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Lección 5: Para el 1º de mayo de 2021
HIJOS DE LA PROMESA
Sábado 24 de abril______________________________________________________
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Génesis 15:1–3; Isaías 25:8; 1 Corintios 2:9; Apocalipsis 22:1–5; 1 Pedro 2:9; Génesis 11:4; 12:2.
PARA MEMORIZAR:
“He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20).
Un padre y su hija de diez años pasaban sus vacaciones a la orilla del mar. Un día salieron a disfrutar de un baño en el mar y, aunque ambos eran buenos nadadores, a cierta distancia de la orilla se separaron. El padre, al darse cuenta de que la marea los estaba adentrando al mar, le gritó a su hija: ‘¡María, voy a la playa a buscar ayuda. Si te cansas, ponte de espalda. Puedes flotar todo el día de esa manera. Volveré por ti!’
“En poco tiempo, había muchos buscadores y botes que recorrían la superficie del agua en busca de la niñita. Pasaron cuatro horas antes de que la encontraran, lejos de la costa, pero flotaba tranquilamente sobre su espalda y no estaba para nada asustada. Con aplausos y lágrimas de alegría y alivio, recibieron a los rescatistas cuando regresaron a tierra con su preciosa carga, pero la niña se tomó todo con calma. Ella dijo: ‘Papá dijo que podía flotar todo el día sobre mi espalda y que él vendría por mí; así que, nadé y floté, porque sabía que él vendría’ ” (H. M. S. Richards, “When Jesus Comes Back”, Voice of Prophecy News, marzo de 1949, p. 5).
Reseña de la semana: ¿Por qué el Señor dijo que era el escudo de Abram? ¿Cómo iban a ser bendecidas por medio de Abraham “todas las familias de la Tierra”? ¿Cuál es la más grande de todas las promesas del Pacto?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Durante las últimas semanas he tenido un profundo sentimiento [de la realidad] de las promesas de Dios y de la esperanza del cristiano. Nunca la Biblia me pareció tan llena de ricas gemas de promesas como en estas pocas semanas. Parece que el rocío del cielo está listo para caer sobre nosotros y refrigeramos si solamente reclamamos como nuestras las promesas. Nunca podremos vencer nuestras tendencias naturales sin la ayuda del Cielo, y el precioso Jesús se coloca a nuestro lado para ayudamos en esta obra. Él dice: «He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Mateo 28:20. Queremos creer exactamente lo que Cristo dijo. Queremos que nuestra fe abrace las promesas (En los lugares celestiales, p. 120).
Cristo tomó sobre sí la humanidad. Puso de lado su manto y corona reales y renunció a su exaltada posición de mando en las cortes celestiales. Al revestir su divinidad con la humanidad, Cristo rodeó a la raza con su largo brazo humano. Se encuentra a la cabeza de la humanidad como Salvador, no como pecador. Puede ocupar esa posición como la seguridad del pecador, porque en su alma divina no hay ni la menor mancha de pecado. Gracias a su santidad puede quitamos nuestros pecados y colocamos en terreno ventajoso frente a Dios, si tan solo creemos en él y confiamos en que él es nuestra santificación y justiciar (Exaltad a Jesús, p. 87).
¿Qué clase de fe vence al mundo? Es la fe que hace de Cristo su Salvador personal, esa fe que, reconociendo su impotencia, su total incapacidad para salvarse a sí mismo, se aferra del Auxiliador que es poderoso para salvar como su única esperanza. Es una fe que no se desanima, que escucha la voz de Cristo que le dice: «Ten ánimo, yo he vencido al mundo, y mi divina fuerza es tuya». Es la fe que le oye decir: «He aquí yo estoy con vosotros todos lo días, hasta el fin del mundo». Mateo 28:20…
Cristo nunca debiera estar alejado de nuestra mente. Los ángeles dijeron de él: «Llamarás su nombre JESUS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Mateo 1:21. ¡Qué precioso Salvador es Jesús! Seguridad, auxilio, confianza y paz hay en él. Es el disipador de todas nuestras dudas, la prenda de todas nuestras esperanzas. Cuán precioso es el pensamiento de que realmente podemos llegar a ser participantes de la naturaleza divina, con la que podemos vencer así como Jesús venció. Jesús es la plenitud de nuestras expectativas. Es la melodía de nuestros himnos, la sombra de una gran roca en el desierto. Es el agua viva para el alma sedienta. Es nuestro refugio en la tempestad. Es nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención. Cuando Cristo es nuestro Salvador personal, anunciaremos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (Reflejemos a Jesús, p. 13).
