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Lección 7: Para el 13 de noviembre de 2021
LA LEY Y LA GRACIA
Sábado 6 de noviembre_____________________________________________________________
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Ezequiel 28:15, 16; Deuteronomio 4:44; Romanos 3:20; Deuteronomio 10:1–15; 5:6–22; 9:1–6.
PARA MEMORIZAR:
“No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gál. 2:21).
La mayoría de las confesiones cristianan enseñan sobre la Ley y la gracia, y comprenden la relación entre las dos. La Ley es la norma de santidad y justicia de Dios, y la violación de esa ley es pecado. “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Y, como todos hemos violado esa ley (“Pero la Escritura declara que todo el mundo es prisionero del pecado” [Gál. 3:22, NVI]), es solo la gracia de Dios lo que puede salvarnos. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efe. 2:8). (Por supuesto, está el “pequeño detalle” del rol del día de reposo sabático como parte de la Ley. No obstante, por diversas razones, muchos cristianos están decididos –al menos por ahora– a rechazar el sábado, y proponen todo tipo de argumentos para justificar su rechazo; pero ese es otro tema.)
Aunque se expresa de diferentes maneras y en diversos contextos, el tema de la Ley y la gracia indudablemente se encuentra en toda la Biblia, incluyendo el libro de Deuteronomio. Sí, Deuteronomio también presenta la relación entre la Ley y la gracia, pero en un contexto peculiar.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Los hijos y las hijas de Dios se sienten impulsados a perseverar en la tarea de vencer cuando cada día comprenden que necesitan aprender del Espíritu Santo la senda del bien y la justicia. Ninguna obra falsa tiene lugar en su servicio. Todos los días se dan cuenta de que deben mantener firme su confianza desde el comienzo hasta el final. Cuando alguien se desvía del sendero recto, el Espíritu Santo, obrando en su mente, lo lleva a confesar su error de modo que pueda servir de advertencia para que otros no hagan lo mismo…
Nunca debería un hombre ser tan orgulloso como para no poder admitir: «Me he equivocado». Lo menos que puede hacer después de haber pecado es dar evidencias de su tristeza y arrepentimiento. Quienes así procedan serán honrados por Dios, aunque cometan errores (Alza tus ojos, p. 246).
La ley de Dios llega hasta aquellos propósitos secretos que, aunque sean pecaminosos, con frecuencia son pasados por alto livianamente, pero que son en realidad la base y la prueba del carácter. Es el espejo en el cual ha de mirarse el pecador si quiere tener un conocimiento correcto de su carácter moral. Y cuando se vea a sí mismo condenado por esa gran norma de justicia, su siguiente paso debe ser arrepentirse de sus pecados y buscar el perdón mediante Cristo. Al no hacer esto, muchos tratan de romper el espejo que les revela sus defectos, para anular la ley que señala las tachas de su vida y su carácter.
Vivimos en un siglo de gran impiedad. Las multitudes están esclavizadas por costumbres pecaminosas y malos hábitos, y son difíciles de romper los grillos que las atan. Como un diluvio, la iniquidad está inundando la tierra. Y, sin embargo, hombres que profesan ser atalayas en las murallas de Sion quieren enseñar que la ley era solo para los judíos y que caducó con los gloriosos privilegios que comenzaron en la era evangélica. ¿No hay acaso una relación entre el desenfreno y el crimen imperantes, y el hecho de que los ministros y sus fieles sostienen y enseñan que la ley no está más en vigencia? (Mensajes selectos, t. l, pp. 256, 257).
El pecador no puede depender de sus propias buenas obras como un medio de justificación. Debe llegar hasta el punto donde renuncia a todos sus pecados y acepta un grado tras otro de luz a medida que brillen sobre su sendero. Por la fe sencillamente echa mano de la provisión amplia y gratuita hecha por la sangre de Cristo. Cree en las promesas de Dios, las cuales mediante Cristo son hechas para él santificación, justificación y redención. Y si sigue a Jesús caminará humildemente en la luz, regocijándose en esta y difundiéndola a otros. Ya justificado por la fe, marcha gozoso en su obediencia durante toda su vida. Paz con Dios es el resultado de lo que Cristo es para él. Las almas que están sujetas a Dios, que lo honran y que son hacedoras de su Palabra, recibirán iluminación divina. En la preciosa Palabra de Dios hay pureza y elevación, y también belleza que no pueden alcanzar las más elevadas facultades del hombre a menos que se reciba la ayuda de Dios (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 6, p. 1071).
Domingo 7 de noviembre___________________________________________________________
LA LEY DEL CIELO
Dios es un Dios de amor, y el amor es el principio fundamental de su carácter y el fundamento de su gobierno. Y, como Dios quiere que le retribuyamos ese amor, nos ha creado como criaturas morales con libertad moral, la libertad inherente al amor.
