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Lección 13 – LA RESURRECCIÓN DE MOISÉS – Para el 25 de diciembre de 2021


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Lección 13: Para el 25 de diciembre de 2021

LA RESURRECCIÓN DE MOISÉS

Sábado 18 de diciembre__________________________________________________________

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Números 20:1–13; Deuteronomio 31:2; 34:4; 34:1–12; Judas 9; 1 Corintios 15:13–22.

PARA MEMORIZAR:

“Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda” (Jud. 9).

Como hemos visto durante todo el trimestre, Moisés es protagonista humano en el libro de Deuteronomio. Su vida, su carácter, sus mensajes, impregnan el libro. Aunque Deuteronomio trata sobre Dios y su amor por el ‘am yisra’el, “el pueblo de Israel”, Dios a menudo utilizó a Moisés para revelar ese amor y hablarle a su pueblo Israel.

Ahora que llegamos al final de nuestro estudio de Deuteronomio, llegamos también al final de la vida de Moisés, al menos su vida aquí. Como lo expresó Elena de White: “Moisés sabía que debía morir solo; a ningún amigo terrenal se le permitiría asistirlo en sus últimas horas.

La escena que le esperaba tenía un carácter misterioso y pavoroso que le oprimía el corazón. La prueba más severa consistió en separarse del pueblo que estaba bajo su cuidado y al cual amaba; el pueblo con el cual había identificado todo su interés durante tanto tiempo. Pero había aprendido a confiar en Dios, y con fe incondicional se encomendó a sí mismo y a su pueblo al amor y la misericordia divinos” (PP 504).

Así como la vida y el ministerio de Moisés revelaron mucho sobre el carácter de Dios, así también su muerte y su resurrección.

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Durante muchos años, Moisés y Aarón habían caminado juntos, ayudándose mutuamente en sus cuidados y en sus labores. Juntos habían arrostrado innumerables peligros, y habían compartido la señalada bendición de Dios; pero ya había llegado la hora en que debían separarse. En algún sitio más allá de las montañas de Edom, estaba la senda que conducía a la tierra prometida, aquella tierra de cuyas bendiciones Moisés y Aarón no gozarían. Ningún sentimiento rebelde había en su corazón. Ninguna murmuración salió de sus labios, aunque una tristeza solemne embargó sus semblantes cuando recordaron lo que les impedía llegar a la herencia de sus padres…

A causa del pecado que cometió en Cades, se le negó a Aarón el privilegio de oficiar como sumo sacerdote de Dios en Canaán, de ofrecer el primer sacrificio en la buena tierra, y de consagrar así la herencia de Israel. Moisés había de continuar llevando su carga de conducir al pueblo hasta los mismos límites de Canaán. Había de llegar a ver la tierra prometida, pero no había de entrar en ella. Si estos siervos de Dios, cuando estaban frente a la roca de Cades, hubieran soportado sin murmuración alguna la prueba a que allí se los sometió, ¡cuán diferente habría sido su futuro! Jamás puede deshacerse una mala acción. Puede suceder que el trabajo de toda una vida no recobre lo que se perdió en un solo momento de tentación o aun de negligencia (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 451—453).

El tiempo presente es un momento de solemne privilegio y sagrada confianza. Si los siervos de Dios cumplen fielmente el cometido a ellos confiado, grande será su recompensa cuando el Maestro diga: «Da cuenta de tu mayordomía». [Lucas 16:2.] La ferviente labor, el trabajo abnegado, el esfuerzo paciente y perseverante, serán recompensados abundantemente. Jesús dirá: Ya no os llamo siervos, sino amigos [ver Juan 15: 15]. El Maestro no concede su aprobación por la magnitud de la obra hecha, sino por la fidelidad manifestada en todo lo que se ha hecho. No son los resultados que alcanzamos, sino los motivos por los cuales obramos, lo que más importa a Dios. Él aprecia sobre todo la bondad y la fidelidad (Obreros evangélicos, p. 282).