Domingo 25 de abril____________________________________________________
TU ESCUDO
“Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Gén. 15:1).
Lee Génesis 15:1 al 3. Piensa en el contexto en el que se presentó. ¿Por qué lo primero que el Señor le dice a Abram es “No temas”? ¿Por qué habría de temer Abram?
Génesis 15:1-3
1 Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande. 2 Y respondió Abram: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? 3 Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa.
Lo especialmente interesante aquí es que el Señor le dice a Abram “Yo soy tu escudo”. El uso del adjetivo posesivo “tu” muestra la naturaleza personal de la relación. Dios se relacionará con él en forma individual, como con todos nosotros.
La designación de Dios como “escudo” aparece aquí por primera vez en la Biblia y es la única vez que Dios la utiliza para darse a conocer, aunque otros escritores bíblicos usan el término para hablar acerca de Dios (Deut. 33:29; Sal. 18:30; 84:11; 144:2).
Cuando Dios se designa a sí mismo como escudo de alguien, ¿qué significa eso? ¿Significó algo para Abram que quizá no signifique nada para nosotros hoy? ¿Podemos reclamar esa promesa para nosotros? ¿Significa que no nos sobrevendrá ningún daño físico? ¿En qué sentido Dios es un escudo? ¿Cómo entiendes esa imagen?
“Cristo no manifiesta un interés casual en nosotros; el suyo es más fuerte que el de una madre por su hijo […]. Nuestro Salvador nos ha comprado con sufrimiento y dolor, con insultos, reproches, abusos, burlas, rechazos y la muerte. Él vela por ti, tembloroso hijo de Dios. Él te dará seguridad bajo su protección. […] La debilidad de nuestra naturaleza humana no nos impedirá acceder al Padre celestial, porque él [Cristo] murió para interceder por nosotros” (SD 77).
En apariencia, Rolando había sido un fiel seguidor del Señor. Luego, de pronto murió en forma inesperada. ¿Qué pasó con Dios como su escudo? ¿O debemos entender la idea de Dios como nuestro escudo de una manera diferente? Explica. ¿De qué nos promete Dios protegernos siempre? (Ver 1 Cor. 10:13.)
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Cuando sufrimos pruebas que parecen inexplicables, no debemos permitir que nuestra paz sea malograda. Por injustamente que seamos tratados, no permitamos que la pasión se despierte. Condescendiendo con un espíritu de venganza nos dañamos a nosotros mismos. Destruimos nuestra propia confianza en Dios y ofendemos al Espíritu Santo. Hay a nuestro lado un testigo, un mensajero celestial, que levantará por nosotros una barrera contra el enemigo. Él nos envolverá con los brillantes rayos del Sol de Justicia. A través de ellos Satanás no puede penetrar. No puede atravesar este escudo de luz divina (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 135, 136).
Cuando su pueblo corra el mayor peligro, cuando al parecer sea incapaz de resistir contra el poder de Satanás, entonces Dios obrará en su favor. La necesidad extrema del hombre constituye la oportunidad de Dios…
Estoy muy agradecida porque en esta oportunidad podemos apartar nuestras mentes de las dificultades que nos rodean y de la opresión que sobrecogerá al pueblo de Dios, para contemplar la luz y el poder celestiales. Si nos colocamos del lado de Dios, de Cristo y de las inteligencias celestiales, quedaremos cubiertos por el amplio escudo de la omnipotencia; el poderoso Dios de Israel es nuestro ayudador; por lo tanto no necesitamos temer (Mensajes selectos, t. 2, pp. 428, 429).
Debemos tener esa fe que obra por el amor y purifica el alma, para que esta creencia en Cristo nos lleve a abandonar todo lo que es ofensivo a su vista. A menos que tengamos esta fe que obra, no nos servirá para nada. Podéis creer que Cristo es el Salvador del mundo, pero, ¿es vuestro Salvador? ¿Creéis hoy que él os dará fuerza y poder para vencer cada defecto de vuestro carácter?