Y la idea de libertad moral es fundamental para la Ley moral. Las partículas subatómicas, las olas del océano, los canguros, aunque hasta cierto punto siguen la ley natural, no siguen la Ley moral ni la necesitan. Solo los seres morales la siguen, por lo que incluso en el cielo Dios tiene una Ley moral para los ángeles.
Lee Ezequiel 28:15 y 16, que habla de la caída de Lucifer en el cielo. En él se halló “iniquidad”, y también “pecó”. ¿Qué revela el uso de estas palabras, en el contexto celestial, acerca de la existencia de la Ley moral en el cielo?
Ezequiel 28:15-16
15 Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. 16 A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector. 17 Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti. 18 Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contrataciones profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran.
“Iniquidad” y “pecado” son palabras que se utilizan aquí entre los seres humanos. Pero la Escritura usa los mismos términos para lo que sucedió en el cielo, en otra parte de la misma Creación. Esto debería decirnos algo sobre lo que existe en el cielo, al igual que en la Tierra.
“¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (Rom. 7:7). ¿Cómo podría existir la misma idea, al menos en principio, en el cielo, donde también existen seres morales, los ángeles?
Como explica Elena de White: “La voluntad de Dios se expresa en los preceptos de su sagrada Ley, y los principios de esa Ley son los principios del cielo. Para los ángeles del cielo, no existe un conocimiento superior que el conocer la voluntad de Dios, y el hacer esa voluntad es el servicio más elevado en que pueden ocupar sus facultades” (DMJ 102).
Cielo, Tierra, no importa: si Dios tiene seres morales, tendrá una Ley moral que los gobierne, y la violación de esa Ley, en el cielo o en la Tierra, es pecado.
¿Por qué la idea de una Ley moral es inseparable de la idea de seres morales? Sin esa Ley, ¿qué definiría qué es moral y qué no?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
El pecado apareció en un universo perfecto… La razón de su principio o desarrollo nunca fue explicada, y no puede serlo, aun en el último gran día cuando el juez se sentará y se abrirán los libros… En aquel día será evidente para todos que no hay, ni nunca hubo, ninguna causa para el pecado. En la condenación final de Satanás y de sus ángeles y de todos los hombres que finalmente se hayan identificado con él como transgresores de la ley de Dios, toda boca quedará callada. Quedará muda la hueste de la rebelión, desde el primer gran rebelde hasta el último transgresor, cuando se le pregunte por qué ha quebrantado la ley de Dios (A fin de conocerle, p. 17).
Fue el Creador de los hombres, el Dador de la ley, quien declaró que no albergaba el propósito de anular sus preceptos. Todo en la naturaleza, desde la diminuta partícula que baila en un rayo de sol hasta los astros en los cielos, está sometido a leyes. De la obediencia a estas leyes dependen el orden y la armonía del mundo natural. Es decir que grandes principios de justicia gobiernan la vida de todos los seres inteligentes, y de la conformidad a estos principios depende el bienestar del universo. Antes que se creara la tierra existía la ley de Dios. Los ángeles se rigen por sus principios y, para que este mundo esté en armonía con el cielo, el hombre también debe obedecer los estatutos divinos. Cristo dio a conocer al hombre en el Edén los preceptos de la ley, «cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios». La misión de Cristo en la tierra no fue abrogar la ley, sino hacer volver a los hombres por su gracia a la obediencia de sus preceptos (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 45, 46).
No es algo liviano pecar contra Dios: erigir la perversa voluntad del hombre en oposición a la voluntad de su Hacedor. Conviene a los mejores intereses de los hombres, aun en este mundo, obedecer los mandamientos de Dios. Y conviene, por cierto, a su eterno interés someterse a Dios y estar en paz con él. Las bestias del campo obedecen la ley de su Creador en el instinto que las gobierna. Él habla al orgulloso océano: «Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante» (Job 38:11), y las aguas obedecen su palabra con prontitud. Los planetas son gobernados en orden perfecto, obedeciendo las leyes que Dios ha establecido. De todas las criaturas que Dios ha hecho sobre la tierra, solo el hombre se ha rebelado. Sin embargo, posee facultades de razonamiento para comprender las exigencias de la ley divina, y una conciencia para sentir la culpabilidad de la transgresión por una parte, y la paz y el gozo de la obediencia por la otra. Dios lo hizo un agente moral libre, para obedecer o desobedecer. La recompensa de la vida eterna —un eterno peso de gloria se promete a los que hacen la voluntad de Dios, en tanto que la amenaza de su ira pende sobre los que desafían su ley (La edificación del carácter, pp. 74, 75).
