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Lección 4: Para el 25 de julio de 2020
EL PODER DE LA ORACIÓN: INTERCEDER POR OTROS
Sábado 18 de julio______________________________________________________________
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Apocalipsis 12:7–9; Efesios 6:12; Hebreos 7:25; Efesios 1:15–21; Daniel 10:10–14; 1 Juan 5:14–16.
PARA MEMORIZAR:
“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Sant. 5:16).
Los miembros de la iglesia del Nuevo Testamento sentían su necesidad de orar. “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hech. 4:31).
Nota: los discípulos oraron. Fueron llenos del Espíritu Santo, y luego hablaron la Palabra de Dios con denuedo y confianza.
Hubo una relación directa entre sus oraciones, el derramamiento del Espíritu Santo y la proclamación poderosa de la Palabra de Dios. “Los discípulos […] no pedían una bendición simplemente para sí. Estaban abrumados por la preocupación de salvar almas. Comprendían que el evangelio había de proclamarse al mundo, y demandaban el poder que Cristo había prometido” (HAp 30, 31).
Cuando buscamos a Dios e intercedemos por los demás, Dios obra en nuestros propios corazones para acercarnos a él y nos da la sabiduría divina con el fin de alcanzarlos para su Reino (Sant. 1:5). Él también trabaja poderosamente en su vida para atraerlos a él (1 Juan 5:14-17).
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Necesitamos sentir la influencia vivificadora del Espíritu Santo como los discípulos la sintieron el día de Pentecostés. Acerca de su experiencia en esa ocasión leemos: «Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios. Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común». El egoísmo había sido expulsado del corazón. «Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos». Hechos 4:31-33 (Reflejemos a Jesús, p. 233).
Los apóstoles llegaron a ser lo que fueron por la gracia de Cristo. La devoción sincera y humilde y la oración ferviente los pusieron en íntima comunión con él. Se sentaron con el Señor en los lugares celestiales. Comprendieron la enormidad de su deuda para con él. Mediante la oración sentida y perseverante obtuvieron el don del Espíritu Santo, y luego salieron cargados con la responsabilidad de salvar almas y colmados de celo a extender los triunfos de la cruz. Y como resultado de sus labores, muchas almas fueron trasladadas de las tinieblas a la luz y se organizaron numerosas iglesias.
¿Seremos hoy menos fervorosos que los apóstoles? Mediante una fe viviente ¿no reclamaremos como nuestras las mismas promesas que desde lo íntimo de su ser los motivaron a suplicar al Señor Jesús que cumpliera sus palabras: «Pedid, y recibiréis» (Juan 16:24)? ¿No ha de venir hoy también el Espíritu de Dios, en respuesta a la oración perseverante y sentida, para llenar a los hombres de poder? ¿Acaso hoy no asegura Dios también a sus obreros suplicantes, creyentes y confiados, que imparten el conocimiento de las Escrituras a los que ignoran las preciosas verdades que contiene, «he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» Mateo 28:20? Entonces, ¿por qué la iglesia es tan débil y falta de espiritualidad? (Testimonios para la iglesia, t. 7, pp. 33, 34).
El Dios a quien servimos no hace acepción de personas. El que dio a Salomón el espíritu de sabio discernimiento está dispuesto a impartir la misma bendición a sus hijos hoy. Su palabra declara: «Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada». Santiago 1 :5. Cuando el que lleva responsabilidad desee sabiduría más que riqueza, poder o fama, no quedará chasqueado. El tal aprenderá del gran Maestro no solo lo que debe hacer, sino también el modo de hacerlo para recibir la aprobación divina.
Mientras permanezca consagrado, el hombre a quien Dios dotó de discernimiento y capacidad no manifestará avidez por los cargos elevados ni procurará gobernar o dominar. Es necesario que haya hombres que lleven responsabilidad; pero en vez de contender por la supremacía, el verdadero conductor pedirá en oración un corazón comprensivo, para discernir entre el bien y el mal (Profetas y reyes, p. 21).
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Domingo 19 de julio | Lección 4________________________________________________
UN CONFLICTO CÓSMICO
Compara Apocalipsis 12:7 al 9, Efesios 6:12 y 2 Corintios 10:4. ¿Cómo influyen estos pasajes en nuestra comprensión de la oración intercesora?
Apocalipsis 12:7-9
7 Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; 8 pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. 9 Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.
Efesios 6:12
12 Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
2 Corintios 10:4
4 porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas,
La Biblia descubre el velo entre el mundo visible y el invisible. Hay un conflicto entre el bien y el mal, entre las fuerzas de la justicia y las fuerzas de la oscuridad, entre Cristo y Satanás. En este conflicto cósmico, Dios respeta la libertad humana. Nunca manipulará la voluntad ni coaccionará la conciencia. Él envía a su Espíritu Santo para convencer a hombres y mujeres de la verdad divina (Juan 16:7, 8). Los ángeles celestiales entran en la batalla a fin de influir en las personas para la eternidad (Heb. 1:14). Dios también organiza eventos providenciales en la vida de las personas para guiarlas hacia él.
Lo que Dios no hará es forzar la conciencia. La fuerza es contraria al Reino de Dios. La coerción es ajena al principio del amor, que es la base de su gobierno. Aquí es donde la oración es tan significativa. Aunque Dios está haciendo todo lo posible para llegar a las personas antes de que oremos, nuestras oraciones desatan el poderoso poder de Dios. Respeta nuestra libertad de elección al orar por otro, y puede hacer más, a la luz de la controversia entre el bien y el mal, cuando oramos que si no lo hiciéramos.
Considera esta declaración cuidadosamente: “Forma parte del plan de Dios concedernos, en respuesta a la oración hecha con fe, lo que no nos daría si no se lo pidiésemos así” (CS 580). En el gran conflicto entre el bien y el mal, la oración establece la diferencia. Cuando oramos por alguien que no conoce a Cristo, se abren canales de bendición divina para que fluyan en su vida. Dios honra nuestra decisión de orar por ellos y trabaja aún más poderosamente en su favor.
Al tratar el tema de la oración intercesora, debemos reconocer humildemente que no entendemos completamente el accionar de Dios, pero esto no debe impedirnos entrar continuamente en las bendiciones que ofrece la oración para nosotros y para los demás.
¿Por qué crees que Dios obra más poderosamente cuando oramos que cuando descuidamos la oración? Incluso si no entendemos completamente cómo funciona todo, ¿por qué la exhortación bíblica de orar por otros debería impulsarnos a hacer exactamente eso?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Cristo no dijo a sus discípulos que su trabajo sería fácil. Les mostró la vasta confederación del mal puesta en orden de batalla contra ellos. Tendrían que luchar «contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires». Efesios 6: 12. Pero no se los dejaría luchar solos. Les aseguró que él estaría con ellos; y que si ellos avanzaban con fe, estarían bajo el escudo de la omnipotencia. Les ordenó que fuesen valientes y fuertes; porque Uno más poderoso que los ángeles estaría en sus filas: el General de los ejércitos del cielo. Hizo amplia provisión para la prosecución de su obra, y asumió él mismo la responsabilidad de su éxito. Mientras obedecieran su palabra y trabajasen en comunión con él, no podrían fracasar. Id a todas las naciones, les ordenó, id a las partes más alejadas del globo habitable, y estad seguros de que aun allí mi presencia estará con vosotros. Trabajad con fe y confianza; porque yo no os olvidaré nunca. Estaré siempre con vosotros, ayudándoos a realizar y cumplir vuestro deber, guiándoos, alentándoos, santificándoos, sosteniéndoos y dándoos éxito en hablar palabras que llamen la atención de otros al cielo (Hechos de los apóstoles, p. 24).
Tenemos enemigos invisibles a los cuales hacer frente; hombres malignos son instrumentos mediante los cuales obran los poderes de las tinieblas, y sin discernimiento espiritual, el alma ignorará las tretas de Satanás, será entrampada, tropezará y caerá. El que quiera vencer debe aferrarse bien de Cristo. No debe mirar hacia atrás, sino mantener la vista siempre hacia arriba. Elevaos mediante el Mediador; manteneos aferrados del Mediador; ascended a una clase de trabajo después de otra; no deis lugar a la carne para satisfacción de las concupiscencias (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 6, p. 1094).
El primer intento por derribar la ley de Dios, hecho entre los inmaculados habitantes del cielo pareció por algún tiempo coronado de éxito. Un inmenso número de ángeles fue seducido; pero el aparente triunfo de Satanás se convirtió en derrota y pérdida, y determinó su separación de Dios y su destierro del cielo …
Millares de personas repiten hoy la misma rebelde queja contra Dios. No comprenden que al quitarle al hombre la libertad de elegir, le roban su prerrogativa como ser racional y le convierten en un mero autómata. No es el propósito de Dios forzar la voluntad de nadie. El hombre fue creado moralmente libre. Como los habitantes de todos los otros mundos, debe ser sometido a la prueba de la obediencia; pero nunca se le coloca en una situación en la cual se halle obligado a ceder al mal. No puede sobrevenirle tentación o prueba alguna que no sea capaz de resistir. Dios tomó medidas tales, que nunca tuvo el hombre que ser necesariamente derrotado en su conflicto con Satanás (Patriarcas y profetas, pp. 342, 343).
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Lección 4 | Lunes 20 de julio___________________________________________________
JESÚS: EL PODEROSO INTERCESOR
Lee Lucas 3:21; 5:16 y 9:18. ¿Qué te dicen estos textos sobre la relación entre la vida de oración de Jesús y su efectividad en el ministerio?
Lucas 3:21
21 Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió,
Lucas 5:16
16 Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba.
Lucas 9:18
18 Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo?
La vida de Jesús fue de una constante comunión divina con su Padre. En el momento de su bautismo, cuando inició su ministerio mesiánico, oró por el poder divino para cumplir el propósito del Cielo. El Espíritu Santo le dio poder para hacer la voluntad del Padre y cumplir la tarea que tenía por delante. Ya sea en la alimentación de los cinco mil, la curación del leproso o la liberación de los endemoniados, Jesús reconocía que, en la batalla entre el bien y el mal, la oración es un arma poderosa para vencer a las fuerzas del infierno. La oración es una forma ordenada por el Cielo de combinar nuestra impotencia y debilidad con el poder omnipotente de Dios. Es un medio de elevarnos hacia Dios, el único que puede tocar los corazones de aquellos por quienes oramos.
Lee Lucas 22:31 al 34 y Hebreos 7:25. ¿Qué seguridad le dio Jesús a Pedro a fin de prepararlo para las tentaciones que enfrentaría en el futuro cercano? ¿Qué seguridad nos da a cada uno de nosotros cuando enfrentamos tentaciones?
Lucas 22:31-34
31 Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; 32 pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. 33 El le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte. 34 Y él le dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces.
Hebreos 7:25
25 por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.
Los ganadores efectivos de almas son hombres y mujeres de oración. Jesús oró por Pedro por su nombre. Le aseguró a Pedro que, en el momento de su mayor tentación, estaría orando por él. Satanás entendía muy bien el potencial de Pedro para el avance del Reino de Dios. Planificaba hacer todo lo posible para destruir la influencia positiva de Pedro en la iglesia cristiana. Pero, a través de todas sus tentaciones, Jesús estuvo orando por Pedro, y las oraciones del Maestro fueron respondidas. Qué realidad tan emocionante reconocer que el Salvador también está orando por nosotros. Él nos invita a unirnos a él en esta obra de oración intercesora y presentar a otros por nombre ante el trono de Dios.
Nuestra persistencia en la oración demuestra que reconocemos nuestra total y absoluta dependencia de Dios para alcanzar al individuo por el cual estamos orando.
¿Por quién estás orando en este momento? ¿Por qué es tan importante nunca rendirse, sin importar cuán difícil parezca la situación?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Ninguna vida estuvo tan llena de trabajo y responsabilidad como la de Jesús, y, sin embargo, cuán a menudo se le encontraba en oración. Cuán constante era su comunión con Dios. Repetidas veces en la historia de su vida terrenal, se encuentran relatos como este: «Levantándose muy de mañana, aun muy de noche, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba». «Y se juntaban muchas gentes a oír y ser sanadas de sus enfermedades. Mas él se apartaba a los desiertos, y oraba». «Y aconteció en aquellos días, que fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios». Marcos 1 :35.
En una vida completamente dedicada al beneficio ajeno, el Salvador hallaba necesario retirarse de los caminos muy transitados y de las muchedumbres que le seguían día tras día. Debía apartarse de una vida de incesante actividad y contacto con las necesidades humanas, para buscar retraimiento y comunión directa con su Padre. Como uno de nosotros, participante de nuestras necesidades y debilidades, dependía enteramente de Dios, y en el lugar secreto de oración, buscaba fuerza divina, a fin de salir fortalecido para hacer frente a los deberes y las pruebas. En un mundo de pecado, Jesús soportó luchas y torturas del alma. En la comunión con Dios, podía descargarse de los pesares que le abrumaban. Allí encontraba consuelo y gozo (El Deseado de todas las gentes, p. 330).
Cuando [Jesús] dijo que la mies era mucha, y pocos los obreros, no impuso a sus discípulos la necesidad de trabajar sin cesar, sino que dijo: «Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies». Mateo 9:38 …
Al aumentar la actividad, si los hombres tienen éxito en ejecutar algún trabajo para Dios, hay peligro de que confíen en los planes y métodos humanos. Propenden a orar menos y a tener menos fe. Como los discípulos, corremos el riesgo de perder de vista cuánto dependemos de Dios y tratar de hacer de nuestra actividad un salvador. Necesitamos mirar constantemente a Jesús comprendiendo que es su poder lo que realiza la obra. Aunque hemos de trabajar fervorosamente para la salvación de los perdidos, también debemos tomar tiempo para la meditación, la oración y el estudio de la Palabra de Dios. Es únicamente la obra realizada con mucha oración y santificada por el mérito de Cristo, la que al fin habrá resultado eficaz para el bien (El Deseado de todas las gentes, p. 329).
Muchos se encuentran hoy día adonde se encontraba Pedro cuando lleno de confianza propia declaró que no negaría a su Señor. Y debido a su suficiencia propia, caen como fácil presa de los artificios de Satanás. Aquellos que comprenden su debilidad confían en un poder más elevado que el yo, y mientras contemplan a Dios, Satanás no tiene poder contra ellos. Pero aquellos que confían en el yo son fácilmente derrotados. Recordemos que si no prestamos atención a las precauciones que Dios nos da, hay una caída ante nosotros. Cristo no salvará de las heridas a aquel que se coloca por su voluntad en el terreno del enemigo. Deja que el autosuficiente, que actúa como si supiera más que su Señor, siga en su supuesta fortaleza. Luego viene el sufrimiento y una vida inválida, o tal vez la derrota y la muerte (Nuestra elevada vocación, p. 309).
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Martes 21 de julio | Lección 4__________________________________________________
LAS ORACIONES INTERCESORAS DE PABLO
La oración intercesora es bíblica. A lo largo de su ministerio, Pablo oró por los nuevos conversos en las iglesias que estableció a través de su ministerio evangelizador. Pablo creía que algo sucedía cuando oraba, que no sucedería si no oraba. Aunque estaba lejos de sus seres queridos, reconocía que podían estar unidos de corazón mientras oraban el uno por el otro.
Lee Efesios 1:15 al 21. En las líneas a continuación, enumera los diferentes pedidos que Pablo hizo a Dios por los efesios. ¿Qué le pidió específicamente a Dios que les diera?
Efesios 1:15-21
15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, 16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, 17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, 18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, 19 y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, 20 la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, 21 sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero;
La oración de Pablo por los creyentes de Éfeso es notable. Oró para que Dios les diera sabiduría y discernimiento espiritual, para que iluminara sus mentes con la verdad divina y les diera la esperanza de la vida eterna. También oró para que experimentaran la poderosa obra del poder de Dios en su vida. Este Dios es tan poderoso, tan poderoso, que resucitó a Jesús de entre los muertos, un evento que forma el fundamento de su esperanza de vida eterna en él. Su oración concluye recordándoles las “riquezas de la gloria de su herencia”. Los cristianos de Éfeso debieron haber estado llenos de aliento, sabiendo que Pablo estaba orando por ellos y sabiendo por qué estaba orando.
Lee Filipenses 1:3 al 11 y observa el tono de la oración de Pablo. Si fueras miembro de la iglesia de Filipos y recibieras una carta como esta de parte de Pablo, compartiendo contigo no solo que él estaba orando por ti sino también el contenido de su oración, ¿cómo te sentirías y por qué? ¿Qué promesas se encuentran en sus palabras? Al mismo tiempo, ¿qué advertencias hay también?
Filipenses 1:3-11
3 Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, 4 siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros, 5 por vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora; 6 estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo; 7 como me es justo sentir esto de todos vosotros, por cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y confirmación del evangelio, todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia. 8 Porque Dios me es testigo de cómo os amo a todos vosotros con el entrañable amor de Jesucristo. 9 Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, 10 para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, 11 llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.
Estas son algunas de las palabras más confortadoras y alentadoras de la Biblia, llenas de promesas, así como de llamados a ser llenos del amor, el conocimiento y el discernimiento que provienen de conocer a Jesús, para que podamos ser todo lo que Dios quiere que seamos en él.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
[La intercesión es] la cadena áurea que une al hombre finito con el trono del Dios infinito. El ser humano, a quien Cristo ha salvado por su muerte, importuna ante el trono de Dios, y su petición es tomada por Jesús que lo ha comprado con su propia sangre. Nuestro gran Sumo Sacerdote coloca su justiciar de parte del sincero suplicante, y la oración de Cristo se une con la del ser humano que ruega.
Cristo insta a su pueblo que ore sin cesar. Esto no significa que debiéramos estar siempre de rodillas, sino que la oración ha de ser como el aliento del alma. Nuestros pedidos silenciosos, doquiera estemos, han de ascender a Dios, y Jesús nuestro Abogado suplica por nosotros, sosteniendo con el incienso de su justicia nuestros pedidos ante el Padre (A fin de conocerle, pp. 78, 79).
El corazón que ha probado una vez el amor de Cristo, clama continuamente por una corriente más profunda; y a medida que impartáis, recibiréis una medida más rica y abundante. Cada revelación de Dios al alma aumenta la capacidad de conocer y de amar. El continuo anhelo del corazón es: más de ti; y la respuesta del Espíritu es siempre: mucho más…
La vida de Cristo fue una vida cargada del mensaje divino del amor de Dios, y él anhelaba intensamente impartir este amor a otros en forma abundante. La compasión irradiaba de su rostro, y su conducta se caracterizaba por la gracia y la humildad, el amor y la verdad. Cada miembro de su iglesia militante debe manifestar las mismas cualidades si quiere unirse a la iglesia triunfante. El amor de Cristo es tan amplio, tan pleno de gloria, que en comparación con él todo lo que el hombre estima tan grande se desvanece en la insignificancia. Cuando obtenemos una visión de él, exclamamos: ¡Oh, la profundidad de la riqueza del amor que Dios ha derramado sobre los hombres en el don de su Hijo unigénito! (Nuestra elevada vocación, p. 368).
La gracia de Dios sostenía a Pablo en su encarcelamiento, habilitándolo para regocijarse en la tribulación. Con fe y convicción escribió a sus hermanos filipenses que su prisión había resultado en el adelantamiento del evangelio…
En esa experiencia de Pablo hay una lección para nosotros; nos revela la manera en que Dios obra. El Señor puede sacar victoria de lo que nos parece desconcierto y derrota. Estamos en peligro de olvidar a Dios, de mirar las cosas que se ven, en vez de contemplar con los ojos de la fe las cosas que no se ven. Cuando viene la desgracia o el infortunio, estamos listos para culpar a Dios de negligencia o crueldad. Si ve conveniente interrumpir nuestro servicio en alguna actividad, nos lamentarnos, sin detenernos a reflexionar que así Dios puede estar obrando para nuestro bien. Necesitamos aprender que la corrección es parte de su gran plan y que bajo la vara de la aflicción, el cristiano puede hacer, a veces, más por su Maestro que cuando está ocupado en el servicio activo (Los hechos de los apóstoles, p. 383).
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Lección 4 | Miércoles 22 de julio_______________________________________________
PODERES INVISIBLES EN ACCIÓN
La oración intercesora es un arma poderosa en esta batalla entre el bien y el mal que llamamos “el Gran Conflicto”. Una de las revelaciones más claras de esta lucha está en Daniel 10.
Recordarás que el profeta Jeremías predijo que los judíos serían cautivos de los babilonios durante setenta años. Al final de la vida de Daniel, este período profético del cautiverio judío estaba llegando a su fin. Daniel estaba preocupado. Veía poca evidencia del cumplimiento de las palabras de Jeremías; su pueblo todavía estaba cautivo.
Babilonia fue vencida por los medos y los persas, pero los judíos seguían en cautiverio. Daniel ayunó y oró por tres semanas. Intercedió sinceramente por su pueblo. Al final de las tres semanas, se le apareció un glorioso ser angelical.
Lee Daniel 10:10 al 14. ¿Cuándo fueron escuchadas las oraciones de Daniel y qué las estorbó temporalmente?
Daniel 10:10-14
10 Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. 11 Y me dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie temblando. 12 Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. 13 Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia. 14 He venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días; porque la visión es para esos días.
Este es un pasaje fascinante. Para entenderlo completamente, identifiquemos algunos de los personajes. ¿Quién es el príncipe del reino de Persia? Ciertamente, no Ciro. Es el rey del Imperio Persa. Es muy probable que la expresión “el príncipe del reino de Persia” represente a Satanás. Jesús lo llamó “el príncipe de este mundo” o “el gobernante de este mundo” (Juan 12:31; 14:30). Pablo lo etiquetó como “el príncipe de la potestad del aire” (Efe. 2:2). Si el príncipe de Persia representa a Satanás, ¿quién es Miguel? El nombre Miguel se usa cinco veces en la Biblia (Apoc. 12:7; Jud. 9; Dan. 10:13, 21; 12:1). Un estudio cuidadoso de estos pasajes revela que Miguel (que significa “Quién es como Dios”) es otro término para describir a Jesús como el Comandante de todos los ángeles en combate directo con Satanás. Cristo es el eterno, preexistente y todopoderoso Hijo divino de Dios. Una de sus funciones como Comandante de todos los ángeles es derrotar y finalmente destruir a Satanás.
Daniel 10 descorre el telón y revela esta lucha entre el bien y el mal. Mientras Daniel ora, Miguel, el Jesús todopoderoso, desciende del cielo para vencer a las fuerzas del Infierno. Aunque no lo veamos, Jesús también está trabajando para responder nuestras oraciones de intercesión. Él es un poderoso Salvador. Ninguna de nuestras oraciones pasa desapercibida.
¿Cómo ves la realidad del Gran Conflicto que se desarrolla en tu propia vida? ¿Qué debería decirte la realidad de esta batalla sobre el tipo de elecciones que necesitas hacer?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Seres celestiales están destinados para responder a las oraciones de los que están trabajando desinteresadamente para promover la causa de Dios. Los ángeles más excelsos de las cortes celestiales están designados para que tengan eficacia las oraciones que ascienden a Dios para el adelanto de la causa del Señor. Cada ángel tiene su puesto particular del deber, del cual no se le permite que se aleje para ir a otro lugar. Si se alejara, los poderes de las tinieblas obtendrían una ventaja…
El conflicto entre el bien y el mal prosigue día tras día. Los que han tenido muchas oportunidades y ventajas, ¿por qué no comprenden la intensidad de esta obra? En cuanto a esto debieran ser inteligentes. Dios es el Gobernante. Mediante su poder supremo reprime y domina a los poderosos de la tierra. Mediante sus agentes lleva a cabo la obra que fue ordenada antes de la fundación del mundo (Exaltad a Jesús, p. 364).
Como pueblo no comprendemos como debiéramos el gran conflicto que se libra entre seres invisibles, la lucha entre ángeles leales y desleales. Los malos ángeles continuamente están en acción, preparando su plan de ataque, gobernando como caudillos, reyes y gobernantes a las desleales fuerzas humanas … Exhorto a los ministros de Cristo que destaquen en el entendimiento de todos los que están dentro del alcance de su voz, la verdad del servicio de los ángeles. No os dejéis dominar por especulaciones fantásticas. Nuestra única seguridad es la Palabra escrita. Debemos orar como lo hizo Daniel para que seamos guardados por los seres celestiales. Los ángeles, como espíritus ministradores, son enviados para servir a los que serán los herederos de la salvación. Orad, mis hermanos; orad como nunca habéis orado antes. No estamos preparados para la venida del Señor. Necesitamos hacer una obra consumada para la eternidad (La oración, pp. 255, 256).
¡Qué grande honor se le muestra a Daniel por parte de la Majestad del cielo! Dios consuela a su siervo tembloroso, y le asegura que su oración ha sido escuchada en el cielo. En respuesta a esta ferviente petición, el ángel Gabriel es enviado para influir sobre el corazón del monarca persa. El rey ha resistido las impresiones del Espíritu de Dios durante las tres semanas en que Daniel estaba ayunando y orando, pero el Príncipe del cielo, el Arcángel, Miguel, es enviado para cambiar el corazón del obstinado rey e inducirlo a tomar una medida resuelta en respuesta a la oración de Daniel…
Daniel era un siervo devoto del Altísimo. Su larga vida estuvo llena de nobles hechos de servicio por su Maestro. Su pureza de carácter y su inalterable fidelidad son igualadas por su humildad de corazón y su contrición delante de Dios … La vida de Daniel es una ilustración inspirada de verdadera santificación (La edificación del carácter, p. 50).
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Jueves 23 de julio | Lección 4__________________________________________________
FOCO EN LA ORACIÓN
A lo largo de la Biblia, hay un énfasis en ser específicos en la oración. La oración no es un anhelo vago del alma; presenta a Dios peticiones específicas. Jesús oró específicamente por sus discípulos. El apóstol Pablo oró muy específicamente por los cristianos de Éfeso, Filipos y Colosas. Oró por sus jóvenes colegas Timoteo, Tito y Juan Marcos.
Lee 1 Samuel 12:22 al 24 y Job 16:21. ¿Qué tienen en común estos dos pasajes? ¿Qué nos dicen sobre la oración intercesora?
1 Samuel 12:22-24
22 Pues Jehová no desamparará a su pueblo, por su grande nombre; porque Jehová ha querido haceros pueblo suyo. 23 Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto.24 Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros.
Job 16:21
21 !!Ojalá pudiese disputar el hombre con Dios, Como con su prójimo!
Tanto Samuel como Job enfatizan la necesidad de una intercesión ferviente, sincera y específica. Las palabras de Samuel son bastante fuertes. Él clama: “Lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros” (1 Sam. 12:23). Casi podemos escuchar el eco de la oración de Samuel en las palabras de Job: “¡Ojalá pudiese disputar el hombre con Dios, como con su prójimo!” (Job 16:21). Es nuestra responsabilidad suplicar a Dios por los hombres y las mujeres que no conocen a Cristo.
Lee 1 Juan 5:14 al 16. ¿Qué sucede cuando intercedemos por los demás?
1 Juan 5:14-16
14 Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. 15 Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho. 16 Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida.
Cuando oramos por los demás, nos convertimos en un canal de bendición de Dios para ellos. Él vierte el río del agua de vida desde el Trono del cielo a través de nosotros hasta ellos. Toda la hueste de Satanás tiembla ante el sonido de una ferviente intercesión. Elena de White describe el poder de la oración en estas palabras significativas: “Satanás no puede soportar que se recurra a su poderoso rival, porque teme y tiembla ante su fuerza y majestad. Al sonido de la oración ferviente, toda la hueste de Satanás tiembla” (TI 1:309). La oración nos conecta con la Fuente del poder divino en la batalla por las almas de los hombres y las mujeres perdidos.
Lee Mateo 18:18 y 19. ¿Qué relación tiene este pasaje con la oración intercesora, y por qué este pasaje resulta un estímulo para orar con otros por la salvación de aquellos que no conocen al Señor?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
La repetición de expresiones prescritas y formales mientras el corazón no siente la necesidad de Dios, es comparable con las «vanas repeticiones» de los gentiles.
La oración no es expiación del pecado, y de por sí no tiene mérito ni virtud. Todas las palabras floridas que tengamos a nuestra disposición no equivalen a un solo deseo santo. Las oraciones más elocuentes son palabrería vana si no expresan los sentimientos sinceros del corazón. La oración que brota del corazón ferviente, que expresa con sencillez las necesidades del alma así como pediríamos un favor a un amigo terrenal esperando que lo hará, ésa es la oración de fe. Dios no quiere nuestras frases de simple ceremonia; pero el clamor inaudible de quien se siente quebrantado por la convicción de sus pecados y su debilidad llega al oído del Padre misericordioso (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 74, 75).
El Señor Jesús mismo, cuando habitó entre los hombres, oraba frecuentemente. Nuestro Salvador se identificó con nuestras necesidades y flaquezas al convertirse en un suplicante que imploraba de su Padre nueva provisión de fuerza, para avanzar vigorizado para el deber y la prueba. Él es nuestro ejemplo en todas las cosas. Es un hermano en nuestras debilidades, «tentado en todo así como nosotros», pero como ser inmaculado, rehuyó el mal; su alma sufrió las luchas y torturas de un mundo de pecado. Como humano, la oración fue para él una necesidad y un privilegio. Encontraba consuelo y gozo en la comunión con su Padre. Y si el Salvador de los hombres, el Hijo de Dios, sintió la necesidad de orar, ¡cuánto más nosotros, débiles mortales, manchados por el pecado, no debemos sentir la necesidad de orar con fervor y constancia!
Nuestro Padre celestial está esperando para derramar sobre nosotros la plenitud de sus bendiciones. Es privilegio nuestro beber abundantemente en la fuente del amor infinito. ¡Cuán extraño es que oremos tan poco! Dios está pronto y dispuesto a oír la oración de sus hijos, y no obstante hay de nuestra parte mucha vacilación para presentar nuestras necesidades delante de Dios. ¿Qué pueden los ángeles del cielo pensar de unos seres humanos pobres y sin fuerza, sujetos a la tentación, y que sin embargo oran tan poco y tienen tan poca fe, cuando el gran Dios lleno de infinito amor se compadece de ellos y está pronto para darles más de lo que pueden pedir o pensar? Los ángeles se deleitan en postrarse delante de Dios y en estar cerca de El. Es su mayor delicia estar en comunión con Dios; y con todo, los hijos de los hombres, que tanto necesitan la ayuda que solo Dios puede dar, parecen satisfechos con andar privados de la luz de su Espíritu y de la compañía de su presencia (El camino a Cristo, pp. 93, 94).
Los que permanecen en Jesús, tienen la seguridad de que Dios los oirá, porque a ellos les complace hacer su voluntad. No ofrecen una oración formal, que es mera palabrería, sino que acuden a Dios con una confianza fervorosa y sencilla, como un hijo a un padre tierno, y derraman ante él la historia de sus dificultades, temores y pecados, y presentan sus necesidades en el nombre de Jesús; se retiran de su presencia gozándose en la seguridad del amor perdonador y de la gracia sustentadora (Nuestra elevada vocación, p. 149).
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Lección 4 | Viernes 24 de julio_________________________________________________
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee Elena de White, El camino a Cristo, “El privilegio de orar”, pp. 79-89; Testimonios para la iglesia, t. 7, “Una obra para los miembros de iglesia”, pp. 21-26.
Cuando oramos por los demás, Dios honra nuestro compromiso con él y nuestra dependencia de su poder al emplear todos los recursos del Cielo para transformar las vidas humanas. A medida que nuestras oraciones ascienden a su Trono, los seres angelicales entran en acción a su orden. “Los ángeles ministradores esperan junto al Trono para obedecer instantáneamente el mandato de Jesucristo de contestar cada oración ofrecida con fe viva y fervorosa” (MS 2:471). Tenemos la seguridad de que ni una oración se pierde, ni Dios olvida a nadie. Están almacenadas en el cielo para ser respondidas en el momento y el lugar que él considere mejor. “La oración de fe nunca se pierde, pero es presunción suponer que siempre será contestada en la forma misma y para el objeto mismo que esperamos” (TI 1:211). Qué aliento nos da esto cuando intercedemos por nuestros cónyuges que no conocen a Cristo, o por nuestros hijos e hijas, parientes, amigos y compañeros de trabajo. Ninguna oración sincera se pierde jamás. Es posible que no siempre veamos respuestas inmediatas en aquellos por quienes oramos, pero Dios se está moviendo sobre sus corazones de maneras que solo sabremos en la eternidad.
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
- Lee Filipenses 1:19; Colosenses 4:2 y 3; y 2 Tesalonicenses 3:1 y 2. Durante su encarcelamiento, ¿qué seguridad tuvo Pablo por causa de las oraciones de los filipenses? ¿Por qué pidió a los colosenses y a los tesalonicenses que oraran por él? ¿Qué relación tienen estas peticiones de oración intercesora con la ganancia de almas?
- Reflexiona sobre la realidad del Gran Conflicto y que conforma la gran narrativa detrás del mundo en el que vivimos. ¿Cómo te ayuda tu conocimiento de este conflicto a darte cuenta de la importancia de la oración? Sí, Jesús ganó la guerra, y sabemos que su bando ganará al final. Pero, mientras tanto, ¿por qué es tan importante que oremos y busquemos hacer todo lo posible para mantenernos fieles a él y trabajar por la salvación de los demás?
- ¿Cuáles son algunos de los obstáculos para una vida más efectiva de oración intercesora? ¿Qué tipo de excusas usas (si es que lo haces) para dejar de orar más por otros que lo necesitan?
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INFORMACION DEL ESTUDIO HECHO EN VIDEO
Lección 4: Para el 25 de julio de 2020
EL PODER DE LA ORACIÓN: INTERCEDER POR OTROS
Sábado 18 de julio
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Apocalipsis 12:7–9; Efesios 6:12; Hebreos 7:25; Efesios 1:15–21; Daniel 10:10–14; 1 Juan 5:14–16.