Tenemos que aprender individualmente esta lección de confianza especial en nuestro Salvador. Hemos de confiar en nuestro Padre celestial de la misma manera en que un niño confía en sus padres terrenales, y creer que él está obrando para nuestro bien en todas las cosas; y que cada clamor en la lucha y cada esfuerzo contra el adversario de las almas entra en los oídos del Dios de los ejércitos, y que él enviará ayuda cada vez que la necesitamos. Él nos ayudará en cada tentación, si solo le clamamos con fe (In Heavenly Places, p. l 18; parcialmente en En los lugares celestiales, p. 120).
Si nos entregamos a Dios, se nos promete: »No os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar». 1 Corintios 10: 13.
La única salvaguardia contra el mal consiste en que mediante la fe en su justicia Cristo more en el corazón. La tentación tiene poder sobre nosotros porque existe egoísmo en nuestros corazones. Pero cuando contemplamos el gran amor de Dios, vemos el egoísmo en su carácter horrible y repugnante, y deseamos que sea expulsado del alma. A medida que el Espíritu Santo glorifica a Cristo, nuestro corazón se ablanda y se somete, la tentación pierde su poder y la gracia de Cristo transforma el carácter (El discurso maestro de Jesucristo, p. 100).
Lunes 26 de abril_______________________________________________________
LA PROMESA DEL MESÍAS: PRIMERA PARTE
“Todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente” (Gén. 28:14).
“Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gál. 3:29).
Más de una vez el Señor dijo a Abraham que en su simiente –su descendencia– todas las naciones de la Tierra serían bendecidas (ver además Gén. 12:3; 18:18; 22:18). Esta maravillosa promesa del Pacto se repite porque, de todas las promesas, esta es la más importante, la más duradera, la que hace que todas las demás valgan la pena. En cierto sentido, esta fue la promesa del surgimiento de la nación judía, a través de la cual el Señor quería que “todas las familias de la tierra” conocieran al Dios verdadero y su plan de salvación. Sin embargo, la promesa alcanza su cumplimiento completo solo en Jesucristo –quien provino de la simiente de Abraham–, aquel que en la Cruz pagó por los pecados de “todas las familias de la tierra”.
Piensa en la promesa del Pacto hecha después del Diluvio (en la que el Señor prometió no volver a destruir el mundo mediante agua). ¿Qué bien supremo implicaría esto sin la promesa de redención que se encuentra en Jesús? ¿Qué bien supremo sería cualquiera de las promesas de Dios sin la promesa de la vida eterna que se encuentra en Cristo?
¿Cómo entiendes la noción de que en Abraham, a través de Jesús, “todas las familias de la tierra” serían bendecidas? ¿Qué significa eso?
Indudablemente, la promesa del Pacto del Salvador del mundo es la más grande de todas las promesas de Dios. El Redentor mismo se convierte en el medio por el que se cumplen los compromisos del Pacto y todas sus demás promesas. A todos (tanto judíos como gentiles) los que se unen a él se considera la verdadera familia de Abraham y herederos de la promesa (Gál. 3:8, 9, 27-29); es decir, la promesa de vida eterna en un entorno sin pecado, en el cual el mal, el dolor y el sufrimiento nunca volverán a surgir. ¿Te puedes imaginar una promesa mejor que esa?
La promesa de la vida eterna en un mundo sin pecado ni sufrimiento ¿qué tiene, que nos atrae tanto? ¿Podría ser que la anhelemos porque para eso fuimos creados originalmente, y que estemos deseando algo que es esencial a nuestra naturaleza?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
«A Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente». Gálatas 3: 16. Abraham mismo debía participar de la herencia. Puede parecer que el cumplimiento de la promesa de Dios tarda mucho; pues «un día delante del Señor es como mil años y mil años como un día;» puede parecer que se demora, pero al tiempo determinado «sin duda vendrá; no tardará». 2 Pedro 3:8; Habacuc 2:3.