Os ruego que obréis con el sincero deseo de glorificar a Dios. Depended de su poder; sea su gracia vuestra fuerza. Por el estudio de las Escrituras y la oración ferviente, tratad de obtener un claro concepto de vuestro deber y luego cumplidlo fielmente. Es esencial que cultivéis, la fidelidad en las cosas pequeñas, y al hacerlo adquiriréis costumbres de integridad en las responsabilidades mayores. Los pequeños incidentes de la vida diaria pasan con frecuencia sin que los notemos; pero son estas cosas las que forman el carácter. Cada acontecimiento de la vida es grande para bien o para mal. La mente necesita ser educada por las pruebas diarias, a fin de adquirir fuerza para resistir en cualquier situación difícil. En los días de prueba y peligro, necesitaréis ser fortalecidos para permanecer firmes de parte de lo recto, independientes de toda influencia opositora (Testimonios para la iglesia, t. 1 p. 554)


Domingo 19 de diciembre_________________________________________________________

EL PECADO DE MOISÉS: PRIMERA PARTE

Una vez tras otra, incluso en medio de su apostasía y sus peregrinaciones por el desierto, Dios proveyó milagrosamente para los hijos de Israel. Es decir, aun cuando no lo merecían (y muchas veces fue así), la gracia de Dios fluía hacia ellos. En la actualidad, nosotros también somos receptores de su gracia, aunque tampoco lo merezcamos. En definitiva, no sería gracia si la mereciéramos, ¿verdad?

Además de la abundancia de alimento que el Señor les había proporcionado milagrosamente en el desierto, otra manifestación de su gracia fue el agua, sin la cual perecerían rápidamente, especialmente en un desierto seco, caluroso y desolado. Sobre esa experiencia, Pablo escribió: “Y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Cor. 10:4). Elena de White también agregó que “dondequiera que les hacía falta agua en su peregrinaje, fluía de las hendiduras de las rocas y corría al lado de su campamento” (PP 436).

Lee Números 20:1 al 13. ¿Qué sucedió aquí, y cómo entendemos el castigo que el Señor le dio a Moisés por lo que había hecho?

Números 20:1-13

 1 Llegaron los hijos de Israel, toda la congregación, al desierto de Zin, en el mes primero, y acampó el pueblo en Cades; y allí murió María, y allí fue sepultada. Y porque no había agua para la congregación, se juntaron contra Moisés y Aarón. Y habló el pueblo contra Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová! ¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Y por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es lugar de sementera, de higueras, de viñas ni de granadas; ni aun de agua para beber. Y se fueron Moisés y Aarón de delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión, y se postraron sobre sus rostros; y la gloria de Jehová apareció sobre ellos. Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias. Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó. 10 Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? 11 Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. 12 Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado. 13 Estas son las aguas de la rencilla, por las cuales contendieron los hijos de Israel con Jehová, y él se santificó en ellos.

Por un lado, no es difícil ver y entender la frustración de Moisés. Después de todo lo que el Señor había hecho por ellos, las señales, los prodigios y la liberación milagrosa, aquí estaban finalmente, en los límites de la Tierra Prometida. Pero, de repente les falta agua, y comienzan a conspirar contra Moisés y Aarón. El Señor ¿no podría proveerles agua ahora como lo había hecho tantas veces antes? Por supuesto que sí; podía hacerlo y lo volvería a hacer.

Sin embargo, considera las palabras de Moisés cuando golpeó la roca, incluso dos veces. “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” (Núm. 20:10). Prácticamente podemos escuchar la ira en su voz, porque comienza llamándolos “rebeldes”.

El problema no era tanto su enojo en sí, que era bastante malo pero entendible, sino cuando dijo: “¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?” (NVI), como si él o cualquier ser humano pudiera sacar agua de un roca. En su ira, en ese momento aparentemente se olvidó de que era solo el poder de Dios que obraba en medio de ellos el que podía hacer ese milagro. Él, más que nadie, debería haberlo sabido.

¿Con qué frecuencia decimos o incluso hacemos cosas en un ataque de ira, y hasta creemos que la ira es justificada? ¿Cómo podemos aprender a detenernos, orar y buscar el poder de Dios para decir y hacer lo correcto antes de decir y hacer lo incorrecto?

ESPÍRITU DE PROFECÍA

En todas sus peregrinaciones, los hijos de Israel estuvieron tentados a atribuir a Moisés la obra especial de Dios, los milagros portentosos que se habían efectuado para liberarlos del yugo egipcio. Acusaron a Moisés de haberlos sacado de la tierra de Egipto. Era cierto que el Señor se había manifestado maravillosamente a Moisés. Lo había favorecido especialmente con su presencia. A él Dios le había revelado su extraordinaria gloria. En el monte lo había hecho participar de una intimidad sagrada con él y había hablado con Moisés como un hombre habla con un amigo. Pero el Señor había dado una prueba tras otra de que era él mismo quien estaba trabajando para la liberación de ellos.