Lunes 8 de noviembre______________________________________________________________
LA LEY EN DEUTERONOMIO
En la frontera de Canaán, la nación hebrea, el pueblo elegido por Dios, finalmente está a punto de heredar la tierra que Dios le había prometido. Y, como hemos visto, Deuteronomio consiste en las instrucciones finales de Moisés a los hebreos antes de que ocupen la tierra. Y, entre esas instrucciones, estaban los mandamientos para obedecer.
Lee los siguientes pasajes. ¿Qué idea se expresa vez tras vez tras vez, y por qué este aspecto es tan importante para el pueblo? (Deut. 4:44; 17:19; 28:58; 30:10; 31:12; 32:46; 33:2).
Deuteronomio 4:44
44 Esta, pues, es la ley que Moisés puso delante de los hijos de Israel.
Deuteronomio 17:19
19 y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra;
Deuteronomio 28:58
58 Si no cuidares de poner por obra todas las palabras de esta ley que están escritas en este libro, temiendo este nombre glorioso y temible: JEHOVÁ TU DIOS,
Deuteronomio 30:10
10 cuando obedecieres a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos escritos en este libro de la ley; cuando te convirtieres a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.
Deuteronomio 31:12
12 Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y niños, y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios, y cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley;
Deuteronomio 32:46
46 y les dijo: Aplicad vuestro corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy, para que las mandéis a vuestros hijos, a fin de que cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley.
Deuteronomio 33:2
2 Dijo: Jehová vino de Sinaí, Y de Seir les esclareció; Resplandeció desde el monte de Parán, Y vino de entre diez millares de santos, Con la ley de fuego a su mano derecha.
Hasta la lectura más superficial del libro de Deuteronomio muestra cuán primordial era la obediencia a la Ley para la nación de Israel. En realidad, eran sus compromisos con el Pacto. Dios había hecho mucho por ellos y lo seguiría haciendo; cosas que no podían hacer por sí mismos y que no merecían inicialmente (de esto se trata la gracia: Dios nos da lo que no merecemos). Y lo que pedía en respuesta era, precisamente, obediencia a su Ley.
No es diferente ahora. La gracia de Dios nos salva, sin las obras de la Ley: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Rom. 3:28), y nuestra respuesta es la obediencia a la Ley. Sin embargo, obedecemos la Ley, no en un vano intento de ser salvos por ella, “ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Rom. 3:20), sino como resultado de la salvación que recibimos con tanta gracia. “Si me aman, guardarán mis mandamientos” (Juan 14:15, RVA-2015).
Deuteronomio podría considerarse una gran lección objetiva sobre la gracia y la Ley. Mediante la gracia, Dios nos redime, haciendo por nosotros lo que no podríamos hacer por nosotros mismos (como tampoco Israel podría haber huido de Egipto por su cuenta); en respuesta, vivimos por fe una vida de obediencia a él y su Ley. Desde la caída de Adán en adelante, hasta aquellos que experimenten el tiempo de angustia y la marca de la bestia, un pueblo representado como aquellos que “guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12), la relación de Dios con su pueblo del Pacto es de Ley y gracia. La gracia de Dios nos perdona por haber violado su Ley, y la gracia de Dios nos permite obedecer su Ley también, una obediencia que surge de nuestra relación de pacto con él.
¿Cómo podemos evitar la trampa de volvernos legalistas al obedecer la Ley?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
¿No tienen ningún valor las buenas obras realmente? . . . Las Escrituras responden: «Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas». En su divino plan, por medio de su favor inmerecido, el Señor ha establecido que las buenas obras sean recompensadas. Somos aceptados únicamente por los méritos de Cristo; y los actos de misericordia, los hechos de caridad que realizamos, son los frutos de la fe; y llegan a ser bendición para nosotros; porque los hombres han de ser recompensados de acuerdo con sus obras. Por la fragancia del mérito de Cristo nuestras buenas obras son aceptadas por Dios, y es la gracia la que nos capacita para hacer las buenas obras por las cuales se nos recompensa. Nuestras obras no tienen valor en ellas mismas ni por sí mismas. Una vez que hayamos hecho todo lo posible, debiéramos considerarnos siervos inútiles. No merecemos los agradecimientos de Dios. Hemos cumplido solamente con nuestro deber, y nuestras obras no podrían haberse llevado a cabo con la fuerza de nuestra propia naturaleza pecaminosa (La maravillosa gracia de Dios, p. 331).
Una religión ‘legal no puede nunca conducir las almas a Cristo, porque es una religión sin amor y sin Cristo. El ayuno o la oración motivada por un espíritu de justificación propia, es abominación a Dios. La solemne asamblea para adorar, la repetición de ceremonias religiosas, la humillación externa, el sacrificio imponente, proclaman que el que hace esas cosas se considera justo, con derecho al cielo, pero es todo un engaño. Nuestras propias obras no pueden nunca comprar la salvación…
«Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios». Salmo 51:17. El hombre debe despojarse de sí mismo antes que pueda ser, en el sentido más pleno, creyente en Jesús. Entonces el Señor puede hacer del hombre una nueva criatura. Los nuevos odres pueden contener el nuevo vino. El amor de Cristo animará al creyente con nueva vida. En aquel que mira al Autor y Consumador de nuestra fe, se manifestará el carácter de Cristo (El Deseado de todas las gentes, pp. 246, 247).