La dádiva prometida a Abraham y a su simiente incluía no solo la tierra de Canaán, sino toda la tierra. Así dice el apóstol: «No por la ley fue dada la promesa a Abraham o a su simiente, que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe». Romanos 4:13. Y la Sagrada Escritura enseña expresamente que las promesas hechas a Abraham han de ser cumplidas mediante Cristo. Todos los que pertenecen a Cristo, «ciertamente la simiente de Abraham» son, «y conforme a la promesa los herederos», herederos de la «herencia incorruptible, y que no puede contaminarse, ni marchitarse», herederos de la tierra libre de la maldición del pecado. Porque «el reino, y el señorío, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo», será «dado al pueblo de los santos del Altísimo;» y «los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz». Gálatas 3:29; 1 Pedro 1:4; Daniel 7:27; Salmo 37: 11 (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 166, 167).
Fue un gran honor para Abraham ser el padre del pueblo que durante siglos fue guardián y preservador de la verdad de Dios para el mundo, de aquel pueblo por medio del cual todas las naciones de la tierra iban a ser bendecidas con el advenimiento del Mesías prometido…
No retuvo su religión como un tesoro precioso que debía guardarse celosamente y pertenecer exclusivamente a su poseedor. La verdadera religión no puede considerarse así, pues un espíritu tal sería contrario a los principios del evangelio. Mientras Cristo more en el corazón, será imposible esconder la luz de su presencia, u oscurecerla. Por el contrario, brillará cada vez más a medida que día tras día las tinieblas del egoísmo y del pecado que envuelven el alma sean disipadas por los brillantes rayos del Sol de justicia (La maravillosa gracia de Dios, p. 56).
Por medio del amado Juan … el Espíritu Santo declaró a las iglesias: «Y este es el testimonio: Que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida». 1 Juan 5: 11, 12. Y Jesús dijo: «Yo le resucitaré en el día postrero». Cristo se hizo carne con nosotros, a fin de que pudiésemos ser espíritu con él. En virtud de esta unión hemos de salir de la tumba, no simplemente como manifestación del poder de Cristo, sino porque, por la fe, su vida ha llegado a ser nuestra. Los que ven a Cristo en su verdadero carácter, y le reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna (El Deseado de todas las gentes, p. 352).
Martes 27 de abril______________________________________________________
LA PROMESA DEL MESÍAS: SEGUNDA PARTE
“Para disfrutar de la verdadera felicidad, debemos viajar a un país muy lejano, e incluso fuera de nosotros mismos” (Thomas Browne).
Analiza la cita anterior, escrita en el siglo XVII. ¿Estás de acuerdo con ella o no? Léela en el contexto de 1 Tesalonicenses 4:16 al 18 y de Apocalipsis 3:12.
1 Tesalonicenses 4:16-18
16 Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. 17 Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. 18 Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.
Apocalipsis 3:12
12 Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.
Agustín escribió sobre la condición humana: “Esta misma vida, si tal se puede llamar, llena como está de tantos y tamaños males, nos atestigua que todo el linaje humano fue condenado. ¿Qué otra cosa nos indica la espantosa profundidad de la ignorancia, de donde proceden todos los errores que abarcan en su tenebroso seno a todos los hijos de Adán, de los que no puede librarse el hombre sin esfuerzo, dolor y temor? ¿Qué otra cosa indica el amor de tantas cosas inútiles y nocivas, del cual proceden las punzantes preocupaciones, las inquietudes, tristezas, temores, gozos insensatos, discordias, altercados, guerras, asechanzas, enojos, enemistades, engaños; la adulación, el fraude, el hurto, rapiña, perfidia, soberbia, ambición, envidia, homicidios, parricidios, crueldad, maldad, lujuria, petulancia, desvergüenza, fornicaciones, adulterios, incestos y toda serie de estupros de ambos sexos contra la naturaleza, que sería torpe citar; los sacrilegios, las herejías, blasfemias, perjurios, opresiones de inocentes, calumnias, asechanzas, prevaricaciones, falsos testimonios, juicios injustos, violencias, latrocinios y todo el cúmulo de males semejantes que no vienen ahora a la mente” (Agustín de Hipona, Ciudad de Dios, libro 22, cap. 22, párr. 1).
La cita de Agustín podría aplicarse a la mayoría de las ciudades de la actualidad. Sin embargo, lo escribió hace más de mil quinientos años. Poco ha cambiado la humanidad; por eso, la gente quiere evadirse.