PARA MEMORIZAR: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Sant. 5:16).
Los miembros de la iglesia del Nuevo Testamento sentían su necesidad de orar. “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hech. 4:31). Nota: los discípulos oraron. Fueron llenos del Espíritu Santo, y luego hablaron la Palabra de Dios con denuedo y confianza.
Hubo una relación directa entre sus oraciones, el derramamiento del Espíritu Santo y la proclamación poderosa de la Palabra de Dios. “Los discípulos […] no pedían una bendición simplemente para sí. Estaban abrumados por la preocupación de salvar almas. Comprendían que el evangelio había de proclamarse al mundo, y demandaban el poder que Cristo había prometido” (HAp 30, 31).
Cuando buscamos a Dios e intercedemos por los demás, Dios obra en nuestros propios corazones para acercarnos a él y nos da la sabiduría divina con el fin de alcanzarlos para su Reino (Sant. 1:5). Él también trabaja poderosamente en su vida para atraerlos a él (1 Juan 5:14-17).
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Lección 4
Lunes 20 de julio
JESÚS: EL PODEROSO INTERCESOR
Lee Lucas 3:21; 5:16 y 9:18. ¿Qué te dicen estos textos sobre la relación entre la vida de oración de Jesús y su efectividad en el ministerio?
21 Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió,
16 Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba.
18 Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo?
La vida de Jesús fue de una constante comunión divina con su Padre. En el momento de su bautismo, cuando inició su ministerio mesiánico, oró por el poder divino para cumplir el propósito del Cielo. El Espíritu Santo le dio poder para hacer la voluntad del Padre y cumplir la tarea que tenía por delante. Ya sea en la alimentación de los cinco mil, la curación del leproso o la liberación de los endemoniados, Jesús reconocía que, en la batalla entre el bien y el mal, la oración es un arma poderosa para vencer a las fuerzas del infierno. La oración es una forma ordenada por el Cielo de combinar nuestra impotencia y debilidad con el poder omnipotente de Dios. Es un medio de elevarnos hacia Dios, el único que puede tocar los corazones de aquellos por quienes oramos.
Lee Lucas 22:31 al 34 y Hebreos 7:25. ¿Qué seguridad le dio Jesús a Pedro a fin de prepararlo para las tentaciones que enfrentaría en el futuro cercano? ¿Qué seguridad nos da a cada uno de nosotros cuando enfrentamos tentaciones?
31 Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; 32 pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. 33 El le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte. 34 Y él le dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces.
5 por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.
Los ganadores efectivos de almas son hombres y mujeres de oración. Jesús oró por Pedro por su nombre. Le aseguró a Pedro que, en el momento de su mayor tentación, estaría orando por él. Satanás entendía muy bien el potencial de Pedro para el avance del Reino de Dios. Planificaba hacer todo lo posible para destruir la influencia positiva de Pedro en la iglesia cristiana. Pero, a través de todas sus tentaciones, Jesús estuvo orando por Pedro, y las oraciones del Maestro fueron respondidas. Qué realidad tan emocionante reconocer que el Salvador también está orando por nosotros. Él nos invita a unirnos a él en esta obra de oración intercesora y presentar a otros por nombre ante el trono de Dios.
Nuestra persistencia en la oración demuestra que reconocemos nuestra total y absoluta dependencia de Dios para alcanzar al individuo por el cual estamos orando. ¿Por quién estás orando en este momento? ¿Por qué es tan importante nunca rendirse, sin importar cuán difícil parezca la situación?
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Las lecciones de Cristo con respecto a la oración deben ser cuidadosamente consideradas. Hay una ciencia divina en la oración, y la ilustración de Cristo presenta un principio que todos necesitamos comprender.
La oración y la fe están íntimamente ligadas y necesitan ser estudiadas juntas. En la oración de fe hay una ciencia divina; es una ciencia que debe comprender todo el que quiera tener éxito en la obra de su vida. Cristo dice: “Todo lo que orando pidiereis, creed que lo recibiréis, y os vendrá”. Marcos 11:24.
La fe significa confiar en Dios, creer que nos ama y sabe mejor qué es lo que nos conviene. Por eso nos induce a escoger su camino en lugar del nuestro. En vez de nuestra ignorancia, acepta su sabiduría; en vez de nuestra debilidad, su fuerza; en vez de nuestra pecaminosidad, su justicia.
Nuestra fe en Cristo no debe estribar en que veamos o sintamos que él nos oye. Debemos confiar en sus promesas. Cuando acudimos a él con fe, toda petición alcanza al corazón de Dios. Cuando hemos pedido su bendición, debemos creer que la recibimos y agradecerle que la hemos recibido. Luego debemos atender nuestros deberes, seguros de que la bendición se realizará cuando más la necesitemos. Cuando hayamos aprendido a hacer esto, sabremos que nuestras oraciones son contestadas. Efesios 3:20, 16; 1:19.—El Deseado de Todas las Gentes, 170.
Después de orar, continuemos reclamando las promesas—Después de hecha la oración, si no obtenemos inmediatamente la respuesta, no nos cansemos de esperar, ni nos volvamos inestables. No vacilemos. Aferrémonos a la promesa: “Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará”. 1 Tesalonicenses 5:24.
Testimonios para la Iglesia 2:119.
Las oraciones aparentemente no respondidas pueden ser una gran bendición
En la vida futura se aclararán los misterios que aquí nos han preocupado y chasqueado. Veremos que las oraciones que nos parecían desatendidas y las esperanzas defraudadas figuraron entre nuestras mayores bendiciones. El Ministerio de Curación, 375, 376
Oración vrs presunción
La oración sin fe viviente no logra nada—La fe no es sentimiento. “Es pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven”. Hebreos 11:1. La verdadera fe no va en ningún sentido aliada a la presunción. Or
Únicamente aquel que tiene verdadera fe está seguro contra la presunción, porque la presunción es la falsificación de la fe por Satanás. La fe se aferra a las promesas de Dios, y produce fruto en obediencia. Or
La presunción se atiene también a las promesas, pero las emplea como las empleó Satanás, para disculpar la transgresión. La fe habría inducido a nuestros primeros padres a confiar en el amor de Dios y obedecer sus mandamientos. Or
La presunción los indujo a violar su ley, creyendo que su gran amor los salvaría de las consecuencias de su pecado. No es fe la que pretende el favor del cielo sin cumplir con las condiciones en que se ha de otorgar la misericordia. Or
La alabanza y la gratitud dan poder a nuestras oraciones—
No oramos demasiado, pero somos demasiado parsimoniosos en cuanto a dar las gracias. Si la bondad amante de Dios provocase más agradecimiento y alabanza, tendríamos más poder en la oración.
El proceso de la oración
El espíritu acompaña cada oración sincera
Es el fruto de la obra del Espíritu Santo. Por el Espíritu es formulada toda oración sincera, y una oración tal es aceptable para Dios. Siempre que un alma anhela a Dios, se manifiesta la obra del Espíritu, y Dios se revelará a esa alma. El Deseado de Todas las Gentes, 159, 160.
La Oración, p. 74.1 (Ellen Gould White)
Es privilegio nuestro orar con confianza, pues el Espíritu parafrasea nuestras peticiones. Con sencillez debemos presentar nuestras necesidades al Señor, y apropiarnos de su promesa.—La Maravillosa Gracia, 92.
Los ángeles escuchan las ofrendas de alabanza y las plegarias expresadas con fe y llevan las peticiones a Aquel que ministra en el Santuario celestial por su pueblo, y pone sus méritos a nuestro favor. The Review and Herald, 1 de febrero de 1912.
Hasta entonces los discípulos no conocían los recursos y el poder ilimitado del Salvador. El les dijo: “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre.” Explicó que el secreto de su éxito consistiría en pedir fuerza y gracia en su nombre. Estaría delante del Padre para pedir por ellos. La oración del humilde suplicante es presentada por él como su propio deseo en favor de aquella alma. Cada oración sincera es oída en el cielo. Tal vez no sea expresada con fluidez; pero si procede del corazón ascenderá al santuario donde Jesús ministra, y él la presentará al Padre sin balbuceos, hermosa y fragante con el incienso de su propia perfección. (DTG 620.4)
Los ángeles ministradores esperan junto al trono para obedecer instantáneamente el mandato de Jesucristo de contestar cada oración ofrecida con fe viva y fervorosa.—Mensajes Selectos 2:433.
Disciplinemos la mente a que preste atención durante la oración
La oración diaria es algo esencial para el crecimiento en la gracia, aun para la vida espiritual misma, como lo es el alimento temporal para el bienestar físico. Debemos acostumbrarnos a elevar los pensamientos a menudo a Dios en oración. Si la mente divaga, debemos volverla de nuevo; por un esfuerzo perseverante, el hábito por fin se impone como algo fácil.—Reflejemos a Jesús, 92.
Oraciones que Dios no escucha
-La humildad y la reverencia deben caracterizar el comportamiento de todos los que se allegan a la presencia de Dios. En el nombre de Jesús podemos acercarnos a él con confianza, pero no debemos hacerlo con la osadía de la presunción, como si el Señor estuviese al mismo nivel que nosotros. Algunos se dirigen al Dios grande, todopoderoso y santo, que habita en luz inaccesible, como si se dirigieran a un igual o a un inferior. Historia de los Patriarcas y Profetas, 252.
-Vi que el santo nombre de Dios debiera usarse con reverencia y temor. Las palabras Dios Todopoderoso son expresadas juntas y empleadas por algunos en oración de una manera descuidada y negligente, que le desagrada. Los tales no comprenden a Dios ni a la verdad, pues si la comprendieran no hablarían con tanta irreverencia del Dios grande y temible, que pronto los ha de juzgar en el día postrero. Dijo el ángel: “No las unáis; porque terrible es su nombre”. Los que se dan cuenta de la grandeza y la majestad de Dios, pronunciarán su nombre con santa reverencia. El mora en luz inaccesible; ningún hombre puede verle y vivir. Vi que estas cosas tendrán que ser comprendidas antes que la iglesia pueda prosperar. (CPI 454.2)
– Si de alguna forma hemos agraviado o herido a otros, es nuestro deber confesar nuestra falta y buscar la reconciliación. Esta es una condición esencial para que podamos presentarnos a Dios con fe y pedir su bendición.
(OR 366.1. {La Oración})
-Hay otro asunto demasiado a menudo descuidado por los que buscan al Señor en oración. ¿Habéis sido honrados con Dios? El Señor declara mediante el profeta Malaquías: “Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Tornaos a mí, y yo me tornaré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de tornar? ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? Los diezmos y las primicias”. Malaquías 3:7, 8. (OR 366.2 {La Oración})
Como dador de todas las bendiciones, Dios reclama una porción determinada de todo lo que poseemos. Esta es la provisión que él ha hecho para sostener la predicación del Evangelio. Y debemos demostrar nuestro aprecio por sus dones devolviendo esto a Dios. Pero si retenemos lo que le pertenece a él, ¿cómo podemos pretender sus bendiciones? Si somos mayordomos infieles en las cosas terrenales, ¿cómo podemos esperar que él nos confíe las celestiales? Puede ser que aquí se encuentre el secreto de la oración no contestada. (OR 366.3 {La Oración})
-Vi que había algunos como Judas entre los que profesan esperar a su Señor. Satanás los domina, pero no lo saben. Dios no puede aprobar el menor grado de codicia o egoísmo, y aborrece las oraciones y exhortaciones de aquellos que cultivan estos malos rasgos..—Primeros Escritos, 268.
-Las oraciones no valen si hay iniquidad en el corazón—
¿Qué sirven sus oraciones si usted alberga iniquidad en su corazón? A menos que haga un cambio completo, dentro de poco se cansará del reproche, como lo hicieron los hijos de Israel; y, como ellos, apostatará. Algunos de ustedes reconocen de palabras el reproche, pero no lo aceptan de corazón.
La oración en público
Cristo inculcó en sus discípulos la idea de que sus oraciones debían ser cortas y expresar exactamente lo que querían, y nada más. Uno o dos minutos bastan para cualquier oración común. 1JT 274.1
Pero muchos elevan oraciones áridas como si fueran sermones. Tales oraciones son todas como metal que resuena y címbalo que retiñe. No son anotadas en el cielo. Los ángeles de Dios se cansan de ellas, tanto como los mortales que están obligados a escucharlas. 1JT 274.2
La oración ferviente y eficaz es siempre oportuna, y nunca cansará. Una oración tal interesa y refrigera a todos los que tienen amor por la devoción. 1JT 274.3
La oración secreta
Todos debieran considerar como un deber cristiano el hacer oraciones cortas. Presentad al Señor exactamente lo que queréis, sin recorrer todo el mundo. En la oración privada, todos tienen el privilegio de orar todo el tiempo que deseen, y de ser tan explícitos como quieran. Pueden orar por todos sus parientes y amigos. La cámara secreta es el lugar donde se han de contar todas las dificultades, pruebas y tentaciones particulares. La reunión para adorar a Dios en conjunto no es el lugar donde se hayan de revelar las cosas privadas del corazón. 1JT 271.1
La oración es una ciencia
Las lecciones de Cristo con respecto a la oración deben ser cuidadosamente consideradas. Hay una ciencia divina en la oración, y la ilustración de Cristo presenta un principio que todos necesitamos comprender. Demuestra lo que es el verdadero espíritu de oración, enseña la necesidad de la perseverancia al presentar a Dios nuestras peticiones, y nos asegura que él está dispuesto a escucharnos y a contestar la oración. (OR 364.2. {La Oración})
La oración y la fe están íntimamente ligadas y necesitan ser estudiadas juntas. En la oración de fe hay una ciencia divina; es una ciencia que debe comprender todo el que quiera tener éxito en la obra de su vida. Cristo dice: “Todo lo que orando pidiereis, creed que lo recibiréis, y os vendrá”. Marcos 11:24. Él explica claramente que nuestra petición debe estar de acuerdo con la voluntad de Dios; debemos pedir cosas que él haya prometido y todo lo que recibamos debe ser usado para hacer su voluntad. Cuando se satisfacen las condiciones, la promesa es indubitable. (OR 375.7 {La Oración})
La fe significa confiar en Dios, creer que nos ama y sabe mejor qué es lo que nos conviene. Por eso nos induce a escoger su camino en lugar del nuestro. En vez de nuestra ignorancia, acepta su sabiduría; en vez de nuestra debilidad, su fuerza; en vez de nuestra pecaminosidad, su justicia. Nuestra vida, nosotros mismos, ya somos suyos; la fe reconoce su derecho de propiedad, y acepta su bendición. La verdad, la justicia y la pureza han sido señaladas como los secretos del éxito en la vida. Es la fe la que nos pone en posesión de estos principios. (OR 371.1 {La Oración})
Se debería explicar claramente cómo se puede ejercer fe. Toda promesa de Dios tiene ciertas condiciones. Si estamos dispuestos a hacer su voluntad, toda su fuerza nos pertenece. Cualquier don que nos prometa se encuentra en la promesa misma. “La semilla es la palabra de Dios”. Lucas 8:11. Tan ciertamente como se encuentra la semilla del roble en la bellota, se encuentra el don de Dios en su promesa. Si recibimos la promesa, recibimos el don. (OR 372.1 {La Oración})
Cuando se suscitan perplejidades y surgen dificultades, no busquéis ayuda en la humanidad. Confiadlo todo a Dios. La práctica de hablar de nuestras dificultades a otros únicamente nos debilita, y no les reporta a los demás ninguna fuerza. Ello hace que la carga de nuestras flaquezas espirituales descanse sobre ellos, y éstas son cosas que ellos no pueden aliviar. Buscamos la fuerza del hombre errante y finito, cuando podríamos tener la fuerza del Dios infalible e infinito. (OR 354.2 {La Oración})
Después de orar, continuemos reclamando las promesas—Después de hecha la oración, si no obtenemos inmediatamente la respuesta, no nos cansemos de esperar, ni nos volvamos inestables. No vacilemos. Aferrémonos a la promesa: “Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará”. 1 Tesalonicenses 5:24.
Como la viuda importuna, presentemos nuestros casos con firmeza de propósito. ¿Es importante el objeto y de gran consecuencia para nosotros? Por cierto que sí. Entonces, no vacilemos; porque tal vez se pruebe nuestra fe. Si lo que deseamos es valioso, merece un esfuerzo enérgico y fervoroso. Tenemos la promesa; velemos y oremos. Seamos firmes, y la oración será contestada; porque, ¿no es Dios quien ha formulado la promesa? Cuanto más nos cueste obtener algo, tanto más lo apreciaremos cuando lo obtengamos. Se nos dice claramente que si vacilamos, ni podemos pensar que recibiremos algo del Señor. Se nos recomienda aquí que no nos cansemos, sino que confiemos firmemente en la promesa. Si pedimos, él nos dará liberalmente, sin zaherir.— Testimonios para la Iglesia 2:119.
Demora en la respuesta para revelar nuestro egoísmo
El que bendijo al noble en Capernaúm siente hoy tantos deseos de bendecirnos a nosotros. Pero como el padre afligido, somos con frecuencia inducidos a buscar a Jesús por el deseo de algún beneficio terrenal; y hacemos depender nuestra confianza en su amor de que nos sea otorgado lo pedido. El Salvador anhela darnos una bendición mayor que la que solicitamos; y dilata la respuesta a nuestra petición a fin de poder mostrarnos el mal que hay en nuestro corazón y nuestra profunda necesidad de su gracia. Desea que renunciemos al egoísmo que nos induce a buscarlo. Confesando nuestra impotencia y acerba necesidad, debemos confiarnos completamente a su amor.
El noble quería ver el cumplimiento de su oración antes de creer; pero tuvo que aceptar el aserto de Jesús de que su petición había sido oída, y el beneficio otorgado. También nosotros tenemos que aprender esta lección. Nuestra fe en Cristo no debe estribar en que veamos o sintamos que él nos oye. Debemos confiar en sus promesas. Cuando acudimos a él con fe, toda petición alcanza al corazón de Dios. Cuando hemos pedido su bendición, debemos creer que la recibimos y agradecerle que la hemos recibido. Luego debemos atender nuestros deberes, seguros de que la bendición se realizará cuando más la necesitemos. Cuando hayamos aprendido a hacer esto, sabremos que nuestras oraciones son contestadas. Dios obrará por nosotros “mucho más abundantemente de lo que pedimos”, “conforme a las riquezas de su gloria”, y por la operación de la potencia de su fortaleza”. Efesios 3:20, 16; 1:19.—El Deseado de Todas las Gentes, 170.
Las oraciones aparentemente no respondidas pueden ser una gran bendición
En su amante cuidado e interés por nosotros, muchas veces Aquel que nos comprende mejor de lo que nos comprendemos a nosotros mismos, se niega a permitirnos que procuremos con egoísmo la satisfacción de nuestra ambición. No permite que pasemos por alto los deberes sencillos pero sagrados que tenemos más a mano. Muchas veces estos deberes entrañan la verdadera preparación indispensable para una obra superior. Muchas veces nuestros planes fracasan para que los de Dios respecto a nosotros tengan éxito.
Nunca se nos exige que hagamos un verdadero sacrificio por Dios. Nos pide él que le cedamos muchas cosas; pero al hacerlo no nos despojamos más que de lo que nos impide avanzar hacia el cielo. Aun cuando nos invita a renunciar a cosas que en sí mismas son buenas, podemos estar seguros de que Dios nos prepara algún bien superior. En la vida futura se aclararán los misterios que aquí nos han preocupado y chasqueado. Veremos que las oraciones que nos parecían desatendidas y las esperanzas defraudadas figuraron entre nuestras mayores bendiciones. Debemos considerar todo deber, por muy humilde que sea, como sagrado por ser parte del servicio de Dios. Nuestra oración cotidiana debería ser: “Señor, ayúdame a hacer lo mejor que pueda. Enséñame a hacer mejor mi trabajo. Dame energía y alegría. Ayúdame a compartir en mi servicio el amante ministerio del Salvador”.—El Ministerio de Curación, 375, 376.
Oración vrs presunción
La oración sin fe viviente no logra nada—La fe no es sentimiento. “Es pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven”. Hebreos 11:1. La verdadera fe no va en ningún sentido aliada a la presunción.
Únicamente aquel que tiene verdadera fe está seguro contra la presunción, porque la presunción es la falsificación de la fe por Satanás. La fe se aferra a las promesas de Dios, y produce fruto en obediencia.
La presunción se atiene también a las promesas, pero las emplea como las empleó Satanás, para disculpar la transgresión. La fe habría inducido a nuestros primeros padres a confiar en el amor de Dios y obedecer sus mandamientos.
La presunción los indujo a violar su ley, creyendo que su gran amor los salvaría de las consecuencias de su pecado. No es fe la que pretende el favor del cielo sin cumplir con las condiciones en que se ha de otorgar la misericordia.
Obreros Evangélicos, 274, 275.
Dedique su mente a las cosas espirituales. Evite que su mente se espacie en sus problemas. Cultive un espíritu contento y alegre. Usted habla demasiado de cosas intrascendentes. Con esto no obtiene fuerza espiritual. Si la energía gastada en conversación la dedicara a la oración, recibiría fuerza espiritual y alabaría a Dios en su corazón.—Testimonios para la Iglesia 2:387.
Las más grandes victorias se logran con oración ferviente—Jacob prevaleció, porque fue perseverante y decidido. Su experiencia atestigua el poder de la oración insistente. Este es el tiempo en que debemos aprender la lección de la oración que prevalece y de la fe inquebrantable. Las mayores victorias de la iglesia de Cristo o del cristiano no son las que se ganan mediante el talento o la educación, la riqueza o el favor de los hombres. Son las victorias que se alcanzan en la cámara de audiencia con Dios, cuando la fe fervorosa y agonizante se ase del poderoso brazo de la omnipotencia. Los que no están dispuestos a dejar todo pecado y buscar seriamente la bendición de Dios, no la alcanzarán. Pero todos los que se afirmen en las promesas de Dios como lo hizo Jacob, y sean tan vehementes y constantes como lo fue él, alcanzarán el éxito que él alcanzó.—Patriarcas y Profetas, 201, 202.
La alabanza y la gratitud dan poder a nuestras oraciones—¿Consistirán nuestros ejercicios de devoción en pedir y recibir? ¿Estaremos siempre pensando en nuestras necesidades y nunca en los beneficios que recibimos? ¿Recibiremos las mercedes del Señor, y nunca le expresaremos nuestra gratitud, nunca lo alabaremos por lo que ha hecho por nosotros? No oramos demasiado, pero somos demasiado parsimoniosos en cuanto a dar las gracias. Si la bondad amante de Dios provocase más agradecimiento y alabanza, tendríamos más poder en la oración. Abundaríamos más y más en el amor de Dios, y él nos proporcionaría más dádivas por las cuales alabarle. Vosotros que os quejáis que Dios no oye vuestras oraciones, cambiad el orden actual, y mezclad alabanzas con vuestras peticiones. Cuando consideréis su bondad y misericordia, hallaréis que él tiene en cuenta vuestras necesidades. Orad, orad fervientemente y sin cesar, pero no os olvidéis de alabar a Dios.— Testimonios para la Iglesia 5:297.
Satanás no puede vencer al que ora—El enemigo no puede vencer al humilde alumno de Cristo, al que ora y anda en presencia del Señor. Cristo se interpone entre ambos como un escudo, un refugio, para desviar los ataques del maligno. Se ha prometido lo siguiente: “Porque vendrá el enemigo como río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él”. {Isaías59: 19}
No hay poder en todo el ejército satánico que pueda desarmar al alma que confía, con sencilla fe, en la sabiduría que desciende de Dios. —Mi Vida Hoy, 326.
Oraciones que Dios no escucha
No podemos acercarnos a Dios en oración livianamente
-La humildad y la reverencia deben caracterizar el comportamiento de todos los que se allegan a la presencia de Dios. En el nombre de Jesús podemos acercarnos a él con confianza, pero no debemos hacerlo con la osadía de la presunción, como si el Señor estuviese al mismo nivel que nosotros. Algunos se dirigen al Dios grande, todopoderoso y santo, que habita en luz inaccesible, como si se dirigieran a un igual o a un inferior. Hay quienes se comportan en la casa de Dios como no se atreverían a hacerlo en la sala de audiencias de un soberano terrenal. Los tales debieran recordar que están ante la vista de Aquel a quien los serafines adoran, y ante quien los ángeles cubren su rostro.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 252.
También se debería manifestar reverencia hacia el nombre de Dios. Nunca se lo debiera pronunciar a la ligera o con indiferencia. Hasta en la oración habría que evitar su repetición frecuente o innecesaria. “Santo y temible es su nombre”. Salmos 111:9. Los ángeles, al pronunciarlo, cubren sus rostros. ¡Con cuánta reverencia debiéramos pronunciarlo nosotros que somos caídos y pecadores!
Vi que el santo nombre de Dios debiera usarse con reverencia y temor. Las palabras Dios Todopoderoso son expresadas juntas y empleadas por algunos en oración de una manera descuidada y negligente, que le desagrada. Los tales no comprenden a Dios ni a la verdad, pues si la comprendieran no hablarían con tanta irreverencia del Dios grande y temible, que pronto los ha de juzgar en el día postrero. Dijo el ángel: “No las unáis; porque terrible es su nombre”. Los que se dan cuenta de la grandeza y la majestad de Dios, pronunciarán su nombre con santa reverencia. El mora en luz inaccesible; ningún hombre puede verle y vivir. Vi que estas cosas tendrán que ser comprendidas antes que la iglesia pueda prosperar. (CPI 454.2)
-Uno de los últimos mandamientos que Cristo diera a sus discípulos fue: “Que os améis los unos a los otros: como os he amado”. Juan 13:34. ¿Estamos obedeciendo este mandato, o estamos condescendiendo con rasgos de carácter hirientes y no cristianos? Si de alguna forma hemos agraviado o herido a otros, es nuestro deber confesar nuestra falta y buscar la reconciliación. Esta es una condición esencial para que podamos presentarnos a Dios con fe y pedir su bendición.
(OR 366.1. {La Oración})
-Hay otro asunto demasiado a menudo descuidado por los que buscan al Señor en oración. ¿Habéis sido honrados con Dios? El Señor declara mediante el profeta Malaquías: “Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Tornaos a mí, y yo me tornaré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de tornar? ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? Los diezmos y las primicias”. Malaquías 3:7, 8. (OR 366.2 {La Oración})
Como dador de todas las bendiciones, Dios reclama una porción determinada de todo lo que poseemos. Esta es la provisión que él ha hecho para sostener la predicación del Evangelio. Y debemos demostrar nuestro aprecio por sus dones devolviendo esto a Dios. Pero si retenemos lo que le pertenece a él, ¿cómo podemos pretender sus bendiciones? Si somos mayordomos infieles en las cosas terrenales, ¿cómo podemos esperar que él nos confíe las celestiales? Puede ser que aquí se encuentre el secreto de la oración no contestada. (OR 366.3 {La Oración})
-Dios no dice: Pedid una vez y recibiréis. Él nos ordena que pidamos. Persistid incansablemente en la oración. El pedir con persistencia hace más ferviente la actitud del postulante, y le imparte un deseo mayor de recibir las cosas que pide. Cristo le dijo a Marta junto a la tumba de Lázaro: “Si creyeres, verás la gloria de Dios”. Juan 11:40. (OR 367.2 {La Oración})
–Pero muchos no tienen una fe viva. Esta es la razón por la cual no ven más del poder de Dios. Su debilidad es el resultado de su incredulidad. Tienen más fe en su propio obrar que en el obrar de Dios en favor de ellos. Ellos se encargan de cuidarse a sí mismos. Hacen planes y proyectos, pero oran poco, y tienen poca confianza verdadera en Dios. Piensan que tienen fe, pero es solo el impulso del momento. Dejan de comprender su propia necesidad, y lo dispuesto que está Dios a dar; no perseveran en mantener sus pedidos ante el Señor. (OR 367.3 {La Oración})
El cumplimiento de las promesas de Dios es condicional, y la oración no ocupará nunca el lugar del deber. “Si me amáis ¿dice Cristo?, guardad mis mandamientos”. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, aquel es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. Juan 14:15, 21. Aquellos que presentan sus peticiones ante Dios, invocando su promesa, mientras no cumplen con las condiciones, insultan a Jehová. Invocan el nombre de Cristo como su autoridad para el cumplimiento de la promesa, pero no hacen las cosas que demostrarían fe en Cristo y amor por él. (OR 365.2 {La Oración})
La promesa es: “Si estuvierais en mí, y mis palabras estuvieran en vosotros, pedid todo lo que quisierais, y os será hecho”. Juan 15:7. Y Juan declara: “Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos. El que dice, yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y no hay verdad en él, mas el que guarda su palabra, la caridad de Dios está verdaderamente perfecta en él”. 1 Juan 2:3-5. (OR 365.4 {La Oración})
-Vi que había algunos como Judas entre los que profesan esperar a su Señor. Satanás los domina, pero no lo saben. Dios no puede aprobar el menor grado de codicia o egoísmo, y aborrece las oraciones y exhortaciones de aquellos que cultivan estos malos rasgos. Al ver Satanás que su tiempo es corto, induce a los hombres a ser cada vez más egoístas y codiciosos, y luego se regocija cuando los ve dedicados a sí mismos, mezquinos y egoístas. Si los ojos de los tales pudiesen abrirse, verían a Satanás en triunfo infernal, regocijándose acerca de ellos y riéndose de la locura de aquellos que aceptan sus sugestiones y caen en sus lazos.—Primeros Escritos, 268.
-Las oraciones no valen si hay iniquidad en el corazón—“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”. Tito 2:11, 12. Cristo dice: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48. ¿Qué sirven sus oraciones si usted alberga iniquidad en su corazón? A menos que haga un cambio completo, dentro de poco se cansará del reproche, como lo hicieron los hijos de Israel; y, como ellos, apostatará. Algunos de ustedes reconocen de palabras el reproche, pero no lo aceptan de corazón. Siguen como antes, sólo que menos susceptibles a la influencia del Espíritu de Dios, haciéndose más y más ciegos, teniendo menos sabiduría, menos control sobre ustedes mismos, menos poder moral, y menos celo y gusto por los ejercicios religiosos; y, a menos que sean convertidos, últimamente perderán por completo su vínculo con Dios. No han realizado cambios decididos en su vida al llegar la amonestación, porque no han visto y reconocido sus defectos de carácter y el gran contraste entre su vida y la vida de Cristo. Ha sido su costumbre colocarse en una posición donde no pierdan por completo la confianza de sus hermanos.—Testimonies for the Church 4:332.
-La oración eficaz no necesariamente incluye lágrimas y lucha—Muchas almas hay que luchan por alcanzar grandes victorias y bendiciones especiales para poder cumplir grandes hechos. Para alcanzar su propósito, creen que es necesario agotarse en oraciones y lágrimas. Cuando esas personas escudriñen las Escrituras con oración para conocer la expresa voluntad de Dios, y luego la cumplan de todo corazón y sin ninguna reserva o complacencia propia, entonces hallarán descanso. Sus angustias, sus lágrimas y sus luchas no les procurarán el descanso que anhelan. Ellas deben hacer la entrega completa de su personalidad. Deben hacer lo que les venga a mano, apropiándose de la abundante gracia que Dios promete a los que oran con fe.—Testimonios para la Iglesia 9:132.
La oración en público
Cristo inculcó en sus discípulos la idea de que sus oraciones debían ser cortas y expresar exactamente lo que querían, y nada más. Les indicó la longitud y el contenido que debían caracterizar sus oraciones; debían expresar sus deseos de bendiciones temporales y espirituales, y su gratitud por las mismas. ¡Cuán abarcante es esta oración modelo! Se refiere a la necesidad real de todos. Uno o dos minutos bastan para cualquier oración común. Hay casos en que la oración nos es dictada en una forma especial por el Espíritu de Dios, cuando se eleva la súplica en el Espíritu. El alma anhelante siente agonía y gime en busca de Dios. El espíritu lucha como luchó Jacob, y no quiere descansar sin manifestaciones especiales del poder de Dios. Así quiere Dios que sea. 1JT 274.1
Pero muchos elevan oraciones áridas como si fueran sermones. Oran a los hombres y no a Dios. Si estuvieran orando a Dios, y comprendiesen realmente lo que están haciendo, se alarmarían por su audacia; porque dirigen un discurso al Señor a modo de oración, como si el Creador del universo necesitase información especial sobre temas generales relacionados con las cosas que suceden en el mundo. Tales oraciones son todas como metal que resuena y címbalo que retiñe. No son anotadas en el cielo. Los ángeles de Dios se cansan de ellas, tanto como los mortales que están obligados a escucharlas. 1JT 274.2
A Jesús se le encontraba a menudo en oración. Se retiraba a los huertos solitarios o a las montañas para dar a conocer sus peticiones a su Padre. Cuando había terminado los quehaceres y los cuidados del día, y los cansados buscaban reposo, Jesús dedicaba el tiempo a la oración. No quisiéramos desalentar el espíritu de oración; porque no se ora ni se vela bastante. Y menos aún se ora con el Espíritu y también con comprensión. La oración ferviente y eficaz es siempre oportuna, y nunca cansará. Una oración tal interesa y refrigera a todos los que tienen amor por la devoción. 1JT 274.3
Se descuida la oración secreta, y ésta es la razón por la cual muchos hacen oraciones tan largas, tediosas y sin valor cuando se reúnen para adorar a Dios. Repasan en sus oraciones una semana de deberes descuidados y oran en círculo, esperando compensar su negligencia y apaciguar su conciencia. Esperan ganar por su oración el favor de Dios. Pero con frecuencia estas oraciones logran solamente hacer bajar a otros al nivel de las tinieblas espirituales en que está la persona que las hace. Si los cristianos quisieran apropiarse las enseñanzas de Cristo acerca de velar y orar, rendirían un culto más inteligente a Dios. 1JT 275.1
El proceso de la oración
El espíritu acompaña cada oración sincera
La religión que proviene de Dios es la única que conducirá a Dios. A fin de servirle debidamente, debemos nacer del Espíritu divino. Esto purificará el corazón y renovará la mente, dándonos una nueva capacidad para conocer y amar a Dios. Nos inspirará una obediencia voluntaria a todos sus requerimientos. Tal es el verdadero culto. Es el fruto de la obra del Espíritu Santo. Por el Espíritu es formulada toda oración sincera, y una oración tal es aceptable para Dios. Siempre que un alma anhela a Dios, se manifiesta la obra del Espíritu, y Dios se revelará a esa alma. Él busca adoradores tales. Espera para recibirlos y hacerlos sus hijos e hijas.—El Deseado de Todas las Gentes, 159, 160.