Cristo no nos ha prometido ayuda para llevar hoy las cargas de mañana. Ha dicho: «Bástate mi gracia» (2 Corintios 12:9); pero su gracia se da diariamente, así como el maná en el desierto; para la necesidad cotidiana. Como los millares de Israel en su peregrinación, podemos hallar el pan celestial para la necesidad del día…
Si buscamos a Dios y nos convertimos cada día; si voluntariamente escogemos ser libres y felices en Dios; si con alegría en el corazón respondemos a su llamamiento y llevamos el yugo de Cristo —que es yugo de obediencia y de servicio todas nuestras murmuraciones serán acalladas, todas las dificultades se alejarán, y quedarán resueltos todos los problemas complejos que ahora nos acongojan (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 85, 86).
Martes 9 de noviembre_____________________________________________________________
LETOV LAK
Los escépticos, aquellos que buscan razones para rechazar la Biblia, a menudo señalan algunas palabras fuertes de Dios que aparecen en el Antiguo Testamento. La idea es que el Dios del Antiguo Testamento era severo, vengativo y mezquino, especialmente en contraste con Jesús. Este no es un argumento nuevo, pero es tan errado ahora como cuando se lo promovió por primera vez hace muchos siglos.
Una y otra vez, el Antiguo Testamento presenta al Señor amando a su antiguo pueblo Israel y deseando solo lo mejor para ellos. Y este amor aparece con fuerza en el libro de Deuteronomio.
Lee Deuteronomio 10:1 al 15. ¿Cuál es el contexto inmediato de estos versículos y qué nos enseñan acerca de lo que Dios sentía por su pueblo, incluso después de su pecado? ¿Qué nos enseñan sobre la gracia?
Deuteronomio 10:1-15
1 En aquel tiempo Jehová me dijo: Lábrate dos tablas de piedra como las primeras, y sube a mí al monte, y hazte un arca de madera; 2 y escribiré en aquellas tablas las palabras que estaban en las primeras tablas que quebraste; y las pondrás en el arca. 3 E hice un arca de madera de acacia, y labré dos tablas de piedra como las primeras, y subí al monte con las dos tablas en mi mano. 4 Y escribió en las tablas conforme a la primera escritura, los diez mandamientos que Jehová os había hablado en el monte de en medio del fuego, el día de la asamblea; y me las dio Jehová. 5 Y volví y descendí del monte, y puse las tablas en el arca que había hecho; y allí están, como Jehová me mandó. 6 (Después salieron los hijos de Israel de Beerot-bene-jaacán a Mosera; allí murió Aarón, y allí fue sepultado, y en lugar suyo tuvo el sacerdocio su hijo Eleazar. 7 De allí partieron a Gudgoda, y de Gudgoda a Jotbata, tierra de arroyos de aguas. 8 En aquel tiempo apartó Jehová la tribu de Leví para que llevase el arca del pacto de Jehová, para que estuviese delante de Jehová para servirle, y para bendecir en su nombre, hasta hoy, 9 por lo cual Leví no tuvo parte ni heredad con sus hermanos; Jehová es su heredad, como Jehová tu Dios le dijo.) 10 Y yo estuve en el monte como los primeros días, cuarenta días y cuarenta noches; y Jehová también me escuchó esta vez, y no quiso Jehová destruirte. 11 Y me dijo Jehová: Levántate, anda, para que marches delante del pueblo, para que entren y posean la tierra que juré a sus padres que les había de dar. 12 Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; 13 que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad? 14 He aquí, de Jehová tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella. 15 Solamente de tus padres se agradó Jehová para amarlos, y escogió su descendencia después de ellos, a vosotros, de entre todos los pueblos, como en este día.
La gracia y el amor de Dios por Israel son evidentes en este pasaje. Fíjate especialmente en los versículos 12 y 13. En realidad, constituyen una frase larga en forma de pregunta: “¿Qué te estoy pidiendo yo, el Señor, sino lo siguiente […] que andes en mis caminos, que me ames, me sirvas y guardes mis estatutos para tu propio bien?”
En todo este versículo, el mensaje está en singular. Aunque Dios ciertamente le está hablando a la nación en su conjunto, ¿de qué servirían sus palabras si el pueblo, cada uno en forma individual, no las obedece? El todo es tan bueno como la suma de las partes. El Señor les estaba hablando en forma personalizada, individual, a los integrantes de Israel como nación.