Afortunadamente, por más difícil que sea nuestra situación ahora, el futuro es brillante, pero solo por lo que Dios hizo por nosotros a través de la vida, la muerte, la resurrección y el ministerio sumosacerdotal de Jesucristo: el cumplimiento definitivo de la promesa del pacto que hizo a Abraham de que, en su simiente, todas las familias de la Tierra serán bendecidas.
Repasa la cita de Agustín. Escribe algo con tus propias palabras para describir la triste situación del mundo actual. Al mismo tiempo, busca algún pasaje bíblico que encuentres que hable de lo que Dios nos ha prometido en Jesucristo (p. ej., Isa. 25:8; 1 Cor. 2:9; Apoc. 22:2-5). Medita sobre esas promesas. Hazlas tuyas. Solo entonces podrás comprender verdaderamente de qué se trata el Pacto.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Los hijos de Dios son sus representantes en la tierra y él quiere que sean luces en medio de las tinieblas morales de este mundo. Esparcidos por todos los ámbitos de la tierra, en pueblos, ciudades y aldeas, son testigos de Dios, los medios por los cuales él ha de comunicar a un mundo incrédulo el conocimiento de su voluntad y las maravillas de su gracia. Él se propone que todos los que participan de la gran salvación sean sus misioneros. La piedad de los cristianos constituye la norma mediante la cual los infieles juzgan al evangelio. Las pruebas soportadas pacientemente, las bendiciones recibidas con gratitud, la mansedumbre, la bondad, la misericordia y el amor manifestados habitualmente, son las luces que brillan en el carácter ante el mundo (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 127, 128).
«Cosas que ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que le aman». 1 Corintios 2:9. Cuando el pecador, atraído por el poder de Cristo, se acerca a la cruz levantada y se postra delante de ella, se realiza una nueva creación. Se le da un nuevo corazón; llega a ser una nueva criatura en Cristo Jesús. La santidad encuentra que no hay nada más que requerir. Dios mismo es «el que justifica al que es de la fe de Jesús». Romanos 3:26. Y «a los que justificó, a estos también glorificó». Vers. 30. Si bien es cierto que son grandes la vergüenza y la degradación producidas por el pecado, aún mayores serán el honor y la exaltación mediante el amor redentor. A los seres humanos que se esfuerzan por estar en conformidad con la imagen divina, se les imparte algo del tesoro celestial, una excelencia de poder que los colocará aun por encima de los ángeles que nunca han caído (Palabras de vida del gran Maestro, p. 127).
Si pudiéramos tener aunque sea una vislumbre de la ciudad celestial jamás desearíamos vivir nuevamente en la tierra…
¡Qué campo se abrirá allí a nuestro estudio cuando se quite el velo que oscurece nuestra vista y nuestros ojos contemplen ese mundo de belleza del cual ahora tenemos vislumbres por medio del microscopio; cuando contemplemos las glorias de los cielos estudiados ahora por medio del telescopio; cuando, borrada la mancha del pecado, toda la tierra aparezca en ‘la hermosura de Jehová nuestro Dios’! Allí el estudiante de la ciencia podrá leer los informes de la creación, sin hallar señales de la ley del mal. Escuchará la música de las voces de la naturaleza y no descubrirá ninguna nota de llanto ni voz de dolor. En todas las cosas creadas descubrirá una escritura, en el vasto universo contemplará ‘el nombre de Dios escrito en grandes caracteres’ y ni en la tierra, ni en el mar, ni en el cielo, quedará señal del mal.
Represéntese vuestra imaginación la morada de los salvos; y recordad que será más gloriosa que cuanto pueda figurarse la más brillante imaginación. En los variados dones de Dios en la naturaleza no vemos sino el reflejo más pálido de su gloria.
El lenguaje humano no alcanza a describir la recompensa de los justos. Solo la conocerán quienes la contemplen. Ninguna inteligencia limitada puede comprender la gloria del paraíso de Dios (The Faith I Live By, p. 364; parcialmente en La fe por la cual vivo, p. 366).
Miércoles 28 de abril___________________________________________________
UNA NACIÓN GRANDE Y FUERTE…
Dios no solo prometió a Abraham que en él serían benditas todas las familias de la Tierra; el Señor aseguró que haría de él “una nación grande y fuerte” (Gén. 18:18; ver además 12:2; 46:3); tremenda promesa para un hombre anciano, casado con una mujer que ya no estaba en edad de procrear. Por lo tanto, cuando Abraham no tenía descendencia ni aun un hijo, Dios le prometió ambas cosas.