Al decir «¿os hemos de hacer salir aguas de esta peña?», Moisés virtualmente dijo al pueblo que estaban en lo correcto al creer que él estaba haciendo las obras portentosas que se estaban realizando en favor de ellos. Esto determinó que Dios demostrara a Israel que tal declaración de Moisés no estaba fundada en la verdad… Para desvanecer para siempre de la mente de los israelitas la idea de que un hombre los estaba guiando, Dios estimó necesario permitir que el dirigente de ellos muriera antes de que entraran en la tierra de Canaán (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 1, pp. 1129, 1130).

Los siervos de Cristo no han de actuar según los dictados del corazón natural. Necesitan tener una íntima comunión con Dios, no sea que, bajo la provocación, el yo se levante y ellos dejen escapar un torrente de palabras inconvenientes, que disten mucho de ser como el rocío y como las suaves gotas que refrescan las plantas agostadas. Esto es lo que Satanás quiere que hagan; porque estos son sus métodos. Es el dragón el que se aíra, es el espíritu de Satanás el que se revela en la cólera y las acusaciones. Pero los siervos de Dios han de ser representantes suyos. El desea que trafiquen únicamente con la moneda del cielo, la verdad que lleva su propia imagen e inscripción. El poder por el cual han de vencer al mal es el poder de Cristo. La gloria de Cristo es su fuerza. Han de fijar sus ojos en su hermosura. Entonces podrán presentar el evangelio con tacto y amabilidad divina (El Deseado de todas las gentes, p. 319).

Seremos capaces de aprender a controlar la lengua mediante la ayuda que Cristo puede conceder. Aunque él fuera probado severamente en lo que se refiere a hablar palabras airadas y apresuradas, nunca pecó con sus labios. Hizo frente con una paciente calma, a las burlas, a la mofa, y al ridículo de sus compañeros de trabajo, junto al banco de carpintero. En lugar de contestar con enojo, comenzaba a cantar uno de los hermosos salmos de David; y sus compañeros, antes de comprender lo que estaban haciendo, se unían con él en el himno. ¡Qué transformación se realizaría en este mundo si los hombres y las mujeres siguieran el ejemplo de Cristo en el empleo de las palabras! (Nuestra elevada vocación, p. 293)


Lunes 20 de diciembre____________________________________________________________

EL PECADO DE MOISÉS: SEGUNDA PARTE

Vuelve a leer Números 20:12 y 13. ¿Qué razón específica le dio el Señor a Moisés por la que no podría cruzar debido a lo que hizo? Ver además Deuteronomio 31:2 y 34:4.

Números 20:12-13

12 Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado. 13 Estas son las aguas de la rencilla,[a] por las cuales contendieron los hijos de Israel con Jehová, y él se santificó en ellos.

Deuteronomio 31:2

y les dijo: Este día soy de edad de ciento veinte años; no puedo más salir ni entrar; además de esto Jehová me ha dicho: No pasarás este Jordán.

Deuteronomio 34:4

Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá.

Según este pasaje, el pecado de Moisés implicaba algo más que solo su intento de ocupar el lugar de Dios, que ya era malo de por sí. También mostró falta de fe; algo difícil de esperar en alguien como Moisés. Después de todo, este era el hombre que, desde la zarza ardiente (Éxo. 3:2-16) en adelante, había tenido una experiencia con Dios diferente de la mayoría. Sin embargo, según el texto, Moisés no “cre[yó] en mí”; es decir, mostró una falta de fe en lo que el Señor había dicho y, como resultado, fue incapaz de “santificarme” ante los hijos de Israel. En otras palabras, si Moisés hubiera mantenido la calma y hubiera hecho lo correcto al mostrar fe y confianza en Dios en medio de la apostasía, habría glorificado al Señor ante el pueblo y nuevamente habría sido un ejemplo para ellos de verdadera fe y obediencia.

Fíjate también que Moisés desobedeció lo que el Señor le dijo específicamente que hiciera.

Lee Números 20:8. ¿Qué le había dicho el Señor a Moisés que hiciera? Sin embargo, ¿qué hizo Moisés (Núm. 20:9-11)?

Números 20:8 y 9-11

Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias.

Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó. 10 Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? 11 Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias.

En el versículo 9, Moisés toma la vara “como él le mandó”. Hasta aquí, todo bien. Pero, según el versículo 10, en lugar de hablarle a la roca, de la cual el agua habría brotado como una expresión asombrosa del poder de Dios, Moisés la golpeó, no una sino dos veces. Sí, golpear una roca y que saliera agua de ella fue milagroso, pero sin duda no tan milagroso como si simplemente le hablaba y esperaba para ver que sucediera lo mismo.