Tampoco podemos olvidar el final del versículo 13: guarda estas cosas letov lak; es decir, “para que tengas prosperidad”. En otras palabras, Dios le está ordenando al pueblo que obedezca porque es lo mejor para ellos. Dios los hizo, Dios los sostiene, Dios sabe qué es lo mejor, y quiere lo mejor para ellos. La obediencia a su Ley, a sus Diez Mandamientos, solo puede obrar para beneficio de ellos.
La Ley a menudo se compara con un seto, un muro de protección; al permanecer dentro de ese muro, sus seguidores están protegidos de una serie de males que de otro modo los alcanzarían y destruirían. En resumen, por amor a su pueblo, Dios entregó su Ley, y la obediencia a su Ley sería “para que tengas prosperidad”.
¿De qué formas podemos atestiguar por nosotros mismos que la obediencia a la Ley de Dios ha sido, verdaderamente, “para que tengas prosperidad”?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Es esencial la obediencia a la ley, no solo para nuestra salvación, sino para nuestra felicidad y para la felicidad de aquellos con quienes nos relacionamos. «Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo» (Salmo 1 19: 165), dice la Palabra inspirada. Sin embargo, el hombre finito presentará a la gente esta ley santa, justa y buena, esta ley de libertad que el Creador mismo ha adaptado para las necesidades del hombre, como un yugo de opresión, un yugo que nadie puede llevar. Pero es el pecador el que considera la ley como un yugo penoso; es el transgresor el que no puede ver belleza en sus preceptos..
Mediante la ley los hombres son convencidos de pecado y deben sentirse como pecadores, expuestos a la ira de Dios, antes de que comprendan su necesidad de un Salvador. Satanás trabaja continuamente para disminuir en el concepto del hombre el atroz carácter del pecado. Y los que pisotean la ley de Dios están haciendo la obra del gran engafiador, pues están rechazando la única regla por la cual pueden definir el pecado y hacerlo ver claramente en la conciencia del transgresor (Mensajes selectos. t. l, p. 256).
La ley dada en el Sinaí era la enunciación del principio de amor, una revelación hecha a la tierra de la ley de los cielos. Fue decretada por la mano de un Mediador, y promulgada por Aquel cuyo poder haría posible que los corazones de los hombres armonizaran con sus principios. Dios había revelado el propósito de la ley al declarar a Israel: «Y me seréis varones santos». Exodo 22:31.
Pero Israel no había percibido la espiritualidad de la ley, y demasiadas veces su obediencia profesa era tan solo una sumisión a ritos y ceremonias, más bien que una entrega del corazón a la soberanía del amor. Cuando en su carácter y obra Jesús representó ante los hombres los atributos santos, benévolos y paternales de Dios y les hizo ver cuán inútil era la mera obediencia minuciosa a las ceremonias, los dirigentes judíos no recibieron ni comprendieron sus palabras. Creyeron que no recalcaba lo suficiente los requerimientos de la ley; y cuando les presentó las mismas verdades que eran la esencia del servicio que Dios les asignara, ellos, que miraban solamente a lo exterior, lo acusaron de querer derrocar la ley (El discurso maestro de Jesucristo, p. 44).
El tema favorito de Cristo era la ternura paternal y la abundante gracia de Dios; se espaciaba mucho en la santidad de su carácter y de su ley; se presentaba a sí mismo a la gente como el Camino, la Verdad, y la Vida. Sean estos los temas de los ministros de Cristo. Presentad la verdad tal cual es en Jesús. Aclarad los requisitos de la ley y del evangelio. Hablad a la gente de la vida de sacrificio y abnegación que llevó Cristo; de su humillación y muerte; de su resurrección y ascensión; de su intercesión por ellos en las cortes de Dios; de su promesa: «Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo» Juan 14:3 (Palabras de vida del gran Maestro, p. 22).
Miércoles 10 de noviembre_________________________________________________________
ESCLAVO EN EGIPTO
En el libro de Deuteronomio, hay un tema recurrente: el hecho de que el Señor redimió a su pueblo Israel de la tierra de Egipto. Repetidas veces se les recuerda lo que Dios hizo por ellos: “Y Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, y con señales y con milagros” (Deut. 26:8; ver además Deut. 16:1-6).
A decir verdad, todo el Antiguo Testamento hace referencia a la historia del Éxodo como un ejemplo de la poderosa liberación de Israel por parte de Dios, mediante su gracia, de la esclavitud y la opresión: “Porque yo te hice subir de la tierra de Egipto, y de la casa de servidumbre te redimí” (Miq. 6:4).
Esta idea aparece incluso en el Nuevo Testamento. Allí el Éxodo de Egipto, ejecutado mediante el gran poder de Dios, se presenta como símbolo de la salvación por la fe en Cristo: “Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados” (Heb. 11:29; ver además 1 Cor. 10:1-4).