No obstante, esta promesa no se cumplió por completo mientras Abraham vivió. Ni Isaac ni Jacob la vieron cumplirse. Dios se la repitió a Jacob, con la información adicional de que la promesa se cumpliría en Egipto (Gén. 46:3); aunque Jacob tampoco la vio. Finalmente, por supuesto, esa promesa se cumplió.
¿Por qué el Señor quiso hacer de la simiente de Abraham una nación especial? El Señor ¿solo quería otro país de determinado origen étnico? ¿Qué propósitos iba a cumplir esta nación? Lee Éxodo 19:5 y 6; Isaías 60:1 al 3; y Deuteronomio 4:6 al 8; y en las líneas siguientes, escribe la respuesta:
Éxodo 19:5-6
5 Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. 6 Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.
Isaías 60:1-3
1 Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. 2 Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. 3 Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento.
Deuteronomio 4:6-8
6 Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. 7 Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? 8 Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?
Resulta evidente, en las Escrituras, que Dios se propuso atraer a sí a las naciones del mundo a través del testimonio de Israel, que sería, bajo su bendición, un pueblo feliz, sano y santo. Una nación tal demostraría la bendición resultante de la obediencia a la voluntad del Creador. Las multitudes de la Tierra se sentirían atraídas a adorar al Dios verdadero (Isa. 56:7). Por lo tanto, la atención de la humanidad se dirigiría hacia Israel, hacia su Dios y al Mesías, que se manifestaría en medio de ellos, el Salvador del mundo.
“Los hijos de Israel debían ocupar todo el territorio que Dios les había señalado. Las naciones que habían rechazado el culto y el servicio al Dios verdadero debían ser desposeídas. Pero el propósito de Dios era que, por medio de la revelación de su carácter a través de Israel, los hombres fueran atraídos a él. La invitación del evangelio debía darse a todo el mundo. Por medio de la enseñanza del sistema de sacrificios, Cristo debía ser levantado ante las naciones, y todos los que lo miraran vivirían” (PVGM 232).
¿Puedes ver algún paralelismo entre lo que el Señor quería hacer a través de Israel y lo que quiere hacer a través de nuestra iglesia? Si es así, ¿cuáles son esos paralelismos? Lee 1 Pedro 2:9.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Con frecuencia los israelitas parecían no poder o no querer comprender el propósito de Dios en favor de los paganos. Sin embargo, este propósito era lo que había hecho de ellos un pueblo separado, y los había establecido como nación independiente entre los pueblos de la tierra. Abraham, su padre, a quien se diera por primera vez la promesa del pacto, había sido llamado a salir de su parentela hacia regiones lejanas, para que pudiese comunicar la luz a los paganos. Aunque la promesa que le fuera hecha incluía una posteridad tan numerosa como la arena del mar, no eran motivos egoístas los que iban a impulsarle como fundador de una gran nación en la tierra de Canaán. El pacto que Dios hiciera con él abarcaba todas las naciones de la tierra. Jehová declaró: «Bendecirte he, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición: y bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré: y serán benditas en ti todas las familias de la tierra». Génesis 12:2, 3 (Profetas y reyes, pp. 272, 273).
Dios dio a Abraham una vislumbre de esta herencia inmortal, y con esta esperanza, él se conformó. «Por fe habitó en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en cabañas con Isaac y Jacob, herederos juntamente de la misma promesa: porque esperaba ciudad con fundamentos, el artífice y hacedor de la cual es Dios». Hebreos 11:9, 10.
De la descendencia de Abraham dice la Escritura: «Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido las promesas, sino mirándolas de lejos, y creyéndolas, y saludándolas, y confesando que eran peregrinos y advenedizos sobre la tierra». Tenemos que vivir aquí como «peregrinos y advenedizos», si deseamos la patria «mejor, es a saber, la celestial». Los que son hijos de Abraham desearán la ciudad que él buscaba, «el artífice y hacedor de la cual es Dios». Vers. 13, 16 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 167).