Por supuesto, a simple vista quizá parezca que el juicio de Dios sobre Moisés fue excesivo: después de todo lo que Moisés había pasado, finalmente no se le permitiría cruzar a la Tierra Prometida. Siempre que se ha contado esta historia, la gente se pregunta por qué, debido a un acto imprudente, se le negó lo que había estado esperando durante tanto tiempo.

¿Qué lección crees que habrán aprendido los hijos de Israel con lo que le sucedió a Moisés?

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Algunos considerarían… que el pecado [de Moisés] debería pasarse por alto sin mucha atención; pero Dios no piensa como el hombre. Cuando las colinas de Canaán estuvieron a la vista, los israelitas murmuraron porque el arroyo que había corrido dondequiera ellos acampaban, cesó de hacerlo. Las quejas del pueblo fueron dirigidas contra Moisés y Aarón, a quienes acusaron de traerlos al desierto para que muriesen. Los guías fueron a la puerta del tabernáculo y se postraron sobre sus rostros. Nuevamente «la gloria de Jehová apareció», y se le mandó a Moisés: «Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña». Números 20:6, 8.

Los dos hermanos, ya ancianos, se dirigieron a la multitud, Moisés con la vara de Dios en su mano. Mucho tiempo habían soportado pacientemente la rebelión y la obstinación de Israel; pero ahora, finalmente, aún la paciencia de Moisés cedió… Y en vez de hablarle a la roca la golpeó dos veces con la vara.

El agua manó abundantemente para satisfacer a la muchedumbre. Pero se había cometido un gran error. Sus palabras habían sido el resultado de sentimientos de exasperación… «¿Extraeremos nosotros agua?» interrogó, como si el Señor no cumpliría lo que prometió. Jehová declaró a los dos hermanos: «No creísteis en mí para santificarme delante de los hijos de Israel». Vers. 12 (Alza tus ojos, p. 297).

Cuando parecen asentarse densas nubes sobre la mente, es cuando se debe dejar que la fe viva atraviese las tinieblas y disipe las nubes. La fe verdadera se apoya en las promesas contenidas en la Palabra de Dios, y únicamente quienes obedezcan a esta Palabra pueden pretender que se cumplan sus gloriosas promesas. «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho». Juan 15:7. «Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él». 1 Juan 3:22…

Pregunté al ángel por qué no había más fe y poder en Israel. Me respondió: «Soltáis demasiado pronto el brazo del Señor. Asediad el trono con peticiones, y persistid en ellas con firme fe: Las promesas son seguras. Creed que vais a recibir lo que pidáis y lo recibiréis» (Primeros escritos, pp. 72, 73)


Martes 21 de diciembre___________________________________________________________

LA MUERTE DE MOISÉS

¡Pobre Moisés! Después de haber llegado tan lejos, de haber vivido tantas cosas, finalmente se quedó fuera del cumplimiento de la promesa hecha a Abram muchos siglos antes: “A tu descendencia daré esta tierra” (Gén. 12:7).

Lee Deuteronomio 34:1 al 12. ¿Qué le sucedió a Moisés y qué dijo el Señor acerca de él que mostraba lo especial que era?

Deuteronomio 34:1-12

 1 Subió Moisés de los campos de Moab al monte Nebo, a la cumbre del Pisga, que está enfrente de Jericó; y le mostró Jehová toda la tierra de Galaad hasta Dan, todo Neftalí, y la tierra de Efraín y de Manasés, toda la tierra de Judá hasta el mar occidental; el Neguev, y la llanura, la vega de Jericó, ciudad de las palmeras, hasta Zoar. Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá. Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy. Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor. Y lloraron los hijos de Israel a Moisés en los campos de Moab treinta días; y así se cumplieron los días del lloro y del luto de Moisés. Y Josué hijo de Nun fue lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés. 10 Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara; 11 nadie como él en todas las señales y prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, 12 y en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel.

“En completa soledad, Moisés repasó las vicisitudes y las penurias de su vida desde que se apartó de los honores cortesanos y de su posible reinado en Egipto, para echar su suerte con el pueblo escogido de Dios. Evocó aquellos largos años que pasó en el desierto cuidando los rebaños de Jetro; la aparición del Ángel en la zarza ardiente, y la invitación que se le diera de librar a Israel. Volvió a contemplar los milagros portentosos que el poder de Dios realizó en favor del pueblo escogido, y la misericordia longánime que manifestó el Señor durante los años de peregrinaje y rebelión. A pesar de todo lo que Dios había hecho en favor del pueblo, a pesar de sus propias oraciones y labores, sólo dos de todos los adultos que componían el vasto ejército que salió de Egipto fueron hallados bastante fieles para entrar en la Tierra Prometida. Mientras Moisés examinaba el resultado de sus labores, casi le pareció haber vivido en vano su vida de pruebas y sacrificios” (PP 505).