La presencia de Jesús cuando oramos
Si mantenemos al Señor constantemente delante de nosotros, permitiendo que nuestros corazones expresen el agradecimiento y la alabanza a él debidos, tendremos una frescura perdurable en nuestra vida religiosa. Nuestras oraciones tomarán la forma de una conversación con Dios, como si habláramos con un amigo. Él nos dirá personalmente sus misterios. A menudo nos vendrá un dulce y gozoso sentimiento de la presencia de Jesús.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 100.
Los ángeles llevan nuestras oraciones al santuario celestial
Los ángeles escuchan las ofrendas de alabanza y las plegarias expresadas con fe y llevan las peticiones a Aquel que ministra en el Santuario celestial por su pueblo, y pone sus méritos a nuestro favor. La verdadera oración se aferra del Omnipotente, y concede a los hombres la victoria. Sobre sus rodillas es que el cristiano obtiene la fortaleza para resistir la tentación.—The Review and Herald, 1 de febrero de 1912.
Si los hombres tuviesen la visión del cielo, verían compañías de ángeles poderosos en fuerza estacionados en torno de los que han guardado la palabra de la paciencia de Cristo. Con ternura y simpatía, los ángeles han presenciado la angustia de ellos y han escuchado sus oraciones.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 688, 689.
Los ángeles ministradores esperan junto al trono para obedecer instantáneamente el mandato de Jesucristo de contestar cada oración ofrecida con fe viva y fervorosa.—Mensajes Selectos 2:433.
Disciplinemos la mente a que preste atención durante la oración
La oración diaria es algo esencial para el crecimiento en la gracia, aun para la vida espiritual misma, como lo es el alimento temporal para el bienestar físico. Debemos acostumbrarnos a elevar los pensamientos a menudo a Dios en oración. Si la mente divaga, debemos volverla de nuevo; por un esfuerzo perseverante, el hábito por fin se impone como algo fácil.—Reflejemos a Jesús, 92.
La oración es el plan del Cielo para vencer el pecado—La oración es el medio ordenado por el cielo para tener éxito en el conflicto con el pecado y desarrollar el carácter cristiano. Las influencias divinas que vienen en respuesta a la oración de fe efectuarán en el alma del suplicante todo lo que pide. Podemos pedir perdón del pecado, el Espíritu Santo, un temperamento semejante al de Cristo, sabiduría y poder para realizar su obra, o cualquier otro don que él ha prometido; y la promesa es: “Se os dará”.—Los Hechos de los Apóstoles, 450, 451.
Fue por medio de la confesión y el perdón del pecado, por la oración ferviente y la consagración de sí mismos a Dios, cómo los primeros discípulos se prepararon para el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. La misma obra, solo que en mayor grado, debe realizarse ahora…
A menos que estemos avanzando diariamente en la ejemplificación de las virtudes cristianas activas, no reconoceremos las manifestaciones del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Podrá estar derramándose en los corazones en torno de nosotros, pero no la discerniremos ni la recibiremos…
La gracia divina se necesita al comienzo, se necesita gracia divina a cada paso de avance, y solo la gracia divina puede completar la obra. No habrá ocasión de descansar en una actitud descuidada. Nunca debemos olvidar las amonestaciones de Cristo: “Velad en oración”, “Velad… orando en todo tiempo”. Una conexión con el agente divino es esencial para nuestro progreso en todo momento. Podemos haber tenido una medida del Espíritu de Dios, pero por la oración y la fe continuamente hemos de tratar de conseguir más del Espíritu.—Testimonios para los Ministros, 516, 517.
Tan esencial como nuestro alimento diario
Si queremos desarrollar un carácter que Dios pueda aceptar, debemos formar hábitos correctos en nuestra vida religiosa. La oración diaria es tan esencial para el crecimiento en la gracia y aun para la misma vida espiritual, como el alimento temporal lo es para el bienestar físico. Deberíamos acostumbrarnos a elevar con frecuencia los pensamientos a Dios en oración. Si la mente se desvía, debemos hacerla volver; por el esfuerzo perseverante, el hábito lo hará fácil al final. No hay seguridad separándonos un solo momento de Cristo. Podemos contar con su presencia para ayudarnos a cada paso, pero solo si observamos las condiciones que él mismo ha dictado.—Mensajes para los Jóvenes, 112, 113.
La reverencia en la oración
Algunos piensan que es señal de humildad orar a Dios de una manera común, como si hablas con un ser humano. Profanan su nombre mezclando innecesaria e irreverentemente con sus oraciones las palabras “Dios Todopoderoso,” palabras solemnes y sagradas, que no debieran salir de los labios a no ser en tonos subyugados y con un sentimiento de reverencia.—Obreros Evangélicos, 185, 186.
Dios nos invita a acudir a él en el nombre de Jesús
Nos allegamos a Dios en el nombre de Jesús por invitación especial, y él nos da la bienvenida a su cámara de audiencia. Él imparte al alma humilde y contrita aquella fe en Cristo por la cual ella es justificada. Jesús disipa sus transgresiones como una nube densa, y el corazón consolado exclama: “Cantaré a ti, oh Jehová; pues aunque te enojaste contra mí, tu indignación se apartó, y me has consolado”. Isaías 12:1.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos acerca de la Educación Cristiana, 229.
La oración por otros
Esforcémonos para caminar en la luz así como Cristo está en la luz. El Señor quitó la aflicción de Job cuando él oró no solo por sí mismo sino por los que se le oponían. Cuando deseó fervientemente que se ayudara a las almas que habían pecado contra él, [entonces] él mismo recibió ayuda. Oremos no solo por nosotros mismos sino también por los que nos han hecho daño y continúan perjudicándonos. Orad, orad sobre todo mentalmente. No deis descanso al Señor; pues sus oídos están abiertos para oír las oraciones sinceras, insistentes, cuando el alma se humilla ante él.—Comentario Bíblico Adventista 3:1159, 1160.
Orar a diario para vencer a Satanás
Si nos acercamos a Dios, él nos dará palabras para hablar, por él y para alabar su nombre. Nos enseñará una melodía de la canción angelical, así como alabanzas de gratitud a nuestro Padre celestial. En todo acto de la vida se revelarán la luz y el amor del Salvador que mora en nosotros. Las dificultades exteriores no pueden afectar la vida que se vive por la fe en el Hijo de Dios.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 74.
La oración sincera frustrará los esfuerzos más arduos de Satanás
El hombre es cautivo de Satanás, y está naturalmente inclinado a seguir sus sugestiones y cumplir sus órdenes. No tiene en sí mismo poder para poner resistencia eficaz al mal. Únicamente en la medida en que Cristo more en él por la fe viva, influyendo en sus deseos e impartiéndole fuerza de lo alto, puede el hombre atreverse a arrostrar a un enemigo tan terrible. Todo otro medio de defensa es completamente vano. Es únicamente por Cristo cómo es limitado el poder de Satanás. esta es una verdad portentosa que todos debieran entender. Satanás está ocupado en todo momento, yendo de aquí para allá en la tierra, buscando a quien devorar. Pero la ferviente oración de fe frustrará sus esfuerzos más arduos. Tomad, pues, hermanos, “el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”. Efesios 6:16.—Testimonios para la Iglesia 5:274.
La oración de fe es la gran fortaleza del cristiano y ciertamente prevalecerá contra Satanás. Por eso él insinúa que no necesitamos orar. Él detesta el nombre de Jesús, nuestro Abogado; y cuando acudimos sinceramente a él en busca de ayuda, la hueste satánica se alarma. Cuando descuidamos la oración actuamos de acuerdo con su propósito, porque entonces sus maravillas mentirosas se reciben con más facilidad.—Testimonios para la Iglesia 1:267.
La confesión tiene que ser específica
La verdadera confesión es siempre de carácter específico y reconoce pecados particulares. Pueden ser de tal naturaleza que deben ser presentados solamente ante Dios, pueden ser ofensas que se deben confesar a individuos que han sido dañados por causa de ellos, o pueden ser de tipo general que deben ser presentados ante el pueblo. Pero toda confesión debe ser definida y al punto, reconociendo los mismos pecados de que sois culpables.—Testimonios para la Iglesia 5:601.
La oración nos ha de salvaguardar hasta el fin
Hasta que el conflicto termine, habrá quienes se aparten de Dios. Satanás ordenará de tal manera las circunstancias que, a menos que seamos guardados por el poder divino, ellas debilitarán casi imperceptiblemente las fortificaciones del alma. Necesitamos preguntar a cada paso: “¿Es este el camino del Señor?” Mientras dure la vida, habrá necesidad de guardar los afectos y las pasiones con propósito firme. Ni un solo momento podemos estar seguros, a no ser que confiemos en Dios y tengamos nuestra vida escondida en Cristo. La vigilancia y la oración son la salvaguardia de la pureza.
Todos los que entren en la ciudad de Dios lo harán por la puerta estrecha, con esfuerzo y agonía; porque “no entrará en ella ninguna cosa sucia, o que hace abominación”. Apocalipsis 21:27. Pero nadie que haya caído necesita desesperar. Hombres de edad, que fueron una vez honrados por Dios, pueden haber manchado sus almas y sacrificado la virtud sobre el altar de la concupiscencia; pero si se arrepienten, abandonan el pecado y se vuelven a su Dios, sigue habiendo esperanza para ellos. El que declara: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10), formula también esta invitación: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”. Isaías 55:7. Dios aborrece el pecado, pero ama al pecador. Declara: “Yo medicinaré su rebelión, los amaré de voluntad”. Oseas 14:4.—La Historia de Profetas y Reyes, 61, 62.
Nos prepara para ser miembros de la iglesia celestial
Para el alma humilde y creyente, la casa de Dios en la tierra es la puerta del cielo. El canto de alabanza, la oración, las palabras pronunciadas por los representantes de Cristo, son los agentes designados por Dios para preparar un pueblo para la iglesia celestial, para aquel culto más sublime, en el que no podrá entrar nada que corrompa.—Testimonios para la Iglesia 5:463, 464.
Suple nuestras necesidades temporales
Toda promesa de la Palabra de Dios viene a ser un motivo para orar, pues su cumplimiento nos es garantizado por la palabra empleada por Jehová. Tenemos el privilegio de pedir por medio de Jesús cualquier bendición espiritual que necesitemos. Podemos decir al Señor exactamente lo que necesitamos, con la sencillez de un niño. Podemos exponerle nuestros asuntos temporales, y suplicarle pan y ropa, así como el pan de vida y el manto de la justicia de Cristo. Nuestro Padre celestial sabe que necesitamos todas estas cosas, y nos invita a pedírselas. En el nombre de Jesús es como se recibe todo favor. Dios honrará ese nombre y suplirá nuestras necesidades con las riquezas de su liberalidad.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 112, 113.
Cada alma tiene el privilegio de presentar al Señor sus necesidades particulares y de ofrecer sus acciones de gracias personales por los beneficios que recibe cada día.—Testimonios para la Iglesia 9:222.
Orar no es informar a Dios
Nuestras oraciones no han de informar a Dios de algo que él no sabe. El Señor está al tanto de los secretos de cada alma. Nuestras oraciones no tienen por qué ser largas ni decirse en voz alta. Dios lee los pensamientos ocultos. Podemos orar en secreto, y el que ve en secreto oirá y nos recompensará en público.—Mensajes para los Jóvenes, 245.
Aumenta nuestra comprensión de la palabra de Dios
Nadie que no ore puede estar seguro un solo día o una sola hora. Debemos sobre todo pedir al Señor que nos dé sabiduría para comprender su Palabra. En ella es donde están puestos de manifiesto los artificios del tentador y las armas que se le pueden oponer con éxito. Satanás es muy hábil para citar las Santas Escrituras e interpretar pasajes a su modo, con lo que espera hacernos tropezar. Debemos estudiar la Biblia con humildad de corazón, sin perder jamás de vista nuestra dependencia de Dios. Y mientras estemos en guardia contra los engaños de Satanás, debemos orar con fe diciendo: “No nos dejes caer en tentación”.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 585.
Nunca se debería estudiar la Biblia sin oración. Solo el Espíritu Santo puede hacernos sentir la importancia de lo que es fácil comprender, o impedir que nos apartemos del sentido de las verdades de difícil comprensión. Hay santos ángeles que tienen la misión de influir en los corazones para que comprendan la Palabra de Dios, de suerte que la belleza de esta nos embelese, sus advertencias nos amonesten y sus promesas nos animen y vigoricen. Deberíamos hacer nuestra la petición del salmista: “¡Abre mis ojos, para que yo vea las maravillas de tu ley!” Salmos 119:18 (VM). Muchas veces las tentaciones parecen irresistibles, y es porque se ha descuidado la oración y el estudio de la Biblia, y por ende no se pueden recordar luego las promesas de Dios ni oponerse a Satanás con las armas de las Santas Escrituras. Pero los ángeles rodean a los que tienen deseos de aprender cosas divinas, y en situaciones graves traerán a su memoria las verdades que necesitan. “Porque vendrá el enemigo como río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él”. Isaías 59:19.—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 658.
El señor prometió dar respuesta a toda oración ferviente
Oren con fe. Y asegúrense de colocar sus vidas en armonía con sus peticiones, de modo que puedan recibir las bendiciones que han demandado. Que no se debilite su fe, porque las bendiciones que se reciben son proporcionales a la fe que se ejerce. “Conforme a vuestra fe os sea hecho”. “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”. Mateo 9:29; 21:22. Oren, crean, y regocíjense. Canten himnos de alabanza porque él les ha contestado las oraciones. Acéptenlo al pie de la letra, “porque fiel es el que prometió”. Hebreos 10:23. No se pierde ninguna súplica sincera. El canal está abierto; la corriente está fluyendo. Lleva propiedades salutíferas en sus aguas, derramando una corriente restauradora de vida y salud y salvación.—Testimonios para la Iglesia 7:260.
El cumplimiento de las promesas de Dios es condicional, y la oración no ocupará nunca el lugar del deber. “Si me amáis—dice Cristo—, guardad mis mandamientos”. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, aquel es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. Juan 14:15, 21. Aquellos que presentan sus peticiones ante Dios, invocando su promesa, mientras no cumplen con las condiciones, insultan a Jehová. Invocan el nombre de Cristo como su autoridad para el cumplimiento de la promesa, pero no hacen las cosas que demostrarían fe en Cristo y amor por él.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 109.
Oraciones hipócritas
Las oraciones dirigidas a Dios para contarle todas nuestras desgracias cuando en realidad no nos sentimos desgraciados, son oraciones hipócritas. Dios tiene en cuenta el corazón contrito. “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”. Isaías 57:15.
Oraciones que proyectan sombras y no edifican
Temo que algunos no presenten sus dificultades a Dios en oración particular, sino que las reserven para la reunión de oración, y allí eleven sus oraciones de varios días. A los tales se los puede llamar asesinos de reuniones públicas y de oración. No emiten luz; no edifican a nadie. Sus oraciones heladas y sus largos testimonios de apóstatas arrojan una sombra. Todos se alegran cuando han terminado, y es casi imposible desechar el enfriamiento y las tinieblas que sus oraciones y exhortaciones imparten a la reunión. Por la luz que he recibido, entiendo que nuestras reuniones deben ser espirituales, sociales y no demasiado largas. La reserva, el orgullo, la vanidad y el temor del hombre deben quedar en casa. Las pequeñas diferencias y los prejuicios no deben ir con nosotros a estas reuniones. Como en una familia unida, la sencillez, la mansedumbre, la confianza y el amor deben reinar en el corazón de los hermanos y las hermanas que se reúnen para ser refrigerados y vigorizados al juntar sus luces.—Joyas de los Testimonios 1:271, 272.
La oración no sustituye a la obediencia
Hay hombres y mujeres que seguirán sus propias inclinaciones, aun frente a las más claras órdenes de Dios y luego se atreverán a orar sobre el asunto pidiéndole a Dios que les permita continuar en dirección contraria a su voluntad. Satanás se acerca a tales personas, tal como lo hizo con Eva en el Edén, y ejerce su influencia sobre ellas. Porque experimentan ciertas emociones, estas personas creen estar teniendo una maravillosa experiencia con Dios.—Consejos sobre la Salud, 108.
La oración apurada y ocasional no es una verdadera comunión con Dios
El cielo no se cierra ante las oraciones fervientes de los justos. Elías era un hombre sujeto a las mismas pasiones que nosotros; sin embargo, el Señor lo escuchó y de una manera notable contestó sus plegarias. La única razón de nuestra falta de poder para con Dios se encuentra dentro de nosotros mismos. Si la vida íntima de muchos de los que profesan la verdad se les presentase a plena vista, no profesarían que son cristianos. No están creciendo en gracia. De vez en cuando ofrecen una oración precipitada, pero no existe verdadera comunión con Dios. Testimonios para la Iglesia 5:151.
Satanás intenta obstruir nuestras oraciones para impedir nuestro acceso a Dios
Las tinieblas del malo cercan a aquellos que descuidan la oración. Las tentaciones secretas del enemigo los incitan al pecado; y todo porque no se valen del privilegio que Dios les ha concedido de la bendita oración. ¿Por qué han de ser los hijos e hijas de Dios tan remisos para orar, cuando la oración es la llave en la mano de la fe para abrir el almacén del cielo, en donde están atesorados los recursos infinitos de la Omnipotencia? Sin oración incesante y vigilancia diligente, corremos el riesgo de volvernos indiferentes y de desviarnos del sendero recto. Nuestro adversario procura constantemente obstruir el camino al propiciatorio, para que no obtengamos mediante ardiente súplica y fe, gracia y poder para resistir a la tentación.—El Camino a Cristo, 94.
Hay un gran poder en la oración. Nuestro poderoso adversario constantemente procura mantener lejos de Dios al alma turbada. Una súplica elevada al cielo por el santo más humilde es más temible para Satanás que los decretos gubernamentales o las órdenes reales.—Comentario Bíblico Adventista 2:1002.
El enemigo impide que muchos de ustedes oren, diciéndoles que no sienten lo que oran, y que sería mejor que esperaran hasta que adquieran más del espíritu de intercesión, de otra manera sus oraciones serían una burla. Pero ustedes deben decirle a Satanás: “Escrito está, que los hombres deben orar y no desmayar”. Debemos orar hasta que tengamos el peso de nuestros deseos sobre nuestra alma; y si perseveramos lo tendremos. El Señor nos imbuirá con su Espíritu Santo. El Señor sabe, y el diablo sabe que no podemos resistir las tentaciones de Satanás sin poder de lo alto. Por esta razón el maligno busca impedir que nos aferremos de Aquel que es poderoso para salvar..—The Review and Herald, 30 de octubre de 1888.
No permitamos que las sugestiones satánicas nos impidan orar
No dejéis de orar porque tengáis malos pensamientos. Si por nuestro propio saber pudiéramos orar rectamente, también podríamos vivir rectamente y no necesitaríamos un sacrificio expiatorio. Pero la imperfección está sobre toda la humanidad. Educad y ejercitad vuestra mente para que podáis con sencillez contarle al Señor lo que necesitáis. Al ofrecer vuestras peticiones a Dios en demanda de perdón por el pecado, una atmósfera más pura y más santa rodeará vuestra alma.—En Lugares Celestiales, 78.
No confundáis la fe y los sentimientos, porque son cosas diferentes. Nosotros podemos ejercer la fe. Esta fe debemos mantenerla en actividad. Creed, creed, dejad que vuestra fe se apodere de la bendición, y ésta será vuestra. Vuestros sentimientos no tienen nada que hacer con esta fe. Cuando la fe traiga la bendición a vuestro corazón, y vosotros sintáis regocijo en la bendición, eso ya no es fe, sino sentimiento.—Testimonios para la Iglesia 1:156.
La oración sincera frustrará los esfuerzos más arduos de Satanás—El hombre es cautivo de Satanás, y está naturalmente inclinado a seguir sus sugestiones y cumplir sus órdenes. No tiene en sí mismo poder para poner resistencia eficaz al mal. Únicamente en la medida en que Cristo more en él por la fe viva, influyendo en sus deseos e impartiéndole fuerza de lo alto, puede el hombre atreverse a arrostrar a un enemigo tan terrible. Todo otro medio de defensa es completamente vano. Es únicamente por Cristo cómo es limitado el poder de Satanás. Ésta es una verdad portentosa que todos debieran entender. Satanás está ocupado en todo momento, yendo de aquí para allá en la tierra, buscando a quien devorar. Pero la ferviente oración de fe frustrará sus esfuerzos más arduos. Tomad, pues, hermanos, “el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”. Efesios 6:16.—Testimonios para la Iglesia 5:274.
La oración de fe vence a Satanás—La oración de fe es la gran fortaleza del cristiano y ciertamente prevalecerá contra Satanás. Por eso él insinúa que no necesitamos orar. Él detesta el nombre de Jesús, nuestro Abogado; y cuando acudimos sinceramente a él en busca de ayuda, la hueste satánica se alarma. Cuando descuidamos la oración actuamos de acuerdo con su propósito, porque entonces sus maravillas mentirosas se reciben con más facilidad.—Testimonios para la Iglesia 1:267.
Sea cada respiración una oración—Muchos se ven abandonados en la tentación porque no han tenido la vista siempre fija en el Señor. Al permitir que nuestra comunión con Dios se interrumpa, perdemos nuestra defensa. Ni aun todos vuestros buenos propósitos e intenciones os capacitarán para resistir al mal. Tenéis que ser hombres y mujeres de oración. Vuestras peticiones no deben ser lánguidas, ocasionales, ni caprichosas, sino ardientes, perseverantes y constantes. No siempre es necesario arrodillarse para orar. Cultivad la costumbre de conversar con el Salvador cuando estéis solos, cuando andéis o estéis ocupados en vuestro trabajo cotidiano. Elévese el corazón de continuo en silenciosa petición de ayuda, de luz, de fuerza, de conocimiento. Sea cada respiración una oración.—El Ministerio de Curación, 408.
Los ministros deben orar incansablemente
Los ministros deben procurar que sus corazones estén preparados antes de emprender la obra de ayudar a otros, porque el pueblo está más adelantado que muchos de los ministros. Deberían infatigablemente luchar en oración hasta que el Señor los bendiga. Cuando el amor de Dios arda sobre el altar de su corazón, no predicarán para exhibir su propio ingenio, sino para presentar a Cristo, quien quita los pecados del mundo.—Testimonios para la Iglesia 5:155.
La oración por las almas quita de la mente las preocupaciones por cosas pequeñas—Pedid oración por las almas por quienes trabajáis; presentadlas delante de la iglesia como objetivos por los cuales suplicar. Esto será precisamente lo que la iglesia necesita para que sus miembros desvíen la mente de las cosas pequeñas y sus dificultades insignificantes para sentir una gran carga, un interés personal por un alma que casi perece.—El Ministerio Médico, 323.
La oración logra más por la ganancia de las almas que las meras palabras—Satanás está en vuestro camino. Es un adversario artero, y el espíritu maligno con que tropezáis en vuestro trabajo es inspirado por él. Aquellos a quienes él dirige se hacen eco de sus palabras. Si se pudiera descorrer el velo que cubre sus ojos, los que trabajan de esta suerte verían a Satanás ejerciendo todas sus artes para ganarlos para sí desviándolos de la verdad. En la tarea de rescatar almas de sus engaños, se realizará mucho más por medio de la oración humilde hecha con el espíritu de Cristo que utilizando muchas palabras sin oración.—El Colportor Evangélico, 113.
Oremos por la gracia para resistir la tentación—En la vida diaria tropezará con sorpresas repentinas, chascos y tentaciones. ¿Qué dice la Palabra? “Resistid al diablo”, confiando firmemente en Dios, “y de vosotros huirá”. “Echen mano… de mi fortaleza, y hagan paz conmigo. ¡Sí, que hagan paz conmigo!” Mire a Jesús en todo momento y lugar, elevando una oración silenciosa y con corazón sincero para que pueda saber cómo hacer su voluntad. Entonces, cuando venga el enemigo como avenida de aguas, el Espíritu del Señor levantará bandera en favor de usted contra ese enemigo. Cuando esté a punto de ceder, de perder la paciencia y el dominio propio y manifestar un espíritu duro y condenatorio, dispuesto a censurar y acusar, será el momento de elevar al cielo esta oración: “¡Ayúdame, oh Dios, a resistir la tentación, a desechar de mi corazón toda amargura, ira y maledicencia! Dame tu mansedumbre, tu humildad, tu longanimidad y tu amor. No me dejes deshonrar a mi Redentor, ni interpretar mal las palabras y los motivos de mi esposa, de mis hijos y de mis hermanos y hermanas en la fe. Ayúdame a ser bondadoso, compasivo, de corazón tierno y perdonador. Ayúdame a ser un verdadero intercesor en mi hogar y a representar el carácter de Cristo ante los demás”.—El Hogar Adventista, 191.
Al llamar a Dios nuestro Padre, reconocemos a todos sus hijos como nuestros hermanos. Todos formamos parte del gran tejido de la humanidad; todos somos miembros de una sola familia. En nuestras peticiones hemos de incluir a nuestros prójimos tanto como a nosotros mismos. Nadie ora como es debido si solamente pide bendiciones para sí mismo.—Hijos e Hijas de Dios, 269.
La ORACION DE LA MADRE
El padre, o en su ausencia la madre, debe presidir el culto y elegir un pasaje interesante de las Escrituras que pueda comprenderse con facilidad. El culto debe ser corto. Cuando se lee un capítulo largo y se hace una oración larga, el culto se torna fatigoso y se siente alivio cuando termina. Dios queda deshonrado cuando el culto se vuelve árido y fastidioso, cuando carece tanto de interés que los hijos lo temen. CPI 272.3
Mi querida Hna. Robinson: Acabo de recibir el correo desde Estados Unidos, y mi secretaria me leyó las cartas. Muchas de ellas tienen temas interesantes, pero quiero responder la suya primero. Cuando usted relata su experiencia con la muerte de su hijo, y cómo se postró en oración sometiendo su voluntad a la voluntad del Padre celestial, mi corazón de madre fue conmovido. He pasado por una experiencia similar a la que usted ha pasado. Cuando mi hijo mayor tenía dieciséis años, fue aquejado por la enfermedad; su caso fue considerado crítico. Él nos llamó al lado de su lecho y nos dijo: “Papá y mamá: será difícil para vosotros veros privados de vuestro hijo mayor. Si al Señor le parece conveniente conservarme la vida, quedaré complacido por amor a vosotros. Si debo morir ahora para mi propio bien y para la gloria de su nombre, quiero deciros que estoy resignado a ello. Papá, ve por tu cuenta, y mamá, ve por la tuya, y oren. Entonces recibiréis una respuesta de acuerdo con la voluntad de mi Salvador a quien vosotros y yo amamos”. Él temía que si orábamos juntos, el dolor que compartíamos se fortalecería, y pediríamos lo que no sería lo mejor para que el Señor lo concediera. Hicimos como él nos había pedido, y nuestras oraciones fueron similares a la que usted ofreció.
No recibimos evidencia de que nuestro hijo se recobraría. Murió con toda su confianza puesta en Jesús nuestro Salvador. Su muerte constituyó un enorme golpe para nosotros, pero fue una victoria aun en la muerte, porque su vida estaba oculta con Cristo en Dios. Antes de la muerte de mi hijo mayor, mi hijito de brazos enfermó de muerte.
Oramos, y pensamos que el Señor nos conservaría a nuestro consentido, pero cerramos sus ojos en la muerte, y lo llevamos para que descansara en Jesús, hasta que el dador de la vida venga a fin de despertar a su preciosos y amados hijos para que reciban una gloriosa inmortalidad […]. El Señor ha sido mi consejero, y el Señor le dará a usted su gracia para soportar su aflicción.
Usted me preguntaba acerca de si su hijito sería salvo; las palabras de Cristo son la respuesta: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”. Mateo 19:14.
Recuerde la profecía: “Así ha dicho Jehová: “Voz fue oída en Ramá, llanto y lloro amargo; Raquel que lamenta por sus hijos, y no quiso ser consolada acerca de sus hijos, porque perecieron”. Así ha dicho Jehová: “Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo -dice Jehová- y volverán de la tierra del enemigo. Esperanza hay también para tu porvenir -dice Jehová- y los hijos volverán a su propia tierra””. Jeremías 31:15-17.
This promise is yours. You may be comforted and trust in the Lord. The Lord has often instructed me that many little ones are to be laid away before the time of trouble. We shall see our children again. We shall meet them and know them in the heavenly courts. Put your trust in the Lord, and be not afraid.
Haga suya esta promesa; puede ser consolada si confía en el Señor. Se me ha instruido a menudo que los niños pequeños serán puestos a descansar antes del tiempo de angustia. Pero veremos a nuestros hijos otra vez; los veremos y los reconoceremos en las cortes celestiales. Ponga su confianza en el Señor, y no tenga miedo.— (Letters & Manuscripts vol 14 1899 Letter 196 )
Then my husband, the faithful servant of Jesus Christ, who had stood by my side for thirty-six years, was taken from me, and I was left to labor alone. He sleeps in Jesus. I have no tears to shed over his grave. But how I miss him! How I long for his words of counsel and wisdom! How I long to hear his prayers blending with my prayers for light and guidance, for wisdom to know how to plan and lay out the work! But the Lord has been my Counsellor, and the Lord will give you grace to bear your bereavement.
Los padres deben orar por sus hijos—Pero el Señor ha prometido dar sabiduría a quienes la pidan con fe, y él hará precisamente lo que dijo que haría. Se complace con la fe que se fía en su palabra. La madre de Agustín (obispo de Hipona) oró por la conversión de su hijo. No veía evidencia de que Dios estuviera impresionando su corazón, pero no se desanimaba. Colocaba sus dedos sobre los textos bíblicos y presentaba ante Dios las palabras que él mismo había pronunciado, rogando como sólo una madre puede hacerlo. Su profunda humillación, su ferviente perseverancia, su fe incansable, prevalecieron y el Señor le concedió el deseo de su corazón. Hoy está igualmente dispuesto a escuchar las peticiones de su pueblo. Su mano “no se ha acortado para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír” (Isaías 59:1); y si los padres cristianos lo buscan con esmero, él abastecerá sus labios de argumentos y por amor de su nombre obrará poderosamente en su favor convirtiendo a sus hijos.—Testimonios para la Iglesia 5:302.
Velad continuamente para detener la corriente y rechazar el peso del mal que Satanás está echando sobre vuestros hijos. Los niños no pueden hacer esto de por sí, pero los padres pueden hacer mucho. Mediante la oración ferviente y la fe viva, ganarán grandes victorias.—Joyas de los Testimonios 1:147.
Aun el lactante en los brazos de su madre puede morar bajo la sombra del Todopoderoso por la fe de su madre que ora.—El Deseado de Todas las Gentes, 473
La importancia de las oraciones de la madre
Grandes responsabilidades pesan sobre vosotras, madres. Aunque no os destaquéis en los consejos nacionales… podéis hacer una gran obra para Dios y vuestra nación. Podéis educar a vuestros hijos. Podéis ayudarles a desarrollar caracteres que no vacilarán ni serán inducidos a hacer lo malo, sino que influirán en otros para que hagan lo bueno. Por vuestras fervientes oraciones de fe, podéis mover el brazo que mueve el mundo.—El Hogar Cristiano, 239.
La influencia de una madre de oración, temerosa de Dios, durará por toda la eternidad. Ella puede ir a la tumba, pero su obra perdurará.—Testimonies for the Church 4:500.
Si las madres comprendiesen la importancia de su misión, pasarían mucho tiempo en oración secreta, para presentar a sus hijos a Jesús, implorar su bendición sobre ellos y solicitar sabiduría para cumplir correctamente sus deberes sagrados. Aproveche la madre toda oportunidad para modelar la disposición y los hábitos de sus hijos.
Descuidar el deber de orar con nuestros hijos es perder una de las mayores bendiciones que están a nuestro alcance, uno de los mayores auxilios que podamos obtener en medio de las perplejidades, los cuidados y las cargas de nuestra vida.
El poder de las oraciones de una madre no puede sobreestimarse. La que se arrodilla al lado de su hijo y de su hija a través de las vicisitudes de la infancia y de los peligros de la juventud, no sabrá jamás antes del día del juicio qué influencia ejercieron sus oraciones sobre la vida de sus hijos. Si ella se relaciona por la fe con el Hijo de Dios, su tierna mano puede substraer a su hijo del poder de la tentación, e impedir que su hija participe en el pecado. Cuando la pasión guerrea para predominar, el poder del amor, la influencia resuelta, fervorosa y refrenadora que ejerce la madre puede inclinar al alma hacia lo recto.—El Hogar Cristiano, 240, 241.
Las oraciones de las madres cristianas no son desatendidas por el Padre de todos, que envió a su Hijo a la tierra para rescatar un pueblo para sí. No desdeñará vuestras peticiones ni os dejará a vosotros y a los vuestros para que Satanás os abofetee en el gran día del conflicto final. Habéis de trabajar con sencillez y fidelidad y Dios afirmará la obra de vuestras manos.—Conducción del Niño, 498.