Lee Deuteronomio 5:6 al 22, donde Moisés repite la Ley, los Diez Mandamientos, la estipulación fundamental de su pacto con Jehová. Presta atención al cuarto Mandamiento y la razón que se da aquí para él. ¿Qué se dice allí que revela la realidad de la Ley y la gracia?
Deuteronomio 5:6-22
6 Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre. 7 No tendrás dioses ajenos delante de mí. 8 No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. 9 No te inclinarás a ellas ni las servirás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, 10 y que hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos. 11 No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque Jehová no dará por inocente al que tome su nombre en vano. 12 Guardarás el día de reposo para santificarlo, como Jehová tu Dios te ha mandado. 13 Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; 14 mas el séptimo día es reposo a Jehová tu Dios; ninguna obra harás tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún animal tuyo, ni el extranjero que está dentro de tus puertas, para que descanse tu siervo y tu sierva como tú. 15 Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo. 16 Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da. 17 No matarás. 18 No cometerás adulterio. 19 No hurtarás. 20 No dirás falso testimonio contra tu prójimo. 21 No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. 22 Estas palabras habló Jehová a toda vuestra congregación en el monte, de en medio del fuego, de la nube y de la oscuridad, a gran voz; y no añadió más. Y las escribió en dos tablas de piedra, las cuales me dio a mí.
Moisés repite el mandamiento básico de descansar en el día sábado, pero le da un énfasis adicional. Es decir, aunque ha sido escrito en piedra en Éxodo, aquí Moisés está ampliando lo que ya habían recibido. Guarden el sábado, no solo como un monumento conmemorativo de la Creación, sino además en conmemoración de la redención de Egipto. La gracia de Dios los salvó de Egipto y les ofreció descanso de sus obras (Heb. 4:1-5). Ahora, en respuesta a la gracia que Dios les dio, necesitaban extender esa gracia a los demás.
En este caso, entonces, el sábado se convierte no solo en un poderoso símbolo de la Creación, sino también en un poderoso símbolo de redención y de gracia. Todos en la casa, no solo los niños, sino también los siervos, los animales e incluso los extranjeros entre ellos, pueden descansar. El sábado extiende la gracia dada a los judíos también a los demás, incluso a aquellos que están fuera del pueblo del Pacto. Y este se encuentra en el corazón de la Ley de Dios. Lo que Dios ha hecho misericordiosamente por ellos, ellos deben hacerlo ahora por los demás. Es así de simple.
Lee Mateo 18:21 al 35. ¿De qué manera se revela el principio de esta parábola en el mandamiento del sábado, especialmente según se enfatiza en Deuteronomio?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
El Señor deseaba preservar los intereses de los siervos. Ordenó a los israelitas que fueran misericordiosos y que tuvieran en cuenta que ellos mismos habían sido siervos. Se les ordenó que fueran considerados con los derechos de sus siervos. En ningún caso debían abusar de ellos. Al tratarlos no debían ser exigentes como los capataces egipcios habían sido con ellos. Habían de ejercer ternura y compasión en el trato con sus siervos. Dios deseaba que se pusieran en el lugar de los siervos y los trataran como hubieran deseado que otros los trataran a ellos en las mismas circunstancias (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. l, p. 1120).
La religión de Jesucristo obra una reforma en la vida y el carácter. El verdadero cristiano busca constantemente la gracia que cambia los rasgos objetables del carácter natural. En vez de hablar palabras cortantes y dictatoriales, habla las palabras de ánimo que Cristo hablaría si estuviera en su lugar. Muestra benevolencia hacia todos, y no solamente a los pocos que alaban y exaltan su sabiduría. La pureza y santidad que se revelaron en la vida de Cristo irradian de la vida del verdadero cristiano (Alza tus ojos, p. 73).
El perdón concedido por este rey representa un perdón divino de todo pecado [Mateo 18:21—35]. Cristo es representado por el rey, que, movido a compasión, perdonó al siervo deudor. El hombre estaba bajo la condenación de la ley quebrantada. No podía salvarse a sí mismo, y por esta razón Cristo vino a este mundo, revistió su divinidad con la humanidad, y dio su vida, el justo por el injusto. Se dio a sí mismo por nuestros pecados, y ofrece gratuitamente a toda alma el perdón comprado con su sangre. «En Jehová hay misericordia. Y abundante redención con él». Salmo 130:7.
Esta es la base sobre la cual debemos tener compasión para con nuestros prójimos pecadores. «Si Dios así nos ha amado, debemos también nosotros amarnos unos a otros». «De gracia recibisteis —dice Cristo—, dad de gracia». Mateo 10:8 (Palabras de vida del gran Maestro, p. 191).
