seguir viviendo o darle la espalda y dejar de existir como pueblo elegido.
¿Cuál fue la respuesta de Israel al llamamiento de Josué? (Jos. 24:16-18). ¿Por qué reaccionó Josué de esa manera? (Jos. 24:19-21)
Josue 24:16-18
16 Entonces el pueblo respondió y dijo: Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses; 17 porque Jehová nuestro Dios es el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre; el que ha hecho estas grandes señales, y nos ha guardado por todo el camino por donde hemos andado, y en todos los pueblos por entre los cuales pasamos. 18 Y Jehová arrojó de delante de nosotros a todos los pueblos, y al amorreo que habitaba en la tierra; nosotros, pues, también serviremos a Jehová, porque él es nuestro Dios.
Josue 24:19-21
19 Entonces Josué dijo al pueblo: No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados. 20 Si dejareis a Jehová y sirviereis a dioses ajenos, él se volverá y os hará mal, y os consumirá, después que os ha hecho bien. 21 El pueblo entonces dijo a Josué: No, sino que a Jehová serviremos.
En su respuesta categóricamente positiva, los israelitas reconocieron que el Dios de los patriarcas y de sus padres era ahora también “nuestro Dios” (Jos. 24:17, 18), a quien estaban dispuestos a servir con lealtad indivisa. Después de una afirmación tan incuestionable acerca de su lealtad, esperaríamos palabras de afirmación y aliento por parte de Josué. Sin embargo, no fue así. El diálogo entre Josué y el pueblo dio un giro drástico en el que Josué parecía desempeñar el papel de abogado del diablo, ya que pasó de hablar de la bondadosa providencia del Señor en el pasado a amenazar a los israelitas con la imagen de un Dios al que no era fácil servir.
Josué conocía la inestabilidad de la primera generación, que prometió obedecer a Dios en términos similares (Éxo. 19:8; 24:3; Deut. 5:27), pero que olvidó sus promesas mientras las palabras estaban aún en sus labios (Éxo. 32). Por lo tanto, utilizó la retórica para hacer conscientes a los israelitas de varias cosas. En primer lugar, la decisión de servir a Dios era algo solemne que debía moldear a toda la nación de acuerdo con la revelación divina. Las bendiciones resultantes de perseguir ese objetivo eran evidentes, pero también debían comprenderse plenamente las consecuencias de la desobediencia. El perdón de los pecados no es un derecho inalienable de la humanidad, sino un milagro de la gracia de Dios.
En segundo lugar, la decisión de los israelitas de servir a Dios debía ser su propia decisión, no algo impuesto por un líder, ni siquiera por Josué.
En tercer lugar, Israel debía darse cuenta de que los seres humanos no pueden servir a Dios mediante sus propias fuerzas. El servicio a Dios no era algo que lograrían por medio de una adhesión mecánica a las estipulaciones del pacto, sino mediante una relación personal con el Señor como su salvador (comparar con Éxo. 20:1, 2 y Deut. 5:6, 7).
ESPÍRITU DE PROFECÍA
La fortaleza de un ejército se mide mayormente por la eficiencia de los hombres que se encuentran en sus filas. Un general sabio instruye a sus oficiales a fin de que entrenen a cada soldado para el servicio activo. Trata de desarrollar la mayor eficiencia posible de parte de todos. Si tuviera que depender solo de sus oficiales no podría esperar dirigir una campaña de buen éxito. Cuenta con el servicio leal e infatigable de cada hombre de su ejército. La responsabilidad descansa mayormente sobre los hombres que están en las filas.
Lo mismo ocurre en el ejército del Príncipe Emanuel. Nuestro General, que jamás ha perdido batalla, espera un servicio voluntario y fiel de todos los que se han alistado bajo su bandera. Espera que todos, tanto laicos como ministros, tomen parte en el conflicto final que se está librando ahora entre las fuerzas del bien y las huestes del mal. Todos los que se han alistado como soldados suyos deben rendir como milicianos un servicio fiel, con un agudo sentido de la responsabilidad que reposa sobre ellos como individuos.
No todos los que entran en el ejército van a ser generales, capitanes, sargentos, ni siquiera cabos. No todos han de tener ni los cuidados ni las responsabilidades de los dirigentes. Pero hay que cumplir muchas otras arduas tareas de otra clase. Algunos tendrán que cavar trincheras o construir fortificaciones; otros permanecerán como centinelas; algunos otros llevarán mensajes. Si bien es cierto que se necesitan pocos oficiales, se requieren muchos soldados para formar las filas del ejército; no obstante, el buen éxito depende de la fidelidad de cada soldado. La cobardía o la traición de un solo hombre puede acarrear desastre al ejército entero.
Hay una obra ferviente que debe ser hecha por nosotros individualmente si queremos librar la buena batalla de la fe. Están en juego intereses eternos. Debemos revestirnos de toda la armadura de justicia, debemos resistir al diablo, y tenemos la segura promesa de que se batirá en retirada. La iglesia debe llevar a cabo un combate agresivo, hacer conquistas para Cristo, y rescatar almas del poder del enemigo. Dios y sus santos ángeles toman parte en este conflicto. Agrademos al que nos ha llamado a ser sus soldados (God’s Amazing Grace, p. 29; parcialmente en La maravillosa gracia de Dios, 21 de enero, p. 29).
La verdadera santificación es consecuencia del desarrollo del principio del amor. «Dios es amor; y el que vive en amor, vive en Dios, y Dios en él». 1 Juan 4:16. La vida de aquel en cuyo corazón habita Cristo revelará una piedad práctica. El carácter será purificado, elevado, ennoblecido y glorificado. Una doctrina pura acompañará a las Obras de justicia; y los preceptos celestiales a las costumbres santas.
Los que quieren alcanzar la bendición de la santidad deben aprender primero el significado de la abnegación. Es la fragancia del amor para con nuestros semejantes lo que revela nuestro amor para con Dios. Es la paciencia en el servicio lo que otorga descanso al alma. Es mediante el trabajo humilde, diligente y fiel cómo se promueve el bienestar de Israel. Dios sostiene y fortalece al que desea seguir en la senda de Cristo (Los hechos de los apóstoles, p. 447).
Miércoles 24 de diciembre
LOS PELIGROS DE LA IDOLATRÍA
Lee Josué 24:22-24. ¿Por qué fue necesario que Josué repitiera su llamamiento a los israelitas para que se deshicieran de sus ídolos?
Josué 24:22-24
22 Y Josué respondió al pueblo: Vosotros sois testigos contra vosotros mismos, de que habéis elegido a Jehová para servirle. Y ellos respondieron: Testigos somos. 23 Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros, e inclinad vuestro corazón a Jehová Dios de Israel. 24 Y el pueblo respondió a Josué: A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos.
El peligro de la idolatría no era teórico. Moisés había pedido antes la misma decisión en las llanuras de Moab y en un contexto similar (Deut. 30:19, 20). Los dioses que estaban ahora en el punto de mira no eran los de Egipto ni los de más allá del río, sino que se encontraban “entre ellos”. Por eso, Josué rogó a su pueblo que inclinara su corazón hacia el Señor. El término hebreo traducido aquí como “inclinar” es natah, que describe en otros textos a un Dios que se inclina y escucha las oraciones (2 Rey. 19:16; Sal. 31:2, 3; Dan. 9:18), y es también la actitud que los profetas exigieron posteriormente a Israel (Isa. 55:3; Jer. 7:24). A ese verbo también se lo emplea para indicar la apostasía de Salomón, cuando su corazón se inclinó hacia “otros dioses” (1 Rey. 11:2, 4, 9). El pecaminoso corazón humano no tiene la tendencia natural a inclinarse ante Dios y escuchar su voz. Se necesitan decisiones conscientes de nuestra parte para inclinarlo hacia el cumplimiento de la voluntad divina.