Orar por los enfermos con fe serena
Me fue mostrado que en caso de enfermedad, cuando está expedito el camino para ofrecer oración por el enfermo, el caso debe ser confiado al Señor con fe serena, y no con tempestuosa excitación. Solo él conoce la vida pasada de la persona, y sabe cuál será su futuro. El que conoce todos los corazones, sabe si la persona, en caso de sanarse, glorificaría su nombre o lo deshonraría por su apostasía. Todo lo que se nos pide que hagamos es que roguemos a Dios que sane al enfermo si esto está de acuerdo con su voluntad, creyendo que él oye las razones que presentamos y las oraciones fervientes que elevamos. Si el Señor ve que ello habrá de honrarlo, contestará nuestras oraciones. Pero no es correcto insistir en el restablecimiento sin someternos a su voluntad.—Testimonios para la Iglesia 2:134.
Yo vendría delante del Señor con esta petición: “Señor, nosotros no podemos leer el corazón de este enfermo, pero tú conoces si es para el bien de su alma y para la gloria de tu nombre restaurarle la salud. En tu gran bondad, ten compasión en este caso, y permita que una acción saludable tenga lugar en su sistema. La obra debe ser completamente tuya”.—Healthful Living, 239.
Todo lo que puede hacerse al orar por los enfermos es importunar fervientemente a Dios en su favor, y entregar en sus manos el asunto con perfecta confianza. Si miramos a la iniquidad y la conservamos en nuestro corazón, el Señor no nos oirá. Él puede hacer lo que quiere con los suyos.—Testimonios para la Iglesia 2:134.
La oración por el enfermo es un asunto demasiado importante para que se maneje descuidadamente. Creo que debemos llevar todo al Señor, y darle a conocer todas nuestras debilidades y especificarle todas nuestras perplejidades.—El ministerio médico, 19.
Dios está tan dispuesto hoy a sanar a los enfermos como cuando el Espíritu Santo pronunció aquellas palabras por medio del salmista. Cristo es el mismo Médico compasivo que cuando desempeñaba su ministerio terrenal. En él hay bálsamo curativo para toda enfermedad, poder restaurador para toda dolencia. Sus discípulos de hoy deben rogar por los enfermos con tanto empeño como los discípulos de antaño. Y se realizarán curaciones, pues “la oración de fe salvará al enfermo.” Tenemos el poder del Espíritu Santo y la tranquila seguridad de la fe para aferrarnos a las promesas de Dios. La promesa del Señor: “Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:18), es tan digna de crédito hoy como en tiempos de los apóstoles, pues denota el privilegio de los hijos de Dios, y nuestra fe debe apoyarse en todo lo que ella envuelve. Los siervos de Cristo son canales de su virtud, y por medio de ellos quiere ejercitar su poder sanador. La tarea nuestra es llevar a Dios en brazos de la fe a los enfermos y dolientes. Debemos enseñarles a creer en el gran Médico.—El Ministerio de Curación, 171, 172.
Al orar por los enfermos debemos recordar que “no sabemos orar como se debe.” Romanos 8:26 (VM). No sabemos si el beneficio que deseamos es el que más conviene. Por tanto, nuestras oraciones deben incluir este pensamiento: “Señor, tú conoces todo secreto del alma. Conoces también a estas personas. Su Abogado, el Señor Jesús, dio su vida por ellas. Su amor hacia ellas es mayor de lo que puede ser el nuestro. Por consiguiente, si esto puede redundar en beneficio de tu gloria y de estos pacientes, te pedimos, en nombre de Jesús, que les devuelvas la salud. Si no es tu voluntad que así sea, te pedimos que tu gracia los consuele, y que tu presencia los sostenga en sus padecimientos”. Dios conoce el fin desde el principio. Conoce el corazón de todo hombre. Lee todo secreto del alma. Sabe si aquellos por quienes se hace oración podrían o no soportar las pruebas que les acometerían si hubiesen de sobrevivir. Sabe si sus vidas serían bendición o maldición para sí mismos y para el mundo. Esto es una razón para que, al presentarle encarecidamente a Dios nuestras peticiones, debamos decirle: “Empero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Lucas 22:42.—El Ministerio de Curación, 175.
Creyendo que será restaurada su salud mediante la oración, dejan de utilizar recursos higiénicos que tienen a su alcance, por temer que esto constituya una negación de su fe.—Consejos sobre la Salud, 373.
Nos hemos unido en ferviente oración en derredor del lecho de hombres y mujeres y niños enfermos, y hemos sentido que nos fueron devueltos de entre los muertos en respuesta a nuestras fervorosas oraciones. En esas oraciones nos parecía que debiéramos ser positivos, y que, si ejercíamos fe, no podíamos pedir otra cosa que la vida. No nos atrevíamos a pedir: “Si esto ha de glorificar a Dios”, temiendo que sería admitir una sombra de duda. Hemos observado ansiosamente a los que nos fueron devueltos, por así decirlo, de entre los muertos. Hemos visto a algunos de estos, especialmente jóvenes, que recobraron la salud: se olvidaron luego de Dios, se entregaron a una vida disoluta, ocasionaron así pesar y angustia a sus padres y a sus amigos, y avergonzaron a quienes temían orar por ellos. No vivieron para honrar y glorificar a Dios, sino para maldecirlo con sus vidas viciosas. Ya no trazamos directivas, ni procuramos hacer que el Señor cumpla nuestros deseos. Si la vida de los enfermos puede glorificarlo, oramos que vivan, pero no que se haga como nosotros queremos, sino como él quiere. Nuestra fe puede ser muy firme e implícita si rendimos nuestro deseo al Dios omnisapiente, y sin ansiedad febril, con perfecta confianza, se lo consagramos todo a él. Tenemos la promesa. Sabemos que él nos oye si pedimos de acuerdo con su voluntad.—Consejos sobre la Salud, 375, 376.
La oración por sanidad tiene que ir acompañada de la confesión de los pecados
A quienes solicitan que se ore para que les sea devuelta la salud, hay que hacerles ver que la violación de la ley de Dios, natural o espiritual, es pecado, y que para recibir la bendición de Dios deben confesar y aborrecer sus pecados.
La Escritura nos dice: “Confesaos vuestras faltas unos a otros, y rogad los unos por los otros, para que seáis sanos”. Santiago 5:16. Al que solicita que se ore por él, dígasele más o menos lo siguiente: “No podemos leer en el corazón, ni conocer los secretos de tu vida. Dios solo y tú los conocéis. Si te arrepientes de tus pecados, deber tuyo es confesarlos”.—El Ministerio de Curación, 174.
En la oración por los enfermos hemos de evitar la presunción y el fanatismo
He visto muchas veces que al orar por los enfermos se llevan las cosas a un extremo, por eso he sentido que esa parte de nuestra experiencia requiere mucho pensamiento sólido y santificado, para que no hagamos cosas que podríamos llamar fe, pero que realmente no son nada más que presunción. Las personas agobiadas por la aflicción necesitan ser aconsejadas sabiamente, para que actúen con discreción; y mientras se colocan ante Dios para que se ore por ellas a fin de que sean sanadas, no deben adoptar la posición de que los métodos de restauración de la salud de acuerdo con las leyes de la naturaleza tienen que ser descuidados.
Si suponen que al orar por la sanidad no deben usar los remedios sencillos provistos por Dios para aliviar el dolor y ayudar a la naturaleza en su obra, por temor a que eso signifique una negación de la fe, están adoptando una posición que no es sabia. Eso no es una negación de la fe, sino que está en estricta armonía con los planes de Dios. Cuando Ezequías estuvo enfermo, el profeta de Dios le llevó un mensaje según el cual debía morir. Él clamó a Dios, y el Señor oyó a su siervo y realizó un milagro por medio de él, y le dio un mensaje al rey diciéndole que se habían añadido quince años más a su vida. Una sola palabra pronunciada por Dios, un solo toque de su dedo divino, habría sido suficiente para sanar instantáneamente a Ezequías, pero Dios le envió instrucciones especiales según las cuales debía aplicar una pasta de higos a la parte afectada, con lo cual el rey sanó y fue vivificado. En todas las cosas debemos actuar de acuerdo con las instrucciones de la providencia de Dios. El instrumento humano debiera tener fe y colaborar con el poder divino, usar toda facilidad a su alcance, y tomar ventaja de todo lo que, de acuerdo con su inteligencia, sea benéfico y esté en armonía con las leyes naturales. Al hacer esto, no está negando su fe.—Consejos sobre la Salud, 378, 379.
Muchas personas se acarrean la enfermedad por sus excesos. No han vivido conforme a la ley natural o a los principios de estricta pureza. Otros han despreciado las leyes de la salud en su modo de comer y beber, de vestir o de trabajar. Muchas veces uno u otro vicio ha causado debilidad de la mente o del cuerpo. Si las tales personas consiguieran la bendición de la salud, muchas de ellas reanudarían su vida de descuido y transgresión de las leyes naturales y espirituales de Dios, arguyendo que si Dios las sana en respuesta a la oración, pueden con toda libertad seguir sus prácticas malsanas y entregarse sin freno a sus apetitos. Si Dios hiciera un milagro devolviendo la salud a estas personas, daría alas al pecado. Trabajo perdido es enseñar a la gente a considerar a Dios como sanador de sus enfermedades, si no se le enseña también a desechar las prácticas malsanas. Para recibir las bendiciones de Dios en respuesta a la oración, se debe dejar de hacer el mal y aprender a hacer el bien. Las condiciones en que se vive deben ser saludables, y los hábitos de vida correctos. Se debe vivir en armonía con la ley natural y espiritual de Dios.—El Ministerio de Curación, 173, 174.
Muchos de los que buscan la salutífera gracia del Señor piensan que debieran recibir directa e inmediata respuesta a sus oraciones, o si no, que su fe es defectuosa. Por esta razón, conviene aconsejar a los que se sienten debilitados por la enfermedad, que obren con toda discreción. No deben desatender sus deberes para con sus amigos que les sobrevivan, ni descuidar el uso de los agentes naturales para la restauración de la salud. A menudo hay peligro de errar en esto. Creyendo que serán sanados en respuesta a la oración, algunos temen hacer algo que parezca indicar falta de fe. Pero no deben descuidar el arreglo de sus asuntos como desearían hacerlo si pensaran morir. Tampoco deben temer expresar a sus parientes y amigos las palabras de aliento o los buenos consejos que quieran darles en el momento de partir.—El Ministerio de Curación, 176, 177. Después de haber orado fervientemente por el enfermo, ¿entonces qué? ¿Debo yo desistir en hacer todo lo posible por su recuperación? No, sino que trabajo con más esmero aún, con mucha oración, para que el Señor pueda bendecir los medios que sus propias manos han provisto; que él dé sabiduría santificada para colaborar con él en la recuperación del enfermo.—Healthful Living, 1897, 1898, 240.
El tratamiento médico junto con la oración por sanidad
Los que buscan la salud por medio de la oración no deben dejar de hacer uso de los remedios puestos a su alcance. Hacer uso de los agentes curativos que Dios ha suministrado para aliviar el dolor y para ayudar a la naturaleza en su obra restauradora no es negar nuestra fe. No lo es tampoco el cooperar con Dios y ponernos en la condición más favorable para recuperar la salud. Dios nos ha facultado para que conozcamos las leyes de la vida. Este conocimiento ha sido puesto a nuestro alcance para que lo usemos. Debemos aprovechar toda facilidad para la restauración de la salud, sacando todas las ventajas posibles y trabajando en armonía con las leyes naturales. Cuando hemos orado por la curación del enfermo, podemos trabajar con energía tanto mayor, dando gracias a Dios por el privilegio de cooperar con él y pidiéndole que bendiga los medios de curación que él mismo dispuso.—El Ministerio de Curación, 177.
Confiar en Dios sea cual fuere el desenlace del caso
Cuando hayamos orado por el restablecimiento del enfermo, no perdamos la fe en Dios, cualquiera que sea el desenlace del caso. Si tenemos que presenciar el fallecimiento, apuremos el amargo cáliz, recordando que la mano de un Padre nos lo acerca a los labios. Pero si el enfermo recobra la salud, no debe olvidar que al ser objeto de la gracia curativa contrajo nueva obligación para con el Creador.—El Ministerio de Curación, 178.
LA ORACION POR LOS ENFERMOS
La oración por los enfermos debe tener en cuenta la voluntad de Dios—Al orar por los enfermos debemos recordar que “no sabemos orar como se debe”. Romanos 8:26 (VM). No sabemos si el beneficio que deseamos es el que más conviene. Por tanto, nuestras oraciones deben incluir este pensamiento: “Señor, tú conoces todo secreto del alma. Conoces también a estas personas. Su Abogado, el Señor Jesús, dio su vida por ellas. Su amor hacia ellas es mayor de lo que puede ser el nuestro. Por consiguiente, si esto puede redundar en beneficio de tu gloria y de estos pacientes, te pedimos, en nombre de Jesús, que les devuelvas la salud. Si no es tu voluntad que así sea, te pedimos que tu gracia los consuele, y que tu presencia los sostenga en sus padecimientos”.
ORO6 234.1
Nos hemos unido en ferviente oración en derredor del lecho de hombres y mujeres y niños enfermos, y hemos sentido que nos fueron devueltos de entre los muertos en respuesta a nuestras fervorosas oraciones. En esas oraciones nos parecía que debiéramos ser positivos, y que, si ejercíamos fe, no podíamos pedir otra cosa que la vida. No nos atrevíamos a pedir: “Si esto ha de glorificar a Dios”, temiendo que sería admitir una sombra de duda. Hemos observado ansiosamente a los que nos fueron devueltos, por así decirlo, de entre los muertos. Hemos visto a algunos de estos, especialmente jóvenes, que recobraron la salud: se olvidaron luego de Dios, se entregaron a una vida disoluta, ocasionaron así pesar y angustia a sus padres y a sus amigos, y avergonzaron a quienes temían orar por ellos. No vivieron para honrar y glorificar a Dios, sino para maldecirlo con sus vidas viciosas. ORO6 235.1
El tratamiento médico ha de usarse junto con la oración por sanidad—Los que buscan la salud por medio de la oración no deben dejar de hacer uso de los remedios puestos a su alcance. Hacer uso de los agentes curativos que Dios ha suministrado para aliviar el dolor y para ayudar a la naturaleza en su obra restauradora no es negar nuestra fe. No lo es tampoco el cooperar con Dios y ponernos en la condición más favorable para recuperar la salud. Dios nos ha facultado para que conozcamos las leyes de la vida. Este conocimiento ha sido puesto a nuestro alcance para que lo usemos. Debemos aprovechar toda facilidad para la restauración de la salud, sacando todas las ventajas posibles y trabajando en armonía con las leyes naturales. Cuando hemos orado por la curación del enfermo, podemos trabajar con energía tanto mayor, dando gracias a Dios por el privilegio de cooperar con él y pidiéndole que bendiga los medios de curación que él mismo dispuso.—El Ministerio de Curación, 177.
La oración por otros—Esforcémonos para caminar en la luz así como Cristo está en la luz. El Señor quitó la aflicción de Job cuando él oró no sólo por sí mismo sino por los que se le oponían. Cuando deseó fervientemente que se ayudara a las almas que habían pecado contra él, [entonces] él mismo recibió ayuda. Oremos no sólo por nosotros mismos sino también por los que nos han hecho daño y continúan perjudicándonos. Orad, orad sobre todo mentalmente. No deis descanso al Señor; pues sus oídos están abiertos para oír las oraciones sinceras, insistentes, cuando el alma se humilla ante él.—Comentario Bíblico Adventista 3:1159, 1160.
Consejos para la Iglesia. CPI 552
Las condiciones de la oración contestada CPI 552
Sólo cuando vivimos obedientes a su Palabra podemos reclamar el cumplimiento de su promesa. Dice el salmista: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado”. Salmos 66:18. Si sólo le obedecemos parcial y tibiamente, sus promesas no se cumplirán en nosotros.
En la Palabra de Dios encontrarnos instrucción respecto a la oración especial para el restablecimiento de los enfermos. Pero el acto de elevar tal oración es un acto solemnísimo, y no se debe participar en él sin la debida consideración. En muchos casos en que se ora por la curación de algún enfermo, lo que llamamos fe no es más que presunción. Muchas personas se acarrean la enfermedad por sus excesos. No han vivido conforme a la ley natural o a los principios de estricta pureza. Otros han despreciado las leyes de la salud en su modo de comer y beber, de vestir o de trabajar. Muchas veces uno u otro vicio ha causado debilidad de la mente o del cuerpo. Si las tales personas consiguieran la bendición de la salud, muchas de ellas reanudarían su vida de descuido y transgresión de las leyes naturales y espirituales de Dios, arguyendo que si Dios las sana en respuesta a la oración, pueden con toda libertad seguir sus prácticas malsanas y entregarse sin freno a sus apetitos. Si Dios hiciera un milagro devolviendo la salud a estas personas, daría alas al pecado. Trabajo perdido es enseñar a la gente a considerar a Dios como sanador de sus enfermedades, si no se le enseña también a desechar las prácticas malsanas. Para recibir las bendiciones de Dios en respuesta a la oración, se debe dejar de hacer el mal y aprender a hacer el bien. Las condiciones en que se vive deben ser saludables, y los hábitos de vida correctos. Se debe vivir en armonía con la ley natural y espiritual de Dios. A los que solicitan que se ore para que les sea devuelta la salud, hay que hacerles ver que la violación de la ley de Dios, natural o espiritual, es pecado, y que para recibir la bendición de Dios deben confesar y aborrecer sus pecados. La Escritura nos dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanos”. Santiago 5:16. Al que solicita que se ore por él, dígasele más o menos lo siguiente: “No podemos leer el corazón, ni conocer los secretos de tu vida. Dios solo y tú los conocéis. Si te arrepientes de tus pecados, deber tuyo es confesarlos”. El pecado de carácter privado debe confesarse a Cristo, único mediador entre Dios y el hombre. Pues, “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. 1 Juan 2:1. Todo pecado es ofensa hecha a Dios, y se lo ha de confesar por medio de Cristo. Todo pecado cometido abiertamente debe confesarse abiertamente. El mal hecho al prójimo debe subsanarse ofreciendo reparación al perjudicado. Si el que pide la salud es culpable de alguna calumnia, si ha sembrado la discordia en la familia, en el vecindario, o en la iglesia, si ha suscitado enemistades y disensiones, si mediante siniestras prácticas ha inducido a otros al pecado, ha de confesar todas estas cosas ante Dios y ante los que fueron perjudicados por ellas. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. 1 Juan 1:9. Cuando el mal quedó subsanado, podemos con fe tranquila presentar a Dios las necesidades del enfermo, según lo indique el Espíritu Santo. Dios conoce a cada cual por nombre y cuida de él como si no hubiera nadie más en el mundo por quien entregara a su Hijo amado. Siendo el amor de Dios tan grande y tan infalible, se debe alentar al enfermo a que confíe en Dios y tenga ánimo. La congoja acerca de sí mismos los debilita y enferma. Si los enfermos resuelven sobreponerse a la depresión y la melancolía, tendrán mejores perspectivas de sanar; pues “el ojo de Jehová está sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia”. Salmos 33:18, VM. Al orar por los enfermos debemos recordar que lo que “hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”. Romanos 8:26. No sabemos si el beneficio que deseamos es el que más conviene. Por tanto, nuestras oraciones deben incluir este pensamiento: “Señor, tú conoces todo secreto del alma. Conoces también a estas personas. Su Abogado, el Señor Jesús, dio su vida por ellas. Su amor hacia ellas es mayor de lo que puede ser el nuestro. Por consiguiente, si esto puede redundar en beneficio de tu gloria y de estos pacientes, pedímoste, en nombre de Jesús, que les devuelvas la salud. Si no es tu voluntad que así sea, te pedimos que tu gracia los consuele, y que tu presencia los sostenga en sus padecimientos”. Dios conoce el fin desde el principio. Conoce el corazón de todo hombre. Lee todo secreto del alma. Sabe si aquellos por quienes se hace oración podrían o no soportar las pruebas que les acometerían si hubiesen de sobrevivir. Sabe si sus vidas serían bendición o maldición para sí mismos y para el mundo. Esto es una razón para que, al presentarle encarecidamente a Dios nuestras peticiones, debamos decirle: “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Lucas 22:42. Jesús añadió estas palabras de sumisión a la sabiduría y voluntad de Dios cuando en el huerto de Getsemaní rogaba: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero sino como tú”. Mateo 26:39. Y si estas palabras eran apropiadas para el Hijo de Dios, ¡cuánto más lo serán en labios de falibles y finitos mortales! Lo que conviene es encomendar nuestros deseos al sapientísimo Padre celestial, y después, depositar en él toda nuestra confianza. Sabemos que Dios nos oye si le pedimos conforme a su voluntad, pero el importunarle sin espíritu de sumisión no está bien; nuestras oraciones no han de revestir forma de mandato, sino de intercesión. Hay casos en que Dios obra con toda decisión con su poder divino en la restauración de la salud. Pero no todos los enfermos curan. A muchos se les deja dormir en Jesús. A Juan, en la isla de Patmos, se le mandó que escribiera: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”. Apocalipsis 14:13. De esto se desprende que aunque haya quienes no recobren la salud no hay que considerarlos faltos de fe. Todos deseamos respuestas inmediatas y directas a nuestras oraciones, y estamos dispuestos a desalentarnos cuando la contestación tarda, o cuando llega en forma que no esperábamos. Pero Dios es demasiado sabio y bueno para contestar siempre a nuestras oraciones en el plazo exacto y en la forma precisa que deseamos. El quiere hacer en nuestro favor algo más y mejor que el cumplimiento de todos nuestros deseos. Y por el hecho de que podemos confiar en su sabiduría y amor, no debemos pedirle que ceda a nuestra voluntad, sino procurar comprender su propósito y realizarlo. Nuestros deseos e intereses deben perderse en su voluntad. Los sucesos que prueban nuestra fe son para nuestro bien, pues denotan si nuestra fe es verdadera y sincera, y si descansa en la Palabra de Dios sola, o si, dependiente de las circunstancias, es incierta y variable. La fe se fortalece por el ejercicio. Debemos dejar que la paciencia perfeccione su obra, recordando que hay preciosas promesas en las Escrituras para los que esperan en el Señor. No todos entienden estos principios. Muchos de los que buscan la salutífera gracia del Señor piensan que debieran recibir directa e inmediata respuesta a sus oraciones, o si no, que su fe es defectuosa. Por esta razón, conviene aconsejar a los que se sienten debilitados por la enfermedad, que obren con toda discreción. No deben desatender sus deberes para con sus amigos que les sobrevivan, ni descuidar el uso de los agentes naturales para la restauración de la salud. A menudo hay peligro de errar en esto. Creyendo que serán sanados en su respuesta a la oración, algunos temen hacer algo que parezca indicar falta de fe. Pero no deben descuidar el arreglo de sus asuntos como desearían hacerlo si pensaran morir. Tampoco deben temer expresar a sus parientes y amigos las palabras de aliento o los buenos consejos que quisieran darles en el momento de partir. Los que buscan la salud por medio de la oración no deben dejar de hacer uso de los remedios puestos a su alcance. Hacer uso de los agentes curativos que Dios ha suministrado para aliviar el dolor y para ayudar a la naturaleza en su obra restauradora no es negar nuestra fe. No lo es tampoco el cooperar con Dios y ponernos en la condición más favorable para recuperar la salud. Dios nos ha facultado para que conozcamos las leyes de la vida. Este conocimiento ha sido puesto a nuestro alcance para que lo usemos. Debemos aprovechar toda facilidad para la restauración de la salud, sacando todas las ventajas posibles y trabajando en armonía con las leyes naturales. Cuando hemos orado por la curación del enfermo, podemos trabajar con energía tanto mayor, dando gracias a Dios por el privilegio de cooperar con él y pidiéndole que bendiga los medios de curación que él mismo dispuso. Tenemos la sanción de la Palabra de Dios para el uso de los agentes curativos. Ezequías, rey de Israel, cayó enfermo, y un profeta de Dios le trajo el mensaje de que iba a morir. El rey clamó al Señor, y éste oyó a su siervo y le comunicó que se le añadirían quince años de vida. Ahora bien, el rey Ezequías hubiera podido sanar al instante con una sola palabra de Dios, pero se le dieron recetas especiales: “Tomen masa de higos, y pónganla en la llaga, y sanará”. Isaías 38:21. Cuando hayamos orado por el restablecimiento del enfermo, no perdamos la fe en Dios, cualquiera que sea el desenlace del caso. Si tenemos que presenciar el fallecimiento, apuremos el amargo cáliz, recordando que la mano de un Padre nos lo acerca a los labios. Pero si el enfermo recobra la salud, no debe olvidar que al ser objeto de la gracia curativa contrajo nueva obligación para con el Creador. Cuando los diez leprosos fueron limpiados, sólo uno volvió a dar gracias a Jesús y glorificar su nombre. No seamos nosotros como los nueve irreflexivos, cuyos corazones fueron insensibles a la misericordia de Dios. “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Santiago 1:17.
La reforma pro salud y la oración por el enfermo
- Para obtener y conservar la pureza, los adventistas del séptimo día deben tener el Espíritu Santo en sus corazones y en sus familias. El Señor me ha mostrado que cuando el Israel de hoy se humille delante de él y quite toda inmundicia del templo de su alma, Dios escuchará sus oraciones en favor de los enfermos y dará eficacia a los remedios empleados contra la enfermedad. Cuando el agente humano haga con fe cuanto pueda para combatir la enfermedad por los sencillos métodos de tratamiento que Dios indicó, el Señor bendecirá estos esfuerzos. CRA 27.3
Si después de habérsele dado tanta luz, el pueblo de Dios continúa fomentando sus malas costumbres y sigue complaciendo sus apetitos en oposición a la reforma, sufrirá las consecuencias inevitables de la transgresión. Dios no salvará milagrosamente de las consecuencias de sus faltas a aquellos que están resueltos a satisfacer a toda costa su apetito pervertido. Les advirtió: “En dolor seréis sepultados”. Isaías 50:11. Consejos Sobre el Régimen Alimenticio CRA 28.1
Fe y calma
Me fue mostrado que en caso de enfermedad, cuando está expedito el camino para ofrecer oración por el enfermo, el caso debe ser confiado al Señor con fe serena, y no con tempestuosa excitación. Sólo él conoce la vida pasada de la persona, y sabe cual será su futuro. El que conoce todos los corazones, sabe si la persona, en caso de sanarse, glorificaría su nombre o lo deshonraría por su apostasía. Todo lo que se nos pide que hagamos es que roguemos a Dios que sane al enfermo si esto está de acuerdo con su voluntad, creyendo que él oye las oraciones que presentamos y las oraciones fervientes que elevamos. Si el Señor ve que ello habrá de elevarlo, contestará nuestras oraciones. Pero no es correcto insistir en el restablecimiento sin someternos a su voluntad.
Algunos murieron en el tiempo de Cristo y en los días de los apóstoles porque el Señor sabía con exactitud que era lo mejor para ellos.—Carta 35, 1890. MM 20.3 El Ministerio Medico
El ungimiento debe ser ofrecido normalmente sólo a los que guardan los mandamientos—Usted preguntó si debemos orar solamente por los que tienen el mensaje del tercer ángel, o si debemos orar por todos los que lo soliciten, etc. Santiago 5 es la regla a seguir. “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame”, etc. Son aquellos que están entre nosotros. Dios me ha mostrado que quienes guardan los mandamientos no deben tener nada que ver [en el ungimiento y oración especial] con los enfermos de aquellos que diariamente están pisoteándolos, a menos que sea un caso especial en el que las almas han sido convencidas de la verdad y están decididas a aceptarla. Se debe mantener una pared de separación entre los que guardan los mandamientos y los que los pisotean.—Carta 4, 1857. MPA 266.4 El Ministerio Pastoral
La oracion secreta
No descuidéis la oración secreta, porque es el alma de la religión. Con oración ferviente y sincera, solicitad pureza para vuestra alma. Interceded tan ferviente y ardorosamente como lo haríais por vuestra vida mortal, si estuviese en juego. Permaneced delante de Dios hasta que se enciendan en vosotros anhelos indecibles de salvación, y obtengáis la dulce evidencia de que vuestro pecado está perdonado. CPI 99.1. Consejos para la Iglesia
Se descuida la oración secreta, y ésta es la razón por la cual muchos hacen oraciones tan largas, tediosas y sin valor cuando se reúnen para adorar a Dios. Repasan en sus oraciones una semana de deberes descuidados y oran en círculo, esperando compensar su negligencia y apaciguar su conciencia. Esperan ganar por su oración el favor de Dios. pero con frecuencia estas oraciones logran solamente hacer bajar a otros al nivel de las tinieblas espirituales en que está la persona que las hace. Si los cristianos quisieran apropiarse de las enseñanzas de Cristo acerca de velar y orar, rendirían un culto más inteligente a Dios. CPI 531.1. Consejos para la Iglesia
“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento”. Tengamos un lugar especial para la oración secreta. Debemos escoger, como lo hizo Cristo, lugares selectos para comunicarnos con Dios. Muchas veces necesitamos apartarnos en algún lugar, aunque sea humilde, donde estemos a solas con Dios. DMJ 73.1 El Discurso Maestro de Jesucristo
Todos debieran considerar como un deber cristiano el hacer oraciones cortas. Presentad al Señor exactamente lo que queréis, sin recorrer todo el mundo. En la oración privada, todos tienen el privilegio de orar todo el tiempo que deseen, y de ser tan explícitos como quieran. Pueden orar por todos sus parientes y amigos. La cámara secreta es el lugar donde se han de contar todas las dificultades, pruebas y tentaciones particulares. La reunión para adorar a Dios en conjunto no es el lugar donde se hayan de revelar las cosas privadas del corazón. 1JT 271.1
Condiciones para que una oración sea respondida
Hay ciertas condiciones según las cuales podemos esperar que Dios oiga y conteste nuestras oraciones. Una de las primeras es que sintamos necesidad de su ayuda. Él nos ha hecho esta promesa: “Porque derramaré aguas sobre la tierra sedienta, y corrientes sobre el sequedal”. Isaías 44:3. Los que tienen hambre y sed de justicia, los que suspiran por Dios, pueden estar seguros de que serán hartos. El corazón debe estar abierto a la influencia del Espíritu; de otra manera no puede recibir las bendiciones de Dios.
Nuestra gran necesidad es en sí misma un argumento y habla elocuentemente en nuestro favor. Pero se necesita buscar al Señor para que haga estas cosas por nosotros. Pues dice: “Pedid, y se os dará”. Mateo 7:7. Y “el que ni aún a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar también de pura gracia, todas las cosas juntamente con él?” Romanos 8:32. Si toleramos la iniquidad en nuestro corazón, si estamos apegados a algún pecado conocido, el Señor no nos oirá; mas la oración del alma arrepentida y contrita será siempre aceptada. Cuando hayamos confesado con corazón contrito todos nuestros pecados conocidos, podremos esperar que Dios conteste nuestras peticiones. Nuestros propios méritos nunca nos recomendarán a la gracia de Dios. Es el mérito de Jesús lo que nos salva y su sangre lo que nos limpia; sin embargo, nosotros tenemos una obra que hacer para cumplir las condiciones de la aceptación. La oración eficaz tiene otro elemento: la fe. “Porque es preciso que el que viene a Dios, crea que existe, y que se ha constituido remunerador de los que le buscan”. Hebreos 11:6. Jesús dijo a sus discípulos: “Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis”. Marcos 11:24. ¿Creemos al pie de la letra todo lo que nos dice? La seguridad es amplia e ilimitada, y fiel es el que ha prometido. Cuando no recibimos precisamente las cosas que pedimos y al instante, debemos creer aún que el Señor oye y que contestará nuestras oraciones. Somos tan cortos de vista y propensos a errar, que algunas veces pedimos cosas que no serían una bendición para nosotros, y nuestro Padre celestial contesta con amor nuestras oraciones dándonos aquello que es para nuestro más alto bien, aquello que nosotros mismos desearíamos si, alumbrados de celestial saber, pudiéramos ver todas las cosas como realmente son. Cuando nos parezca que nuestras oraciones no son contestadas, debemos aferrarnos a la promesa; porque el tiempo de recibir contestación seguramente vendrá y recibiremos las bendiciones que más necesitamos. Por supuesto, pretender que nuestras oraciones sean siempre contestadas en la misma forma y según la cosa particular que pidamos, es presunción. Dios es demasiado sabio para equivocarse y demasiado bueno para negar un bien a los que andan en integridad. Así que no temáis confiar en él, aunque no veáis la inmediata respuesta de vuestras oraciones. Confiad en la seguridad de su promesa: “Pedid, y se os dará”. Si consultamos nuestras dudas y temores, o procuramos resolver cada cosa que no veamos claramente, antes de tener fe, solamente se acrecentarán y profundizarán las perplejidades. Mas si venimos a Dios sintiéndonos desamparados y necesitados, como realmente somos, si venimos con humildad y con la verdadera certidumbre de la fe le presentamos nuestras necesidades a Aquel cuyo conocimiento es infinito, a quien nada se le oculta y quien gobierna todas las cosas por su voluntad y palabra, él puede y quiere atender nuestro clamor y hacer resplandecer su luz en nuestro corazón. Por la oración sincera nos ponemos en comunicación con la mente del Infinito. Quizá no tengamos al instante ninguna prueba notable de que el rostro de nuestro Redentor está inclinado hacia nosotros con compasión y amor; sin embargo es así. No podemos sentir su toque manifiesto, mas su mano nos sustenta con amor y piadosa ternura. Cuando imploramos misericordia y bendición de Dios, debemos tener un espíritu de amor y perdón en nuestro propio corazón. ¿Cómo podemos orar: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12) y abrigar, sin embargo, un espíritu que no perdona? Si esperamos que nuestras oraciones sean oídas, debemos perdonar a otros como esperamos ser perdonados nosotros. La perseverancia en la oración ha sido constituida en condición para recibir. Debemos orar siempre si queremos crecer en fe y en experiencia. Debemos ser “perseverantes en la oración”. Romanos 12:12. “Perseverad en la oración, velando en ella, con acciones de gracia”. Colosenses 4:2. El apóstol Pedro exhorta a los cristianos a que sean “sobrios, y vigilantes en las oraciones”. 1 Pedro 4:7. San Pablo ordena: “En todas las circunstancias, por medio de la oración y la plegaria, con acciones de gracias, dense a conocer vuestras peticiones a Dios”. Filipenses 4:6. “Vosotros empero, hermanos ¿dice Judas?, orando en el Espíritu Santo, guardaos en el amor de Dios”. Judas 20, 21.—El Camino a Cristo, 94-97.