Deuteronomio 34:4 dice algo muy interesante. “Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré”. El Señor estaba usando palabras casi literales de lo que había dicho vez tras vez a los patriarcas y a sus hijos, acerca de darles esta tierra. Ahora se lo estaba repitiendo a Moisés.

El Señor también dijo: “Te la he hecho ver con tus ojos, mas no pasarás allá” (Deut. 34:4, JBS, énfasis añadido). No hay forma de que Moisés, allí parado donde estaba, pudiera haber visto con una visión normal todo lo que el Señor le señaló, desde Moab hasta Dan, Neftalí y demás. Elena de White es clara: fue una revelación sobrenatural, no solo de la tierra, sino de cómo sería después de que hubieran tomado posesión de ella.

En cierto sentido, casi parecería como si el Señor se hubiera estado burlando de Moisés; como diciéndole: “Podrías haber estado aquí si simplemente me hubieras obedecido como debías”, o algo así. No obstante, el Señor le estaba mostrando a Moisés que, a pesar de todo, incluso a pesar del error de Moisés, Dios iba a ser fiel a las promesas del pacto que había hecho con los padres y con el mismo Israel. Como veremos, el Señor tenía también algo mejor reservado para su siervo fiel aunque defectuoso.

ESPÍRITU DE PROFECÍA

El Señor anunció a Moisés que se acercaba el tiempo señalado para que Israel tomara posesión de Canaán; y mientras el anciano profeta se hallaba en las alturas que dominaban el río Jordán y la tierra prometida, miró con profundo interés la herencia de su pueblo. ¿No podría revocarse la sentencia pronunciada contra él a causa de su pecado en Cades? Con hondo fervor imploró: «Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano fuerte; porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga según tus obras, y según tus valentías? Pase yo, ruégote, y vea aquella tierra buena, que está a la parte allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano». Deuteronomio 3:24, 25.

La contestación que recibió fue: «Bástate; no me hables más de este negocio. Sube a la cumbre del Pisga, y alza tus ojos al occidente, y al aquilón, y al mediodía, y al oriente, y ve por tus ojos: porque no pasarás este Jordán». Vers. 26, 27 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 494).

Dios no quiso que nadie subiera con Moisés a la cumbre del Pisga. Allí este se mantuvo de pie, sobre la elevada prominencia de la cumbre de ese monte, en la presencia de Dios y de los ángeles celestiales. Después de haber contemplado Canaán a su satisfacción, se reclinó a descansar como un guerrero fatigado. Lo asaltó el sueño, pero era el sueño de la muerte. Los ángeles tomaron su cuerpo y lo sepultaron en el valle. Los israelitas nunca pudieron encontrar el lugar donde fue sepultado. Ese funeral, celebrado en secreto, tenía como propósito evitar que la gente pecara contra el Señor cometiendo idolatría con su cuerpo.

Satanás se alegró muchísimo de haber conseguido éxito al lograr que Moisés pecara contra Dios. Por causa de esa transgresión cayó bajo el dominio de la muerte. Si hubiera seguido siendo fiel, y su vida no hubiera sido malograda por esa única transgresión, al no dar gloria a Dios cuando salió agua de la roca, podría haber entrado en la tierra prometida y haber sido trasladado al cielo sin pasar por la muerte (La historia de la redención, p. 177).

Cristo se identificó con los seres humanos, para que estos pudieran ser uno en Espíritu y vida con él. En virtud de esta unión en obediencia a la Palabra de Dios, su vida llega a ser la vida de ellos. Cristo dice al penitente: «Yo soy la resurrección y la vida». Para Cristo la muerte es un sueño: silencio, tinieblas, sueño. Se refiere a ella como si fuera un breve momento. «Todo aquel que vive y cree en mí —dice— no morirá eternamente»… Y para el creyente la muerte es asunto de poca importancia. Para él la muerte no es nada más que un sueño.

El mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos resucitará a su iglesia, y la glorificará con Cristo como esposa suya, por encima de todos los principados y potestades, por encima de todo nombre, no solo de este mundo, sino de los atrios celestiales, o sea, del mundo superior. La victoria de los santos que duermen será gloriosa en la mañana de la resurrección (Mi vida hoy, p. 304).