La respuesta de los israelitas fue, literalmente, “Escucharemos su voz”. Esta expresión enfatiza el aspecto relacional de la obediencia. No se pedía a Israel que siguiera rutinariamente un conjunto de reglas. El pacto consistía en una relación viva con el Señor, una que no podía expresarse plenamente mediante meros reglamentos. La religión de Israel nunca tuvo el propósito de ser legalista, sino un diálogo constante de fe y amor con un Salvador santo y misericordioso.
Incluso después de la triple promesa del pueblo de servir al Señor, lo cual implicaba, como ordenó Josué, la eliminación de los dioses de entre ellos, no hay ningún informe de que eso ocurriera realmente. A lo largo de todo el libro, se informa al lector acerca del cumplimiento de los mandatos de Josué (o de Moisés) como ejemplo de obediencia. La ausencia de ello en la conclusión del libro representa un final abierto. El llamamiento central del libro a servir al Señor no era solo para la generación de Josué, sino también para cada nueva generación del pueblo de Dios que lea o escuche ese mensaje.
¿Cuántas veces prometiste al Señor que harías algo, pero luego no lo hiciste? ¿Por qué no cumpliste tu promesa? ¿Qué te dice tu respuesta acerca de la gracia?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Por indicación de Josué, se había traído el arca de Silo. Era una ocasión muy solemne, y este símbolo de la presencia de Dios iba a profundizar la impresión que él deseaba hacer sobre el pueblo. Después de exponer la bondad de Dios hacia Israel, los invitó en el nombre de Jehová a que decidieran a quien querían servir. El culto de los ídolos seguía practicándose hasta cierto punto, en secreto, y Josué trató ahora de inducirlos a hacer una decisión que desterrara este pecado de Israel. «Y si mal os parece servir a Jehová —dijo él—, escogeos hoy a quien sirváis». Josué deseaba lograr que sirvieran a Dios, no a la fuerza, sino voluntariamente. El amor a Dios es el fundamento mismo de la religión. De nada valdría dedicarse a su servicio meramente por la esperanza del galardón o por el temor al castigo. Una franca apostasía no ofendería más a Dios que la hipocresía y un culto de mero formalismo.
El anciano jefe exhortó a los israelitas a que consideraran en todos sus aspectos lo que les había expuesto y a que decidieran si realmente querían vivir como vivían las naciones idólatras y degradadas que habitaban alrededor de ellos. Si les parecía mal servir a Jehová, fuente de todo poder y de toda bendición, podían en ese día escoger a quien querían servir, «a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres», de los que Abraham fue llamado a apartarse, o «a los dioses de los Amorreos en cuya tierra habitáis».
Estas últimas palabras eran una severa reprensión para Israel. Los dioses de los amorreos no habían podido proteger a sus adoradores. A causa de sus pecados abominables y degradantes, aquella nación impía había sido destruida, y la buena tierra que una vez poseyera había sido dada al pueblo de Dios. ¡Qué insensatez sería la de Israel si escogiera las divinidades por cuyo culto habían sido destruidos los amorreos!
«Que yo y mi casa —dijo Josué— serviremos a Jehová». El mismo santo celo que inspiraba el corazón del jefe se comunicó al pueblo. Sus exhortaciones le arrancaron esta respuesta espontánea: «Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová por servir a otros dioses».
«No podréis servir a Jehová —dijo Josué—, porque él es Dios santo; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados». Antes de que pudiera haber una reforma permanente, era necesario hacerle sentir al pueblo cuán incapaz de obedecer a Dios era de por sí. Habían quebrantado su ley; esta los condenaba como transgresores, y no les proporcionaba ningún medio de escape. Mientras confiaran en su propia fuerza y justicia, les era imposible lograr perdón de sus pecados; no podían satisfacer las exigencias de la perfecta ley de Dios, y en vano se comprometían a servir a Dios. Solo por la fe en Cristo podían alcanzar el perdón de sus pecados, y recibir fuerza para obedecer la ley de Dios. Debían dejar de depender de sus propios esfuerzos para salvarse; debían confiar por completo en el poder de los méritos del Salvador prometido, si querían ser aceptados por Dios (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 561-563).
Jueves 25 de diciembre
UN BUEN FINAL
Lee las palabras finales del libro de Josué escritas por un redactor inspirado (Jos. 24:29-33). ¿De qué manera esas palabras no solo rememoran la vida de Josué, sino también se proyectan hacia el futuro?
Josue 24:29-33
29 Después de estas cosas murió Josué hijo de Nun, siervo de Jehová, siendo de ciento diez años. 30 Y le sepultaron en su heredad en Timnat-sera, que está en el monte de Efraín, al norte del monte de Gaas. 31 Y sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que sabían todas las obras que Jehová había hecho por Israel. 32 Y enterraron en Siquem los huesos de José, que los hijos de Israel habían traído de Egipto, en la parte del campo que Jacob compró de los hijos de Hamor padre de Siquem, por cien piezas de dinero; y fue posesión de los hijos de José. 33 También murió Eleazar hijo de Aarón, y lo enterraron en el collado de Finees su hijo, que le fue dado en el monte de Efraín.
El epílogo del libro acerca de la muerte de Josué y del sumo sacerdote Eleazar concluye con un final aleccionador. Al relatar el entierro de Josué, el de Eleazar y el de los huesos de José, el escritor crea un contraste entre la vida fuera de la tierra concedida a Israel y el comienzo de la vida en ella. Ya no había necesidad de vagar. Los restos terrenales de los líderes ya no necesitaban ser cambia- dos de lugar. Antiguamente, los patriarcas enterraban a sus familiares en una cueva (Gén. 23:13, 19; 25:9, 10), en una parcela comprada en Siquem (Gén. 33:19). Ahora, la nación enterraba a sus líderes en el territorio de su propia herencia, lo cual implicaba un sentido de permanencia. Las promesas hechas a los patriarcas se habían cumplido. La fidelidad de Dios constituía el hilo histórico que unía la posteridad de Israel con su presente y su futuro.
Puesto que los párrafos finales del libro enlazan toda la narración con una historia más amplia acerca del pasado, también abren el camino hacia el futuro. En un discurso pronunciado en la Iglesia de la Santísima Trinidad de Shrewsbury, Inglaterra, Lord George Cary, ex arzobispo de Canterbury, declaró que la Iglesia Anglicana estaba “a una generación de la extinción”.
De hecho, la iglesia está siempre a una generación de la extinción, y así fue también con el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Un gran capítulo de la historia de Israel llegaba a su fin. Su futuro dependía del tipo de respuestas que diera a las numerosas preguntas planteadas. ¿Sería Israel fiel al Señor? ¿Sería capaz de continuar la tarea inacabada de poseer toda la tierra? ¿Se aferraría a Dios y no caería en la idolatría? Una generación había sido fiel al Señor bajo el liderazgo de Josué. ¿Mantendría la siguiente generación la misma dirección espiritual trazada por su gran líder? Al leer el libro de Josué, cada generación sucesiva del pueblo de Dios debía hacer frente a esas mismas preguntas. Su éxito dependía de las respuestas que dieran a ellas en su vida cotidiana y de cómo se relacionaran con las verdades que habían heredado.