Si solo le obedecemos parcial y tibiamente, sus promesas no se cumplirán en nosotros.—El Ministerio de Curación, 173.
Orar no es dar órdenes a Dios
Sabemos que él nos oye si pedimos de acuerdo con su voluntad. Nuestras peticiones no deben cobrar forma de órdenes, sino de una intercesión para que él haga las cosas que deseamos que haga.—Testimonios para la Iglesia 2:135.
Dios responde las oraciones en el momento adecuado
Dios no siempre contesta nuestras oraciones la primera vez que le rogamos, porque si lo hiciera, pensaríamos que tenemos derecho a todas las bendiciones y favores que nos concede. En vez de escudriñar nuestros corazones para ver si acariciamos algún mal o nos complacemos en algún pecado, nos volveríamos descuidados y dejaríamos de comprender nuestra dependencia de él, y nuestra necesidad de su ayuda.—Conflicto y Valor, 212.
La solicitud de perdón siempre tiene respuesta inmediata
En algunos casos de curación, Jesús no concedió inmediatamente la bendición pedida. Pero en el caso del leproso, apenas hecha la súplica fue concedida. Cuando pedimos bendiciones terrenales, tal vez la respuesta a nuestra oración sea dilatada, o Dios nos dé algo diferente de lo que pedimos, pero no sucede así cuando pedimos liberación del pecado. Él quiere limpiarnos del pecado, hacernos hijos suyos y habilitarnos para vivir una vida santa. Cristo “se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo malo, conforme a la voluntad de Dios y Padre nuestro”. Gálatas 1:4. Y “esta es la confianza que tenemos en él, que si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que demandáremos, sabemos que tenemos las peticiones que le hubiéremos demandado”. 1 Juan 5:14, 15. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad”. 1 Juan 1:9.—El Deseado de Todas las Gentes, 231, 232.
El reavivamiento como respuesta a la oración
La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra. Debe haber esfuerzos fervientes para obtener las bendiciones del Señor, no porque Dios no esté dispuesto a conferirnos sus bendiciones, sino porque no estamos preparados para recibirlas. Nuestro Padre celestial está más dispuesto a dar su Espíritu Santo a los que se lo piden que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Sin embargo, mediante la confesión, la humillación, el arrepentimiento y la oración ferviente nos corresponde cumplir con las condiciones en virtud de las cuales ha prometido Dios concedernos su bendición. Solo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento.—Mensajes Selectos 1:141.
Hoy existe la necesidad de un reavivamiento tal de una genuina religión del corazón como lo experimentó el antiguo Israel. Igual que ellos, necesitamos llevar frutos de arrepentimiento: apartarnos del pecado, limpiar la inmundicia del templo del corazón, para que Jesús reine en él. Existe la necesidad de la oración—oración ferviente y eficaz. Nuestro Salvador ha dejado preciosas promesas para el suplicante penitente. Tales no buscarán su rostro en vano. Por su propio ejemplo también, Jesús nos enseñó la necesidad de orar. Siendo él mismo la Majestad del cielo, a menudo pasó toda la noche en comunión con su Padre. Si el Redentor del mundo no era demasiado puro, sabio y santo para buscar la ayuda de Dios, cuanto más nosotros, débiles y errantes mortales, tenemos la necesidad imperiosa de la divina asistencia. Con penitencia y fe, cada verdadero cristiano debe buscar con frecuencia “el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Hebreos 4:16.—The Signs of the Times, 26 de enero de 1882.
La presencia de Jesús cuando oramos
Si mantenemos al Señor constantemente delante de nosotros, permitiendo que nuestros corazones expresen el agradecimiento y la alabanza a él debidos, tendremos una frescura perdurable en nuestra vida religiosa. Nuestras oraciones tomarán la forma de una conversación con Dios, como si habláramos con un amigo. Él nos dirá personalmente sus misterios. A menudo nos vendrá un dulce y gozoso sentimiento de la presencia de Jesús.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 100.
El derramamiento del Espíritu Santo en el Pentecostés como respuesta a la oración
Sobre los discípulos que esperaban y oraban vino el Espíritu con una plenitud que alcanzó a todo corazón. El Ser Infinito se reveló con poder a su iglesia. Era como si durante siglos esta influencia hubiera estado restringida, y ahora el cielo se regocijara en poder derramar sobre la iglesia las riquezas de la gracia del Espíritu. Y bajo la influencia del Espíritu, las palabras de arrepentimiento y confesión se mezclaban con cantos de alabanza por el perdón de los pecados. Se oían palabras de agradecimiento y de profecía. Todo el cielo se inclinó para contemplar y adorar la sabiduría del incomparable e incomprensible amor. Extasiados de asombro, los apóstoles exclamaron: “En esto consiste el amor”. Se asieron del don impartido. ¿Y qué siguió? La espada del Espíritu, recién afilada con el poder y bañada en los rayos del cielo, se abrió paso a través de la incredulidad. Miles se convirtieron en un día.—Los Hechos de los Apóstoles, 31.
Fue por medio de la confesión y el perdón del pecado, por la oración ferviente y la consagración de sí mismos a Dios, cómo los primeros discípulos se prepararon para el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. La misma obra, solo que en mayor grado, debe realizarse ahora…
A menos que estemos avanzando diariamente en la ejemplificación de las virtudes cristianas activas, no reconoceremos las manifestaciones del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Podrá estar derramándose en los corazones en torno de nosotros, pero no la discerniremos ni la recibiremos…
La gracia divina se necesita al comienzo, se necesita gracia divina a cada paso de avance, y solo la gracia divina puede completar la obra. No habrá ocasión de descansar en una actitud descuidada. Nunca debemos olvidar las amonestaciones de Cristo: “Velad en oración”, “Velad… orando en todo tiempo”. Una conexión con el agente divino es esencial para nuestro progreso en todo momento. Podemos haber tenido una medida del Espíritu de Dios, pero por la oración y la fe continuamente hemos de tratar de conseguir más del Espíritu.—Testimonios para los Ministros, 516, 517.
Debemos orar tan fervorosamente por el descenso del Espíritu Santo como los discípulos oraron el día de Pentecostés. Si ellos lo necesitaban en aquel tiempo, nosotros lo necesitamos más hoy… Sin el Espíritu y el poder de Dios será en vano que trabajamos para presentar la verdad.—El Colportor Evangélico, 146.
Únicamente a aquellos que esperan humildemente en Dios, que velan para tener su dirección y gracia, se da el Espíritu. El poder de Dios aguarda que ellos lo pidan y lo reciban. Esta bendición prometida, reclamada por la fe, trae todas las demás bendiciones en su estela. Se da según las riquezas de la gracia de Cristo, y él está listo para proporcionarla a toda alma según su capacidad para recibirla.—El Deseado de Todas las Gentes, 626.
Satanás teme que el pueblo de Dios ore pidiendo el Espíritu Santo
Nada hay que Satanás tema tanto como que el pueblo de Dios limpie el camino de todo obstáculo, de modo que el Señor pueda derramar su Espíritu sobre una iglesia languideciente y una congregación impenitente. Si Satanás saliera con la suya, no habría, hasta el fin del tiempo, otro despertar, grande ni pequeño. Pero no ignoramos sus ardides. Es posible resistir a su poder. Cuando se haya preparado el camino para el Espíritu de Dios, vendrá la bendición. Tan ciertamente como que Satanás no puede cerrar las ventanas del cielo para que no caiga lluvia sobre la tierra, no puede impedir que una lluvia de bendición caiga sobre el pueblo de Dios. Ni los hombres perversos ni los demonios pueden obstaculizar la obra de Dios ni impedir su presencia en las asambleas de su pueblo, si este, con corazón contrito y sumiso, confiesa y aparta sus pecados, y reclama con fe sus promesas.—Mensajes Selectos 1:144, 145.
Al igual que los primeros cristianos, hemos de solicitar diariamente el Espíritu Santo
Aquellos que en Pentecostés fueron dotados con el poder de lo alto, no quedaron desde entonces libres de tentación y prueba. Como testigos de la verdad y la justicia, eran repetidas veces asaltados por el enemigo de toda verdad, que trataba de despojarlos de su experiencia cristiana. Estaban obligados a luchar con todas las facultades dadas por Dios para alcanzar la medida de la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús. Oraban diariamente en procura de nuevas provisiones de gracia para poder elevarse más y más hacia la perfección. Bajo la obra del Espíritu Santo, aún los más débiles, ejerciendo fe en Dios, aprendían a desarrollar las facultades que les habían sido confiadas y llegaron a ser santificados, refinados y ennoblecidos. Mientras se sometían con humildad a la influencia modeladora del Espíritu Santo, recibían de la plenitud de la Deidad y eran amoldados a la semejanza divina.
El transcurso del tiempo no ha cambiado en nada la promesa de despedida de Cristo de enviar el Espíritu Santo como su representante. No es por causa de alguna restricción de parte de Dios por lo que las riquezas de su gracia no fluyen a los hombres sobre la tierra. Si la promesa no se cumple como debiera, se debe a que no es apreciada debidamente. Si todos lo quisieran, todos serían llenados del Espíritu. Dondequiera la necesidad del Espíritu Santo sea un asunto en el cual se piense poco, se ve sequía espiritual, oscuridad espiritual, decadencia y muerte espirituales. Cuando quiera los asuntos menores ocupen la atención, el poder divino que se necesita para el crecimiento y la prosperidad de la iglesia, y que traería todas las demás bendiciones en su estela, falta, aunque se ofrece en infinita plenitud. Puesto que este es el medio por el cual hemos de recibir poder, ¿por qué no tener más hambre y sed del don del Espíritu? ¿Por qué no hablamos de él, oramos por él y predicamos respecto a él? El Señor está más dispuesto a dar el Espíritu Santo a los que le sirven, que los padres a dar buenas dádivas a sus hijos. Cada obrero debiera elevar su petición a Dios por el bautismo diario del Espíritu. Debieran reunirse grupos de obreros cristianos para solicitar ayuda especial y sabiduría celestial para hacer planes y ejecutarlos sabiamente. Debieran orar especialmente porque Dios bautice a sus embajadores escogidos en los campos misioneros con una rica medida de su Espíritu. La presencia del Espíritu en los obreros de Dios dará a la proclamación de la verdad un poder que todo el honor y la gloria del mundo no podrían conferirle.—Los Hechos de los Apóstoles, 40-42.
Que nada ni nadie nos impida orar
El culto familiar no debiera ser gobernado por las circunstancias. No habéis de orar ocasionalmente y descuidar la oración en un día de mucho trabajo. Al hacer esto, inducís a vuestros hijos a considerar la oración como algo no importante. La oración significa mucho para los hijos de Dios y las acciones de gracias debieran elevarse delante de Dios mañana y noche. Dice el salmista: “Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante su presencia con alabanza; aclamémosle con cánticos”.
Padres y madres, por muy urgentes que sean vuestros negocios, no dejéis nunca de reunir a vuestra familia en torno del altar de Dios. Pedid el amparo de los santos ángeles para vuestra casa. Recordad que vuestros amados están expuestos a tentaciones. No pasemos por alto nuestras obligaciones hacia Dios al esforzarnos por atender la comodidad y felicidad de los huéspedes. Ninguna consideración debería hacernos desatender la hora de la oración. No habléis ni os entretengáis con otras cosas hasta el punto de estar todos demasiado cansados para gozar de un momento de devoción. Hacer esto es presentar a Dios una ofrenda imperfecta. Deberíamos presentar nuestras súplicas y elevar nuestras voces en alabanza feliz y agradecida, a una hora temprana de la noche, cuando podamos orar sin prisa e inteligentemente. Vean todos los que visitan un hogar cristiano que la hora de la oración es la más preciosa, la más sagrada y la más feliz del día. Estos momentos de devoción ejercen una influencia refinadora, elevadora sobre todos los que participan de ellos. Producen un descanso y una paz gratos al espíritu.—Conducción del Niño, 492,
Al igual que Jesús, empecemos el día orando con fervor
Jesús recibió sabiduría y poder durante su vida terrenal en las horas de oración solitaria. Sigan los jóvenes su ejemplo y busquen a la hora del amanecer y del crepúsculo un momento de quietud para tener comunión con su Padre celestial. Y durante el día eleven su corazón a Dios. A cada paso que damos en nuestro camino, nos dice: “Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha… no temas, yo te ayudo”. Isaías 41:13. Si nuestros hijos pudieran aprender estas lecciones en el alba de su vida, ¡qué frescura y poder, qué gozo y dulzura se manifestaría en su existencia!—La Educación, 259.
De Cristo se dice: “Estando en agonía oraba más intensamente”. ¡Qué contraste presentan con esta intercesión de la Majestad celestial las débiles y tibias oraciones que se ofrecen a Dios! Muchos se conforman con el servicio de los labios, y pocos tienen un anhelo sincero, ferviente y afectuoso por Dios.—Testimonios Selectos 4:526.
Jesús se arrodillaba para orar
Tanto en el culto en público como en privado, es privilegio nuestro doblegar las rodillas ante el Señor cuando le ofrecemos nuestras peticiones. Jesús, nuestro modelo, “puesto de rodillas oró”. Acerca de sus discípulos está registrado que también oraban “puestos de rodillas”. Pablo declaró: “Doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Al confesar ante Dios los pecados de Israel, Esdras estaba de rodillas. Daniel “se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios”.—Mensajes para los Jóvenes, 249.
No siempre es necesario arrodillarse para orar. Cultivad la costumbre de conversar con el Salvador cuando estéis solos, cuando andéis o estéis ocupados en vuestro trabajo cotidiano. Elévese el corazón de continuo en silenciosa petición de ayuda, de luz, de fuerza, de conocimiento. Sea cada respiración una oración.—El Ministerio de Curación, 408.
Es nuestro privilegio arrodillarnos para orar
Tanto en el culto público como en el privado, nos incumbe inclinarnos de rodillas delante de Dios cuando le dirigimos nuestras peticiones. Jesús, nuestro ejemplo, “puesto de rodillas, oró”. Lucas 22:41. Acerca de sus discípulos quedó registrado que también “Pedro puesto de rodillas, oró”. Hechos 9:40. Pablo declaró: “Doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Efesios 3:14. Cuando Esdras confesó delante de Dios los pecados de Israel, se arrodilló. Esdras 9:5. Daniel “hincábase de rodillas tres veces al día, y oraba, y confesaba delante de su Dios”. Daniel 6:10.—La Historia de Profetas y Reyes, 33, 34.
Importancia y necesidad de la oración privada
En la oración privada, todos tienen el privilegio de orar todo el tiempo que deseen, y de ser tan explícitos como quieran. Pueden orar por todos sus parientes y amigos. La cámara secreta es el lugar donde se han de contar todas las dificultades, pruebas y tentaciones particulares. La reunión para adorar a Dios en conjunto no es el lugar donde se hayan de revelar las cosas privadas del corazón.—Testimonios para la Iglesia 2:512.
En la devoción secreta nuestras oraciones no deben alcanzar sino el oído de Dios, que siempre las escucha. Ningún oído curioso debe asumir el peso de tales peticiones. “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento”. Tengamos un lugar especial para la oración secreta. Debemos escoger, como lo hizo Cristo, lugares selectos para comunicarnos con Dios. Muchas veces necesitamos apartarnos en algún lugar, aunque sea humilde, donde estemos a solas con Dios.
Ninguna oración se pierde
Es algo maravilloso que podamos orar eficazmente; que seres mortales indignos y sujetos a yerro posean la facultad de presentar sus peticiones a Dios. ¿Qué facultad más elevada podría desear el hombre que la de estar unido con el Dios infinito? El hombre débil y pecaminoso tiene el privilegio de hablar a su Hacedor. Podemos pronunciar palabras que alcanzan el trono del Monarca del universo. Podemos hablar con Jesús mientras andamos por el camino, y él dice: Estoy a tu diestra.
Podemos comulgar con Dios en nuestros corazones; podemos andar en compañerismo con Cristo. Mientras atendemos a nuestro trabajo diario, podemos exhalar el deseo de nuestro corazón, sin que lo oiga oído humano alguno; pero aquella palabra no puede perderse en el silencio, ni puede caer en el olvido. Nada puede ahogar el deseo del alma. Se eleva por encima del trajín de la calle, por encima del ruido de la maquinaria. Es a Dios a quien hablamos, y él oye nuestra oración. Pedid, pues; pedid y recibiréis. Pedid humildad, sabiduría, valor, aumento de fe. Cada oración sincera recibirá una contestación. Tal vez no llegue esta exactamente como deseáis, o cuando la esperéis; pero llegará de la manera y en la ocasión que mejor cuadren a vuestra necesidad. Las oraciones que elevéis en la soledad, en el cansancio, en la prueba, Dios las contestará, no siempre según lo esperabais, pero siempre para vuestro bien.—Obreros Evangélicos, 271, 272.
Clamen a Dios todos los que son afligidos o tratados injustamente. Apartaos de aquellos cuyo corazón es como el acero, y haced vuestras peticiones a vuestro Hacedor. Nunca es rechazado nadie que acuda a él con corazón contrito. Ninguna oración sincera se pierde. En medio de las antífonas del coro celestial, Dios oye los clamores del más débil de los seres humanos. Derramamos los deseos de nuestro corazón en nuestra cámara secreta, expresamos una oración mientras andamos por el camino, y nuestras palabras llegan al trono del Monarca del universo. Pueden ser inaudibles para todo oído humano, pero no morirán en el silencio, ni serán olvidadas a causa de las actividades y ocupaciones que se efectúan. Nada puede ahogar el deseo del alma, este se eleva por encima del ruido de la calle, por encima de la confusión de la multitud, y llega a las cortes del cielo. Es a Dios a quien hablamos, y nuestra oración es escuchada.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 137, 138.
No confundir la oración privada con la pública
Temo que algunos no presentan sus dificultades a Dios en oración particular, sino que las reservan para la reunión de oración, y allí elevan sus oraciones de varios días. A los tales se los puede llamar asesinos de reuniones públicas y de oración. No emiten luz; no edifican a nadie. Sus oraciones heladas y sus largos testimonios de apóstatas arrojan una sombra. Todos se alegran cuando han terminado, y es casi imposible desechar el enfriamiento y las tinieblas que sus oraciones y exhortaciones imparten a la reunión. Por la luz que he recibido, entiendo que nuestras reuniones deben ser espirituales, sociales y no demasiado largas. La reserva, el orgullo, la vanidad y el temor del hombre deben quedar en casa. Las pequeñas diferencias y los prejuicios no deben ir con nosotros a estas reuniones. Como en una familia unida, la sencillez, la mansedumbre, la confianza y el amor deben reinar en el corazón de los hermanos y las hermanas que se reúnen para ser refrigerados y vigorizados al unir sus luces.—Testimonios para la Iglesia 2:512.
Dios acepta la oración mental
El Señor aceptará aun la petición silenciosa de un corazón abrumado.—Comentario Bíblico Adventista 2:1008.
Las oraciones públicas no deben ser largas ni secas
Como hijos del Rey celestial, deben educarse para dar testimonio en voz clara y distinta, y de tal manera que nadie pueda recibir la impresión de que les cuesta hablar de la misericordia del Señor.
En la reunión de testimonios, la plegaria debe elevarse de tal manera que todos puedan ser edificados; los que toman parte en este ejercicio deben seguir el ejemplo dado en la hermosa oración que hizo el Señor en favor del mundo. Esta oración es sencilla, clara y abarcante, y sin embargo, no es larga ni sin vida, como lo son a veces las oraciones ofrecidas en público. Sería mejor que estas oraciones sin vida no fuesen pronunciadas; porque son una mera forma sin poder vital, y no bendicen ni edifican.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos acerca de la Educación Cristiana, 230.
Las oraciones ofrecidas en público deben ser cortas y directas. Dios no requiere de nosotros que hagamos tediosos los momentos de culto con largas peticiones… Algunos minutos son suficientes para una petición común en público.—El Evangelismo, 111.
Nuestras reuniones de oración y testimonios debieran ser ocasiones de ayuda y animación especial. Cada uno tiene una obra que hacer para que estas reuniones sean tan interesantes y provechosas como sea posible. Esto puede lograrse fácilmente teniendo una fresca experiencia diaria en las cosas de Dios y no vacilando en hablar de su amor en las asambleas de su pueblo. Si no permitís que las tinieblas o la incredulidad penetren en vuestros corazones, ellas no se manifestarán tampoco en vuestras reuniones. Nuestras reuniones deben hacerse intensamente interesantes. Deben estar impregnadas por la misma atmósfera del cielo. No haya discursos largos y áridos ni oraciones formales simplemente para ocupar el tiempo.—Servicio Cristiano Eficaz, 261, 262.
Tomen parte los niños en el culto de familia [del sábado]. Traigan todos sus Biblias y lea cada uno de ellos uno o dos versículos. Luego cántese algún himno familiar, seguido de oración. Para esta, Cristo ha dejado un modelo. El Padrenuestro no fue destinado a ser repetido simplemente como una fórmula, sino que es una ilustración de lo que deben ser nuestras oraciones: sencillas, fervientes y abarcantes. En una simple petición, expresad al Señor vuestras necesidades y gratitud por su misericordia. Así invitáis a Jesús como vuestro huésped bienvenido en el hogar y el corazón. En la familia, las largas oraciones acerca de objetos remotos, no están en su lugar. Hacen cansadora la hora de la oración, cuando debiera ser considerada como un privilegio y una bendición. Procurad que ese momento ofrezca interés y gozo.—Conducción del Niño, 496, 497.
Las oraciones y los discursos largos y prosaicos no cuadran en ningún lugar, pero mucho menos en la reunión de testimonios… Cansan a los ángeles y a la gente que los escucha. Las oraciones deben ser cortas y directas… Dejemos al Espíritu de Dios entrar en nuestro corazón, y él apartará toda árida formalidad.—Joyas de los Testimonios 1:458.
Uno o dos minutos bastan para cualquier oración común.—Testimonios para la Iglesia 2:514.
Las oraciones largas convierten en desagradable el culto
Nuestras oraciones públicas deben ser cortas, y expresar solo los verdaderos deseos del alma, suplicando con simplicidad y fe sencilla las cosas que necesitamos. Oren pidiendo el corazón humilde y contrito que es el aliento vital del alma hambrienta de justicia.—The Signs of the Times, 3 de diciembre de 1896.
Por la luz que he recibido al respecto, he decidido que Dios no exige que, cuando nosotros nos reunimos para rendirle culto, hagamos tediosos y cansadores estos momentos, permaneciendo de rodillas largo tiempo, escuchando varias largas oraciones. Aquellos cuya salud es débil no pueden soportar este recargo sin agotarse y cansarse hasta el extremo.
El cuerpo se cansa al permanecer postrado demasiado tiempo; y lo peor es que la mente se cansa de tal manera por el ejercicio continuo de la oración, que no se obtiene ningún refrigerio espiritual y el tiempo pasado en las reuniones está más que perdido. Los asistentes se cansan mental y físicamente, y no obtienen fortaleza espiritual. Las reuniones para el público y las de oración no deben ser tediosas.
Todos debieran considerar como un deber cristiano el hacer oraciones cortas. Presentad al Señor exactamente lo que queréis, sin recorrer todo el mundo.
En la oración privada, todos tienen el privilegio de orar todo el tiempo que deseen, y de ser tan explícitos como quieran. Pueden orar por todos sus parientes y amigos. La cámara secreta es el lugar donde se han de contar todas las dificultades, pruebas y tentaciones particulares.
La reunión para adorar a Dios en conjunto no es el lugar donde se hayan de revelar las cosas privadas del corazón. ¿Cuál es el objeto que se tiene al reunirse? ¿Es para informar a Dios, instruirlo, diciéndole en oración todo lo que sabemos? Nos reunimos para edificarnos unos a otros mediante el intercambio de pensamientos y sentimientos, para obtener fuerza, luz y valor al conocer mejor nuestras esperanzas y aspiraciones mutuas; y al elevar con fe nuestras oraciones fervientes y sentidas, recibimos refrigerio y vigor de la fuente de nuestra fuerza.
Estas reuniones deben ser momentos muy preciosos, y deben ser hechas interesantes para todos los que tienen placer en las cosas religiosas. Temo que algunos no presenten sus dificultades a Dios en oración particular, sino que las reserven para la reunión de oración, y allí eleven sus oraciones de varios días. A los tales se los puede llamar asesinos de reuniones públicas y de oración.
No emiten luz; no edifican a nadie. Sus oraciones heladas y sus largos testimonios de apóstatas arrojan una sombra. Todos se alegran cuando han terminado, y es casi imposible desechar el enfriamiento y las tinieblas que sus oraciones y exhortaciones imparten a la reunión.
Por la luz que he recibido, entiendo que nuestras reuniones deben ser espirituales, sociales y no demasiado largas. La reserva, el orgullo, la vanidad y el temor del hombre deben quedar en casa. Las pequeñas diferencias y los prejuicios no deben ir con nosotros a estas reuniones. Como en una familia unida, la sencillez, la mansedumbre, la confianza y el amor deben reinar en el corazón de los hermanos y las hermanas que se reúnen para ser refrigerados y vigorizados al juntar sus luces.—Testimonios para la Iglesia 2:511, 512.
No siempre se requiere que nos arrodillemos para orar
No siempre podemos permanecer de rodillas en oración, pero el camino hacia el trono de misericordia está siempre abierto. Mientras nos dedicamos al trabajo activo, podemos pedirle ayuda; y Aquel que no nos engañará nos ha prometido: “Y recibiréis”. El cristiano puede y debe encontrar tiempo para orar. Daniel era un estadista; pesadas responsabilidades descansaban sobre él, y sin embargo buscaba a Dios tres veces por día, y el Señor le dio el Espíritu Santo. De modo que en la actualidad los hombres pueden acudir al pabellón sagrado del Altísimo y tener la seguridad de su promesa: “Y mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo”. Isaías 32:18. Todos los que realmente lo desean, pueden encontrar un lugar para mantener comunión con Dios, donde ningún oído puede escuchar sino únicamente el que está abierto al clamor del desvalido, afligido y necesitado, y nota aun la caída del pequeño gorrión. Él dice: “Más valéis vosotros que muchos pajarillos”. Mateo 10:31.—Consejos sobre la Salud, 420, 421.
Apropiadas para la oración pública
He recibido cartas en las que se me preguntaba acerca de la actitud que debía adoptar una persona que ofrecía una oración al Soberano del universo. ¿De dónde han sacado nuestros hermanos la idea de que deben permanecer de pie mientras oran a Dios? A uno que se había educado por cinco años en Battle Creek se le pidió que guiara en oración [a la congregación] antes de que la Hna. White hablara al pueblo. Pero al verlo permanecer de pie cuando sus labios estaban por abrirse para orar a Dios, experimenté la viva necesidad de reprocharlo directamente. Lo llamé por su nombre y le dije: “Arrodíllese”. Esta es siempre la posición correcta…
La actitud debida cuando se ora a Dios consiste en arrodillarse. Se requirió este acto de culto de los tres hebreos cautivos en Babilonia… Pero ese acto constituía un homenaje que debe rendirse únicamente a Dios, Soberano del mundo y Gobernante del universo; y los tres hebreos rehusaron tributar ese honor a ningún ídolo, aunque estuviera hecho de oro puro. Al hacerlo así, se habrían estado postrando en realidad ante el rey de Babilonia. Al rehusar hacer lo que el rey había ordenado, sufrieron el castigo y fueron arrojados al horno de fuego ardiendo. Pero Cristo vino en persona y anduvo con ellos en medio del fuego, y no recibieron daño. Tanto en el culto público como en el privado, nuestro deber consiste en arrodillarnos delante de Dios cuando le ofrecemos nuestras peticiones. Este acto muestra nuestra dependencia de él… “¿Dónde obtuvo su educación el Hno. H?” En Battle Creek. ¿Es posible que a pesar de toda la luz que Dios ha dado a su pueblo acerca del tema de la reverencia, los ministros, los directores y los profesores de nuestros colegios, por precepto y ejemplo, enseñen a los jóvenes a permanecer erguidos durante la devoción tal como lo hacían los fariseos? ¿Debemos considerar esto como una señal de suficiencia propia y de la importancia que se atribuyen a sí mismos? ¿Han de tornarse prominentes estos rasgos?… Esperamos que nuestros hermanos no manifestarán menos reverencia y respeto cuando se aproximan al único Dios verdadero y viviente, que la que manifiestan los paganos por sus deidades idolátricas, porque en caso contrario esa gente nos juzgará en el día de la decisión final. Quiero dirigirme a todos los que ocupan el puesto de profesores en nuestras escuelas. Hombres y mujeres, no deshonréis a Dios con vuestra irreverencia y ostentación. No estéis en pie con una actitud farisaica al ofrecer vuestras oraciones a Dios. Desconfiad de vuestra propia fuerza. No confiéis en ella, sino postraos con frecuencia de rodillas delante de Dios para adorarle. Y cuando os reunís para adorar a Dios, cuidad de arrodillaros delante de él. Demostrad por medio de este acto que vuestra alma, vuestro cuerpo y vuestro espíritu están por entero sometidos al Espíritu de verdad. ¿Quiénes han escudriñado detenidamente la Palabra para buscar ejemplos y dirección en este asunto? ¿En quiénes podemos confiar como maestros en nuestros colegios en los Estados Unidos y en los países extranjeros? Después de años de estudios, ¿han de regresar los estudiantes a sus propios países con ideas falseadas acerca del respeto, la honra y la reverencia que deberían tributarse a Dios, y no sentir la obligación de honrar a los hombres de cabellos grises, a los hombres de experiencia, a los siervos escogidos por Dios que se han relacionado con la obra de Dios durante casi todos los años de su vida? Aconsejo a todos los que asisten a los colegios en los Estados Unidos o en cualquier otro lugar, a que no se contagien del espíritu de irreverencia. Aseguraos de comprender por vosotros mismos qué clase de educación necesitáis, a fin de poder educar a otros para que obtengan una preparación del carácter que soporte la prueba que muy pronto sobrevendrá a todos los que viven en la tierra. Andad en compañía de los cristianos más sólidos. No elijáis como compañeros a los instructores o alumnos presuntuosos, sino a los que manifiestan una mayor piedad y a los que revelan tener comprensión de las cosas de Dios. Vivimos en tiempos peligrosos. Los adventistas profesan ser el pueblo de Dios que guarda los mandamientos, pero están perdiendo su espíritu de devoción. El espíritu de reverencia a Dios enseña a los hombres cómo deben aproximarse a su Hacedor: con santidad y respeto mediante la fe, no en sí mismos, sino en un Mediador. Así es como el hombre se mantiene seguro bajo cualquier circunstancia en que se lo coloque. El hombre debe ponerse de rodillas, como un súbdito de la gracia, cuando suplica ante el estrado de la misericordia. Y puesto que recibe diariamente los dones de la mano de Dios, siempre debería tener gratitud en el corazón y expresarla en palabras de agradecimiento y alabanza por esos favores inmerecidos. Los ángeles han guardado su camino durante toda su vida, y no ha visto muchas de las trampas de las que ha sido librado. Y en vista de esa protección y esos cuidados prestados por seres cuyos ojos nunca dormitan ni duermen, debe reconocer en cada oración el servicio que Dios realiza por él.—Mensajes Selectos 2:359-363.
Orar para testificar
El esfuerzo personal por otros debe ser precedido de mucha oración secreta; pues requiere gran sabiduría el comprender la ciencia de salvar almas. Antes de comunicaros con los hombres, comunicaos con Cristo. Ante el trono de la gracia celestial, obtened una preparación para ministrar a la gente.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 115.
Debemos recibir luz y bendición, a fin de tener algo que impartir. Es el privilegio de cada obrero hablar primero con Dios en un lugar secreto de oración, y entonces hablar con las personas como el portavoz de Dios. Hombres y mujeres que están en comunión con Dios, que permanecen en Cristo, harán que el mismo ambiente sea santo, porque están colaborando con los santos ángeles. Se necesitan tal testimonio para este tiempo.—Testimonies for the Church 6:52.
El peligro de los entretenimientos que nos descalifican para la oración privada
No será peligrosa cualquier diversión a la cual podáis dedicaros y pedir con fe la bendición de Dios. Pero cualquier diversión que os descalifique para la oración secreta, para la devoción ante el altar de la oración, o para tomar parte en la reunión de oración, no solo no es segura, sino peligrosa.—Mensajes para los Jóvenes, 384.
La oración y la adoración esenciales para el crecimiento espiritual
Reúnanse pequeños grupos por las tardes, al mediodía, o temprano en la mañana para estudiar la Biblia. Tengan un momento de oración, para que el Espíritu Santo los fortalezca, ilumine y santifique. Cristo desea que esta obra se realice en el corazón de cada obrero. Cada uno de ustedes obtendrá una gran bendición si tan solo abre la puerta para recibirla. Los ángeles de Dios están presentes en sus reuniones. Ustedes se alimentarán con las hojas del árbol de la vida. Qué hermoso testimonio podrán dar del amor manifestado entre compañeros de trabajo durante esos preciosos momentos de buscar la bendición de Dios. Que cada uno relate su propia experiencia con palabras sencillas. Esto traerá más consuelo y alegría al alma que todos los instrumentos de música que pudieran reunirse en las iglesias. Cristo entrará en sus corazones. Solo por este medio podrán ustedes mantener su integridad.—Testimonios para la Iglesia 7:186.