Los cristianos han de estar en el mundo como «nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» 1 Pedro 2:9. Esta luz no ha de opacarse, sino que alumbrará con más claridad hasta que el día sea perfecto. Los portaestandartes de Cristo nunca estarán fuera de servicio. Tienen un adversario que espera y vela para apoderarse del baluarte. Algunos de los que profesan ser guardas de Cristo han convidado al enemigo a sus fortificaciones, se han asociado con él y en sus esfuerzos por complacer, han derribado la distinción entre los hijos de Dios y los hijos de Satanás…
La emocionante verdad que ha estado sonando en nuestros oídos por muchos años, «el Señor está cerca; estad preparados», no es menos cierta hoy que cuando primero oímos el mensaje (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 13, 14).
Jueves 29 de abril______________________________________________________
“ENGRANDECERÉ TU NOMBRE”
“Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (Gén. 12:2).
En Génesis 12:2, Dios promete engrandecer el nombre de Abram; es decir, hacerlo famoso. ¿Por qué querría el Señor hacer eso por un pecador, sin importar cuán obediente y fiel fuera? ¿Quién merece ser “engrandecido”? (Ver Rom. 4:1-5; Sant. 2:21-24.) ¿Lo engrandeció Dios para beneficio personal de Abram o esto representaba algo más? Explica.
Génesis 12:2
2 Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.
Romanos 4:1-5
1 ¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? 2 Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. 3 Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. 4 Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; 5 mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.
Santiago 2:21-24
21 ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? 22 ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? 23 Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. 24 Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe.
Compara Génesis 11:4 con 12:2. ¿Cuál es la gran diferencia entre los dos? ¿En qué sentido un pasaje representa la “salvación por obras”; y el otro, la “salvación por fe”?
Génesis 11:4
4 Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra.
Génesis 12:2
2 Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.
Por más que el plan de salvación se base solo en la obra de Cristo en nuestro favor, nosotros también formamos parte como destinatarios de la gracia de Dios. Tenemos un papel que desempeñar; nuestro libre albedrío adquiere protagonismo. El Gran Conflicto, la batalla entre Cristo y Satanás, todavía se manifiesta en nosotros y a través de nosotros. La humanidad y los ángeles observan lo que sucede con nosotros en el Conflicto (1 Cor. 4:9). Por ende, quiénes somos, qué decimos, qué hacemos, tiene mucha importancia más allá de nuestra esfera inmediata; de hecho, tiene implicaciones que en cierta medida pueden repercutir en todo el Universo. Con nuestras palabras, nuestras acciones, incluso nuestras actitudes, podemos ayudar a glorificar al Señor, quien hizo tanto por nosotros, o podemos acarrear vergüenza sobre él y su nombre. Por lo tanto, cuando el Señor dijo a Abraham que engrandecería su nombre, seguramente no lo dijo en el mismo sentido que el mundo emplea para hablar de alguien que tiene un gran nombre. Lo que engrandece un nombre a la vista de Dios es el carácter, la fe, la obediencia, la humildad y el amor por los demás; rasgos que, si bien a menudo el mundo los respeta, no suelen ser los factores que consideraría esenciales para engrandecer el nombre de alguien.
Fíjate en algunos hombres y mujeres que tienen “grandes” nombres en el mundo actual, ya sean actores, políticos, artistas, ricos, lo que sea. ¿Qué tiene esta gente que la ha hecho famosa? Compara eso con la grandeza de Abraham. ¿Qué nos dice eso acerca de lo distorsionado que es el concepto de grandeza del mundo? ¿Cuánto de esa actitud mundana también impacta en nuestra visión de la grandeza?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
El Señor escogió a Abraham para que cumpliera su voluntad. Se le indicó que abandonara su nación idólatra y se separara de sus familiares. Dios se le había revelado en su juventud y le había dado entendimiento preservándolo de la idolatría. Había planeado hacer de él un ejemplo de fe y verdadera devoción para su pueblo que más tarde viviera sobre la tierra. Su carácter se destacaba por su integridad, su generosidad y su hospitalidad. Imponía respeto puesto que era un poderoso príncipe de su pueblo. Su reverencia y amor a Dios y su estricta obediencia a su voluntad le ganaron el reconocimiento de sus siervos y vecinos. Su piadoso ejemplo y su conducta correcta, junto con las fieles instrucciones que impartía a sus siervos y a toda su familia, los indujo a temer, amar y reverenciar al Dios de Abraham (La historia de la redención, p. 77).