Josué, como Pablo, “peleó la buena batalla” (2 Tim. 4:7). ¿Cuál fue la clave de su éxito? ¿Qué decisiones necesitas tomar hoy para experimentar esa misma seguridad acerca de tu salvación?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
El carácter santo de Josué no ostentaba mancha alguna. Era un sabio dirigente. Su vida estaba totalmente dedicada a Dios. Antes de morir reunió a las huestes hebreas y siguiendo el ejemplo de Moisés recapituló sus peregrinaciones por el desierto y también la obra misericordiosa llevada a cabo por el Señor en favor de ellos. Acto seguido les habló con elocuencia. Les contó que el rey de Moab estaba en guerra con ellos y había llamado a Balaam para que los maldijera; pero Dios no quiso «escuchar a Balaam, por lo cual os bendijo repetidamente». Después les dijo: »Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová».
«Entonces el pueblo respondió y dijo: Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses; porque Jehová nuestro Dios es el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre; el que ha hecho estas grandes señales y nos ha guardado por todo el camino por donde hemos andado, y en todos los pueblos por entre los cuales pasamos».
El pueblo renovó su pacto con Josué. Le dijeron: »A Jehová nuestro Dios serviremos, y su voz obedeceremos». Josué escribió las palabras de este pacto en el libro que contenía las leyes y los estatutos dados a Moisés. Recibió el amor y el respeto de todo Israel, y su muerte fue sumamente lamentada (La historia de la redención, pp. 185, 186).
El alma que mantiene encendido el amor de Cristo está llena de libertad, de luz y gozo en Cristo. En un alma tal no hay pensamientos divididos. El hombre entero desea ardientemente a Dios. No acude a los hombres en busca de consejo, para conocer su deber, sino al Señor Jesús, la fuente de toda sabiduría. Investiga la Palabra de Dios para encontrar en ella cuanta norma haya sido establecida.
Cuanto más aprendemos de Cristo por su Palabra, tanto más sentimos nuestra necesidad de él en nuestra experiencia. No deberíamos descansar hasta que podamos descansar al llevar el yugo de Cristo y sus cargas. Cuanto más fieles seamos en su servicio, tanto más lo amaremos, tanto más lo ensalzaremos. Todo deber, grande o pequeño, que realicemos, será hecho con fidelidad, y al seguir conociendo a nuestro Señor, tanto mayor será nuestro deseo de glorificarlo (En los lugares celestiales, p. 144).
Viernes 26 de diciembre
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee las páginas 560-563 del capítulo “Las últimas palabras de Josué” en el libro Patriarcas y profetas de Elena de White.
“Entre las multitudes que salieron de Egipto había muchos que habían sido adoradores de ídolos; y tal es el poder del hábito, que la práctica continuó secretamente, hasta cierto punto, aun después del establecimiento en Canaán. Josué era consciente de la existencia de este mal entre los israelitas, y percibía claramente los peligros que derivarían de ello. Deseaba fervientemente ver una reforma completa entre la hueste hebrea. Sabía que a menos que el pueblo decidiera servir al Señor de todo corazón, seguiría separándose cada vez más de él. […] Aunque una parte de la hueste hebrea estaba constituida por adoradores realmente espirituales, muchos eran meros formalistas; ningún celo ni seriedad caracterizaban su servicio. Algunos eran idólatras de corazón que se habrían avergonzado de reconocerse como tales” (Elena de White, “Joshua’s Farewell Address”, Signs of the Times, 19 de mayo de 1881, p. 1).
“Este pacto solemne fue registrado en el libro de la ley para ser preservado sagradamente. Josué erigió entonces una gran piedra debajo de una encina que estaba junto al Santuario del Señor y dijo a todo el pueblo: ‘Esta piedra será testigo. Ha oído todas las palabras que el Señor les habló; será testigo contra ustedes, para que no mientan a su Dios’ (Jos. 24:27). Aquí Josué declaró claramente que sus instrucciones y advertencias dirigidas al pueblo no eran sus propias palabras, sino las de Dios. Esta gran piedra daría testimonio a las generaciones venideras acerca del acontecimiento que conmemoraba, y sería un testimonio contra el pueblo en caso de que cayera nuevamente en la idolatría” (Elena de White, “The Stone of Witness”, Signs of the Times, 26 de mayo de 1881, p. 1).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
- Analiza el significado de la expresión “Él [el Señor] es Dios santo, Dios celoso” (Jos. 24:19). ¿En qué sentido es él un Dios celoso?
- ¿Cómo se relaciona nuestro amor a Dios con la libertad de elección que él nos concede? Es decir, ¿podríamos amar de verdad si no tuviéramos verdadera libertad? ¿Puede el verdadero amor ser forzado? Si no es así, ¿por qué no?
- ¿De qué maneras prácticas pueden los líderes actuales de la iglesia pasar la antorcha a la siguiente generación?
- Piensa en la vida de Josué y en el hecho de que los israelitas sirvieron al Señor a lo largo de su vida. ¿Qué conclusión te gustaría que la gente extrajera de tu vida?
Lección 13 – ¡ELIJAN HOY! – Para el 27 de diciembre de 2025
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Lecciones Futuras de Escuela Sabática
| 1er Trimestre | El Amor de Dios y su Justicia |
| 2do Trimestre | Alusiones, Imágenes y Símbolos |
| 3er Trimestre | El Éxodo |
| 4to Trimestre | Josué |
| 1er Trimestre | Colosenses – Filipenses |
| 2do Trimestre | Relación con Dios |
| 3er Trimestre | 1 y 2 Corintios |
| 4to Trimestre | El Don de Profecía |
| 1er Trimestre | Mayordomía |
| 2do Trimestre | Vida de Jesús |
| 3er Trimestre | Profecías Apocalípticas |
| 4to Trimestre | Hermenéutica |
Lecciones Futuras de Escuela Sabática
| Año | 1er Trimestre | 2do Trimestre | 3er Trimestre | 4to Trimestre |
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Lección 13: Para el 27 de diciembre de 2025
¡ELIJAN HOY!
Sábado 20 de diciembre
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Josué 24; Génesis 12:7; Deuteronomio 17:19; 5:6; 1 Reyes 11:2, 4, 9; 2 Timoteo 4:7, 8.
PARA MEMORIZAR:
“Y si les parece mal servir al Señor, entonces elijan hoy a quien servir […] que yo y mi casa serviremos al Señor” (Jos. 24:15).
El último capítulo de Josué se sitúa en el contexto de una ceremonia de renovación del pacto, pero esta vez dirigida por el anciano líder de Israel.
Aunque no es un pacto propiamente dicho, sino más bien el informe de una ceremonia de renovación de un pacto, el capítulo contiene los elementos característicos de los antiguos tratados del Cercano Oriente entre un soberano y un vasallo: (1) Un preámbulo en el que se identifica al soberano, el iniciador del tratado; (2) el prólogo histórico, que describe la relación entre el señor y el vasallo; (3) las estipulaciones del pacto en las que se pide al vasallo que manifieste total lealtad al soberano como respuesta de gratitud y motivada por ella; (4) privilegios o bendiciones en respuesta a la fidelidad, y perjuicios o maldiciones en caso de deslealtad; (5) testigos del compromiso del vasallo; (6) depósito del documento para su futura lectura; y (7) ratificación del pacto.