Prepárate para la eternidad con un celo que no has manifestado todavía. Educa la mente para amar la Biblia, amar la reunión de oración, amar la hora de meditación, y sobre todo, la hora en la cual el alma comulga con Dios. Adquiere la mentalidad del cielo si quieres unirte con el coro celestial en las mansiones divinas.—Testimonios para la Iglesia 2:241, 242.
Si confiamos en Dios él enderezará nuestro camino
Muchos son incapaces de idear planes definidos para lo porvenir. Su vida es inestable. No pueden entrever el desenlace de los asuntos, y esto los llena a menudo de ansiedad e inquietud. Recordemos que la vida de los hijos de Dios en este mundo es una vida de peregrino. No tenemos sabiduría para planear nuestra vida. No nos incumbe amoldar lo futuro en nuestra existencia. “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir por heredad; y salió sin saber a dónde iba”. Hebreos 11:8.
Cristo, en su vida terrenal, no se trazó planes personales. Aceptó los planes de Dios para él, y día tras día el Padre se los revelaba. Así deberíamos nosotros también depender de Dios, para que nuestras vidas sean sencillamente el desenvolvimiento de su voluntad. A medida que le encomendemos nuestros caminos, él dirigirá nuestros pasos. Son muchos los que, al idear planes para un brillante porvenir, fracasan completamente. Dejad que Dios haga planes para vosotros. Como niños, confiad en la dirección de Aquel que “guarda los pies de sus santos”. 1 Samuel 2:9. Dios no guía jamás a sus hijos de otro modo que el que ellos mismos escogerían, si pudieran ver el fin desde el principio y discernir la gloria del designio que cumplen como colaboradores con Dios.—El Ministerio de Curación, 380. Si os habéis entregado a Dios, para hacer su obra—dice Jesús—, no os preocupéis por el día de mañana. Aquel a quien servís percibe el fin desde el principio. Lo que sucederá mañana, aunque esté oculto a vuestros ojos, es claro para el ojo del Omnipotente. Cuando nosotros mismos nos encargamos de manejar las cosas que nos conciernen, confiando en nuestra propia sabiduría para salir airosos, asumimos una carga que él no nos ha dado, y tratamos de llevarla en su ayuda. Nos imponemos la responsabilidad que pertenece a Dios y así nos colocamos en su lugar. Con razón podemos entonces sentir ansiedad y esperar peligros y pérdidas, que seguramente nos sobrevendrán. Cuando creamos realmente que Dios nos ama y quiere ayudarnos, dejaremos de acongojarnos por el futuro. Confiaremos en Dios así como un niño confía en un padre amante. Entonces desaparecerán todos nuestros tormentos y dificultades; porque nuestra voluntad quedará absorbida por la voluntad de Dios.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 85.
Nehemías oraba de acuerdo a las necesidades del momento
La mención de la condición en que estaba Jerusalén despertó la simpatía del monarca sin evocar sus prejuicios. Otra pregunta dio a Nehemías la oportunidad que aguardaba desde hacía mucho: “¿Qué cosa pides?” Pero el varón de Dios no se atrevía a responder antes de haber solicitado la dirección de Uno mayor que Artajerjes. Tenía un cometido sagrado que cumplir, para el cual necesitaba ayuda del rey; y comprendía que mucho dependía de que presentase el asunto en forma que obtuviese su aprobación y su auxilio. Dice él: “Entonces oré al Dios de los cielos”. En esa breve oración, Nehemías se acercó a la presencia del Rey de reyes, y ganó para sí un poder que puede desviar los corazones como se desvían las aguas de los ríos.—La Historia de Profetas y Reyes, 466.
Como Nehemías, podemos orar en todo momento y lugar
La facultad de orar como oró Nehemías en el momento de su necesidad es un recurso del cual dispone el cristiano en circunstancias en que otras formas de oración pueden resultar imposibles. Los que trabajan en las tareas de la vida, apremiados y casi abrumados de perplejidad, pueden elevar a Dios una petición para ser guiados divinamente. Cuando los que viajan, por mar o por tierra, se ven amenazados por algún grave peligro, pueden entregarse así a la protección del cielo. En momentos de dificultad o peligro repentino, el corazón puede clamar por ayuda a Aquel que se ha comprometido a acudir en auxilio de sus fieles creyentes cuando quiera que le invoquen. En toda circunstancia y condición, el alma cargada de pesar y cuidados, o fieramente asaltada por la tentación, puede hallar seguridad, apoyo y socorro en el amor y el poder inagotables de un Dios que guarda su pacto.
En aquel breve momento de oración al Rey de reyes, Nehemías cobró valor para exponer a Artajerjes su deseo de quedar por un tiempo libre de sus deberes en la corte; y solicitó autoridad para edificar los lugares asolados de Jerusalén, para hacer de ella nuevamente una ciudad fuerte y defendida. De esta petición dependían resultados portentosos para la nación judaica. “Y—explica Nehemías—otorgómelo el rey, según la benéfica mano de Jehová sobre mí”.—La Historia de Profetas y Reyes, 466, 467.
Dios, en su providencia, no permite que conozcamos el fin desde el principio, sino que nos da la luz de su Palabra para guiarnos mientras avanzamos, y nos ordena que mantengamos la mente fija en Jesús. Doquiera estemos, cualquiera sea nuestra ocupación, debemos elevar el corazón a Dios en oración.Esto es ser constantes en la oración. No necesitamos esperar hasta que podamos arrodillarnos antes de que oremos. En una ocasión, cuando Nehemías se presentó ante el rey, este le preguntó por qué parecía tan triste y qué pedido tenía para presentarle. Pero Nehemías no se atrevió a responder inmediatamente. Estaban en juego importantes intereses. La suerte de una nación dependía de la impresión que entonces se hiciera en la mente del monarca, y en ese mismo instante Nehemías elevó una oración al Dios del cielo antes de atreverse a responder al rey. El resultado fue que obtuvo todo lo que pidió o aun deseó.—Comentario Bíblico Adventista 3:1154.
No hay tiempo o lugar en que sea impropio orar a Dios. No hay nada que pueda impedirnos elevar nuestro corazón en ferviente oración. En medio de las multitudes y del afán de nuestros negocios, podemos ofrecer a Dios nuestras peticiones e implorar la divina dirección, como lo hizo Nehemías cuando hizo la petición delante del rey Artajerjes. En dondequiera que estemos podemos estar en comunión con él. Debemos tener abierta continuamente la puerta del corazón, e invitar siempre a Jesús a venir y morar en el alma como huésped celestial. Aunque estemos rodeados de una atmósfera corrompida y manchada, no necesitamos respirar sus miasmas, antes bien podemos vivir en la atmósfera limpia del cielo. Podemos cerrar la entrada a toda imaginación impura y a todo pensamiento perverso, elevando el alma a Dios mediante la oración sincera. Aquellos cuyo corazón esté abierto para recibir el apoyo y la bendición de Dios, andarán en una atmósfera más santa que la del mundo y tendrán constante comunión con el cielo.—El Camino a Cristo, 99.
La oración por otros
Esforcémonos para caminar en la luz así como Cristo está en la luz. El Señor quitó la aflicción de Job cuando él oró no solo por sí mismo sino por los que se le oponían. Cuando deseó fervientemente que se ayudara a las almas que habían pecado contra él, [entonces] él mismo recibió ayuda. Oremos no solo por nosotros mismos sino también por los que nos han hecho daño y continúan perjudicándonos. Orad, orad sobre todo mentalmente. No deis descanso al Señor; pues sus oídos están abiertos para oír las oraciones sinceras, insistentes, cuando el alma se humilla ante él.—Comentario Bíblico Adventista 3:1159, 1160.
Hay ángeles encargados de contestar las oraciones
Seres celestiales están destinados para responder a las oraciones de los que están trabajando desinteresadamente para promover la causa de Dios. Los ángeles más excelsos de las cortes celestiales están designados para que tengan eficacia las oraciones que ascienden a Dios para el adelanto de la causa del Señor. Cada ángel tiene su puesto particular del deber, del cual no se le permite que se aleje para ir a otro lugar. Si se alejara, los poderes de las tinieblas obtendrían una ventaja…
El Conflicto entre el bien y el mal prosigue día tras día. Los que han tenido muchas oportunidades y ventajas, ¿por qué no comprenden la intensidad de esta obra? En cuanto a esto debieran ser inteligentes. Dios es el Gobernante. Mediante su poder supremo reprime y domina a los poderosos de la tierra. Mediante sus agentes lleva a cabo la obra que fue ordenada antes de la fundación del mundo. Como pueblo no comprendemos como debiéramos el gran conflicto que se libra entre seres invisibles, la lucha entre ángeles leales y desleales. Los malos ángeles continuamente están en acción, preparando su plan de ataque, gobernando como caudillos, reyes y gobernantes a las desleales fuerzas humanas… Exhorto a los ministros de Cristo que destaquen en el entendimiento de todos los que están dentro del alcance de su voz, la verdad del servicio de los ángeles. No os dejéis dominar por especulaciones fantásticas. Nuestra única seguridad es la Palabra escrita. Debemos orar como lo hizo Daniel para que seamos guardados por los seres celestiales. Los ángeles, como espíritus ministradores, son enviados para servir a los que serán los herederos de la salvación. Orad, mis hermanos; orad como nunca habéis orado antes. No estamos preparados para la venida del Señor. Necesitamos hacer una obra consumada para la eternidad.—Comentario Bíblico Adventista 4:1195.
Dios ha señalado a los ángeles que hacen su voluntad para que respondan las oraciones de los mansos sobre la tierra, y para que guíen a sus ministros con consejo y juicio. Agentes celestiales tratan continuamente de impartir gracia y fuerza y consejo a los fieles hijos de Dios, para que puedan desempeñar su parte en la obra de comunicar luz al mundo.—Testimonios para los Ministros, 492.
Los ángeles ministradores esperan junto al trono para obedecer instantáneamente el mandato de Jesucristo de contestar cada oración ofrecida con fe viva y fervorosa.—Mensajes Selectos 2:433.
¡Oh, si todos pudiéramos comprender la cercanía del cielo a la tierra! Aunque los hijos nacidos en esta tierra no lo sepan, tienen ángeles de luz como compañeros, porque los mensajeros celestiales han sido enviados para administrar a aquellos que serán herederos para salvación. Un silencioso testigo protege a toda alma viviente, tratando de ganarla y conducirla hacia Cristo. Los ángeles nunca abandonan a la persona tentada como presa del enemigo que destruirá las almas de los hombres si le es permitido hacerlo. Mientras haya esperanza, mientras no resistan al Espíritu Santo para ruina eterna, los hombres son guardados por las inteligencias celestiales.¡Oh, si todos pudieran contemplar al precioso Salvador tal como es, un Salvador! Dejemos que su mano aparte el velo que oculta su gloria de nuestros ojos. Lo muestra en su exaltado y santo lugar. ¿Qué es lo que vemos? A nuestro Salvador, no en una posición de silencio e inactividad. Está rodeado por las inteligencias celestiales, querubines, serafines, y millares de millares de ángeles. Todos estos seres celestiales tienen un objeto principal, en el cual están intensamente interesados: su iglesia en este mundo de corrupción… Están trabajando para Cristo bajo sus órdenes, para salvar hasta el máximo a aquellos que lo contemplan y creen en él.
Los ángeles celestiales están comisionados para vigilar a las ovejas de los prados de Cristo. Cuando Satanás con sus trampas sutiles, trata de engañar si es posible aun a los mismos escogidos, estos ángeles ponen en operación influencias que salvarán a las almas tentadas, si ellas escuchan la palabra del Señor, comprenden el peligro y dicen: “No, yo no entraré en la senda de Satanás. Tengo un Hermano mayor en el trono del cielo, que me ha mostrado que tiene un tierno interés por mí, y yo no afligiré su corazón de amor”. Puesto que vivimos en medio de esta fuerza opositora, debemos llamar a nuestro lado, mediante el ejercicio de la fe y la oración, a un séquito de ángeles celestiales, quienes nos protegerán de toda influencia corruptora.—Nuestra Elavada Vocacion, 25.
Dios envía refuerzos de ángeles para auxiliarnos en respuesta a la oración
Si Satanás ve que corre peligro de perder un alma, hace cuanto puede para conservarla. Y cuando la persona llega a darse cuenta del peligro que corre, y con angustia y fervor busca fortaleza en Jesús, Satanás teme perder un cautivo, y llama un refuerzo de sus ángeles para rodear a la pobre alma y formar una muralla de tinieblas en derredor de ella con el propósito de que la luz del cielo no la alcance. Pero si el que está en peligro persevera, y en su impotencia se aferra a los méritos de la sangre de Cristo, nuestro Salvador escucha la ferviente oración de fe, y envía refuerzos de ángeles poderosos en fortaleza para que lo libren.
Satanás no puede soportar que se recurra a su poderoso rival, porque teme y tiembla ante su fuerza y majestad. Al sonido de la oración ferviente, toda la hueste de Satanás tiembla. Él continúa llamando legiones de malos ángeles, para lograr su objeto. Cuando los ángeles todopoderosos, revestidos de la armadura del cielo, acuden en auxilio del alma perseguida y desfalleciente, Satanás y su hueste retroceden, sabiendo perfectamente que han perdido la batalla. Los súbditos voluntarios de Satanás son fieles, activos y unidos en un propósito, y aunque se aborrecen y se hacen guerra mutuamente, aprovechan toda oportunidad para fomentar su interés común. Pero el gran General del cielo y de la tierra ha limitado el poder de Satanás.—Testimonios para la Iglesia 1:309.
Los seres celestiales son concedidos como guardianes de todos los que trabajen en los caminos de Dios y sigan sus planes. Con ferviente y contrita oración, podemos pedir que los instrumentos celestiales estén a nuestro lado. Ejércitos invisibles de luz y poder trabajarán con los mansos y humildes.—Mensajes Selectos 1:113.
Las oraciones largas cansan a los ángeles
Las oraciones y los discursos largos y prosaicos no cuadran en ningún lugar, pero mucho menos en la reunión de testimonios… Cansan a los ángeles y a la gente que los escucha. Las oraciones deben ser cortas y directas.—Joyas de los Testimonios 1:458.
Capítulo 29—El privilegio de la oración
Dios nos habla por la naturaleza y por la revelación, por su providencia y por la influencia de su Espíritu. Pero esto no es suficiente, necesitamos abrirle nuestro corazón. Para tener vida y energía espirituales debemos tener verdadero intercambio con nuestro Padre celestial. Puede ser nuestra mente atraída hacia él; podemos meditar en sus obras, sus misericordias, sus bendiciones; pero esto no es, en el sentido pleno de la palabra, estar en comunión con él. Para ponernos en comunión con Dios, debemos tener algo que decirle tocante a nuestra vida real. Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo. No es que se necesite esto para que Dios sepa lo que somos, sino a fin de capacitarnos para recibirlo. La oración no baja a Dios hasta nosotros, antes bien nos eleva a él. Cuando Jesús estuvo sobre la tierra, enseñó a sus discípulos a orar. Los enseñó a presentar a Dios sus necesidades diarias y a echar toda su solicitud sobre él. Y la seguridad que les dio de que sus oraciones serían oídas, nos es dada también a nosotros. Jesús mismo, cuando habitó entre los hombres, oraba frecuentemente. Nuestro Salvador se identificó con nuestras necesidades y flaquezas convirtiéndose en un suplicante que imploraba de su Padre nueva provisión de fuerza, para avanzar fortalecido para el deber y la prueba. Él es nuestro ejemplo en todas las cosas. Es un hermano en nuestras debilidades, “tentado en todo así como nosotros”, pero como ser inmaculado, rehuyó el mal; sufrió las luchas y torturas de alma de un mundo de pecado. Como humano, la oración fue para él una necesidad y un privilegio. Encontraba consuelo y gozo en estar en comunión con su Padre. Y si el Salvador de los hombres, el Hijo de Dios, sintió la necesidad de orar, ¡cuánto más nosotros, débiles mortales, manchados por el pecado, no debemos sentir la necesidad de orar con fervor y constancia! Nuestro Padre celestial está esperando para derramar sobre nosotros la plenitud de sus bendiciones. Es privilegio nuestro beber abundantemente en la fuente de amor infinito. ¡Qué extraño que oremos tan poco! Dios está pronto y dispuesto a oír la oración sincera del más humilde de sus hijos y, sin embargo, hay de nuestra parte mucha cavilación para presentar nuestras necesidades delante de Dios. ¿Qué pueden pensar los ángeles del cielo de los pobres y desvalidos seres humanos, que están sujetos a la tentación, cuando el gran Dios lleno de infinito amor se compadece de ellos y está pronto para darles más de lo que pueden pedir o pensar y que, sin embargo, oran tan poco y tienen tan poca fe? Los ángeles se deleitan en postrarse delante de Dios, se deleitan en estar cerca de él. Es su mayor delicia estar en comunión con Dios; y con todo, los hijos de los hombres, que tanto necesitan la ayuda que Dios solamente puede dar, parecen satisfechos andando sin la luz del Espíritu ni la compañía de su presencia. Las tinieblas del malo cercan a aquellos que descuidan la oración. Las tentaciones secretas del enemigo los incitan al pecado; y todo porque no se valen del privilegio que Dios les ha concedido de la bendita oración. ¿Por qué han de ser los hijos e hijas de Dios tan remisos para orar, cuando la oración es la llave en la mano de la fe para abrir el almacén del cielo, en donde están atesorados los recursos infinitos de la Omnipotencia? Sin oración incesante y vigilancia diligente, corremos el riesgo de volvernos indiferentes y de desviarnos del sendero recto. Nuestro adversario procura constantemente obstruir el camino al propiciatorio, para que no obtengamos mediante ardiente súplica y fe, gracia y poder para resistir a la tentación. Hay ciertas condiciones según las cuales podemos esperar que Dios oiga y conteste nuestras oraciones. Una de las primeras es que sintamos necesidad de su ayuda. Él nos ha hecho esta promesa: “Porque derramaré aguas sobre la tierra sedienta, y corrientes sobre el sequedal”. Isaías 44:3. Los que tienen hambre y sed de justicia, los que suspiran por Dios, pueden estar seguros de que serán hartos. El corazón debe estar abierto a la influencia del Espíritu; de otra manera no puede recibir las bendiciones de Dios. Nuestra gran necesidad es en sí misma un argumento y habla elocuentemente en nuestro favor. Pero se necesita buscar al Señor para que haga estas cosas por nosotros. Pues dice: “Pedid, y se os dará”. Mateo 7:7. Y “el que ni aun a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar también de pura gracia, todas las cosas juntamente con él?” Romanos 8:32. Si toleramos la iniquidad en nuestro corazón, si estamos apegados a algún pecado conocido, el Señor no nos oirá; mas la oración del alma arrepentida y contrita será siempre aceptada. Cuando hayamos confesado con corazón contrito todos nuestros pecados conocidos, podremos esperar que Dios conteste nuestras peticiones. Nuestros propios méritos nunca nos recomendarán a la gracia de Dios. Es el mérito de Jesús lo que nos salva y su sangre lo que nos limpia; sin embargo, nosotros tenemos una obra que hacer para cumplir las condiciones de la aceptación. La oración eficaz tiene otro elemento: la fe. “Porque es preciso que el que viene a Dios, crea que existe, y que se ha constituido remunerador de los que le buscan”. Hebreos 11:6. Jesús dijo a sus discípulos: “Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis”. Marcos 11:24. ¿Creemos al pie de la letra todo lo que nos dice? La seguridad es amplia e ilimitada, y fiel es el que ha prometido. Cuando no recibimos precisamente las cosas que pedimos y al instante, debemos creer aún que el Señor oye y que contestará nuestras oraciones. Somos tan cortos de vista y propensos a errar, que algunas veces pedimos cosas que no serían una bendición para nosotros; y nuestro Padre celestial contesta con amor nuestras oraciones dándonos aquello que es para nuestro más alto bien, aquello que nosotros mismos desearíamos si, alumbrados de celestial saber, pudiéramos ver todas las cosas como realmente son. Cuando nos parezca que nuestras oraciones no son contestadas, debemos aferramos a la promesa; porque el tiempo de recibir contestación seguramente vendrá y recibiremos las bendiciones que más necesitamos. Por supuesto, pretender que nuestras oraciones sean siempre contestadas en la misma forma y según la cosa particular que pidamos, es presunción. Dios es demasiado sabio para equivocarse y demasiado bueno para negar un bien a los que andan en integridad. Así que no temáis confiar en él, aunque no veáis la inmediata respuesta de vuestras oraciones. Confiad en la seguridad de su promesa: “Pedid, y se os dará”. Si consultamos nuestras dudas y temores, o procuramos resolver cada cosa que no veamos claramente, antes de tener fe, solamente se acrecentarán y profundizarán las perplejidades. Mas si venimos a Dios sintiéndonos desamparados y necesitados, como realmente somos, si venimos con humildad y con la verdadera certidumbre de la fe le presentamos nuestras necesidades a Aquel cuyo conocimiento es infinito, a quien nada se le oculta y quien gobierna todas las cosas por su voluntad y palabra, él puede y quiere atender nuestro clamor y hacer resplandecer su luz en nuestro corazón. Por la oración sincera nos ponemos en comunicación con la mente del Infinito. Quizás no tengamos al instante ninguna prueba notable de que el rostro de nuestro Redentor está inclinado hacia nosotros con compasión y amor; sin embargo es así. No podemos sentir su toque manifiesto, mas su mano nos sustenta con amor y piadosa ternura. Cuando imploramos misericordia y bendición de Dios, debemos tener un espíritu de amor y perdón en nuestro propio corazón. ¿Cómo podemos orar: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12) y abrigar, sin embargo, un espíritu que no perdona? Si esperamos que nuestras oraciones sean oídas, debemos perdonar a otros como esperamos ser perdonados nosotros. La perseverancia en la oración ha sido constituida en condición para recibir. Debemos orar siempre si queremos crecer en fe y en experiencia. Debemos ser “perseverantes en la oración”. Romanos 12:12. “Perseverad en la oración, velando en ella, con acciones de gracia”. Colosenses 4:2. El apóstol Pedro exhorta a los cristianos a que sean “sobrios, y vigilantes en las oraciones”. 1 Pedro 4:7. San Pablo ordena: “En todas las circunstancias, por medio de la oración y la plegaria, con acciones de gracias, dense a conocer vuestras peticiones a Dios”. Filipenses 4:6. “Vosotros empero, hermanos…—dice Judas—orando en el Espíritu Santo, guardaos en el amor de Dios”. Judas 20, 21. Orar sin cesar es mantener una unión no interrumpida del alma con Dios, de modo que la vida de Dios fluya a la nuestra; y de nuestra vida la pureza y la santidad refluyan a Dios. Es necesario ser diligentes en la oración; ninguna cosa os lo impida. Haced cuanto podáis para que haya una comunión continua entre Jesús y vuestra alma. Aprovechad toda oportunidad de ir donde se suela orar. Los que están realmente procurando estar en comunión con Dios, asistirán a los cultos de oración, fieles en cumplir su deber, ávidos y ansiosos de cosechar todos los beneficios que puedan alcanzar. Aprovecharán toda oportunidad de colocarse donde puedan recibir rayos de luz celestial. Debemos también orar en el círculo de nuestra familia; y sobre todo no descuidar la oración privada, porque esta es la vida del alma. Es imposible que el alma florezca cuando se descuida la oración. La sola oración pública o con la familia no es suficiente. En medio de la soledad abrid vuestra alma al ojo penetrante de Dios. La oración secreta solo debe ser oída del que escudriña los corazones: Dios. Ningún oído curioso debe recibir el peso de tales peticiones. En la oración privada el alma está libre de las influencias del ambiente, libre de excitación. Tranquila pero fervientemente se extenderá la oración hacia Dios. Dulce y permanente será la influencia que dimana de Aquel que ve en lo secreto, cuyo oído está abierto a la oración que sale de lo profundo del alma. Por una fe sencilla y tranquila el alma se mantiene en comunión con Dios y recoge los rayos de la luz divina para fortalecerse y sostenerse en la lucha contra Satanás. Dios es la fuente de nuestra fuerza. Orad en vuestra habitación privada; y al ir a vuestro trabajo cotidiano, levantad a menudo vuestro corazón a Dios. De este modo anduvo Enoc con Dios. Esas oraciones silenciosas llegan como precioso incienso al trono de la gracia. Satanás no puede vencer a aquel cuyo corazón está así apoyado en Dios. No hay tiempo o lugar en que sea impropio orar a Dios. No hay nada que pueda impedirnos elevar nuestro corazón en ferviente oración. En medio de las multitudes y del afán de nuestros negocios, podemos ofrecer a Dios nuestras peticiones e implorar la divina dirección, como lo hizo Nehemías cuando hizo la petición delante del rey Artajerjes. En dondequiera que estemos podemos estar en comunión con él. Debemos tener abierta continuamente la puerta del corazón, e invitar siempre a Jesús a venir y morar en el alma como huésped celestial. Aunque estemos rodeados de una atmósfera corrompida y manchada, no necesitamos respirar sus miasmas, antes bien podemos vivir en la atmósfera limpia del cielo. Podemos cerrar la entrada a toda imaginación impura y a todo pensamiento perverso, elevando el alma a Dios mediante la oración sincera. Aquellos cuyo corazón esté abierto para recibir el apoyo y la bendición de Dios, andarán en una atmósfera más santa que la del mundo y tendrán constante comunión con el cielo. Necesitamos tener ideas más claras de Jesús y una comprensión más completa de las realidades eternas. La hermosura de la santidad ha de consolar el corazón de los hijos de Dios: y para que esto se lleve a cabo, debemos buscar las revelaciones divinas de las cosas celestiales. Dejemos que nuestra alma sea atraída y elevada de tal forma que Dios pueda concedernos respirar la atmósfera celestial. Podemos mantenernos tan cerca de Dios que en cualquier prueba inesperada nuestros pensamientos se vuelvan a él tan naturalmente como la flor se vuelve al sol. Presentad a Dios vuestras necesidades, gozos, tristezas, cuidados y temores. No podéis agobiarlo ni cansarlo. El que tiene contados los cabellos de vuestra cabeza, no es indiferente a las necesidades de sus hijos. “Porque el Señor es muy misericordioso y compasivo”. Santiago 5:11. Su amoroso corazón se conmueve por nuestras tristezas y aún por nuestra presentación de ellas. Llevadle todo lo que confunda vuestra mente. Ninguna cosa es demasiado grande para que él no la pueda soportar; él sostiene los mundos y gobierna todos los asuntos del universo. Ninguna cosa que de alguna manera afecte nuestra paz es tan pequeña que él no la note. No hay en nuestra experiencia ningún pasaje tan oscuro que él no pueda leer, ni perplejidad tan grande que él no pueda desenredar. Ninguna calamidad puede acaecer al más pequeño de sus hijos, ninguna ansiedad puede asaltar el alma, ningún gozo alegrar, ninguna oración sincera escaparse de los labios, sin que el Padre celestial esté al tanto de ello, sin que tome en ello un interés inmediato. El “sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”. Salmos 147:3. Las relaciones entre Dios y cada una de las almas son tan claras y plenas como si no hubiese otra alma por la cual hubiera dado a su Hijo amado. Jesús decía: “Pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros; porque el Padre mismo os ama”. Juan 16:26, 27. “Yo os elegí a vosotros… para que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé”. Juan 15:16. Orar en nombre de Jesús es más que una mera mención de su nombre al principio y al fin de la oración. Es orar con los sentimientos y el espíritu de Jesús, creyendo en sus promesas, confiando en su gracia y haciendo sus obras. Dios no pretende que algunos de nosotros nos hagamos ermitaños o monjes, ni que nos retiremos del mundo a fin de consagrarnos a los actos de adoración. Nuestra vida debe ser como la vida de Cristo, que estaba repartida entre la montaña y la multitud. El que no hace nada más que orar, pronto dejará de hacerlo o sus oraciones llegarán a ser una rutina formal. Cuando los hombres se alejan de la vida social, de la esfera del deber cristiano y de la obligación de llevar su cruz; cuando dejan de trabajar ardientemente por el Maestro que trabajaba con ardor por ellos, pierden lo esencial de la oración y no tienen ya estímulo para la devoción. Sus oraciones llegan a ser personales y egoístas. No pueden orar por las necesidades de la humanidad o la extensión del reino de Cristo, ni pedir fuerza con que trabajar. Sufrimos una pérdida cuando descuidamos la oportunidad de asociarnos para fortalecernos y edificarnos mutuamente en el servicio de Dios. Las verdades de su Palabra pierden en nuestras almas su vivacidad e importancia. Nuestros corazones dejan de ser alumbrados y vivificados por la influencia santificadora y declinamos en espiritualidad. En nuestra asociación como cristianos perdemos mucho por falta de simpatías mutuas. El que se encierra completamente dentro de sí mismo no está ocupando la posición que Dios le señaló. El cultivo apropiado de los elementos sociales de nuestra naturaleza nos hace simpatizar con otros y es para nosotros un medio de desarrollarnos y fortalecernos en el servicio de Dios. Si todos los cristianos se asociaran, hablando entre ellos del amor de Dios y de las preciosas verdades de la redención, su corazón se robustecería y se edificarían mutuamente. Aprendamos diariamente más de nuestro Padre celestial, obteniendo una nueva experiencia de su gracia, y entonces desearemos hablar de su amor; así nuestro propio corazón se encenderá y reanimará. Si pensáramos y habláramos más de Jesús y menos de nosotros mismos, tendríamos mucho más de su presencia. Si tan solo pensáramos en él tantas veces como tenemos pruebas de su cuidado por nosotros, lo tendríamos siempre presente en nuestros pensamientos y nos deleitaríamos en hablar de él y en alabarle. Hablamos de las cosas temporales porque tenemos interés en ellas. Hablamos de nuestros amigos porque los amamos; nuestras tristezas y alegrías están ligadas con ellos. Sin embargo, tenemos razones infinitamente mayores para amar a Dios que para amar a nuestros amigos terrenales, y debería ser la cosa más natural del mundo tenerlo como el primero en todos nuestros pensamientos, hablar de su bondad y alabar su poder. Los ricos dones que ha derramado sobre nosotros no estaban destinados a absorber nuestros pensamientos y amor de tal manera que nada tuviéramos que dar a Dios; antes bien, debieran hacernos acordar constantemente de él y unirnos por medio de los vínculos del amor y gratitud a nuestro celestial Benefactor. Vivimos demasiado apegados a lo terreno. Levantemos nuestros ojos hacia la puerta abierta del Santuario celestial, donde la luz de la gloria de Dios resplandece en el rostro de Cristo, quien “también puede salvar hasta lo sumo a los que se acercan a Dios por medio de él”. Hebreos 7:25. Debemos alabar más a Dios por su misericordia “y sus maravillas para con los hijos de Adán”. Salmos 107:8. Nuestros ejercicios de devoción no deben consistir enteramente en pedir y recibir. No estemos pensando siempre en nuestras necesidades y nunca en las bendiciones que recibimos. Nunca oramos demasiado, pero somos muy parcos en dar gracias. Somos diariamente los recipientes de las misericordias de Dios y, sin embargo, ¡cuán poca gratitud expresamos, cuán poco lo alabamos por lo que ha hecho por nosotros! Antiguamente el Señor ordenó esto a Israel, para cuando se congregara para su servicio: “Y los comeréis allí delante de Jehová vuestro Dios; y os regocijaréis vosotros y vuestras familias en toda empresa de vuestra mano, en que os habrá bendecido Jehová vuestro Dios”. Deuteronomio 12:7. Aquello que se hace para la gloria de Dios debe hacerse con alegría, con cánticos de alabanza y acción de gracias, no con tristeza y semblante adusto. Nuestro Dios es un Padre tierno y misericordioso. Su servicio no debe mirarse como una cosa que entristece, como un ejercicio que desagrada. Debe ser un placer adorar al Señor y participar en su obra. Dios no quiere que sus hijos, a los cuales proporcionó una salvación tan grande, trabajen como si él fuera un amo duro y exigente. Él es nuestro mejor amigo, y cuando lo adoramos, quiere estar con nosotros para bendecirnos y confortarnos, llenando nuestro corazón de alegría y amor. El Señor quiere que sus hijos se consuelen en su servicio y hallen más placer que penalidad en el trabajo. Él quiere que los que lo adoran saquen pensamientos preciosos de su cuidado y amor, para que estén siempre contentos y tengan gracia para conducirse honesta y fielmente en todas las cosas. Es preciso juntarnos en torno de la cruz. Cristo, y Cristo crucificado, debe ser el tema de nuestra meditación, conversación y más gozosa emoción. Debemos tener presentes todas las bendiciones que recibimos de Dios, y al darnos cuenta de su gran amor, debiéramos estar prontos a confiar todas las cosas a la mano que fue clavada en la cruz por nosotros. El alma puede elevarse hasta el cielo en las alas de la alabanza. Dios es adorado con cánticos y música en las mansiones celestiales, y al expresarle nuestra gratitud, nos aproximamos al culto de los habitantes del cielo. “El que ofrece sacrificio de alabanza me glorificará”. Salmos 50:23. Presentémonos, pues, con gozo reverente delante de nuestro Creador con “acciones de gracias y voz de melodía”. Isaías 51:3.
Capítulo 30—El padrenuestro
“Vosotros, pues, oraréis así”—Mateo 6:9
Nuestro Salvador dio dos veces el Padrenuestro: la primera vez, a la multitud, en el Sermón del Monte; y la segunda, algunos meses más tarde, a los discípulos solos. Estos habían estado alejados por corto tiempo de su Señor y, al volver, lo encontraron absorto en comunión con Dios. Como si no percibiese la presencia de ellos, él continuó orando en voz alta. Su rostro irradiaba un resplandor celestial. Parecía estar en la misma presencia del Invisible; había un poder viviente en sus palabras, como si hablara con Dios.