Miércoles 22 de diciembre________________________________________________________

LA RESURRECCIÓN DE MOISÉS

“Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy” (Deut. 34:5, 6). Por lo tanto, con estos pocos versículos, Moisés, tan crucial en la vida de Israel, un hombre cuyos escritos perduran, no solo en Israel, sino también en la iglesia y en las sinagogas en la actualidad, murió.

Moisés murió, fue sepultado, el pueblo hizo luto, y eso fue todo. Por cierto, el principio de las palabras de Apocalipsis se aplica aquí: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apoc. 14:13). Sin embargo, la muerte de Moisés no fue el capítulo final de la historia de su vida.

Lee Judas 9. ¿Qué sucede aquí y cómo ayuda este versículo a explicar la presencia de Moisés más adelante en el Nuevo Testamento?

Judas 1:9

Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda.

Aunque solo tenemos un atisbo, qué escena increíble se describe aquí. Miguel, Cristo mismo, disputó con el diablo sobre el cuerpo de Moisés. ¿Cómo es esto? No cabe duda de que Moisés era pecador; de hecho, el último pecado que se le conoce, asumir como propia la gloria que era de Dios, era el mismo tipo de pecado (“Sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” [Isa. 14:14]) que hizo que el mismo Lucifer fuera arrojado del cielo en primer término. La disputa sobre su cuerpo debió de haberse motivado porque Cristo ahora estaba reclamando para Moisés la resurrección prometida.

Pero ¿cómo pudo Cristo hacer eso por un pecador como Moisés, que había violado su Ley? La respuesta, por supuesto, solo podría ser la Cruz. Así como todos los sacrificios de animales apuntaban a la futura muerte de Cristo, obviamente el Señor ahora, anticipando la Cruz, ordenó que el cuerpo de Moisés resucitara. “Como consecuencia del pecado, Moisés había caído bajo el dominio de Satanás. Por sus propios méritos, era legalmente cautivo de la muerte; pero fue resucitado a la vida inmortal por el derecho que tenía a ella en el nombre del Redentor. Moisés salió de la tumba glorificado, y ascendió con su Libertador a la Ciudad de Dios” (PP 512).

¿Cómo nos ayuda este relato a comprender la profundidad del plan de salvación: que incluso antes de la Cruz fuese Moisés a la vida eterna?

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Miguel, o sea Cristo, y los ángeles que sepultaron a Moisés, descendieron del cielo después que permaneció en la tumba por algún tiempo y lo resucitaron para llevarlo al cielo.

Cuando Cristo y los ángeles se aproximaron a la tumba, Satanás y sus ángeles aparecieron junto a ella y montaron guardia en torno del cuerpo de Moisés para que no fuera retirado de allí. Al acercarse Cristo y sus ángeles, Satanás resistió ese avance, pero fue obligado a retroceder por la gloria y el poder de Cristo y sus ángeles. El adversario reclamó el cuerpo de Moisés por causa de esa única transgresión; pero Cristo mansamente recurrió a su Padre al decir: «El Señor te reprenda» Judas 9. Cristo dijo a Satanás que sabía que Moisés se había arrepentido humildemente de ese único error, que no había más manchas en su carácter, y que su nombre permanecía en los libros del cielo sin mácula alguna. Entonces el Señor resucitó el cuerpo de Moisés que el diablo había reclamado (La historia de la redención, pp. 177, 178).

Dios no creó el mal. Solo hizo lo bueno, que era semejante a sí mismo. Pero Satanás no quedaría satisfecho con conocer y hacer la voluntad de Dios. Su curiosidad se esforzaba por extenderse a lo que Dios no se proponía que él conociese. El mal, el pecado y la muerte no fueron creados por Dios; son el resultado de la desobediencia, la cual tuvo su origen en Satanás. Pero el conocimiento del mal que hay ahora en el mundo fue introducido por la astucia de Satanás. Estas son lecciones duras y costosas; pero los hombres las aprenderán, y muchos nunca quedarán convencidos de que es una dicha ignorar cierta clase de conocimiento, el que brota de los deseos frustrados y los propósitos no consagrados. Los hijos e hijas de Adán son tan plenamente curiosos y presuntuosos como lo fue Eva al buscar el conocimiento prohibido. Alcanzan una experiencia, un conocimiento que Dios nunca quiso que tuviesen, y el resultado será, como lo fue con nuestros primeros padres, la pérdida del hogar edénico. ¿Cuándo aprenderán los seres humanos lo que ha sido expuesto tan plenamente ante ellos? (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 475, 476).