Josué estaba cerca del final de su vida y no había un sustituto para él en el horizonte. La renovación del pacto era un recordatorio para Israel de que su rey era Dios mismo y que, si permanecían leales a él, gozarían de su protección. La nación no necesitaba un rey humano, sino que debía tener siempre presente que su único rey era el Señor.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Al percatarse Josué de que los achaques de la vejez le invadían sigilosamente y que pronto su obra terminaría, se llenó de ansiedad por el futuro de su pueblo. Con interés más que paternal se dirigió a ellos cuando estuvieron reunidos una vez más alrededor de su anciano jefe…
Por indicación de Josué se había traído el arca de Silo. Era una ocasión muy solemne, y este símbolo de la presencia de Dios iba a profundizar la impresión que él deseaba hacer sobre el pueblo. Después de exponer la bondad de Dios hacia Israel, los invitó en el nombre de Jehová a que decidieran a quién querían servir. El culto de los ídolos seguía practicándose hasta cierto punto, en secreto, y Josué trató ahora de inducirlos a hacer una decisión que desterrara este pecado de Israel… Josué deseaba lograr que sirvieran a Dios, no a la fuerza, sino voluntariamente…
«Que yo y mi casa —dijo Josué— serviremos a Jehová». El mismo santo celo que inspiraba el corazón del jefe se comunicó al pueblo. Sus exhortaciones le arrancaron esta respuesta espontánea: «Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová por servir a otros dioses»… Josué trató de hacer que sus oyentes pesaran muy bien sus palabras, y que desistieran de hacer votos para cuyo cumplimiento no estaban preparados. Con profundo fervor repitieron esta declaración: «No, antes a Jehová serviremos». Consintiendo solemnemente en atestiguar contra sí mismos que habían escogido a Jehová, una vez más reiteraron su promesa de lealtad: «A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos»
La obra de Josué en favor de Israel había terminado. Había cumplido «siguiendo a Jehová», y en el libro de Dios se Io llamó «el siervo de Jehová». El testimonio más noble que se da acerca de su carácter como caudillo del pueblo es la historia de la generación que disfrutó de sus labores. «Y sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que vinieron después de Josué» (Conflicto y valor, 29 de abril, p. 125).
Se librará un conflicto agudo entre los que son leales a Dios y los que han desdeñado su ley. La veneración por la ley de Dios se ha trastornado. Por doctrina, los dirigentes religiosos enseñan mandamientos de hombres. Como fue en los días del antiguo Israel, así es en esta era del mundo. Pero aunque ahora prevalezcan la deslealtad y la transgresión, ¿tendrán menos respeto por la ley de Dios aquellos que la han venerado? ¿Se unirán con los poderes de la tierra para anularla? Los que son leales no se dejarán arrastrar por la corriente del mal. No despreciarán lo que Dios ha apartado como santo. No seguirán el ejemplo de olvido de Israel. Recordarán las intervenciones de Dios en favor de su pueblo en todas las edades, y andarán en sus mandamientos.
La prueba les llega a todos. Hay solo dos partidos. ¿De qué lado estáis vosotros? (Testimonios para la Iglesia, t. 8, pp. 130, 131).
Domingo 21 de diciembre
¡ESTUVISTE ALLÍ!
“Josué reunió en Siquem a todas las tribus de Israel. Llamó a los ancianos de Israel, a sus príncipes, jueces y oficiales; y se presentaron ante Dios” (Jos. 24:1).
Siquem era el lugar donde Abraham había construido un altar cuando llegó a la Tierra Prometida y donde Dios le prometió por primera vez que ella le pertenecería (Gén. 12:6-7). Ahora, una vez cumplida la promesa hecha a Abrahán, Israel renovó el pacto con Dios en el mismo lugar donde se había hecho al principio. El llamamiento de Josué recuerda las palabras de Jacob: “Quiten ahora los otros dioses que están entre ustedes” (Jos. 24:23; comparar con Gén. 35:2-4). El sitio donde ocurrió el evento era en sí mismo un llamado a demostrar una lealtad indivisa al Señor y a rechazar a todos los demás “dioses”.
Lee Josué 24:2-13. ¿Cuál es la idea central del mensaje de Dios a Israel?
Josué 24:2-13
2 Y dijo Josué a todo el pueblo: Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños. 3 Y yo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del río, y lo traje por toda la tierra de Canaán, y aumenté su descendencia, y le di a Isaac. 4 A Isaac le di a Jacob y a Esaú. Y a Esaú le di el monte de Seir, para que lo poseyese; pero Jacob y sus hijos descendieron a Egipto. 5 Y yo envié a Moisés y a Aarón, y herí a Egipto, conforme a lo que hice en medio de él, y después os saqué. 6 Saqué a vuestros padres de Egipto; y cuando llegaron al mar, los egipcios siguieron a vuestros padres hasta el Mar Rojo con carros y caballería. 7 Y cuando ellos clamaron a Jehová, él puso oscuridad entre vosotros y los egipcios, e hizo venir sobre ellos el mar, el cual los cubrió; y vuestros ojos vieron lo que hice en Egipto. Después estuvisteis muchos días en el desierto. 8 Yo os introduje en la tierra de los amorreos, que habitaban al otro lado del Jordán, los cuales pelearon contra vosotros; mas yo los entregué en vuestras manos, y poseísteis su tierra, y los destruí de delante de vosotros. 9 Después se levantó Balac hijo de Zipor, rey de los moabitas, y peleó contra Israel; y envió a llamar a Balaam hijo de Beor, para que os maldijese. 10 Mas yo no quise escuchar a Balaam, por lo cual os bendijo repetidamente, y os libré de sus manos. 11 Pasasteis el Jordán, y vinisteis a Jericó, y los moradores de Jericó pelearon contra vosotros: los amorreos, ferezeos, cananeos, heteos, gergeseos, heveos y jebuseos, y yo los entregué en vuestras manos. 12 Y envié delante de vosotros tábanos, los cuales los arrojaron de delante de vosotros, esto es, a los dos reyes de los amorreos; no con tu espada, ni con tu arco. 13 Y os di la tierra por la cual nada trabajasteis, y las ciudades que no edificasteis, en las cuales moráis; y de las viñas y olivares que no plantasteis, coméis.
Dios es el sujeto principal del pasado rememorado: “Yo tomé”, “Yo di”, “Yo envié”, “Yo herí”, “Yo hice”, “Yo te saqué”, “Yo te libré”, etc. Israel no es el protagonista de la narración, sino su objeto. Dios es quien creó a Israel. Si él no hubiera intervenido en la vida de Abraham, ellos habrían servido a los mismos ídolos. La existencia de Israel como nación no era mérito de ninguno de sus antepasados, sino obra exclusiva de la gracia de Dios. El hecho de que los israelitas estuvieran establecidos en la tierra no era motivo de jactancia, sino la razón misma por la que debían servir a Dios.
El discurso del Señor alterna cinco veces los pronombres “ustedes” y “ellos” (los “padres”, o antepasados). Los padres y esta generación de Siquem son tratados como uno solo. Josué intenta demostrar lo que Moisés ya había afirmado en Deuteronomio 5:3: que el Señor no instituyó el pacto solo con los padres, sino con todos los presentes en el momento del discurso de Josué. La inmensa mayoría de los allí presentes no había vivido el Éxodo. No “todos” habían estado en Horeb. Sin embargo, Josué dice que todos ellos estuvieron allí. En resumen, cada nueva generación debía apropiarse de las lecciones del pasado. El Dios que obró en favor de sus ancestros en el pasado estaba dispuesto a actuar en favor de la generación presente.