Los corazones de los atentos discípulos quedaron profundamente conmovidos. Habían notado cuán a menudo dedicaba él largas horas a la soledad, en comunión con su Padre. Pasaba los días socorriendo a las multitudes que se aglomeraban en derredor suyo y revelando los arteros sofismas de los rabinos. Esta labor incesante lo dejaba a menudo tan exhausto que su madre y sus hermanos, y aun sus discípulos, temían que perdiera la vida. Pero cuando regresaba de las horas de oración con que clausuraba el día de labor, notaban la expresión de paz en su rostro, la sensación de refrigerio que parecía irradiar de su presencia. Salía mañana tras mañana, después de las horas pasadas con Dios, a llevar la luz de los cielos a los hombres. Al fin habían comprendido los discípulos que había una relación íntima entre sus horas de oración y el poder de sus palabras y hechos. Ahora, mientras escuchaban sus súplicas, sus corazones se llenaron de reverencia y humildad. Cuando Jesús cesó de orar, exclamaron con una profunda convicción de su inmensa necesidad personal: “Señor, enséñanos a orar”. Lucas 11:1. Jesús no les dio una forma nueva de oración. Repitió la que les había enseñado antes, como queriendo decir: Necesitáis comprender lo que ya os di; tiene una profundidad de significado que no habéis apreciado aún. El Salvador no nos limita, sin embargo, al uso de estas palabras exactas. Como ligado a la humanidad, presenta su propio ideal de la oración en palabras tan sencillas que aun un niñito puede adoptarlas pero, al mismo tiempo, tan amplias que ni las mentes más privilegiadas podrán comprender alguna vez su significado completo. Nos enseña a allegarnos a Dios con nuestro tributo de agradecimiento, expresarle nuestras necesidades, confesar nuestros pecados y pedir su misericordia conforme a su promesa.
“Cuando oréis, decid: padre nuestro”—Lucas 11:2
Jesús nos enseña a llamar a su Padre, nuestro Padre. No se avergüenza de llamarnos hermanos. Hebreos 2:11. Tan dispuesto, y ansioso, está el corazón del Salvador a recibirnos como miembros de la familia de Dios, que desde las primeras palabras que debemos emplear para acercarnos a Dios él expresa la seguridad de nuestra relación divina: “Padre nuestro”.
Aquí se enuncia la verdad maravillosa, tan alentadora y consoladora de que Dios nos ama como ama a su Hijo. Es lo que dijo Jesús en su postrera oración en favor de sus discípulos: “Los has amado a ellos como también a mí me has amado”. Juan 17:23. El Hijo de Dios circundó de amor este mundo que Satanás reclamaba como suyo y gobernaba con tiranía cruel, y lo ligó de nuevo al trono de Jehová mediante una proeza inmensa. Los querubines, serafines y las huestes innumerables de todos los mundos no caídos entonaron himnos de loor a Dios y al Cordero cuando su victoria quedó asegurada. Se alegraron de que el camino a la salvación se hubiera abierto al género humano pecaminoso y porque la tierra iba a ser redimida de la maldición del pecado. ¡Cuánto más deben regocijarse aquellos que son objeto de tan asombroso amor! ¿Cómo podemos quedar en duda e incertidumbre y sentirnos huérfanos? Por amor a quienes habían transgredido la ley, Jesús tomó sobre sí la naturaleza humana; se hizo semejante a nosotros, para que tuviéramos la paz y la seguridad eternas. Tenemos un Abogado en los cielos, y quienquiera que lo acepte como Salvador personal, no queda huérfano ni ha de llevar el peso de sus propios pecados. “Amados, ahora somos hijos de Dios”. “Y si hijos de Dios, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”. “Y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es”. Ver 1 Juan 3:2; Romanos 8:17. El primer paso para acercarse a Dios consiste en conocer y creer en el amor que siente por nosotros; solamente por la atracción de su amor nos sentimos impulsados a ir a él. La comprensión del amor de Dios induce a renunciar al egoísmo. Al llamar a Dios nuestro Padre, reconocemos a todos sus hijos como nuestros hermanos. Todos formamos parte del gran tejido de la humanidad; todos somos miembros de una sola familia. En nuestras peticiones hemos de incluir a nuestros prójimos tanto como a nosotros mismos. Nadie ora como es debido sí solamente pide bendiciones para sí mismo. El Dios infinito, dijo Jesús, os da el privilegio de acercaros a él y llamarlo Padre. Comprended todo lo que implica esto. Ningún padre de este mundo ha llamado jamás a un hijo errante con el fervor con el cual nuestro Creador suplica al transgresor. Ningún amante interés humano siguió al impenitente con tantas tiernas invitaciones. Mora Dios en cada hogar; oye cada palabra que se pronuncia, escucha toda oración que se eleva, siente los pesares y los desengaños de cada alma, ve el trato que recibe cada padre, madre, hermana, amigo y vecino. Cuida de nuestras necesidades, y para satisfacerlas, su amor y misericordia fluyen continuamente. Si llamáis a Dios vuestro Padre, continuó, os reconocéis hijos suyos, para ser guiados por su sabiduría y para darle obediencia en todas las cosas, sabiendo que su amor es inmutable. Aceptaréis su plan para vuestra vida. Como hijos de Dios, consideraréis como objeto de vuestro mayor interés, su honor, su carácter, su familia y su obra. Vuestro gozo consistirá en reconocer y honrar vuestra relación con vuestro Padre y con todo miembro de su familia. Os gozaréis en realizar cualquier acción, por humilde que sea, que contribuya a su gloria o al bienestar de vuestros semejantes. “Que estás en los cielos”. Aquel a quien Cristo pide que miremos como “Padre nuestro”, “está en los cielos; todo lo que quiso, ha hecho”. En su custodia podemos descansar seguros diciendo: “En el día que temo, yo en ti confío”. Salmos 115:3; 56:3.
“Santificado sea tu nombre”—Mateo 6:9
Para santificar el nombre del Señor se requiere que las palabras que empleamos al hablar del Ser Supremo sean pronunciadas con reverencia. “Santo y temible es su nombre”. Salmos 111:9. Nunca debemos mencionar con liviandad los títulos ni los apelativos de la Deidad. Por la oración entramos en la sala de audiencia del Altísimo y debemos comparecer ante él con pavor sagrado. Los ángeles velan sus rostros en su presencia. Los querubines y los esplendorosos y santos serafines se acercan a su trono con reverencia solemne. ¡Cuánto más debemos nosotros, seres finitos y pecadores, presentarnos en forma reverente delante del Señor, nuestro Creador!
Pero santificar el nombre del Señor significa mucho más que esto. Podemos manifestar, como los judíos contemporáneos de Cristo, la mayor reverencia externa hacía Dios y, no obstante, profanar su nombre continuamente. “El nombre de Jehová” es: “Fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad… que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado”. Éxodo 34:5-7. Se dijo de la iglesia de Cristo: “Se la llamará: Jehová, justicia nuestra”. Jeremías 33:16. Este nombre se da a todo discípulo de Cristo. Es la herencia del hijo de Dios. La familia se conoce por el nombre del Padre. El profeta Jeremías, en tiempo de tribulación y gran dolor oró: “Sobre nosotros es invocado tu nombre; no nos desampares”. Jeremías 14:9. Este nombre es santificado por los ángeles del cielo y por los habitantes de los mundos sin pecado. Cuando oramos “Santificado sea tu nombre”, pedimos que lo sea en este mundo, en nosotros mismos. Dios nos ha reconocido delante de hombres y ángeles como sus hijos; pidámosle ayuda para no deshonrar el “buen nombre que fue invocado sobre” nosotros. Ver Santiago 2:7. Dios nos envía al mundo como sus representantes. En todo acto de la vida, debemos manifestar el nombre de Dios. Esta petición exige que poseamos su carácter. No podemos santificar su nombre ni representarlo ante el mundo, a menos que en nuestra vida y carácter representemos la vida y el carácter de Dios. Esto podrá hacerse únicamente cuando aceptemos la gracia y la justicia de Cristo.
“Venga tu reino”—Mateo 6:10
Dios es nuestro Padre, que nos ama y nos cuida como hijos suyos; es también el gran Rey del universo. Los intereses de su reino son los nuestros; hemos de obrar para su progreso.
Los discípulos de Cristo esperaban el advenimiento inmediato del reino de su gloria; pero al darles esta oración Jesús les enseñó que el reino no había de establecerse entonces. Habían de orar por su venida como un suceso todavía futuro. Pero esta petición era también una promesa para ellos. Aunque no verían el advenimiento del reino en su tiempo, el hecho de que Jesús les dijera que oraran por él es prueba de que vendrá seguramente cuando Dios quiera. El reino de la gracia de Dios se está estableciendo, a medida que ahora, día tras día, los corazones que estaban llenos de pecado y rebelión se someten a la soberanía de su amor. Pero el establecimiento completo del reino de su gloria no se producirá hasta la segunda venida de Cristo a este mundo. “El reino y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo” serán dados “al pueblo de los santos del Altísimo”. Heredarán el reino preparado para ellos “desde la fundación del mundo”. Daniel 7:27. Cristo asumirá entonces su gran poder y reinará. Las puertas del cielo se abrirán otra vez y nuestro Salvador, acompañado de millones de santos, saldrá como Rey de reyes y Señor de señores. Jehová Emmanuel “será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre”. “El tabernáculo de Dios” estará con los hombres, y Dios “morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”. Zacarías 14:9; Apocalipsis 21:3. Jesús dijo, sin embargo, que antes de aquella venida “será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones”. Mateo 24:14. Su reino no vendrá hasta que las buenas nuevas de su gracia se hayan proclamado a toda la tierra. De ahí que, al entregarnos a Dios y ganar a otras almas para él, apresuramos la venida de su reino. Únicamente aquellos que se dedican a servirle diciendo: “Heme aquí, envíame a mí”, para abrir los ojos de los ciegos, para apartar a los hombres “de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe… perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26:18); solamente estos oran con sinceridad: “Venga tu reino”.
“Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”—Mateo 6:10
La voluntad de Dios se expresa en los preceptos de su sagrada ley, y los principios de esta ley son los principios del cielo. Los ángeles que allí residen no alcanzan conocimiento más alto que el saber la voluntad de Dios, y el hacer esa voluntad es el servicio más alto en que puedan ocupar sus facultades.
En el cielo no se sirve con espíritu legalista. Cuando Satanás se rebeló contra la ley de Jehová, la noción de que había una ley sorprendió a los ángeles casi como algo en que no habían soñado antes. En su ministerio, los ángeles no son como siervos, sino como hijos. Hay perfecta unidad entre ellos y su Creador. La obediencia no es trabajo penoso para ellos. El amor a Dios hace de su servicio un gozo. Así sucede también con toda alma en la cual mora Cristo, la esperanza de gloria. Ella repite lo que dijo él: “Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmos 40:8. Al orar: “Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”, se pide que el reino del mal en este mundo termine, que el pecado sea destruido para siempre, y que se establezca el reino de la justicia. Entonces, así como en el cielo, se cumplirá en la tierra “todo su bondadoso beneplácito”. 2 Tesalonicenses 1:11.
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”—Mateo 6:11
La primera mitad de la oración que Jesús nos enseñó tiene que ver con el nombre, el reino y la voluntad de Dios: que sea honrado su nombre, establecido su reino y hecha su voluntad. Y así, cuando hayamos hecho del servicio de Dios nuestro primer interés, podremos pedir que nuestras propias necesidades sean suplidas y tener la confianza de que lo serán. Si hemos renunciado al yo y nos hemos entregado a Cristo, somos miembros de la familia de Dios, y todo cuanto hay en la casa del Padre es nuestro. Se nos ofrecen todos los tesoros de Dios, tanto en el mundo actual como en el venidero. El ministerio de los ángeles, el don del Espíritu, las labores de los siervos, todas estas cosas son para nosotros. El mundo, con cuanto contiene, es nuestro en la medida en que pueda beneficiarnos. Aun la enemistad de los malos resultará una bendición, porque nos disciplinará para entrar en los cielos. Si somos “de Cristo”, “todo” es nuestro. Ver 1 Corintios 3:23, 21.
Por ahora somos como hijos que aún no disfrutan de su herencia. Dios no nos confía nuestro precioso legado, no sea que Satanás nos engañe con sus artificios astutos, como engañó a la primera pareja en el Edén. Cristo lo guarda seguro para nosotros fuera del alcance del despojador. Como hijos, recibiremos día tras día lo que necesitamos para el presente. Diariamente debemos pedir: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. No nos desalentemos si no tenemos bastante para mañana. Su promesa es segura: “Vivirás en la tierra, y en verdad serás alimentado”. Dice David: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan”. Salmos 37:3, 25. El mismo Dios que envió los cuervos para dar pan a Elías, cerca del arroyo de Querit, no descuidará a ninguno de sus hijos fieles y abnegados. Del que anda en la justicia se ha escrito: “Se le dará su pan, y sus aguas serán seguras”. “No serán avergonzados en el mal tiempo, y en los días de hambre serán saciados”. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Isaías 33:16; Salmos 37:19; Romanos 8:32. El que alivió los cuidados y ansiedades de su madre viuda y la ayudó a sostener la familia en Nazaret, simpatiza con toda madre en la lucha para proveer alimento a sus hijos. Quien se compadeció de las multitudes porque “estaban desamparadas y dispersas”, sigue teniendo compasión de los pobres que sufren. Ver Mateo 9:36. Les extiende la mano para bendecirlos, y en la misma plegaria que dio a sus discípulos nos enseña a acordarnos de los pobres. Al orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, pedimos para los demás tanto como para nosotros mismos. Reconocemos que lo que Dios nos da no es para nosotros solos. Dios nos lo confía para que alimentemos a los hambrientos. De su bondad ha hecho provisión para el pobre. Salmos 68:10. Dice: “Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos… Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos”. Lucas 14:12-14. “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra”. “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará”. 2 Corintios 9:8, 6. La oración por el pan cotidiano incluye no solamente el alimento para sostener el cuerpo, sino también el pan espiritual que nutrirá el alma para vida eterna. Nos dice Jesús: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece”. Juan 6:27. “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre”. Vers. 51. Nuestro Salvador es el pan de vida; cuando miramos su amor y lo recibimos en el alma, comemos el pan que desciende del cielo. Recibimos a Cristo por su Palabra, y se nos da el Espíritu Santo para abrir la Palabra de Dios a nuestro entendimiento y hacer penetrar sus verdades en nuestro corazón. Hemos de orar día tras día para que, mientras leemos su Palabra, Dios nos envíe su Espíritu con el fin de revelarnos la verdad que fortalecerá nuestras almas para las necesidades del día. Al enseñarnos a pedir cada día lo que necesitamos, tanto las bendiciones temporales como las espirituales, Dios desea alcanzar un propósito para beneficio nuestro. Quiere que sintamos cuánto dependemos de su cuidado constante, porque procura atraernos a una comunión íntima con él. En esta comunión con Cristo, mediante la oración y el estudio de las verdades grandes y preciosas de su Palabra, seremos alimentados como almas con hambre; como almas sedientas seremos refrescados en la fuente de la vida.
“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”—Mateo 6:12
Jesús enseña que podemos recibir el perdón de Dios solamente en la medida en que nosotros mismos perdonamos a los demás. El amor de Dios es lo que nos atrae a él. Ese amor no puede afectar nuestros corazones sin despertar amor hacia nuestros hermanos.
Al terminar el Padrenuestro, añadió Jesús: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. Mateo 6:14. El que no perdona suprime el único conducto por el cual puede recibir la misericordia de Dios. No debemos pensar que, a menos que confiesen su culpa los que nos han hecho daño, tenemos razón para no perdonarlos. Sin duda, es su deber humillar sus corazones por el arrepentimiento y la confesión; pero hemos de tener un espíritu compasivo hacia los que han pecado contra nosotros, confiesen o no sus faltas. Por mucho que nos hayan ofendido, no debemos pensar de continuo en los agravios que hemos sufrido ni compadecernos de nosotros mismos por los daños. Así como esperamos que Dios nos perdone nuestras ofensas, debemos perdonar a todos los que nos han hecho mal. Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que muchos suponen. Cuando Dios promete que “será amplio en perdonar”, añade, como si el alcance de esa promesa fuera más de lo que pudiéramos entender: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. Isaías 55:7-9. El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual nos libra de la condenación. No es solo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón. David tenía el verdadero concepto del perdón cuando oró “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí”. Salmos 51:10. También dijo: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”. Salmos 103:12. Dios se dio a sí mismo en Cristo por nuestros pecados. Sufrió la muerte cruel de la cruz; llevó por nosotros el peso del pecado, “el justo por los injustos”, para revelarnos su amor y atraernos hacia él. “Antes—dice—sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. Efesios 4:32. Dejad que more en vosotros Cristo, la Vida divina, y que por medio de vosotros revele el amor nacido en el cielo, el cual inspirará esperanza a los desesperados y traerá la paz de los cielos al corazón afligido por el pecado. Cuando vamos a Dios, la primera condición que se nos impone es que, al recibir de él misericordia, nos prestemos a revelar su gracia a otros. Un requisito esencial para recibir e impartir el amor perdonador de Dios es conocer ese amor que nos profesa y creer en él. 1 Juan 4:16. Satanás obra mediante todo engaño a su alcance para que no discernamos ese amor. Nos inducirá a pensar que nuestras faltas y transgresiones han sido tan graves que el Señor no oirá nuestras oraciones y que no nos bendecirá ni nos salvará. No podemos ver en nosotros mismos sino flaqueza, ni cosa alguna que nos recomiende a Dios. Satanás nos dice que todo esfuerzo es inútil y que no podemos remediar nuestros defectos de carácter. Cuando tratemos de acercarnos a Dios, sugerirá el enemigo: De nada vale que ores; ¿acaso no hiciste esa maldad? ¿Acaso no has pecado contra Dios y contra tu propia conciencia? Pero podemos decir al enemigo que “la sangre de Jesucristo… nos limpia de todo pecado”. 1 Juan 1:7. Cuando sentimos que hemos pecado y no podemos orar, ese es el momento de orar. Podemos estar avergonzados y profundamente humillados, pero debemos orar y creer. “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”. 1 Timoteo 1:15. El perdón, la reconciliación con Dios, no nos llegan como recompensa de nuestras obras, ni se otorgan por méritos de hombres pecaminosos, sino que son una dádiva que se nos concede a causa de la justicia inmaculada de Cristo. No debemos procurar reducir nuestra culpa hallándole excusas al pecado. Debemos aceptar el concepto que Dios tiene del pecado, algo muy grave en su estimación. Solamente el Calvario puede revelar la terrible enormidad del pecado. Nuestra culpabilidad nos aplastaría si tuviésemos que cargarla; pero el que no cometió pecado tomó nuestro lugar; aunque no lo merecíamos, llevó nuestra iniquidad. “Si confesamos nuestros pecados”, Dios “es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. 1 Juan 1:9. ¡Verdad gloriosa! Él es justo con su propia ley, y es a la vez el justificador de todos los que creen en Jesús. “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia”. Miqueas 7:18.
“No nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal”—Mateo 6:13
La tentación es incitación al pecado, cosa que no procede de Dios, sino de Satanás y del mal que hay en nuestros propios corazones. “Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie”. Santiago 1:13.
Satanás trata de arrastrarnos a la tentación, para que el mal de nuestros caracteres pueda revelarse ante los hombres y los ángeles, y él pueda reclamarnos como suyos. En la profecía simbólica de Zacarías, se ve a Satanás de pie a la diestra del Ángel del Señor, acusando a Josué, el sumo sacerdote, que aparece vestido con ropas sucias, y resistiendo la obra que el Ángel desea hacer por él. Así se representa la actitud de Satanás hacia cada alma que Cristo trata de atraer. El enemigo nos induce a pecar, y luego nos acusa ante el universo celestial como indignos del amor de Dios. Pero “dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es este un tizón arrebatado del incendio?” Y a Josué dijo: “Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala”. Zacarías 3:1-4. En su gran amor, Dios procura desarrollar en nosotros las gracias preciosas de su Espíritu. Permite que hallemos obstáculos, persecución y opresiones, pero no como una maldición, sino como la bendición más grande de nuestra vida. Cada tentación resistida, cada aflicción sobrellevada valientemente, nos da nueva experiencia y nos hace progresar en la tarea de edificar nuestro carácter. El alma que resiste la tentación mediante el poder divino revela al mundo y al universo celestial la eficacia de la gracia de Cristo. Aunque la prueba no debe desalentarnos por amarga que sea, hemos de orar que Dios no permita que seamos puestos en situación de ser seducidos por los deseos de nuestros propios corazones malos. Al elevar la oración que nos enseñó Cristo, nos entregamos a la dirección de Dios y le pedimos que nos guíe por sendas seguras. No podemos orar así con sinceridad y decidir luego que andaremos en cualquier camino que elijamos. Aguardaremos que su mano nos guíe y escucharemos su voz que dice: “Este es el camino, andad por él”. Isaías 30:21. Es peligroso detenerse para contemplar las ventajas de ceder a las sugestiones de Satanás. El pecado significa deshonra y ruina para toda alma que se entrega a él; pero es de naturaleza tal que ciega y engaña, y nos tentará con presentaciones lisonjeras. Si nos aventuramos en el terreno de Satanás, no hay seguridad de que seremos protegidos contra su poder. En cuanto sea posible debemos cerrar todas las puertas por las cuales el tentador podría llegar hasta nosotros. El ruego “no nos dejes caer en tentación” es una promesa en sí mismo. Si nos entregamos a Dios, se nos promete: “No os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. 1 Corintios 10:13. La única salvaguardia contra el mal consiste en que mediante la fe en su justicia Cristo more en el corazón. La tentación tiene poder sobre nosotros porque existe egoísmo en nuestros corazones. Pero cuando contemplamos el gran amor de Dios, vemos el egoísmo en su carácter horrible y repugnante, y deseamos que sea expulsado del alma. A medida que el Espíritu Santo glorifique a Cristo, nuestro corazón se ablanda y se somete, la tentación pierde su poder y la gracia de Cristo transforma el carácter. Cristo no abandonará al alma por la cual murió. Ella puede dejarlo a él y ser vencida por la tentación; pero nunca puede apartarse Cristo de uno a quien compró con su propia vida. Si pudiera agudizarse nuestra visión espiritual, veríamos almas oprimidas y sobrecargadas de tristeza, a punto de morir de desaliento. Veríamos ángeles volando rápidamente para socorrer a estos tentados, quienes se hallan como al borde de un precipicio. Los ángeles del cielo rechazan las huestes del mal que rodean a estas almas, y las guían hasta que pisen un fundamento seguro. Las batallas entre los dos ejércitos son tan reales como las que sostienen los ejércitos del mundo, y del resultado del conflicto espiritual dependen los destinos eternos. A nosotros, como a Pedro, se nos dice: “Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte”. Lucas 22:31, 32. Gracias a Dios, no se nos deja solos. Él que “de tal manera amó… al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16), no nos abandonará en la lucha contra el enemigo de Dios y de los hombres. “He aquí—dice—os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará”. Lucas 10:19. Vivamos en contacto con el Cristo vivo, y él nos asirá firmemente con una mano que nos guardará para siempre. Creamos en el amor con que Dios nos ama, y estaremos seguros; este amor es una fortaleza inexpugnable contra todos los engaños y ataques de Satanás. “Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado”. Proverbios 18:10.
“Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria”—Mateo 6:13
La última frase del Padrenuestro, así como la primera, señala a nuestro Padre como superior a todo poder y autoridad y a todo nombre que se mencione. El Salvador contemplaba los años que esperaban a los discípulos, no con el esplendor de la prosperidad y el honor mundanos con que habían soñado, sino en la oscuridad de las tempestades del odio humano y de la ira satánica. En medio de la lucha y la ruina de la nación, los discípulos estarían acosados de peligros, y a menudo el miedo oprimiría sus corazones. Habrían de ver a Jerusalén desolada, el templo arrasado, su culto suprimido para siempre, e Israel esparcido por todas las tierras como náufragos en una playa desierta. Dijo Jesús: “Oiréis hablar de guerras y rumores de guerras… Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos por diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores”. Mateo 24:6-8. A pesar de ello, los discípulos de Cristo no debían pensar que su esperanza era vana ni que Dios había abandonado al mundo. El poder y la gloria pertenecen a Aquel cuyos grandes propósitos se irán cumpliendo sin impedimento hasta su consumación. En aquella oración, que expresaba sus necesidades diarias, la atención de los discípulos de Cristo fue dirigida, por encima de todo el poder y el dominio del mal, hacia el Señor su Dios, cuyo reino gobierna a todos, y quien es Padre y Amigo eterno.
La ruina de Jerusalén sería símbolo de la ruina final que abrumará al mundo. Las profecías que se cumplieron en parte en la destrucción de Jerusalén, se aplican más directamente a los días finales. Estamos ahora en el umbral de acontecimientos grandes y solemnes. Nos espera una crisis como jamás ha presenciado el mundo. Tal como a los primeros discípulos, nos resulta dulce la segura promesa de que el reino de Dios se levanta sobre todo. El programa de los acontecimientos venideros está en manos de nuestro Hacedor. La Majestad del cielo tiene a su cargo el destino de las naciones, así como también lo que atañe a la iglesia. El Instructor divino dice a todo instrumento en el desarrollo de sus planes, como dijo a Ciro: “Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste”. Isaías 45:5. En la visión del profeta Ezequiel se veía como una mano debajo de las alas de los querubines. Era para enseñar a sus siervos que el poder divino es lo que les da éxito. Aquellos a quienes Dios emplea como mensajeros suyos no deben pensar que su obra depende de ellos. No se deja a los seres finitos la tarea de asumir esta carga de responsabilidad. El que no duerme, sino que obra incesantemente por el cumplimiento de sus propósitos, hará progresar su causa. Estorbará los planes de los impíos y confundirá los proyectos de quienes intenten perjudicar a su pueblo. El que es el Rey, Jehová de los ejércitos, está sentado entre los querubines, y en medio de la guerra y el tumulto de las naciones guarda aún a sus hijos. El que gobierna en los cielos es nuestro Salvador. Mide cada aflicción, vigila el fuego del horno que debe probar a cada alma. Cuando las fortificaciones de los reyes caigan derribadas, cuando las flechas de la ira atraviesen los corazones de sus enemigos, su pueblo permanecerá seguro en sus manos. “Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas… En tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos”. 1 Crónicas 29:11, 12.
Capítulo 31—Recibir para dar
Cristo estaba continuamente recibiendo del Padre a fin de compartir lo recibido con nosotros. “La palabra que habéis oído ¿dijo él?, no es mía, sino del Padre que me envió”. Juan 14:24. “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir”. Mateo 20:28. Él vivió, pensó y oró, no para sí mismo, sino para los demás. De las horas pasadas en comunión con Dios él volvía mañana tras mañana, para traer la luz del cielo a los hombres. Diariamente recibía un nuevo bautismo del Espíritu Santo. En las primeras horas del nuevo día, Dios lo despertaba de su sueño, y su alma y sus labios eran ungidos con gracia para que pudiese impartirla a los demás. Sus palabras le eran dadas frescas de las cortes del cielo para que las hablase en sazón al cansado y oprimido. Él dice: “El Señor Jehová me dio lengua de sabios, para saber hablar en sazón palabra al cansado; despertará de mañana, despertaráme de mañana oído, para que oiga como los sabios”. Isaías 50:4.
Cristo declara: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y os será abierto. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abre”. Lucas 11:9, 10. El Salvador continúa: “¿Y cuál padre de vosotros, si su hijo le pidiere pan, le dará una piedra? o, si pescado, ¿en lugar de pescado le dará una serpiente? O, si le pidiere un huevo, ¿le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que lo pidieren de él?” Lucas 11:11-13.
Para fortalecer nuestra confianza en Dios, Cristo nos enseña a dirigirnos a él con un nuevo nombre, un nombre entretejido con las asociaciones más caras del corazón humano. Nos concede el privilegio de llamar al Dios infinito nuestro Padre. Este nombre, pronunciado cuando le hablamos a él y cuando hablamos de él, es una señal de nuestro amor y confianza hacia él, y una prenda de la forma en que él nos considera y se relaciona con nosotros. Pronunciado cuando pedimos un favor o una bendición, es una música en sus oídos. A fin de que no consideráramos una presunción el llamarlo por este nombre, lo repitió en renovadas ocasiones. Él desea que lleguemos a familiarizarnos con este apelativo. Or 363.4
Capítulo 31—Recibir para dar
Cristo estaba continuamente recibiendo del Padre a fin de compartir lo recibido con nosotros. “La palabra que habéis oído ¿dijo él?, no es mía, sino del Padre que me envió”. Juan 14:24. “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir”. Mateo 20:28.
Él vivió, pensó y oró, no para sí mismo, sino para los demás. De las horas pasadas en comunión con Dios él volvía mañana tras mañana, para traer la luz del cielo a los hombres. Diariamente recibía un nuevo bautismo del Espíritu Santo. En las primeras horas del nuevo día, Dios lo despertaba de su sueño, y su alma y sus labios eran ungidos con gracia para que pudiese impartirla a los demás. Sus palabras le eran dadas frescas de las cortes del cielo para que las hablase en sazón al cansado y oprimido. Él dice: “El Señor Jehová me dio lengua de sabios, para saber hablar en sazón palabra al cansado; despertará de mañana, despertaráme de mañana oído, para que oiga como los sabios”. Isaías 50:4.
Los discípulos de Cristo estaban muy impresionados por sus oraciones y por su hábito de comunicación con Dios. Un día, tras una corta ausencia del lado de su Señor, lo encontraron absorto en una súplica. Al parecer inconsciente de su presencia, él siguió orando en voz alta. Los corazones de los discípulos quedaron profundamente conmovidos. Cuando terminó de orar, exclamaron: “Señor, enséñanos a orar”.
En respuesta repitió el Padrenuestro, como lo había dado en el Sermón de la Montaña. Y luego, en una parábola, ilustró la lección que deseaba enseñarles.
“¿Quién de vosotros—les dijo—tendrá un amigo, e irá a él a medianoche, y le dirá: Amigo, prestame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de camino, y no tengo qué ponerle delante; y el de dentro respondiendo dijere: No me seas molesto; la puerta está ya cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y darte? Os digo, que aunque no se levante a darle por ser su amigo, cierto por su importunidad se levantará, y le dará todo lo que habrá menester”. Lucas 11:5-8.
Aquí Cristo presenta al postulante pidiendo para poder dar de nuevo. Debía obtener pan, o no podría suplir las necesidades del viajero que llegaba cansado, en tardías horas de la noche. Aunque su vecino no esté dispuesto a ser molestado, no desistirá de pedir; su amigo debe ser aliviado; y por fin su importunidad es recompensada; sus necesidades son suplidas.
De la misma manera, los discípulos habían de buscar las bendiciones de Dios. Mediante la alimentación de la multitud y el sermón sobre el pan del cielo, Cristo les había revelado la obra que harían como representantes suyos. Habían de dar el pan de vida a la gente. Aquel que había señalado su obra, vio cuán a menudo su fe sería probada. Con frecuencia se verían en situaciones inesperadas, y se darían cuenta de su humana insuficiencia. Las almas que estuvieran hambrientas del pan de vida vendrían a ellos, y ellos se sentirían destituidos y sin ayuda. Debían recibir alimento espiritual, o no tendrían nada para impartir. Pero no habían de permitir que ningún alma volviese sin ser alimentada. Cristo les dirige a la fuente de abastecimiento. El hombre cuyo amigo vino pidiéndole hospedaje, aun a la hora inoportuna de la medianoche, no lo hizo volver. No tenía nada para poner delante de él, pero se dirigió a uno que tenía alimento, y presentó con instancias su pedido, hasta que el vecino suplió su necesidad. Y Dios, que ha enviado a sus siervos a alimentar a los hambrientos, ¿no suplirá sus necesidades para su propia obra?
Pero el vecino egoísta de la parábola no representa el carácter de Dios. La lección se deduce, no por comparación, sino por contraste. Un hombre egoísta concederá un pedido urgente, a fin de librarse de quien perturba su descanso. Pero Dios se deleita en dar. Está lleno de misericordia, y anhela conceder los pedidos de aquellos que vienen a él con fe. Nos da para que podamos ministrar a los demás, y así llegar a ser como él.
Cristo declara: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y os será abierto. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abre”. Lucas 11:9, 10.
El Salvador continúa: “¿Y cuál padre de vosotros, si su hijo le pidiere pan, le dará una piedra? o, si pescado, ¿en lugar de pescado le dará una serpiente? O, si le pidiere un huevo, ¿le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que lo pidieren de él?” Lucas 11:11-13.
Para fortalecer nuestra confianza en Dios, Cristo nos enseña a dirigirnos a él con un nuevo nombre, un nombre entretejido con las asociaciones más caras del corazón humano. Nos concede el privilegio de llamar al Dios infinito nuestro Padre. Este nombre, pronunciado cuando le hablamos a él y cuando hablamos de él, es una señal de nuestro amor y confianza hacia él, y una prenda de la forma en que él nos considera y se relaciona con nosotros. Pronunciado cuando pedimos un favor o una bendición, es una música en sus oídos. A fin de que no consideráramos una presunción el llamarlo por este nombre, lo repitió en renovadas ocasiones. Él desea que lleguemos a familiarizarnos con este apelativo.
Dios nos considera sus hijos. Nos ha redimido del mundo abandonado, y nos ha escogido para que lleguemos a ser miembros de la familia real, hijos e hijas del Rey del cielo. Nos invita a confiar en él con una confianza más profunda y más fuerte que aquella que un hijo deposita en un padre terrenal. Los padres aman a sus hijos, pero el amor de Dios es más grande, más amplio, más profundo de lo que al amor humano le es posible ser. Es inconmensurable. Luego, si los padres terrenales saben dar buenas dádivas a sus hijos, ¿cuánto más nuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?