El mismo Salvador misericordioso que designó esas ciudades temporales de refugio proveyó por el derramamiento de su propia sangre un asilo verdadero para los transgresores de la ley de Dios, al cual pueden huír de la segunda muerte y hallar seguridad. No hay poder que pueda arrebatar de sus manos las almas que acuden a él en busca de perdón. «Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús». «¿Quien es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros», «para que tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a trabarnos de la esperanza propuesta». Romanos 8:1, 34; Hebreos 6:18 (Historia de los patriarcas y profetas, 553).


Jueves 23 de diciembre__________________________________________________________

LA RESURRECCIÓN DE TODOS NOSOTROS

Con la luz superadora del Nuevo Testamento, la exclusión de Moisés de la Tierra Prometida no parece un gran castigo, al fin y al cabo. En lugar de una Canaán terrenal y más adelante una Jerusalén terrenal (que durante toda su historia conocida ha sido un lugar de guerra, conquista y sufrimiento), “Jerusalén la celestial” (Heb. 12:22) es, incluso ahora, su hogar. ¡Una morada mucho mejor, de seguro!

Moisés es el primer ejemplo bíblico de la resurrección de los muertos que se conozca. Enoc fue llevado al cielo sin haber visto la muerte (Gén. 5:24), y Elías también (2 Rey. 2:11), pero hasta donde llega el registro escrito, Moisés fue el primero en haber resucitado a la vida eterna.

No sabemos cuánto tiempo Moisés durmió en la tierra, pero en lo que a él respecta, tampoco importa. Él cerró los ojos al morir, y si fueron tres horas o trescientos años, para él fue lo mismo. También es lo mismo para todos los muertos a lo largo de la historia; la experiencia de ellos, al menos en lo que respecta a estar muertos, no será diferente de la de Moisés. Cerramos los ojos al morir, y lo siguiente que sabremos es la segunda venida de Jesús o, desgraciadamente, el Juicio Final (ver Apoc. 20:7-15).

Lee 1 Corintios 15:13 al 22. ¿Qué gran promesa tenemos aquí, y por qué las palabras de Pablo tienen sentido solo si entendemos que los muertos duermen en Cristo hasta la resurrección?

1 Corintios 15:13-22

13 Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. 14 Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. 15 Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. 16 Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; 17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. 18 Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron. 19 Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres.20 Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. 21 Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. 22 Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.

Sin la esperanza de la resurrección, no tenemos ninguna esperanza. La resurrección de Cristo es la garantía de la nuestra; habiendo “efectuado la purificación de nuestros pecados” (Heb. 1:3) en la Cruz como nuestro Cordero sacrificial, Cristo murió y resucitó de entre los muertos y, a causa de su resurrección, tenemos la garantía de nuestra resurrección, siendo Moisés el primer ejemplo de un ser humano caído y resucitado de entre los muertos. Como consecuencia de lo que Cristo haría, Moisés resucitó; y por causa de lo que Cristo ha hecho, nosotros también resucitaremos.

A pesar de que al final flaqueó, podemos encontrar en Moisés un ejemplo de salvación por fe, fidelidad y confianza en Dios. Y, en todo el libro de Deuteronomio, podemos ver a Moisés procurando llamar al pueblo de Dios a una fidelidad similar. También nosotros, que estamos en la frontera de la Tierra Prometida, recibimos el mismo llamado.

¿No es este mismo Dios el que nos llama a la fidelidad? ¿Qué podemos hacer para asegurarnos de no cometer los mismos errores que Moisés advirtió en Deuteronomio?

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Pablo dirigió los pensamientos de los hermanos corintios a los triunfos de la mañana de la resurrección, cuando todos los santos que duermen se levantarán, para vivir para siempre con el Señor. «He aquí —declaró el apóstol— os digo un misterio: Todos ciertamente no dormiremos, mas todos seremos transformados, en un momento, en un abrir de ojo, a la final trompeta; porque será tocada la trompeta, y los muertos serán levantados sin corrupción, y nosotros seremos transformados…. entonces se efectuará la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte con victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria?»

Glorioso es el triunfo que aguarda al fiel. El apóstol, comprendiendo las posibilidades que estaban por delante de los creyentes corintios, trató de exponerles algo que los elevara del egoísmo y la sensualidad y glorificase su vida con la esperanza de la inmortalidad. Fervorosamente los exhortó a ser leales a su alta vocación en Cristo. «Hermanos míos amados les suplicó, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es vano» (Los hechos de los apóstoles, p. 258).