¿De qué manera podemos tener como iglesia una percepción más clara de nuestra responsabilidad corporativa; es decir, captar la idea de que lo que hacemos repercute en todos los miembros de la iglesia?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
El pueblo en general tardaba mucho en completar la obra de expulsar a los paganos. Las tribus se habían dispersado para ocupar sus posesiones, el ejército había sido disuelto, y se miraba como empresa difícil y dudosa el reanudar la guerra. Pero Josué declaró: «Jehová vuestro Dios las echará de delante de vosotros, y las lanzará de vuestra presencia: y vosotros poseeréis sus tierras, como Jehová vuestro Dios os ha dicho. Esforzaos pues mucho a guardar y hacer todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés, sin apartaros de ello ni a la diestra ni a la siniestra».
Josué puso al mismo pueblo como testigo de que, siempre que ellos habían cumplido con las condiciones, Dios había cumplido fielmente las promesas que les hiciera. «Reconoced, pues, con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma, que no se ha perdido una sola palabra de las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había dicho de vosotros», les dijo. Les declaró, además, que así como el Señor había cumplido sus promesas, así cumpliría sus amenazas. «Mas será, que como ha venido sobre vosotros toda palabra buena que Jehová vuestro Dios os había dicho, así también traerá Jehová sobre vosotros toda palabra mala… Cuando traspasareis el pacto de Jehová,… el furor de Jehová se inflamará contra vosotros, y luego pereceréis de aquesta buena tierra que él os ha dado» (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 559, 560).
Abraham no tuvo posesión en la tierra, «ni aun para asentar un pie». Hechos 7:5. Poseía grandes riquezas y las empleaba en honor de Dios y para el bien de sus prójimos; pero no consideraba este mundo como su hogar. El Señor le había ordenado que abandonara a sus compatriotas idólatras, con la promesa de darle la tierra de Canaán como posesión eterna; y sin embargo, ni él, ni su hijo, ni su nieto la recibieron. Cuando Abraham deseó un lugar donde sepultar sus muertos, tuvo que comprarlo a los cananeos. Su única posesión en la tierra prometida fue aquella tumba cavada en la peña en la cueva de Macpela.
Pero Dios no faltó a su palabra; ni tuvo esta su cumplimiento final en la ocupación de la tierra de Canaán por el pueblo judío… Abraham mismo debía participar de la herencia… Y la Sagrada Escritura enseña expresamente que las promesas hechas a Abraham han de ser cumplidas mediante Cristo… Dios dio a Abraham una vislumbre de esta herencia inmortal, y con esta esperanza, él se conformó. «Por fe habitó en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en cabañas con Isaac y Jacob, herederos juntamente de la misma promesa: porque esperaba ciudad con fundamentos, el artífice y hacedor de la cual es Dios». Hebreos 11:9, 10.
De la descendencia de Abraham dice la Escritura: «Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido las promesas, sino mirándolas de lejos, y creyéndolas, y saludándolas, y confesando que eran peregrinos y advenedizos sobre la tierra». Tenemos que vivir aquí como «peregrinos y advenedizos», si deseamos la patria «mejor, es a saber, la celestial» (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 166, 167).
Lunes 22 de diciembre
CON INTEGRIDAD Y EN VERDAD
¿Qué llamado hizo Josué a los israelitas? (Jos. 24:14, 15). ¿Qué significa servir al Señor con sinceridad y en verdad?
Josue 24:14-15
14 Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová. 15 Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.
El llamamiento hecho por Josué expresaba claramente el hecho de que Israel debía decidir si conservaría su singularidad y habitaría en la tierra en virtud de su lealtad a su Creador, o si volvería a ser uno de tantos pueblos idólatras, sin una identidad, un propósito o una misión claros. La decisión era suya.
El llamamiento de Josué era doble: Israel debía reverenciar al Señor y servirlo “con sinceridad y en verdad”. Reverenciar al Señor significa manifestar un respeto profundo que surge del reconocimiento de la insondable grandeza, santidad e infinitud de Dios, por un lado, y de nuestra pequeñez, pecaminosidad y finitud, por otro. Reverenciar a Dios significa ser constantemente consciente de la magnitud de sus exigencias y reconocer que él no es solo nuestro Padre celestial, sino también nuestro Rey divino. Una percepción tal nos conducirá a una vida de obediencia a Dios (Lev. 19:14; 25:17; Deut. 17:19; 2 Rey. 17:34). Mientras que la reverencia o respeto describe la actitud interior que debía caracterizar a un israelita, el resultado práctico de la reverencia para con Dios era el servicio dedicado a él.
El servicio que se exigía a Israel es caracterizado por dos términos hebreos traducidos como “en sinceridad” y “en verdad”. El primero de ellos (tamim) se utiliza sobre todo como adjetivo para describir la perfección de un animal destinado al sacrificio. El segundo describe el servicio que se esperaba de Israel como “verdadero” o “fiel” (heb. ‘emet). El término generalmente connota constancia y estabilidad. Suele referirse a Dios, quien se caracteriza por su fidelidad, con Israel en el pasado.
Una persona fiel es alguien de quien se puede depender y en quien se puede confiar. Básicamente, Josué estaba pidiendo a Israel que demostrara la misma lealtad a Dios que Dios había mostrado hacia su pueblo a lo largo de su historia. No se trataba de un mero cumplimiento externo de las exigencias divinas, sino de algo que debía brotar de un interior indiviso y coherente. Sus vidas debían reflejar gratitud a Dios por lo que había hecho por ellos. Básicamente, así es como debemos relacionarnos también hoy con Jesús.
¿Qué significa para ti servir al Señor “con sinceridad” y “en verdad”? ¿Qué te está impidiendo tener una devoción plena hacia Dios?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Jesús es la escalera hacia el cielo y Dios nos invita a subir por ella. Pero no podemos hacerlo mientras estemos cargados de los tesoros terrenales. Nos engañamos a nosotros mismos cuando anteponemos las conveniencias y ventajas personales a las cosas de Dios. No hay salvación en las posesiones o comodidades terrenales. Un hombre no es exaltado a la vista de Dios ni considerado bueno por él, porque posee riquezas terrenales. Si nos hacemos expertos en el arte de subir. debemos abandonar todo estorbo. Los que suben deben afirmar bien los pies en cada peldaño de la escalera.
Somos salvos mientras escalamos peldaño tras peldaño de la escalera, mirando a Cristo, asiéndonos de Cristo, subiendo paso a paso hasta las alturas de Cristo, de modo que él nos sea sabiduría y justificación y santificación y redención. La fe, la virtud, el conocimiento, la temperancia, la paciencia, la piedad, el amor hermanable y la caridad son los peldaños de esa escalera.
Se necesitan la fortaleza de ánimo, el valor, la fe y una confianza implícita en el poder de Dios para salvar. Estas gracias celestiales no se adquieren en un momento; se obtienen a través de la experiencia de los años. Pero cada sincero y ferviente servidor de Cristo llegará a ser participante de la naturaleza divina. Su alma rebosará de un intenso anhelo de conocer la plenitud de aquel amor que sobrepuja todo conocimiento. A medida que avance en la vida divina estará más capacitado para apropiarse de las elevadas y ennoblecedoras verdades de la Palabra de Dios hasta que, por medio de la contemplación, sea transformado y pueda reflejar la semejanza de su Redentor.