Nosotros mismos debemos todo a la abundante gracia de Dios. La gracia en el pacto ordenó nuestra adopción. La gracia en el Salvador efectuó nuestra redención, nuestra regeneración y nuestra exaltación a ser coherederos con Cristo. Sea revelada esta gracia a otros…
Nada puede justificar un espíritu no perdonador. El que no es misericordioso hacia otros, muestra que él mismo no es participante de la gracia perdonadora de Dios. En el perdón de Dios el corazón del que yerra se acerca al gran Corazón de amor infinito. La corriente de compasión divina fluye al alma del pecador, y de él hacia las almas de los demás. La ternura y la misericordia que Cristo ha revelado en su propia vida preciosa se verán en los que llegan a ser participantes de su gracia. Pero «si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él» Romanos 8:9. Está alejado de Dios, listo solamente para la separación eterna de él (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 195, 196).
Jueves 11 de noviembre____________________________________________________________
“NO POR TU JUSTICIA”
El gran tema de la justificación solo por la fe es fundamental para la religión cristiana; para toda la religión bíblica, en realidad. “Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Rom. 4:3).
Elena de White lo expresó de la siguiente manera: “¿Qué es justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre y hace por el hombre lo que este no puede hacer por sí mismo. Cuando los hombres ven su propio vacío, están preparados para ser revestidos con la justicia de Cristo” (FLB 109).
Sin lugar a dudas, si consideramos quién es Dios y cuán santo es, en contraste con lo que somos nosotros y cuán impíos somos, tendría que ser necesario un acto asombroso de gracia para salvarnos. Y así fue: ese acto de gracia sucedió en la Cruz, cuando Cristo, el inocente, murió por los pecados de los culpables.
Con este contexto en mente, lee Deuteronomio 9:1 al 6. ¿Qué le está diciendo Moisés al pueblo que revela de manera dramática la realidad de la gracia de Dios para los indignos? ¿Cómo refleja esto el principio de la justificación por la fe?
Deuteronomio 9:1-6
1 Oye, Israel: tú vas hoy a pasar el Jordán, para entrar a desposeer a naciones más numerosas y más poderosas que tú, ciudades grandes y amuralladas hasta el cielo; 2 un pueblo grande y alto, hijos de los anaceos, de los cuales tienes tú conocimiento, y has oído decir: ¿Quién se sostendrá delante de los hijos de Anac? 3 Entiende, pues, hoy, que es Jehová tu Dios el que pasa delante de ti como fuego consumidor, que los destruirá y humillará delante de ti; y tú los echarás, y los destruirás en seguida, como Jehová te ha dicho. 4 No pienses en tu corazón cuando Jehová tu Dios los haya echado de delante de ti, diciendo: Por mi justicia me ha traído Jehová a poseer esta tierra; pues por la impiedad de estas naciones Jehová las arroja de delante de ti. 5 No por tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón entras a poseer la tierra de ellos, sino por la impiedad de estas naciones Jehová tu Dios las arroja de delante de ti, y para confirmar la palabra que Jehová juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob. 6 Por tanto, sabe que no es por tu justicia que Jehová tu Dios te da esta buena tierra para tomarla; porque pueblo duro de cerviz eres tú.
La enseñanza de Pablo sobre el evangelio se podría resumir en la frase de Deuteronomio 9:5: “No por tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón” es que Dios te va a salvar. Te salvará a causa de las promesas del “evangelio eterno” (Apoc. 14:6), una promesa que nos fue dada “no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Tim. 1:9; ver además Tito 1:2). Si la promesa nos fue dada “antes del comienzo del tiempo” (NVI), desde luego no podría ser por nuestras obras porque ni siquiera existíamos “antes del comienzo del tiempo” y, por lo tanto, no teníamos obras.
En resumen, a pesar de tus faltas, tus defectos, tu terquedad, el Señor va a hacer esta obra maravillosa por ti y en ti. Por lo tanto, como resultado, el Señor te pide que obedezcas a él y a sus leyes. La promesa ya se cumplió: tus obras, tu obediencia, aun si fuesen lo suficientemente meritorias (y por cierto, no lo son), no serán los medios de tu salvación. Son el resultado.
El Señor te ha salvado por gracia; ahora, con su Ley escrita en tu corazón y su Espíritu que te da poder, ve y obedece su Ley.
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Hay dos errores contra los cuales los hijos de Dios, particularmente los que apenas han comenzado a confiar en su gracia, deben guardarse en forma especial. El primero… es el de fijarnos en nuestras propias obras, confiando en algo que podamos hacer para ponernos en armonía con Dios. El que está procurando llegar a ser santo mediante sus esfuerzos por observar la ley, está procurando una imposibilidad. Todo lo que el hombre puede hacer sin Cristo está contaminado de egoísmo y pecado. Solo la gracia de Cristo, por medio de la fe, puede hacernos santos.