Las lecciones de Cristo con respecto a la oración deben ser cuidadosamente consideradas. Hay una ciencia divina en la oración, y la ilustración de Cristo presenta un principio que todos necesitamos comprender. Demuestra lo que es el verdadero espíritu de oración, enseña la necesidad de la perseverancia al presentar a Dios nuestras peticiones, y nos asegura que él está dispuesto a escucharnos y a contestar la oración.
Nuestras oraciones no han de consistir en peticiones egoístas, meramente para nuestro propio beneficio. Hemos de pedir para poder dar. El principio de la vida de Cristo debe ser el principio de nuestra vida. “Por ellos ¿dijo Cristo, refiriéndose a sus discípulos? yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en verdad”. Juan 17:19. La misma devoción, la misma abnegación, la misma sujeción a las declaraciones de la Palabra de Dios que se manifestaron en Cristo, deben verse en sus siervos. Nuestra misión en el mundo no es servirnos o agradarnos a nosotros mismos. Hemos de glorificar a Dios cooperando con él para salvar a los pecadores. Debemos pedir bendiciones a Dios para poder comunicarlas a los demás. La capacidad de recibir es preservada únicamente impartiendo. No podemos continuar recibiendo tesoros celestiales sin comunicarlos a aquellos que nos rodean.
En la parábola, el postulante fue rechazado repetidas veces, pero no desistió de su propósito. Así nuestras oraciones no siempre parecen recibir una inmediata respuesta; pero Cristo enseña que no debemos dejar de orar. La oración no tiene por objeto obrar algún cambio en Dios, sino ponernos en armonía con Dios. Cuando le pedimos algo, tal vez vea que necesitamos investigar nuestros corazones y arrepentirnos del pecado. Por lo tanto, nos hace pasar por una prueba, nos hace pasar por la humillación, a fin de que veamos lo que impide la obra de su Santo Espíritu por medio de nosotros.
El cumplimiento de las promesas de Dios es condicional, y la oración no ocupará nunca el lugar del deber. “Si me amáis ¿dice Cristo?, guardad mis mandamientos”. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, aquel es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. Juan 14:15, 21. Aquellos que presentan sus peticiones ante Dios, invocando su promesa, mientras no cumplen con las condiciones, insultan a Jehová. Invocan el nombre de Cristo como su autoridad para el cumplimiento de la promesa, pero no hacen las cosas que demostrarían fe en Cristo y amor por él.
Muchos no están cumpliendo las condiciones de aceptación por el Padre. Necesitamos examinar detenidamente las disposiciones que se han hecho para aproximarnos a Dios. Si somos desobedientes, traemos al Señor un pagaré para que él lo haga efectivo cuando no hemos cumplido las condiciones que lo harían pagadero a nosotros. Presentamos a Dios sus promesas y le pedimos que las cumpla, cuando, al hacerlo, él deshonraría su propio nombre.
La promesa es: “Si estuvierais en mí, y mis palabras estuvieran en vosotros, pedid todo lo que quisierais, y os será hecho”. Juan 15:7. Y Juan declara: “Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos. El que dice, yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y no hay verdad en él, mas el que guarda su palabra, la caridad de Dios está verdaderamente perfecta en él”. 1 Juan 2:3-5.
Uno de los últimos mandamientos que Cristo diera a sus discípulos fue: “Que os améis los unos a los otros: como os he amado”. Juan 13:34. ¿Estamos obedeciendo este mandato, o estamos condescendiendo con rasgos de carácter hirientes y no cristianos? Si de alguna forma hemos agraviado o herido a otros, es nuestro deber confesar nuestra falta y buscar la reconciliación. Esta es una condición esencial para que podamos presentarnos a Dios con fe y pedir su bendición.
Hay otro asunto demasiado a menudo descuidado por los que buscan al Señor en oración. ¿Habéis sido honrados con Dios? El Señor declara mediante el profeta Malaquías: “Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Tornaos a mí, y yo me tornaré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de tornar? ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? Los diezmos y las primicias”. Malaquías 3:7, 8.
Como dador de todas las bendiciones, Dios reclama una porción determinada de todo lo que poseemos. Esta es la provisión que él ha hecho para sostener la predicación del Evangelio. Y debemos demostrar nuestro aprecio por sus dones devolviendo esto a Dios. Pero si retenemos lo que le pertenece a él, ¿cómo podemos pretender sus bendiciones? Si somos mayordomos infieles en las cosas terrenales, ¿cómo podemos esperar que él nos confíe las celestiales? Puede ser que aquí se encuentre el secreto de la oración no contestada.
Pero el Señor, en su gran misericordia, está listo para perdonar, y dice: “Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto… si no os abriré las ventanas de los cielos, y vaciaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Increparé también por vosotros al devorador, y no os corromperá el fruto de la tierra; ni vuestra vid en el campo abortará…Y todas las gentes os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos”. Malaquías 3:10-12.
Tal ocurre con todos los demás requerimientos de Dios. Todos sus dones son prometidos a condición de la obediencia. Dios tiene un cielo lleno de bendiciones para los que cooperen con él. Todos los que le obedezcan pueden con confianza reclamar el cumplimiento de sus promesas.
Pero debemos mostrar una confianza firme y sin rodeos en Dios. A menudo él tarda en contestarnos para probar nuestra fe o la sinceridad de nuestro deseo. Al pedir de acuerdo con su Palabra, debemos creer su promesa y presentar nuestras peticiones con una determinación que no será denegada.
Dios no dice: Pedid una vez y recibiréis. Él nos ordena que pidamos. Persistid incansablemente en la oración. El pedir con persistencia hace más ferviente la actitud del postulante, y le imparte un deseo mayor de recibir las cosas que pide. Cristo le dijo a Marta junto a la tumba de Lázaro: “Si creyeres, verás la gloria de Dios”. Juan 11:40.
Pero muchos no tienen una fe viva. Esta es la razón por la cual no ven más del poder de Dios. Su debilidad es el resultado de su incredulidad. Tienen más fe en su propio obrar que en el obrar de Dios en favor de ellos. Ellos se encargan de cuidarse a sí mismos. Hacen planes y proyectos, pero oran poco, y tienen poca confianza verdadera en Dios. Piensan que tienen fe, pero es solo el impulso del momento. Dejan de comprender su propia necesidad, y lo dispuesto que está Dios a dar; no perseveran en mantener sus pedidos ante el Señor.
Nuestras oraciones han de ser tan fervorosas y persistentes como lo fue la del amigo necesitado que pidió pan a medianoche. Cuanto más fervorosa y constantemente oremos, tanto más íntima será nuestra unión espiritual con Cristo. Recibiremos bendiciones acrecentadas, porque tenemos una fe acrecentada.
Nuestra parte consiste en orar y creer. Velad en oración. Velad, y cooperad con el Dios que oye la oración. Recordad que “somos colaboradores de Dios”. 1 Corintios 3:9. Hablad y obrad de acuerdo con vuestras oraciones. Significará para vosotros una infinita diferencia el que la prueba demuestre que vuestra fe es genuina, o revele que vuestras oraciones son solo una forma.
Cuando se suscitan perplejidades y surgen dificultades, no busquéis ayuda en la humanidad. Confiadlo todo a Dios. La práctica de hablar de nuestras dificultades a otros, únicamente nos debilita, y no les reporta a los demás ninguna fuerza. Ello hace que la carga de nuestras flaquezas espirituales descanse sobre ellos, y estas son cosas que ellos no pueden aliviar. Buscamos la fuerza del hombre errante y finito, cuando podríamos tener la fuerza del Dios infalible e infinito.
No necesitáis ir hasta los confines de la tierra para buscar sabiduría, pues Dios está cerca. No son las capacidades que poseéis hoy, o las que tendréis en lo futuro, las que os darán éxito. Es lo que el Señor puede hacer por vosotros. Necesitamos tener una confianza mucho menor en lo que el hombre puede hacer, y una confianza mucho mayor en lo que Dios puede hacer por cada alma que cree. Él anhela que extendáis hacia él la mano de la fe. Anhela que esperéis grandes cosas de él. Anhela daros inteligencia así en las cosas materiales como en las espirituales. Él puede aguzar el intelecto. Puede impartir tacto y habilidad. Emplead vuestros talentos en el trabajo; pedid a Dios sabiduría, y os será dada.
Haced de la Palabra de Cristo vuestra seguridad. ¿No os ha invitado a ir a él? Nunca os permitáis hablar de una manera descorazonada y desesperada. Si lo hacéis perderéis mucho. Mirando las apariencias, y quejándoos cuando vienen las dificultades y premuras, revelaréis una fe enferma y débil. Hablad y obrad como si vuestra fe fuera invencible. El Señor es rico en recursos: el mundo le pertenece. Mirad al cielo con fe. Mirad a Aquel que posee luz, poder y eficiencia.
Hay en la fe genuina un bienestar, una firmeza de principios y una invariabilidad de propósito que ni el tiempo ni las pruebas pueden debilitar. “Los mancebos se fatigan y se cansan, los mozos flaquean y caen: mas los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán las alas como águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”. Isaías 40:30, 31.
Hay muchos que anhelan ayudar a otros, pero sienten que no tienen fuerza o luz espiritual que impartir. Presenten ellos sus peticiones ante el trono de la gracia. Rogad por el Espíritu Santo. Dios respalda cada promesa que ha hecho. Con vuestra Biblia en la mano, decid: Yo he hecho como tú has dicho. Presento tu promesa: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y os será abierto”.
No solamente debemos orar en el nombre de Cristo, sino por la inspiración del Espíritu Santo. Esto explica lo que significa el pasaje que dice que “el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos indecibles”. Romanos 8:26. Dios se deleita en contestar tal oración. Cuando con fervor e intensidad expresamos una oración en el nombre de Cristo, hay en esa misma intensidad una prenda de Dios que nos asegura que él está por contestar nuestra oración “mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”. Efesios 3:20.
Cristo dijo: “Todo lo que orando pidiereis, creed que lo recibiréis, y os vendrá”. Marcos 11:24. “Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, esto haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Juan 14:13. Y el amado Juan, por la inspiración del Espíritu Santo, dice con gran claridad y certeza: “Si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquier cosa que demandáremos, sabemos que tenemos las peticiones que le hubiéremos demandado”. 1 Juan 5:14, 15. Presentad, pues, vuestra petición ante el Padre en el nombre de Jesús. Dios honrará tal nombre.
El arco iris rodea el trono como una seguridad de que Dios es verdadero, que en él no hay mudanza ni sombra de variación. Hemos pecado contra él, y somos indignos de su favor; sin embargo, él mismo ha puesto en nuestros labios la más maravillosa de las súplicas: “Por amor de tu nombre no nos deseches, ni trastornes el trono de tu gloria: acuérdate, no invalides tu pacto con nosotros”. Jeremías 14:21. Cuando venimos a él confesando nuestra indignidad y pecado, él se ha comprometido a atender nuestro clamor. El honor de su trono está empeñado en el cumplimiento de la palabra que nos ha dado.
A semejanza de Aarón, que simbolizaba a Cristo, nuestro Salvador lleva los nombres de todos sus hijos sobre su corazón en el Lugar Santo. Nuestro gran Sumo Sacerdote recuerda todas las palabras por medio de las cuales nos ha animado a confiar. Nunca olvida su pacto.
Todo el que pida recibirá. A todo el que llame se le abrirá. No se presentará la excusa: No me seas molesto; la puerta está ya cerrada; no quiero abrirla. A nadie se le dirá jamás: No puedo ayudarte. Aquellos que pidan pan a medianoche para alimentar a las almas hambrientas, tendrán éxito.
En la parábola aquel que pedía para el forastero recibió todo lo que había menester. ¿Y en qué medida nos concederá Dios a fin de que podamos impartir a los demás? “Conforme a la medida del don de Cristo”. Efesios 4:7. Los ángeles observan con intenso interes para ver cómo trata el hombre a sus semejantes. Cuando ven que alguien manifiesta la simpatía de Cristo por el errante, se apresuran a ir a su lado, y traen a su memoria las palabras que debe hablar y que serán como pan de vida para el alma. Así “Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Filipenses 4:19. Él hará que vuestro testimonio, con su sinceridad y su verdad, sea poderoso con el poder de la vida venidera. La Palabra del Señor será en vuestros labios cual verdad y justicia.
El esfuerzo personal por otros debe ser precedido de mucha oración secreta; pues requiere gran sabiduría el comprender la ciencia de salvar almas. Antes de comunicaros con los hombres, comunicaos con Cristo. Ante el trono de la gracia celestial, obtened una preparación para ministrar a la gente.
Quebrántese vuestro corazón por el anhelo que tenga de Dios, del Dios vivo. La vida de Cristo ha mostrado lo que la humanidad puede hacer participando de la naturaleza divina. Todo lo que Cristo recibió de Dios, podemos recibirlo también nosotros.
Capítulo 32—La fe y la oración
La fe significa confiar en Dios, creer que nos ama y sabe mejor qué es lo que nos conviene. Por eso nos induce a escoger su camino en lugar del nuestro. En vez de nuestra ignorancia, acepta su sabiduría; en vez de nuestra debilidad, su fuerza; en vez de nuestra pecaminosidad, su justicia. Nuestra vida, nosotros mismos, ya somos suyos; la fe reconoce su derecho de propiedad, y acepta su bendición. La verdad, la justicia y la pureza han sido señaladas como los secretos del éxito en la vida. Es la fe la que nos pone en posesión de estos principios.
Todo buen impulso o aspiración es un don de Dios; la fe recibe de Dios la única vida que puede producir desarrollo y eficiencia verdaderos.
Se debería explicar claramente cómo se puede ejercer fe. Toda promesa de Dios tiene ciertas condiciones. Si estamos dispuestos a hacer su voluntad, toda su fuerza nos pertenece. Cualquier don que nos prometa se encuentra en la promesa misma. “La semilla es la palabra de Dios”. Lucas 8:11. Tan ciertamente como se encuentra la semilla del roble en la bellota, se encuentra el don de Dios en su promesa. Si recibimos la promesa, recibimos el don.
La fe que nos capacita para recibir los dones de Dios, es en sí misma un don del cual se imparte una porción a cada ser humano. Aumenta a medida que se la usa para asimilar la Palabra de Dios. A fin de fortalecer la fe debemos ponerla a menudo en contacto con la Palabra.
Al estudiar la Biblia, el estudiante debería ser inducido a ver el poder de la Palabra de Dios. En ocasión de la creación, “él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió”. Él “llama las cosas que no son, como si fuesen” (Salmos 33:9), porque cuando las llama, entonces existen.¡Cuán a menudo los que confiaron en la Palabra de Dios, aunque eran en sí mismos completamente impotentes, han resistido el poder del mundo entero! Enoc, de corazón puro y vida santa, puso su fe en el triunfo de la justicia frente a una generación corrupta y burladora; Noé y su casa resistieron a los hombres de su época, hombres de gran fuerza física y mental, y de la más degradada moralidad; los hijos de Israel, que junto al Mar Rojo no eran más que una indefensa y aterrorizada multitud de esclavos, resistieron al más poderoso ejército de la más poderosa nación del globo; David, que era solo un pastorcillo a quien Dios le había prometido el trono, resistió a Saúl, el monarca reinante, dispuesto a no ceder su poder. El mismo hecho se destaca en el caso de Sadrac y sus compañeros en el horno de fuego y Nabucodonosor en el trono; Daniel entre los leones y sus enemigos en los puestos elevados del reino; Jesús en la cruz y los sacerdotes y príncipes judíos que presionaron al gobernador romano para que hiciera su voluntad; Pablo encadenado y condenado a sufrir la muerte de un criminal, y Nerón, déspota de un imperio mundial.
No solo en la Biblia se encuentran estos ejemplos. Abundan en los anales del progreso humano. Los valdenses y los hugonotes, Wiclef y Hus, Jerónimo y Lutero, Tyndale y Knox, Zinzendorf y Wesley, y muchos más, han dado testimonio del poder de la Palabra de Dios contra el poder y el proceder humanos que apoyan al mal. Estos constituyen la verdadera nobleza del mundo. Constituyen su realeza. Se invita a los jóvenes de hoy a ocupar sus lugares.
La fe es necesaria tanto en los asuntos más pequeños como en los mayores de la vida. En todos nuestros negocios y nuestras ocupaciones diarias, la fuerza sustentadora de Dios llega a ser real para nosotros por medio de una confianza constante.
Considerada en su aspecto humano, la vida es para todos un sendero desconocido. Es un camino por el cual, en lo que a nuestras más íntimas experiencias se refiere, andamos solos. Ningún otro ser humano puede penetrar plenamente en nuestra vida íntima. Al emprender el niño ese viaje en el cual tarde o temprano deberá escoger su curso y decidir las consecuencias de la vida para la eternidad, ¡cuán ferviente debería ser el esfuerzo hecho para dirigir su fe al Guía y Ayudador infalible!
Como escudo contra la tentación e inspiración para ser puros y sinceros, ninguna influencia puede igualar a la de la sensación de la presencia de Dios. “Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta”. “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio”. Hebreos 4:13; Habacuc 1:13. Este pensamiento fue el escudo de José en medio de la corrupción de Egipto. Su respuesta a los atractivos de la tentación fue firme: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios”. Génesis 39:9. La fe, si se la cultiva, será un escudo para toda alma.
Solamente la sensación de la presencia de Dios puede desvanecer el temor que, para el niño tímido, haría de la vida una carga. Grabe él en su memoria la promesa: “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende”. Salmos 34:7. Lea la maravillosa historia de Elíseo cuando estaba en la ciudad de la montaña y había entre él y el ejército de enemigos armados un círculo poderoso de ángeles celestiales. Lea cómo se le apareció el ángel de Dios a Pedro cuando estaba en la prisión, condenado a muerte; cómo lo libertó, pasando por entre los guardianes armados y las macizas puertas de hierro con sus cerrojos y barrotes. Lea acerca de la escena desarrollada en el mar, cuando Pablo, el prisionero, en viaje al lugar donde iba a ser juzgado y ejecutado, dirigió a los soldados y marineros náufragos, abatidos por el cansancio, la falta de sueño y el hambre, estas grandes palabras de valor y esperanza: “Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros… Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo”. Con fe en esta promesa, Pablo aseguró a sus compañeros: “Pues ni aún un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá”. Así ocurrió. Por el hecho de estar en ese barco un hombre por medio del cual Dios podía obrar, todo el contingente de soldados y marineros paganos se salvó. “Y así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra”. Hechos 27:22-24, 34, 44.
No fueron escritas estas cosas únicamente para que las leamos y nos asombremos, sino para que la misma fe que obró en los siervos de Dios de antaño, obre en nosotros. Doquiera haya corazones llenos de fe que sirvan de conducto transmisor de su poder, no será menos notable su modo de obrar ahora que entonces.
A los que, por falta de confianza propia, evitan tareas y responsabilidades, enséñeseles a confiar en Dios. Así, más de uno, que de otro modo no sería más que una cifra en el mundo, tal vez una carga impotente, podrá decir con el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Filipenses 4:13. También tiene la fe preciosas lecciones para el niño sensible a las ofensas. La disposición a resistir el mal o vengar el agravio recibe a menudo su impulso de un profundo sentimiento de justicia y un espíritu activo y enérgico. Enséñese a ese niño que Dios es el guardián eterno de la justicia. Cuida tiernamente a los seres que ama al punto de dar a su amado Hijo para salvarlos. Él se entenderá con cada malhechor.
“Porque el que os toca, toca a la niña de su ojo”. Zacarías 2:8.
“Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía”. Salmos 37:5, 6.
“Jehová será refugio del pobre, refugio para el tiempo de angustia. En ti confiarán los que conocen tu nombre, por cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste a los que te buscaron”. Salmos 9:9, 10.
Dios nos manda que manifestemos hacia otros la compasión que él manifiesta hacia nosotros. Que el impulsivo, el engreído y el vengativo contemplen al Ser humilde y manso llevado como cordero al matadero, mudo como la oveja ante los que la esquilan. Que contemplen a Aquel a quien han traspasado nuestros pecados y abrumado nuestras penas, y aprenderán a soportar, tolerar y perdonar.
Por la fe en Cristo se puede suplir toda deficiencia de carácter, purificar toda impureza, corregir toda falta y desarrollar toda buena cualidad.
“Vosotros estáis completos en él”. Colosenses 2:10.
La oración y la fe están íntimamente ligadas y necesitan ser estudiadas juntas. En la oración de fe hay una ciencia divina; es una ciencia que debe comprender todo el que quiera tener éxito en la obra de su vida. Cristo dice: “Todo lo que orando pidiereis, creed que lo recibiréis, y os vendrá”. Marcos 11:24. Él explica claramente que nuestra petición debe estar de acuerdo con la voluntad de Dios; debemos pedir cosas que él haya prometido y todo lo que recibamos debe ser usado para hacer su voluntad. Cuando se satisfacen las condiciones, la promesa es indubitable. Or 375.7
Podemos pedir perdón por el pecado, el don del Espíritu Santo, un carácter como el de Cristo, sabiduría y fuerza para hacer su obra, cualquier don que él haya prometido; luego tenemos que creer para recibir y dar gracias a Dios por lo que hemos recibido.
No necesitamos buscar una evidencia exterior de la bendición. El don está en la promesa y podemos emprender nuestro trabajo seguros de que Dios es capaz de cumplir lo que ha prometido y que el don, que ya poseemos, se manifestará cuando más lo necesitemos.
Vivir así, dependiendo de la palabra de Dios, significa entregarle toda la vida. Se experimentará una permanente sensación de necesidad y dependencia, una búsqueda de Dios por parte del corazón. La oración es una necesidad porque es la vida del alma. La oración en familia, la oración en público, tienen su lugar, pero es la comunión secreta con Dios la que sostiene la vida del alma. En el monte, junto a Dios, Moisés contempló el modelo del hermoso edificio que había de ser la morada de su gloria.
En el monte, junto a Dios, en el lugar secreto de comunión, podemos contemplar su glorioso ideal para la humanidad. De ese modo podremos levantar el edificio de nuestro carácter en forma tal que se cumpla para nosotros su promesa: “Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”. 2 Corintios 6:16.
Jesús recibió sabiduría y poder durante su vida terrenal, en las horas de oración solitaria. Sigan los jóvenes su ejemplo y busquen a la hora del amanecer y del crepúsculo un momento de quietud para tener comunión con su Padre celestial. Y durante el día eleven su corazón a Dios. A cada paso que damos en nuestro camino, nos dice: “Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha… no temas, yo te ayudo”. Isaías 41:13. Si nuestros hijos pudieran aprender estas lecciones en el alba de su vida, ¡qué frescura y poder, qué gozo y dulzura se manifestaría en su existencia!
Estas lecciones puede enseñarlas solo el que las ha aprendido. La enseñanza de la Escritura no tiene mayor efecto sobre los jóvenes porque tantos padres y maestros que profesan creer en la Palabra de Dios niegan su poder en sus vidas. A veces los jóvenes sienten el poder de la Palabra. Ven la hermosura del amor de Cristo. Ven la belleza de su carácter, las posibilidades de una vida dedicada a su servicio. Pero ven en contraste la vida de los que profesan reverenciar los preceptos de Dios. A cuántos se aplican las palabras que fueron dichas al profeta Ezequiel:
“Los hijos de tu pueblo se mofan de ti junto a las paredes y a las puertas de las casas, y habla el uno con el otro, cada uno con su hermano, diciendo: Venid ahora, y oíd qué palabra viene de Jehová. Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia. Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra”. Ezequiel 33:30-32.
Una cosa es tratar la Biblia como un libro de instrucción moral y buena, y prestarle atención mientras esté de acuerdo con el espíritu de la época y nuestro lugar en el mundo, pero otra cosa es considerarla como lo que en realidad es: la Palabra del Dios viviente, la Palabra que es nuestra vida, la Palabra que ha de amoldar nuestras acciones, nuestros dichos y nuestros pensamientos. Concebir la Palabra de Dios como algo menos que esto, es rechazarla. Y este rechazamiento de parte de los que profesan creer en ella es una de las causas principales del escepticismo y la incredulidad de los jóvenes.
Se está apoderando del mundo un afán nunca visto. En las diversiones, en la acumulación de dinero, en la lucha por el poder, hasta en la lucha por la existencia, hay una fuerza terrible que embarga el cuerpo, la mente y el alma. En medio de esta precipitación enloquecedora, habla Dios. Nos invita a apartarnos y tener comunión con él. “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Salmos 46:10.
Muchos, aún en sus momentos de devoción, no reciben la bendición de la verdadera comunión con Dios. Están demasiado apurados. Con pasos presurosos penetran en la amorosa presencia de Cristo y se detienen tal vez un momento dentro de ese recinto sagrado, pero no esperan su consejo. No tienen tiempo para permanecer con el divino Maestro. Vuelven con sus preocupaciones al trabajo.
Estos obreros jamás podrán lograr el éxito supremo, hasta que aprendan cuál es el secreto del poder. Tienen que dedicar tiempo a pensar, orar, esperar que Dios renueve sus energías físicas, mentales y espirituales. Necesitan la influencia elevadora de su Espíritu. Al recibirla, serán vivificados con nueva vida. El cuerpo gastado y el cerebro cansado recibirán refrigerio, y el corazón abrumado se aliviará.
Nuestra necesidad no consiste en detenernos un momento en su presencia, sino en tener relación personal con Cristo, sentarnos en su compañía. Feliz será la condición de los niños de nuestros hogares y los alumnos de nuestras escuelas cuando tanto los padres como los maestros aprendan en sus propias vidas la preciosa experiencia descrita en estas palabras del Cantar de los Cantares:
“Como el manzano entre los árboles silvestres,
Así es mi amado entre los jóvenes;
bajo la sombra del deseado me senté,
y su fruto fue dulce a mi paladar.
me llevó a la casa del banquete,
y su bandera sobre mí fue amor”. Cantares 2:3, 4.
La fe es necesaria tanto en los asuntos más pequeños como en los mayores de la vida. En todos nuestros negocios y nuestras ocupaciones diarias, la fuerza sustentadora de Dios llega a ser real para nosotros por medio de una confianza constante. Or 373.1
Considerada en su aspecto humano, la vida es para todos un sendero desconocido. Es un camino por el cual, en lo que a nuestras más íntimas experiencias se refiere, andamos solos. Ningún otro ser humano puede penetrar plenamente en nuestra vida íntima. Al emprender el niño ese viaje en el cual tarde o temprano deberá escoger su curso y decidir las consecuencias de la vida para la eternidad, ¡cuán ferviente debería ser el esfuerzo hecho para dirigir su fe al Guía y Ayudador infalible! Or 373.2
Empezar el día orando
Es nuestro privilegio abrir el corazón y permitir que los rayos de la presencia de Cristo entren en él. Hermano mío, hermana mía, dad el rostro a la luz. Poneos en contacto verdadero y personal con Cristo, para que podáis ejercer una influencia elevadora y vivificadora. Que vuestra fe sea fuerte, pura y firme. Que la gratitud a Dios llene vuestro corazón. Cuando os levantáis en la mañana, arrodillaos junto a vuestro lecho, y pedid a Dios que os fortalezca para cumplir los deberes del día, y hacer frente a sus tentaciones. Pedidle que os ayude a poner en vuestra obra la dulzura del carácter de Cristo. Pedidle que os ayude a pronunciar palabras que inspiren esperanza y ánimo a los que os rodean, y que os acerquen al Salvador.—Hijos e Hijas de Dios, 201.
Tomen tiempo para comenzar su trabajo con oración cada mañana. No piensen que esa es una pérdida de tiempo; son momentos que vivirán durante las edades eternas. De este modo se tendrá éxito y se obtendrán victorias espirituales. La maquinaria responderá al toque de la mano del Maestro. Verdaderamente vale la pena solicitar la bendición de Dios, y el trabajo no puede ser bien hecho a menos que se comience bien.—Testimonios para la Iglesia 7:185.
Hermanos y hermanas, ancianos y jóvenes, cuando tengáis un momento libre, abrid la Biblia y atesorad en la mente sus preciosas verdades. Cuando estáis trabajando custodiad vuestra mente, mantenedla firme en Dios, hablad menos y meditad más. Recordad que “toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio”. Mateo 12:36.
Sean vuestras palabras selectas; esto cerrará una puerta contra el adversario de las almas. Empezad el día con oración; trabajad como a la vista de Dios. Sus ángeles están siempre a vuestro lado, anotando vuestras palabras, vuestra conducta y la manera en que hacéis vuestro trabajo. Si os apartáis del buen consejo y elegís como compañeros a aquellos de quienes podéis con razón sospechar que no tienen inclinación religiosa, aunque profesan ser cristianos, no tardaréis en llegar a ser como ellos. Os ponéis en el camino de la tentación, en el campo de batalla de Satanás, y a menos que estéis constantemente guardados seréis vencidos por sus designios.—Consejos sobre la Salud, 413.
Acuda diariamente al Señor en busca de dirección y guía; dependa de Dios para luz y conocimiento. Pida en oración esta instrucción y luz, hasta que las reciba. De nada le servirá pedir y entonces olvidar lo que ha pedido en oración. Mantenga su atención puesta en su plegaria. Puede hacer esto mientras esté trabajando con las manos. Puede decir: Señor, creo; con todo mi corazón creo. Que el poder del Espíritu Santo venga sobre mí.—Fundamentals of Christian Education, 531.
En seguir a Cristo, mirando a aquel que es el Autor y Consumador de su fe, sentirá que está obrando bajo su mirada, que es influido por su presencia, y que él conoce sus motivos. A cada paso inquirirá humildemente: ¿Agradará esto a Jesús? ¿Glorificará a Dios? Mañana y tarde su oración sincera debe elevarse a Dios pidiendo su bendición y guía. La verdadera oración se aferra a la Omnipotencia y nos da la victoria. Sobre sus rodillas el cristiano obtiene la fuerza para resistir a la tentación.—Testimonies for the Church 4:615.
Dedicar cada día tiempo a la oración
Los creyentes que se vistan con toda la armadura de Dios y que dediquen algún tiempo diariamente a la meditación, la oración y el estudio de las Escrituras, se vincularán con el cielo y ejercerán una influencia salvadora y transformadora sobre los que los rodean. Suyos serán los grandes pensamientos, las nobles aspiraciones, y las claras percepciones de la verdad y el deber para con Dios. Anhelarán la pureza, la luz, el amor y todas las gracias de origen celestial. Sus sinceras oraciones penetrarán a través del velo. Esta clase de personas poseerá una confianza santificada para comparecer ante la presencia del Infinito. Tendrán conciencia de que la luz y la gloria del cielo son para ellos, y se convertirán en personas refinadas, elevadas y ennoblecidas por causa de esta asociación íntima con Dios. Tal es el privilegio de los verdaderos cristianos.
No basta la meditación abstracta; no basta la actividad laboriosa; ambas cosas son esenciales para la formación del carácter cristiano. La fuerza que se obtiene mediante la oración secreta ferviente nos prepara para resistir las seducciones de la sociedad; y, sin embargo, no debemos excluirnos del mundo, porque nuestra experiencia cristiana ha de ser la luz del mundo. La asociación con los incrédulos no nos hará ningún daño si nos entremezclamos con ellos con el prepósito de vincularlos con Dios, y si somos suficientemente fuertes en lo espiritual para resistir su influencia.—Testimonios para la Iglesia 5:105, 106.
Orar todos los días por la bendición que trae el sábado
Todos los que consideren el sábado como una señal entre ellos y Dios y demuestren que Dios es quien los santifica, representarán los principios de su gobierno. Pondrán diariamente en práctica las leyes de su reino. Diariamente rogarán que la santificación del sábado descanse sobre ellos. Cada día tendrán el compañerismo de Cristo y ejemplificarán la perfección de su carácter. Cada día su luz brillará para los demás en sus buenas obras.—Joyas de los Testimonios 3:20.
Levantándose de su postración, se acercó a sus discípulos y los halló durmiendo. Díjole a Pedro: “¿Así no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación: el espíritu a la verdad está presto, mas la carne enferma.” Vers. 40, 41. En el momento más importante, cuando les había rogado en especial que velasen con él, Jesús halló dormidos a los discípulos. El sabía que les sobrevendrían graves conflictos y tentaciones. Los había llevado consigo para que le fortaleciesen, y para que los acontecimientos que presenciasen esa noche y las lecciones de instrucción que recibiesen se quedasen grabadas indeleblemente en su memoria. Esto era necesario para que su fe no desfalleciese, sino que fuese fortalecida para la prueba que les esperaba. 1JT 221.1
Pero en vez de velar con Cristo, abrumados por el pesar, se durmieron. Aun el ardiente Pedro, que, pocas horas antes había declarado que sufriría y, si era necesario, moriría por su Señor, se había dormido. En el momento más crítico, cuando el Hijo de Dios necesitaba su simpatía y sus sentidas oraciones, los halló durmiendo. Al dormir así perdieron mucho. Nuestro Salvador quería fortalecerlos para la severa prueba a la cual muy pronto iba a ser sometida su fe. Si hubiesen pasado esos momentos tristes velando con su amado Salvador y orando a Dios, Pedro no habría sido abandonado a su propia débil fuerza, que le indujo a negar a su Señor en el momento de prueba. 1JT 221.2
El Hijo de Dios se alejó por segunda vez y oró diciendo: “Padre mío, si no puede este vaso pasar de mí sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.” Vers. 42. Nuevamente volvió adonde estaban los discípulos y los halló durmiendo. Tenían los ojos pesados. Estos discípulos dormidos representan a una iglesia que duerme cuando se acerca el día del juicio de Dios. Es un tiempo de nubes y densas tinieblas, cuando es peligroso dormirse. 1JT 221.3
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