Hijo, hija de Dios, los ángeles observan el carácter que desarrolla, sopesan sus palabras y acciones; por tanto, preste atención a sus caminos… compruebe si está en el amor de Dios.
Amar a Dios por encima de todo y al prójimo como a uno mismo es la auténtica santificación (The Faith Live By, p. 120; parcialmente en La fe por la cual vivo, 24 de abril, p. 122).
Día tras día y hora tras hora debe haber en el interior un vigoroso proceso de renunciamiento propio y de santificación; y entonces las obras exteriores testificarán que Jesús mora en el corazón por la fe. La santificación no le cierra al conocimiento las avenidas del alma, sino que expande la mente y la inspira en la búsqueda de la verdad como si fuera un tesoro escondido; y el conocimiento de la voluntad de Dios promueve la obra de santificación. Hay un cielo y ¡cuán fervientemente debiéramos luchar por llegar a él! Creed que él está dispuesto a ayudaros con su gracia cuando acudís a él con sinceridad. Debéis pelear la buena batalla de la fe. Debéis ser atletas esforzados por obtener la corona de la vida. Luchad, porque las garras de Satanás están sobre vosotros; y si no os esquiváis quedaréis paralizados y perdidos. El enemigo está a la mano derecha, y a la izquierda y delante de vosotros y detrás; y debéis hollarlo debajo de vuestros pies. Luchad porque hay una corona que ganar.
Pronto presenciaremos la coronación de nuestro Rey. Los creyentes cuya vida quedó escondida con Cristo, los que en esta tierra pelearon la buena batalla de la fe, resplandecerán con la gloria del Redentor en el reino de Dios (The Faith I Live By, p. 124; parcialmente en La fe por la cual vivo, 28 de abril, p. 126).
Martes 23 de diciembre
LIBRES PARA SERVIR
Como líder genuino y fiel, Josué respetaba el libre albedrío de su pueblo y deseaba que Israel decidiera libremente servir al Señor. En otros pasajes, la palabra bajar, traducida como “elegir”, describe la elección de Israel por parte de Dios (Deut. 7:6, 7; 10:15; 14:2). Israel era libre de decir “no” al Señor tras haber sido elegido divinamente, pero eso no tendría sentido y sería absurdo. Israel podía decir “sí” a Dios y seguir viviendo o darle la espalda y dejar de existir como pueblo elegido.
¿Cuál fue la respuesta de Israel al llamamiento de Josué? (Jos. 24:16-18). ¿Por qué reaccionó Josué de esa manera? (Jos. 24:19-21)
Josue 24:16-18
16 Entonces el pueblo respondió y dijo: Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses; 17 porque Jehová nuestro Dios es el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre; el que ha hecho estas grandes señales, y nos ha guardado por todo el camino por donde hemos andado, y en todos los pueblos por entre los cuales pasamos. 18 Y Jehová arrojó de delante de nosotros a todos los pueblos, y al amorreo que habitaba en la tierra; nosotros, pues, también serviremos a Jehová, porque él es nuestro Dios.
Josue 24:19-21
19 Entonces Josué dijo al pueblo: No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados. 20 Si dejareis a Jehová y sirviereis a dioses ajenos, él se volverá y os hará mal, y os consumirá, después que os ha hecho bien. 21 El pueblo entonces dijo a Josué: No, sino que a Jehová serviremos.
En su respuesta categóricamente positiva, los israelitas reconocieron que el Dios de los patriarcas y de sus padres era ahora también “nuestro Dios” (Jos. 24:17, 18), a quien estaban dispuestos a servir con lealtad indivisa. Después de una afirmación tan incuestionable acerca de su lealtad, esperaríamos palabras de afirmación y aliento por parte de Josué. Sin embargo, no fue así. El diálogo entre Josué y el pueblo dio un giro drástico en el que Josué parecía desempeñar el papel de abogado del diablo, ya que pasó de hablar de la bondadosa providencia del Señor en el pasado a amenazar a los israelitas con la imagen de un Dios al que no era fácil servir.
Josué conocía la inestabilidad de la primera generación, que prometió obedecer a Dios en términos similares (Éxo. 19:8; 24:3; Deut. 5:27), pero que olvidó sus promesas mientras las palabras estaban aún en sus labios (Éxo. 32). Por lo tanto, utilizó la retórica para hacer conscientes a los israelitas de varias cosas. En primer lugar, la decisión de servir a Dios era algo solemne que debía moldear a toda la nación de acuerdo con la revelación divina. Las bendiciones resultantes de perseguir ese objetivo eran evidentes, pero también debían comprenderse plenamente las consecuencias de la desobediencia. El perdón de los pecados no es un derecho inalienable de la humanidad, sino un milagro de la gracia de Dios.
En segundo lugar, la decisión de los israelitas de servir a Dios debía ser su propia decisión, no algo impuesto por un líder, ni siquiera por Josué.
En tercer lugar, Israel debía darse cuenta de que los seres humanos no pueden servir a Dios mediante sus propias fuerzas. El servicio a Dios no era algo que lograrían por medio de una adhesión mecánica a las estipulaciones del pacto, sino mediante una relación personal con el Señor como su salvador (comparar con Éxo. 20:1, 2 y Deut. 5:6, 7).
ESPÍRITU DE PROFECÍA
La fortaleza de un ejército se mide mayormente por la eficiencia de los hombres que se encuentran en sus filas. Un general sabio instruye a sus oficiales a fin de que entrenen a cada soldado para el servicio activo. Trata de desarrollar la mayor eficiencia posible de parte de todos. Si tuviera que depender solo de sus oficiales no podría esperar dirigir una campaña de buen éxito. Cuenta con el servicio leal e infatigable de cada hombre de su ejército. La responsabilidad descansa mayormente sobre los hombres que están en las filas.
Lo mismo ocurre en el ejército del Príncipe Emanuel. Nuestro General, que jamás ha perdido batalla, espera un servicio voluntario y fiel de todos los que se han alistado bajo su bandera. Espera que todos, tanto laicos como ministros, tomen parte en el conflicto final que se está librando ahora entre las fuerzas del bien y las huestes del mal. Todos los que se han alistado como soldados suyos deben rendir como milicianos un servicio fiel, con un agudo sentido de la responsabilidad que reposa sobre ellos como individuos.
No todos los que entran en el ejército van a ser generales, capitanes, sargentos, ni siquiera cabos. No todos han de tener ni los cuidados ni las responsabilidades de los dirigentes. Pero hay que cumplir muchas otras arduas tareas de otra clase. Algunos tendrán que cavar trincheras o construir fortificaciones; otros permanecerán como centinelas; algunos otros llevarán mensajes. Si bien es cierto que se necesitan pocos oficiales, se requieren muchos soldados para formar las filas del ejército; no obstante, el buen éxito depende de la fidelidad de cada soldado. La cobardía o la traición de un solo hombre puede acarrear desastre al ejército entero.
Hay una obra ferviente que debe ser hecha por nosotros individualmente si queremos librar la buena batalla de la fe. Están en juego intereses eternos. Debemos revestirnos de toda la armadura de justicia, debemos resistir al diablo, y tenemos la segura promesa de que se batirá en retirada. La iglesia debe llevar a cabo un combate agresivo, hacer conquistas para Cristo, y rescatar almas del poder del enemigo. Dios y sus santos ángeles toman parte en este conflicto. Agrademos al que nos ha llamado a ser sus soldados (God’s Amazing Grace, p. 29; parcialmente en La maravillosa gracia de Dios, 21 de enero, p. 29).