Para el creyente, la muerte es asunto trivial. Cristo habla de ella como si fuera de poca importancia. «El que guardare mi palabra, no verá muerte para siempre, no gustará muerte para siempre». Para el cristiano, la muerte es tan solo un sueño, un momento de silencio y tinieblas. La vida está oculta con Cristo en Dios y «cuando Cristo, vuestra vida, se manifestare, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria». Juan 8:51, 52; Colosenses 3:4.

La voz que clamó desde la cruz: «Consumado es», fue oída entre los muertos. Atravesó las paredes de los sepulcros y ordenó a los que dormían que se levantasen. Así sucederá cuando la voz de Cristo sea oída desde el cielo. Esa voz penetrará en las tumbas y abrirá los sepulcros, y los muertos en Cristo resucitarán. En ocasión de la resurrección de Cristo, unas pocas tumbas fueron abiertas; pero en su segunda venida, todos los preciosos muertos oirán su voz y surgirán a una vida gloriosa e inmortal. El mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos resucitará a su iglesia y la glorificará con él, por encima de todos los principados y potestades, por encima de todo nombre que se nombra, no solamente en este mundo, sino también en el mundo venidero (El Deseado de todas las gentes, p. 731).

El día mismo en que se corta el cordón de plata y se quiebra el tazón de oro (Eclesiastés 12:6), perecen los pensamientos de los hombres. Los que bajan a la tumba permanecen en el silencio. Nada saben de lo que se hace bajo el sol. Job 14:21. ¡Descanso bendito para los exhaustos justos! Largo o corto, el tiempo no les parecerá más que un momento. Duermen hasta que la trompeta de Dios los despierte para entrar en una gloriosa inmortalidad (El conflicto de los siglos, p. 537).


Viernes 24 de diciembre__________________________________________________________

PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:

“Cuando exclamaron airadamente: ‘¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?’, se pusieron en lugar de Dios, como si dispusieran de poder ellos mismos, hombres sujetos a las debilidades y las pasiones humanas. Abrumado por la continua murmuración y rebelión del pueblo, Moisés perdió de vista a su Ayudador omnipotente, y sin la fuerza divina se lo dejó manchar su foja de servicios con una manifestación de debilidad humana. El hombre que hubiera podido conservarse puro, firme y desinteresado hasta el final de su obra fue vencido al fin. Dios quedó deshonrado ante la congregación de Israel, cuando debió haber sido engrandecido y ensalzado” (PP 442).

“En el monte de la transfiguración, Moisés estuvo presente con Elías, quien había sido trasladado. Fueron enviados como portadores de la luz y la gloria del Padre para su Hijo. Y así se cumplió por fin la oración que elevara Moisés tantos siglos antes. Estaba en el ‘buen monte’, dentro de la heredad de su pueblo, testificando en favor de aquel en quien se concentraban todas las promesas de Israel. Tal es la última escena revelada al ojo mortal con referencia a la historia de aquel hombre tan altamente honrado por el Cielo” (PP 512).

PREGUNTAS PARA DIALOGAR:

  1. En cierto sentido, sí, Moisés resucitó y fue llevado al cielo poco después de su muerte. Pero, al mismo tiempo, al pobre Moisés (suponemos) le toca ser testigo del terrible desastre que sucede aquí abajo. Qué bueno es que la mayoría de nosotros resucitará al menos después de que todo el conflicto en la Tierra haya terminado, antes de la Segunda Venida. Por consiguiente, ¿en qué medida esto es una bendición mayor que la que experimentó Moisés?
  2. La historia de la muerte de Moisés y su posterior resurrección, ¿en qué medida nos muestra que el Nuevo Testamento, aunque a menudo se basa en el Antiguo Testamento, nos lleva más lejos que este y, de hecho, puede arrojar mucha luz nueva sobre él?
  3. La historia de la vida de Moisés, incluyendo su golpe en la roca en un ataque de ira, ¿sirve como ejemplo de lo que significa vivir por fe y ser salvo por fe, sin las obras de la Ley? Explica.
  4. En clase, dialoguen sobre la promesa de la resurrección al final de los tiempos. ¿Por qué esto es tan básico para todas nuestras esperanzas? Además, si podemos confiar en Dios para esto, es decir, en que nos resucitará de la muerte, ¿no deberíamos poder confiar en él para todo lo demás? Después de todo, si él puede hacer eso por nosotros, ¿qué no podría hacer?