El error opuesto y no menos peligroso consiste en sostener que la fe en Cristo exime a los hombres de guardar la ley de Dios, y que en vista de que solo por la fe llegamos a ser participantes de la gracia de Cristo, nuestras obras no tienen nada que ver con nuestra redención.
Nótese, sin embargo, que la obediencia no es un mero cumplimiento externo, sino un servicio de amor (El camino a Cristo, p. 60).
El secreto del éxito no ha de ser hallado en nuestro conocimiento, en nuestra posición, en el número que constituimos o en los talentos que se nos han confiado, ni en la voluntad del hombre. Sintiendo nuestra deficiencia, hemos de contemplar a Cristo, y por medio de Aquel que es la fuerza de toda fuerza, el pensamiento de todo pensamiento, la persona voluntaria y obediente obtendrá una victoria tras otra.
Y por corto que sea nuestro servicio o humilde nuestro trabajo, si con una fe sencilla seguimos a Cristo, no seremos chasqueados en cuanto a la recompensa. Aquello que aun los mayores o los más sabios hombres no pueden ganar, el más débil y el más humilde pueden recibir. Los áureos portales del cielo no se abrirán ante el que se exalta a sí mismo. No darán paso a los de espíritu soberbio. Pero los eternos portales se abrirán de par en par ante el toque tembloroso de un niñito. Bendita será la recompensa de gracia concedida a los que trabajaron por Dios con simplicidad de fe y amor (Palabras de vida del gran Maestro, p. 334).
Nunca habríamos aprendido el significado de la palabra «gracia» si no hubiéramos caído. Dios ama a los ángeles sin pecado que le sirven y obedecen todas sus órdenes; pero no les concede gracia. Esos seres celestiales no conocen la gracia; nunca la necesitaron porque no pecaron. La gracia es un atributo que Dios destina a los indignos seres humanos. No la buscamos, sino que fue enviada en nuestra búsqueda. Dios se deleita en conceder su gracia a cualquiera que la anhela, no porque seamos dignos, sino precisamente porque somos tan absolutamente indignos. Esta necesidad nuestra es la cualidad que nos garantiza el hecho de que recibiremos tal don.
Pero Dios no emplea su gracia para anular su ley u ocupar el lugar de la misma. «Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla». Su ley es verdad (Mi vida hoy, p. 103).
Viernes 12 de noviembre____________________________________________________________
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“El enemigo de Cristo, que se rebeló contra la Ley de Dios en el cielo, como general hábil y entrenado, ha obrado con todo su poder, produciendo un ardid tras otro, lleno de engaño, para invalidar la Ley de Dios, el único detector verdadero del pecado, la norma de justicia” (Elena de White, Review and Herald, 18/11/1890).
Dos billones de galaxias pueblan el cosmos. Cien mil millones de estrellas componen cada galaxia. Eso es 100.000.000.000. Dos billones de galaxias, de 100 mil millones de estrellas cada una, llegan a 200.000.000.000.000.000.000.000 de estrellas.
Ahora bien, este es un principio de existencia: todo lo que conciba y cree algo debe ser más grande y trascender aquello que concibió y creó. El artista (ejemplo, Picasso) es más grande que su obra. El Dios que concibió y creó nuestro cosmos debe ser más grande que el cosmos y también trascenderlo.
Con eso en mente, piensa en el siguiente pasaje: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3). Es decir, el Dios que creó todo lo creado, las 200.000.000.000.000.000.000.000 de estrellas y todo lo demás, ¿qué cosa hizo? “Se encogió”, se convirtió en un bebé humano, vivió una vida sin pecado, luego murió en la Cruz, llevando en sí mismo el castigo por nuestros pecados y la maldad para que nosotros podamos tener la promesa de la vida eterna.
Ante nosotros está esta gran verdad: la gracia que recibimos en Jesucristo en la Cruz. Y ¿qué nos pide Dios a cambio? “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Ecl. 12:13).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
- En clase, repasen la pregunta que se encuentra al final del estudio del lunes, sobre cómo los que creen en la observancia de la Ley de Dios, los Diez Mandamientos (incluyendo el cuarto) pueden evitar las sutiles trampas del legalismo. ¿En qué se diferencia la obediencia fiel del legalismo, y cómo podemos distinguir la diferencia entre ambos?
- ¿Qué historias recuerdas (o conoces de primera mano) de cómo aquellos que violaron los Diez Mandamientos sufrieron terribles consecuencias por esa violación? ¿Qué debería enseñarnos esto acerca de cómo la Ley refleja la realidad del amor de Dios por nosotros?
- ¿Por qué la Cruz debería mostrarnos la ineficacia de tratar de ganarnos el camino al cielo?
11/13/2021 en 5:23 AM
DIOS siga bendiciendo tan grande labor… bendiciones