La verdadera santificación es consecuencia del desarrollo del principio del amor. «Dios es amor; y el que vive en amor, vive en Dios, y Dios en él». 1 Juan 4:16. La vida de aquel en cuyo corazón habita Cristo revelará una piedad práctica. El carácter será purificado, elevado, ennoblecido y glorificado. Una doctrina pura acompañará a las Obras de justicia; y los preceptos celestiales a las costumbres santas.
Los que quieren alcanzar la bendición de la santidad deben aprender primero el significado de la abnegación. Es la fragancia del amor para con nuestros semejantes lo que revela nuestro amor para con Dios. Es la paciencia en el servicio lo que otorga descanso al alma. Es mediante el trabajo humilde, diligente y fiel cómo se promueve el bienestar de Israel. Dios sostiene y fortalece al que desea seguir en la senda de Cristo (Los hechos de los apóstoles, p. 447).
Miércoles 24 de diciembre
LOS PELIGROS DE LA IDOLATRÍA
Lee Josué 24:22-24. ¿Por qué fue necesario que Josué repitiera su llamamiento a los israelitas para que se deshicieran de sus ídolos?
Josué 24:22-24
22 Y Josué respondió al pueblo: Vosotros sois testigos contra vosotros mismos, de que habéis elegido a Jehová para servirle. Y ellos respondieron: Testigos somos. 23 Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros, e inclinad vuestro corazón a Jehová Dios de Israel. 24 Y el pueblo respondió a Josué: A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos.
El peligro de la idolatría no era teórico. Moisés había pedido antes la misma decisión en las llanuras de Moab y en un contexto similar (Deut. 30:19, 20). Los dioses que estaban ahora en el punto de mira no eran los de Egipto ni los de más allá del río, sino que se encontraban “entre ellos”. Por eso, Josué rogó a su pueblo que inclinara su corazón hacia el Señor. El término hebreo traducido aquí como “inclinar” es natah, que describe en otros textos a un Dios que se inclina y escucha las oraciones (2 Rey. 19:16; Sal. 31:2, 3; Dan. 9:18), y es también la actitud que los profetas exigieron posteriormente a Israel (Isa. 55:3; Jer. 7:24). A ese verbo también se lo emplea para indicar la apostasía de Salomón, cuando su corazón se inclinó hacia “otros dioses” (1 Rey. 11:2, 4, 9). El pecaminoso corazón humano no tiene la tendencia natural a inclinarse ante Dios y escuchar su voz. Se necesitan decisiones conscientes de nuestra parte para inclinarlo hacia el cumplimiento de la voluntad divina.
La respuesta de los israelitas fue, literalmente, “Escucharemos su voz”. Esta expresión enfatiza el aspecto relacional de la obediencia. No se pedía a Israel que siguiera rutinariamente un conjunto de reglas. El pacto consistía en una relación viva con el Señor, una que no podía expresarse plenamente mediante meros reglamentos. La religión de Israel nunca tuvo el propósito de ser legalista, sino un diálogo constante de fe y amor con un Salvador santo y misericordioso.
Incluso después de la triple promesa del pueblo de servir al Señor, lo cual implicaba, como ordenó Josué, la eliminación de los dioses de entre ellos, no hay ningún informe de que eso ocurriera realmente. A lo largo de todo el libro, se informa al lector acerca del cumplimiento de los mandatos de Josué (o de Moisés) como ejemplo de obediencia. La ausencia de ello en la conclusión del libro representa un final abierto. El llamamiento central del libro a servir al Señor no era solo para la generación de Josué, sino también para cada nueva generación del pueblo de Dios que lea o escuche ese mensaje.
¿Cuántas veces prometiste al Señor que harías algo, pero luego no lo hiciste? ¿Por qué no cumpliste tu promesa? ¿Qué te dice tu respuesta acerca de la gracia?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Por indicación de Josué, se había traído el arca de Silo. Era una ocasión muy solemne, y este símbolo de la presencia de Dios iba a profundizar la impresión que él deseaba hacer sobre el pueblo. Después de exponer la bondad de Dios hacia Israel, los invitó en el nombre de Jehová a que decidieran a quien querían servir. El culto de los ídolos seguía practicándose hasta cierto punto, en secreto, y Josué trató ahora de inducirlos a hacer una decisión que desterrara este pecado de Israel. «Y si mal os parece servir a Jehová —dijo él—, escogeos hoy a quien sirváis». Josué deseaba lograr que sirvieran a Dios, no a la fuerza, sino voluntariamente. El amor a Dios es el fundamento mismo de la religión. De nada valdría dedicarse a su servicio meramente por la esperanza del galardón o por el temor al castigo. Una franca apostasía no ofendería más a Dios que la hipocresía y un culto de mero formalismo.
El anciano jefe exhortó a los israelitas a que consideraran en todos sus aspectos lo que les había expuesto y a que decidieran si realmente querían vivir como vivían las naciones idólatras y degradadas que habitaban alrededor de ellos. Si les parecía mal servir a Jehová, fuente de todo poder y de toda bendición, podían en ese día escoger a quien querían servir, «a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres», de los que Abraham fue llamado a apartarse, o «a los dioses de los Amorreos en cuya tierra habitáis».
Estas últimas palabras eran una severa reprensión para Israel. Los dioses de los amorreos no habían podido proteger a sus adoradores. A causa de sus pecados abominables y degradantes, aquella nación impía había sido destruida, y la buena tierra que una vez poseyera había sido dada al pueblo de Dios. ¡Qué insensatez sería la de Israel si escogiera las divinidades por cuyo culto habían sido destruidos los amorreos!
«Que yo y mi casa —dijo Josué— serviremos a Jehová». El mismo santo celo que inspiraba el corazón del jefe se comunicó al pueblo. Sus exhortaciones le arrancaron esta respuesta espontánea: «Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová por servir a otros dioses».
«No podréis servir a Jehová —dijo Josué—, porque él es Dios santo; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados». Antes de que pudiera haber una reforma permanente, era necesario hacerle sentir al pueblo cuán incapaz de obedecer a Dios era de por sí. Habían quebrantado su ley; esta los condenaba como transgresores, y no les proporcionaba ningún medio de escape. Mientras confiaran en su propia fuerza y justicia, les era imposible lograr perdón de sus pecados; no podían satisfacer las exigencias de la perfecta ley de Dios, y en vano se comprometían a servir a Dios. Solo por la fe en Cristo podían alcanzar el perdón de sus pecados, y recibir fuerza para obedecer la ley de Dios. Debían dejar de depender de sus propios esfuerzos para salvarse; debían confiar por completo en el poder de los méritos del Salvador prometido, si querían ser aceptados por Dios (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 561-563).
Jueves 25 de diciembre
UN BUEN FINAL
Lee las palabras finales del libro de Josué escritas por un redactor inspirado (Jos. 24:29-33). ¿De qué manera esas palabras no solo rememoran la vida de Josué, sino también se proyectan hacia el futuro?
Josue 24:29-33
29 Después de estas cosas murió Josué hijo de Nun, siervo de Jehová, siendo de ciento diez años. 30 Y le sepultaron en su heredad en Timnat-sera, que está en el monte de Efraín, al norte del monte de Gaas. 31 Y sirvió Israel a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que sabían todas las obras que Jehová había hecho por Israel. 32 Y enterraron en Siquem los huesos de José, que los hijos de Israel habían traído de Egipto, en la parte del campo que Jacob compró de los hijos de Hamor padre de Siquem, por cien piezas de dinero; y fue posesión de los hijos de José. 33 También murió Eleazar hijo de Aarón, y lo enterraron en el collado de Finees su hijo, que le fue dado en el monte de Efraín.