Los judíos pretendían ser descendientes de Abraham, pero al no hacer las obras de este patriarca demostraban que no eran sus verdaderos hijos. Solo se reconoce como verdaderos descendientes suyos a los que están espiritualmente en armonía con él…
Existen actualmente en el mundo muchas personas heridas, muchos corazones tristes que necesitan alivio. El Señor tiene medios para iluminar la vida de estos desconsolados. Cada uno de nosotros puede poner a trabajar sus talentos al disipar las nubes, al permitir que penetre la luz del sol de la esperanza y la fe en el que «de tal manera amó … al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna». Juan 3: 16 (Cada día con Dios, p.181).
El hombre, el hombre caído, puede ser transformado por la renovación de la mente, de modo que pueda comprobar «cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta». ¿Cómo comprueba esto? Por el Espíritu Santo que toma posesión de su mente, espíritu, corazón y carácter. ¿Dónde se hace esta comprobación? «Hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres». Una verdadera obra es llevada a cabo por el Espíritu Santo en el carácter humano, y se ven sus frutos…
Comprendemos por experiencia que por nuestra propia fuerza humana no tienen valor las resoluciones y los propósitos. ¿Debemos, pues, abandonar nuestros esfuerzos decididos? No; aunque nuestra experiencia testifique que es imposible que hagamos esta obra por nosotros mismos, la ayuda depende de Aquel que es poderoso para hacerla por nosotros. Pero la única forma en que podemos conseguir la ayuda de Dios es poniéndonos completamente en sus manos, y confiando en que él obre por nosotros. Cuando nos aferramos a él por fe, él hace la obra. El creyente solo puede confiar. A medida que Dios obra, podemos obrar confiando en él y haciendo su voluntad (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 6, p. 1080).
Viernes 30 de abril______________________________________________________
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee Elena de White, Patriarcas y profetas, “Abraham en Canaán”, pp. 125-140; “La prueba de fe”, pp. 141-151.
“No fue una prueba ligera la que soportó Abraham, ni tampoco era pequeño el sacrificio que se requirió de él. […] Pero no vaciló en obedecer el llamado. Nada preguntó en cuanto a la Tierra Prometida […]. Dios había hablado, y su siervo debía obedecer; para él, el lugar más feliz de la Tierra era dónde Dios quería que estuviese” (PP 118, 119).
Cuando Abram entró en Canaán, el Señor se le apareció y le dejó en claro que si bien él iba a residir temporalmente en la tierra, esta les sería entregada a sus descendientes (Gén. 12:7). Dios repitió esta promesa varias veces (ver Gén. 13:14, 15, 17; 15:13, 16, 18; 17:8; 28:13, 15; 35:12). Unos cuatrocientos años después, en cumplimiento de la promesa (Gén. 15:13, 16), el Señor anunció a Moisés que sacaría a Israel de Egipto a una tierra que fluía leche y miel (Éxo. 3:8, 17; 6:8). Dios le repitió la promesa a Josué (Jos. 1:3), y en los días de David se cumplió en gran parte, pero no totalmente (Gén. 15:18-21; 2 Sam. 8:1-14; 1 Rey. 4:21; 1 Crón. 19:1-19).
Ahora lee Hebreos 11:9, 10, y 13 al 16. Estos versículos dejan en claro que Abraham y los demás patriarcas fieles veían a Canaán como un símbolo, o un auspicio, del hogar definitivo del pueblo redimido de Dios. En el contexto de pecado, no es posible ningún hogar permanente. La vida es pasajera, como “neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Sant. 4:14). Como descendientes espirituales de Abraham, nosotros también debemos darnos cuenta de que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” (Heb. 13:14). La certeza de la vida futura con Cristo nos mantiene firmes en este mundo presente de cambio y decadencia.
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
- ¿Qué efecto debería tener la promesa de Dios de una Tierra Nueva en nuestra experiencia cristiana personal? (Comparar con Mat. 5:5; 2 Cor. 4:17, 18; Apoc. 21:9, 10; 22:17.)
- “La verdadera grandeza debía resultar del acatamiento a las órdenes de Dios y de la cooperación con su propósito divino” (CBA 1:306). Analiza lo que significa esta declaración.
Resumen: ¡Promesas! ¡Cuán preciosas son para el creyente! ¿Se cumplirán? La fe responde que sí.