El epílogo del libro acerca de la muerte de Josué y del sumo sacerdote Eleazar concluye con un final aleccionador. Al relatar el entierro de Josué, el de Eleazar y el de los huesos de José, el escritor crea un contraste entre la vida fuera de la tierra concedida a Israel y el comienzo de la vida en ella. Ya no había necesidad de vagar. Los restos terrenales de los líderes ya no necesitaban ser cambia- dos de lugar. Antiguamente, los patriarcas enterraban a sus familiares en una cueva (Gén. 23:13, 19; 25:9, 10), en una parcela comprada en Siquem (Gén. 33:19). Ahora, la nación enterraba a sus líderes en el territorio de su propia herencia, lo cual implicaba un sentido de permanencia. Las promesas hechas a los patriarcas se habían cumplido. La fidelidad de Dios constituía el hilo histórico que unía la posteridad de Israel con su presente y su futuro.
Puesto que los párrafos finales del libro enlazan toda la narración con una historia más amplia acerca del pasado, también abren el camino hacia el futuro. En un discurso pronunciado en la Iglesia de la Santísima Trinidad de Shrewsbury, Inglaterra, Lord George Cary, ex arzobispo de Canterbury, declaró que la Iglesia Anglicana estaba “a una generación de la extinción”.
De hecho, la iglesia está siempre a una generación de la extinción, y así fue también con el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Un gran capítulo de la historia de Israel llegaba a su fin. Su futuro dependía del tipo de respuestas que diera a las numerosas preguntas planteadas. ¿Sería Israel fiel al Señor? ¿Sería capaz de continuar la tarea inacabada de poseer toda la tierra? ¿Se aferraría a Dios y no caería en la idolatría? Una generación había sido fiel al Señor bajo el liderazgo de Josué. ¿Mantendría la siguiente generación la misma dirección espiritual trazada por su gran líder? Al leer el libro de Josué, cada generación sucesiva del pueblo de Dios debía hacer frente a esas mismas preguntas. Su éxito dependía de las respuestas que dieran a ellas en su vida cotidiana y de cómo se relacionaran con las verdades que habían heredado.
Josué, como Pablo, “peleó la buena batalla” (2 Tim. 4:7). ¿Cuál fue la clave de su éxito? ¿Qué decisiones necesitas tomar hoy para experimentar esa misma seguridad acerca de tu salvación?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
El carácter santo de Josué no ostentaba mancha alguna. Era un sabio dirigente. Su vida estaba totalmente dedicada a Dios. Antes de morir reunió a las huestes hebreas y siguiendo el ejemplo de Moisés recapituló sus peregrinaciones por el desierto y también la obra misericordiosa llevada a cabo por el Señor en favor de ellos. Acto seguido les habló con elocuencia. Les contó que el rey de Moab estaba en guerra con ellos y había llamado a Balaam para que los maldijera; pero Dios no quiso «escuchar a Balaam, por lo cual os bendijo repetidamente». Después les dijo: »Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová».
«Entonces el pueblo respondió y dijo: Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses; porque Jehová nuestro Dios es el que nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre; el que ha hecho estas grandes señales y nos ha guardado por todo el camino por donde hemos andado, y en todos los pueblos por entre los cuales pasamos».
El pueblo renovó su pacto con Josué. Le dijeron: »A Jehová nuestro Dios serviremos, y su voz obedeceremos». Josué escribió las palabras de este pacto en el libro que contenía las leyes y los estatutos dados a Moisés. Recibió el amor y el respeto de todo Israel, y su muerte fue sumamente lamentada (La historia de la redención, pp. 185, 186).
El alma que mantiene encendido el amor de Cristo está llena de libertad, de luz y gozo en Cristo. En un alma tal no hay pensamientos divididos. El hombre entero desea ardientemente a Dios. No acude a los hombres en busca de consejo, para conocer su deber, sino al Señor Jesús, la fuente de toda sabiduría. Investiga la Palabra de Dios para encontrar en ella cuanta norma haya sido establecida.
Cuanto más aprendemos de Cristo por su Palabra, tanto más sentimos nuestra necesidad de él en nuestra experiencia. No deberíamos descansar hasta que podamos descansar al llevar el yugo de Cristo y sus cargas. Cuanto más fieles seamos en su servicio, tanto más lo amaremos, tanto más lo ensalzaremos. Todo deber, grande o pequeño, que realicemos, será hecho con fidelidad, y al seguir conociendo a nuestro Señor, tanto mayor será nuestro deseo de glorificarlo (En los lugares celestiales, p. 144).
Viernes 26 de diciembre
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee las páginas 560-563 del capítulo “Las últimas palabras de Josué” en el libro Patriarcas y profetas de Elena de White.
“Entre las multitudes que salieron de Egipto había muchos que habían sido adoradores de ídolos; y tal es el poder del hábito, que la práctica continuó secretamente, hasta cierto punto, aun después del establecimiento en Canaán. Josué era consciente de la existencia de este mal entre los israelitas, y percibía claramente los peligros que derivarían de ello. Deseaba fervientemente ver una reforma completa entre la hueste hebrea. Sabía que a menos que el pueblo decidiera servir al Señor de todo corazón, seguiría separándose cada vez más de él. […] Aunque una parte de la hueste hebrea estaba constituida por adoradores realmente espirituales, muchos eran meros formalistas; ningún celo ni seriedad caracterizaban su servicio. Algunos eran idólatras de corazón que se habrían avergonzado de reconocerse como tales” (Elena de White, “Joshua’s Farewell Address”, Signs of the Times, 19 de mayo de 1881, p. 1).
“Este pacto solemne fue registrado en el libro de la ley para ser preservado sagradamente. Josué erigió entonces una gran piedra debajo de una encina que estaba junto al Santuario del Señor y dijo a todo el pueblo: ‘Esta piedra será testigo. Ha oído todas las palabras que el Señor les habló; será testigo contra ustedes, para que no mientan a su Dios’ (Jos. 24:27). Aquí Josué declaró claramente que sus instrucciones y advertencias dirigidas al pueblo no eran sus propias palabras, sino las de Dios. Esta gran piedra daría testimonio a las generaciones venideras acerca del acontecimiento que conmemoraba, y sería un testimonio contra el pueblo en caso de que cayera nuevamente en la idolatría” (Elena de White, “The Stone of Witness”, Signs of the Times, 26 de mayo de 1881, p. 1).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
- Analiza el significado de la expresión “Él [el Señor] es Dios santo, Dios celoso” (Jos. 24:19). ¿En qué sentido es él un Dios celoso?
- ¿Cómo se relaciona nuestro amor a Dios con la libertad de elección que él nos concede? Es decir, ¿podríamos amar de verdad si no tuviéramos verdadera libertad? ¿Puede el verdadero amor ser forzado? Si no es así, ¿por qué no?
- ¿De qué maneras prácticas pueden los líderes actuales de la iglesia pasar la antorcha a la siguiente generación?
- Piensa en la vida de Josué y en el hecho de que los israelitas sirvieron al Señor a lo largo de su vida. ¿Qué conclusión te gustaría que la gente extrajera de tu vida?
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